En alguna de las distopías de una serie, un podcast o película, podemos encontrarnos con la posibilidad de control y acceso deliberado a la mente de algún personaje. Quizá incluso lleguemos a imaginar la experiencia de ser ‘programados’ o que se extraiga información que ni siquiera recordamos. ¿Cómo defendernos? Los neuroderechos se abren camino en este escenario que, aunque ficticio, preocupa a un sector de la comunidad científica.
Y es que la perspectiva de llegar a este nivel de desarrollo puede generar emociones encontradas, especialmente ante la posibilidad de no controlar nuestro mundo mental. El avance de las neurociencias, la tecnología y la integración de dispositivos en nuestra vida cotidiana plantean interrogantes éticos acerca de su uso cuando se conectan al cerebro.
A medida que avanzan las innovaciones, sus implicaciones para la privacidad de datos personales, biológicos y cerebrales cobran mayor relevancia. De estas preocupaciones surge un nuevo debate en el contexto de los derechos humanos: el de los neuroderechos. Pesquisa Javeriana consultó tres profesores e investigadores de la universidad que se unieron a la reflexión y aportaron sus miradas a esta discusión.
Neuroderechos
La consideración de un marco internacional para proteger la privacidad y la integridad de la mente y el cerebro, a medida que se produzcan avances en las tecnologías, es el objetivo principal del movimiento por los neuroderechos.
En la discusión se abordan las posibilidades de registrar y modificar la actividad del cerebro, y también las preocupaciones éticas acerca del uso que puedan tener estas tecnologías al contar con información altamente sensible.
Dada la falta de regulación a nivel internacional urge implementar pautas éticas y estrategias técnicas para proteger los datos que provienen del cerebro o neurodatos. La propuesta de los neuroderechos incluye un juramento tecnocrático que promueva en la tecnología un espíritu similar a lo que Hipócrates motivó en la práctica de la medicina: una postura del cuidado que rechaza las malas prácticas y sirve como brújula para el desarrollo de las neurotecnologías.
Neuroderechos, neurodatos y datos sueltos
Pablo Reyes, investigador del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Pontificia Universidad Javeriana, es escéptico acerca de la categorización de los neuroderechos como un nuevo nivel de derechos humanos.
Para el profesor, el comportamiento de las personas ya es altamente predecible a partir de datos observables. Reyes cuestiona la pertinencia de hablar de neuroprivacidad y sostiene que es una falsa dicotomía entre el cuerpo y la mente.
Argumenta que desde hace mucho se trabaja en predecir y manipular el comportamiento, las elecciones de las personas e incluso los estados emocionales asociados a un evento o un producto.
Según su perspectiva esto no va a cambiar con el avance de las neurociencias. Quizá se alcance una mayor resolución para explicar, pero la neurociencia no puede leer directamente la mente, ni las tecnologías actuales como la electroencefalografía o la resonancia pueden utilizarse para este tipo de objetivos, argumenta Reyes.
“No es necesario tener un evento separado para hablar de neuroderechos, bien podrían ser cardioderechos y no hay mucha gente preocupada por las señales eléctricas del corazón como lo están por las señales del cerebro”, Pablo Reyes.
Santiago Alonso, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Javeriana, considera que el centro de la discusión sobre los neuroderechos es el desarrollo tecnológico alrededor de dispositivos capaces de registrar y estimular el cerebro.
En este escenario, similar a cualquier situación en que el usuario acepta entregar sus datos personales, las decisiones de política pública deben girar en torno a cómo se construye el cuidado de la privacidad de las personas.
Sin embargo, surgen inquietudes acerca de cómo interpretan la ‘privacidad’ los gobiernos y empresas, y sobre la posibilidad de que usen los neurodatos para el direccionamiento de políticas y servicios.
El movimiento de los neuroderechos plantea preocupaciones sobre el rol de las tecnologías que interfieren el cerebro y su impacto en la privacidad de las personas. Alonso sugiere que en el futuro los datos del cerebro podrían ser más reveladores que las señales del comportamiento, lo que genera preguntas acerca de aspectos más privados del cerebro que otras manifestaciones del comportamiento.
Según Alonso, la accesibilidad a los datos dependerá de cómo empresas y gobiernos utilicen la información, lo que traería de nuevo a la conversación la manera en que la privacidad de los individuos se enfrenta a los intereses de gobiernos y grandes empresas.
Por su parte, Reinaldo Bernal, profesor de la Facultad de Filosofía de la Javeriana, considera que el tema de los neuroderechos se debe abordar desde varias disciplinas académicas y desde un punto de vista ético. Bernal aborda la importancia de la ética en el ámbito de los neuroderechos, y explica cómo las normas son esenciales para establecer lo que sería correcto o incorrecto en cuestiones relacionadas con el cerebro.

La protección de lo mental
Existen muchas preocupaciones sobre la capacidad de leer la mente que para Reyes son infundadas, pues la tecnología actual tiene alcances reducidos y aún es difícil pensar en un lector de pensamientos, especialmente cuando las ciencias del cerebro siguen sin ponerse de acuerdo sobre lo que es la mente.
Muchas de las tecnologías derivadas de las neurociencias se centran en la medición de datos biológicos, no en su manipulación. La manipulación conductual, menciona Reyes, sucede desde hace mucho tiempo, mediante la información, por ejemplo, y hoy las redes sociales juegan un rol más importante que la manipulación de la voluntad directamente en el cerebro.
