Los humanos somos muy parecidos a otros animales. De hecho, parte de esa experiencia compartida nos puede alertar de situaciones peligro. Por ejemplo, si un animal muestra sensibilidad hacia compuestos como metales pesados, es posible que esa reacción se convierta en alertas tempranas sobre el peligro de esa sustancia para un humano. A esta figura se le conoce como animales centinela. Ya en Japón, a mediados del siglo XX, el comportamiento errático de cientos de gatos, seguido de su muerte, fue el preámbulo de una crisis de contaminación por mercurio que cobró miles de vidas.
En Colombia, una investigación encabezada por Albert Ávila, veterinario experto en toxicología y doctor en Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, ha estudiado perros en zonas mineras para que se conviertan en modelos centinela. En concreto, ha estudiado a los perros que acompañan a mineros en Chocó y cuyos organismos podrían acumulan el mercurio del ambiente que se usa en esta actividad.
Si bien el término de animal centinela no es muy conocido, su uso está en todos lados. En la película Indiana Jones y los cazadores del arca perdida, el protagonista se salva de ser envenenado tras hallar un mono muerto al lado de un plato de dátiles. Es la misma lógica: organismos que comparten nuestra susceptibilidad a ser intoxicados pero que al ser más pequeños y tener metabolismos más rápidos hacen posible tener una especie de cámara acelerada de los efectos que podría tener cualquier sustancia en humanos. Es decir, los animales centinela nos dan alertas tempranas de lo que podría suceder en un humano tras la intoxicación.
Por suerte, hoy en día las regulaciones para el uso de animales en la ciencia no permiten que los animales centinela terminen como el mono de Indiana Jones. Además, en el caso de la investigación de Ávila, se trata de venenos mucho más mortíferos y silenciosos, como el mercurio, que va intoxicando a poblaciones enteras, y que tiene efectos incluso a través de las generaciones. De hecho, el profesor Ávila, encontró niveles de mercurio cuatro veces más altos que los normales en el pelo y sangre de los perros que estudió.
Según el Comité de Minerales y Sustancias Tóxicas en Animales de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, un nivel aceptable de mercurio en pelo es una concentración de 0.27 miligramos por cada kilogramo de pelo. Ávila, por su parte, halló niveles de 0.4062 mg/kg en los perros que estudió. De otro lado, se considera un nivel normal de mercurio en sangre cualquier medida entre los 0.0016 y los 0.0124 miligramos por litro de sangre. Ávila halló 0.013117mg/L en Chocó.
Intoxicación por mercurio en Chocó y los perros centinela
Ávila, quien también hace parte del grupo de investigación en Tecnología Ambiental y Materiales (ITAM), de la Facultad de Ciencias de la Javeriana, realizó su doctorado entre 2020 y 2024 con un propósito: dejar de ignorar las pistas que nos dan los animales de que algo anda mal. Su proyecto evaluó el contenido de mercurio en algunos tejidos de perros de zonas de explotación y refinería de oro en los municipios de Lloró y Quibdó (Chocó), así como algunos análisis sanguíneos que pudieran indicar efectos adversos del mercurio sobre los caninos.
“Decidimos estudiar el Chocó, ya que la minería es una de sus principales actividades económicas, pero también es una de las mayores fuentes de contaminación ambiental por mercurio a nivel nacional”, destaca Ávila. Según una publicación del Instituto de Investigaciones Ambientales del Pacífico, en este departamento se utilizan cerca de 24 toneladas de mercurio al año para la extracción de oro.
¿Por qué estudiar a los perros? Ávila explica que reúnen cualidades fundamentales para ser modelos centinela. Son cosmopolitan, o sea que están en todos lados, lo que significa que un estudio como el de los investigadores javerianos se puede replicar a nivel global. En el caso del Chocó, los perros acompañan a sus dueños a lo largo del día. “Casi que podemos hablar de perros mineros”, bromea Ávila, por lo que pueden acumular cantidades de mercurio mucho más cercanas a las de sus dueños. Por último, su docilidad y abundancia hace que sea muy sencillo tomar muestras en muchos individuos. En este caso recolectaron pelo, sangre, plasma y suero, todas estas con altos niveles de mercurio.
“Estos animales tenían niveles de mercurio tres o cuatro veces más altos de lo normal, tanto en zonas de explotación como en zonas de refinamiento, así como niveles de glóbulos blancos muy elevados, que pueden indicar un efecto sobre el sistema inmune de los caninos expuestos”, explica Ávila. No es de extrañar, pareciera imposible escapar de la exposición a este tóxico en zonas mineras: está en el aire, el agua y la comida. Es aún más preocupante, si se tiene en cuenta que un año de exposición a mercurio por parte de los caninos puede equivaler a unos 30 años de exposición humana.

