Se encienden las luces, que bañan la mitad del escenario con un fulgor carmesí: este es el mundo de Rojo, un robot que vive entre la plenitud y la abundancia. Se apagan las luces brillantes y dan paso a una penumbra azul que invade la otra mitad del escenario, donde Azul, otro robot, corre de un lado al otro cazando los escasos destellos que le proveen energía suficiente para no morir.
Así comienza Azul y Rojo, una obra de teatro donde los actores no son humanos emperifollados para parecer máquinas, sino robots en todo el sentido de la palabra, con cables, luces y un código de programación a modo de cerebro. Debutaron en esta obra como los primeros actores del proyecto Quyca-Bot.
Aunque, a simple vista, Azul y Rojo puede parecer una producción sencilla en la que todo comienza con un simple toque de botón, haciendo que la música, las luces y los robots se desplieguen en un acto preciso y sincronizado, la realidad dista mucho de esta aparente simplicidad. La creación de la puesta en escena de estos diminutos robots involucró meses de arduo trabajo, que atrajo a individuos de lo más variopinto desde las facultades de Ingeniería, Artes y Educación, para formar un equipo en el que la interdisciplinariedad hizo la fuerza.
Todo inició con el ingeniero Enrique González; la directora del Departamento de Educación de la Pontificia Universidad Javeriana, Mónica Brijaldo; y la educadora Rocío López, quienes se plantearon una pregunta fundamental: ¿Cómo llevar a los robots a las aulas de clase?
Comenzaron explorando simulaciones de ciudades donde los robots desempeñaban tareas cotidianas, como recoger la basura de las calles. Si bien las simulaciones resultaron interesantes, los investigadores reconocieron un potencial mucho más amplio para los robots que trascendía la minimetrópolis.
Nace una historia de robots
Fue entonces cuando la doctora en ingeniería Ángela Bravo, especializada en vestir a los robots de emociones y sentimientos, descubrió la vocación actoral de estos dispositivos. En ese momento, el equipo se acercó a la Facultad de Artes, donde los profesores Víctor Quesada y Alejandro Convers respondieron al llamado y se embarcaron en la inusual tarea de escribir y montar guiones de teatro profesional para robots.
“El proyecto de investigación fue realmente descubrir qué era una obra de teatro robótica profesional destinada a una audiencia infantil, con propósitos educativos”, comenta Convers. “Lo que yo pensaba era: ‘¿qué obra se escribe para una compañía teatral de robots?’. Esto es una obra por encargo”, explica. Eso significa que el equipo de Artes debía estudiar atentamente a sus actores-robots, identificar sus habilidades actorales y, desde allí, escribir un guion que explotara todo su potencial, con una pequeña excepción: los robots aún no existían. “Nosotros teníamos el privilegio de diseñar a nuestros actores desde cero”, continúa Convers.
Aunque los investigadores tenían la libertad de moldear actores e historias a su antojo, las cosas no fueron nada sencillas. “Nuestras primeras dos obras no eran para Azul y Rojo todavía; eran para unos ensambles robóticos de ensueño que nosotros creíamos que podíamos hacer, pero luego la realidad de la investigación nos haría darnos cuenta de que era imposible”, confiesa el investigador, quien decidió que lo mejor era hacer una obra gestual minimalista sin diálogos.
Y es que hacer que un montón de cables y luces produzca una obra de teatro no es nada fácil. Primero se debe establecer cada pequeña acción, para que un programador genere el código que, al final, dará vida al robot: un proceso largo y dispendioso.
Azul y Rojo, tercer guion del proyecto, fue construido alrededor de la empatía. Los aprendizajes de guiones pasados habían resultado en una obra que era posible ejecutar. Para ello, Convers y Quesada se atrincheraron en un estudio de la Javeriana, donde, junto al personal encargado de las luces, la programación y la música, hicieron que la magia sucediera.
Fueron dos semanas arduas en medio de la pandemia, donde cada ocurrencia puso a prueba la capacidad del equipo para repensar la obra. “Pasaban cosas muy chistosas, por ejemplo, descubrimos que los robots se cansaban, como los actores. A medida que el robot se iba quedando sin pila, andaba más despacio, entonces la sincronización de música y la iluminación, que nos funcionaba muy bien al principio de la obra, ya no funcionaba tan bien. Tocaba adaptarse”, explica Convers.
La obra es imperfecta, pero es precisamente allí donde residen las valiosas lecciones que sus creadores atesoran con ternura. Como plantea Convers, Azul y Rojo solo es el principio, y aún quedan muchas avenidas creativas por explorar para que la dramaturgia sea cada vez más clara.
Al final, este proyecto es la prueba tangible de que, cuando diversas disciplinas colaboran, crean un arcoíris de posibilidades que desencadenan una belleza difícil de alcanzar por cada color individualmente.
Estos dos robots, que conquistan los corazones de quienes los contemplan, solo insinúan el vasto mundo de oportunidades y aplicaciones que la robótica ofrece.
Aunque todavía no hemos llegado al punto de activar una obra de manera automática, es esperanzador imaginar que las investigaciones futuras, hijas del trabajo humano que dio a luz a Azul y Rojo, puedan visitar las aulas de clase y servir de apoyo para la enseñanza a miles de niños con solo presionar un botón.
Título del proyecto:
Quyca-Bot: creación de guiones para dramatizaciones con robots actores para propósitos educativo.
Directora: Mónica Ilanda Brijaldo Rodríguez
Coinvestigadores:
Víctor Alfonso Quesada Aguilar, Rocío Viviana López Ordosgoitia, Flor Ángela Bravo Sánchez, Enrique González Guerrero, José Alejandro Convers Elías
Colaboradores en el montaje:
Carlos Andrés Velásquez Cardona, Gabriel Alberto Díaz Guevara, Jorge Eduardo Canal Corredor, Estefanía Rondón Afanador, Andrés Felipe Botero Castillo, Natalia Chinchilla Castellanos, Miguel Bello.
Facultades de Artes, Ingeniería y Educación
Pontificia Universidad Javeriana
Periodo de la investigación: 2020-2022