“Las noticias falsas existen desde siempre y han sido utilizadas como estrategias de control conductual”
Pablo Reyes
La preocupación por las neurotecnologías es exagerada, continua Reyes, considerando que existen otras tecnologías que recopilan información como relojes y asistentes virtuales. En su opinión, la conversación debería centrarse en la manera en que las empresas gestionan los datos en lugar de cuestiones cerebrales.
Además, subraya que aún no entendemos completamente cómo funciona el cerebro, ni sabemos cómo funcionan el libre albedrío y la conciencia, por lo que algunos términos como la privacidad mental y los neuroderechos pueden estar sobreestimando las capacidades que las tecnologías pueden tener.
El desconocimiento de lo biológico y la manera en que nuestro cuerpo alberga nuestra identidad deja los espacios en blanco suficientes para que el miedo y la desinformación tomen lugar.
En esto coincide Santiago Alonso, quien plantea que la tecnología actual ya puede codificar el comportamiento sin necesidad de señales cerebrales. A diferencia de Reyes, Alonso cree que el movimiento de neuroderechos busca anticiparse a posibles avances que comprometan la integridad de las personas, pues, aunque hoy pueda parecer ficción, es importante considerar la posibilidad de que la tecnología pueda manipular la actividad del cerebro.
Las vulnerabilidades asociadas al acceso a información derivada del cerebro todavía no son claras. Es necesario estar alerta a la manera como estas podrían ser susceptibles de violaciones de privacidad, amenazar la dignidad de las personas y acentuar las desigualdades en nuestras sociedades.
Alonso destaca que la relación que se establece entre la información cerebral y las acciones de las personas es dinámica, y la falta de un buen análisis podría llevar a las empresas o instituciones a utilizar mal estos datos.
Alonso menciona también que aún falta mucho por aprender sobre la manera en que sucede la toma de decisiones en el cerebro, ya que las funciones de utilidad varían entre personas. La neurociencia y la toma de decisiones económicas puede influir en la discusión sobre neuroderechos y en la importancia de considerar la diversidad cerebral y conductual en la toma de decisiones acerca del manejo de los datos.
Bernal, por su parte, menciona que la privacidad de la información en el contexto de la investigación es clara. Sin embargo, dentro de sus preocupaciones acerca del uso inadecuado de la información confidencial se destaca la posibilidad de discriminación laboral basada en el estado de salud no solo física sino mental.
La complejidad de los trastornos mentales, la falta de claridad en su clasificación y diagnóstico, y los imaginarios públicos acerca de estos, puede acentuar los prejuicios hacia diversas condiciones psicológicas y neurodivergencias.
La estigmatización de las personas se da fácilmente y sin necesidad de datos del cerebro y la disponibilidad de estos podría constituir una nueva base de discriminación. Como sociedad, es necesario manejar con cuidado la información que podría exponer a personas a situaciones de vulnerabilidad.
Desde la perspectiva de Bernal, la preocupación en torno a los neuroderechos deriva, entre otras cosas, del riesgo de que agraven la desigualdad. Por un lado, algunas personas podrían ser vistas como biológicamente superiores a otras, pues el cerebro es un órgano. Por otro lado, gracias a neurotecnologías podría ser posible acceder a mejoras en nuestras capacidades cognitivas, pero seguramente serían muy costosas y, en esta medida, dicho acceso sería muy restringido. Lo compara con la manipulación genética de los hijos, pues esta forma de selección puede crear un escenario de discriminación basada en genes.
Regular es un asunto bioético no cerebral
En la investigación con neurociencias, menciona Reyes, existen normas que ya regulan la privacidad de los datos biológicos, por lo que en lugar de enfocarse en neuroderechos la conversación debería estar sobre las cuestiones éticas relacionadas con la tecnología cerebral.
Reyes cuestiona la necesidad de crear marcos legales específicos para lo neuro, sugiriendo que sería más relevante fortalecer las regulaciones existentes en el ámbito de la bioética. Argumenta que muchas de las preocupaciones planteadas en relación con los neuroderechos pueden ser abordadas con las regulaciones actuales.
“Leer la mente” no es algo bueno ni malo, plantea Alonso, es simplemente una manera de obtener información del cerebro. La discusión aquí va en la manera en que se use dicha tecnología: puede tener un propósito terapéutico, pero también el de dirigir la intención de compra hacia un producto que el consumidor aún no ha considerado.
Para Bernal la discusión sobre neuroderechos no se limita solo a la bioética, ya que esta disciplina debe reevaluar sus fundamentos en relación con los avances de la neurociencia y la tecnología.
Bernal propone que la discusión debe ser dinámica y que la bioética debe estar en constante revisión para adaptarse a nuevos conocimientos y desarrollos tecnológicos. Afirma que la bioética se ha reducido a protocolos y normativas, descuidando la discusión de fondo y convirtiéndose en algo muy jurídico.
“Estamos en una época donde lo mental cobra relevancia y es muy importante reflexionar y legislar en función de todo esto”
Reinaldo Bernal
La evolución de la conversación sobre ética comenta Bernal, debe incluir el rol de la tecnología y las neurociencias en las sociedades, la forma en que comprendemos el cerebro y la mente, y cómo adaptamos nuestras normas para proteger la dignidad de las personas.
Aunque Reyes no está de acuerdo con la propuesta de los neuroderechos, considera que, como estrategia política, puede funcionar para llamar la atención sobre las regulaciones de la tecnología y puede motivar la reflexión también desde la bioética. “Pero hay que seguir teniendo cuidado pues es equivocado pensar que el último resguardo de la libertad es el cerebro”.