Con este cálculo, observar los efectos del agente tóxico en los perros puede adelantarnos 30 años en la atención oportuna de la intoxicación por mercurio. A su vez, puede arrojar luces sobre el cumplimiento de las metas de la Ley de Reducción y Eliminación del Uso de Mercurio, la cual establece que el uso de este metal pesado en la minería debía ser gradualmente reducido hasta que en 2023 ya no se usara más. Los resultados dejan en evidencia que no ha sido así y que se requieren de políticas articuladas para generar la eliminación de su uso sobre estos territorios.
Ávila y sus compañeros han publicado sus hallazgos en diferentes revistas indexadas. Su última publicación al respecto, titulada Riesgo de exposición al mercurio (Hg): Factores asociados en modelos animales centinela expuestos a zonas de minería artesanal de pequeña escala (MAPE), es el capítulo de un libro sobre los impactos y problemas ambientales generados por la minería. En él, concluyen que el modelo centinela en perros puede ofrecer información valiosa para el desarrollo de estrategias eficaces de monitoreo y control de la exposición al mercurio en áreas mineras.
En su doctorado, Ávila trabajó bajo la mentoría de los profesores javerianos Crispin Célis, Andrea Luna y Alejandro Pérez, y consiguieron financiación de la Vicerrectoría de Investigación para echar a andar el proyecto. Si bien su investigación es muy diciente, aún faltan pasos para convertir al perro en un modelo centinela de intoxicación por mercurio. “En próximos estudios se podrían analizar diferentes muestras, tanto humanas como caninas, para poder determinar la correlación de la intoxicación por mercurio ente ambos”, concluye Ávila.
Mercurio y animales centinela: Una historia de gatos danzantes
Hacer paralelos entre el ser humano y los animales no es algo nuevo. Incluso, con la observación de especies domesticadas se han recogido pistas de calamidades por venir. Como ocurrió en la ciudad costera de Minamata, en Japón.
En 1956, un joven ingresó al hospital con los brazos y las piernas entumecidos. Apenas podía articular palabras y tragaba con dificultad. Sin saberlo, se convirtió en el primer rostro visible de una catástrofe: el Desastre de Minamata. A lo largo de los años, cerca de 3.000 personas compartieron su destino. Pero la tragedia no comenzó con los humanos.
“Hubiera sido bastante útil como herramienta en salud pública decir uy, esos gatos se están intoxicando con mercurio, hay que cuidar que la gente no se vaya a consumir estos peces”
Albert Ávila, veterinario experto en toxicología.
Tres años antes, los locales notaron algo extraño: los gatos del pueblo comenzaron a moverse de forma errática, convulsionaban, corrían descoordinadamente y saltaban al mar, como si bailaran un vals macabro antes de morir. La llamaron la enfermedad de los “gatos danzantes”. El mar, envenenado por 27 toneladas de desechos con metilmercurio vertidos por la compañía petroquímica Chisso –reorganizada desde 2012 como JNC (Nueva Chisso Japón)–, ya estaba cobrando sus primeras víctimas y nadie imaginaba que esos felinos estaban dando la primera alarma. Pronto, los humanos comenzarían a moverse igual.
Para Ávila, “hubiera sido bastante útil como herramienta en salud pública decir: ‘esos gatos se están intoxicando con mercurio, hay que cuidar que la gente no vaya a consumir estos peces’”. El investigador explica que, “los peces son bastante sensibles a absorber mercurio en la carne y en la sangre, y los gatos que estaban en las costas los estaban consumiendo. Así, los felinos empezaron a tener incoordinación a nivel neurológico, ya que el metilmercurio es bastante neurotóxico. Ellos dieron la primera señal de una intoxicación que llegaría a seres humanos”.

El Desastre de Minamata se convirtió así en un caso insignia de contaminación ambiental y sirvió para la construcción de instrumentos jurídicos globales como el Convenio de Minamata, cuyo objetivo es proteger la salud humana y del medio ambiente de la contaminación por mercurio. Más allá de eso, este suceso fue el primero en revelar que, si los humanos acumulamos metales pesados en nuestro organismo, otros organismos también.
La historia de los animales centinela ha sido larga, y, por fortuna, también se está escribiendo en Colombia, uno de los países más afectados por el uso de mercurio en la minería. Trabajos como el de Ávila son pioneros en este campo en Latinoamérica y apoyan la construcción de herramientas de salud pública que permitan actuar antes de que el daño sea irreversible.