Tras un par de golpes con el azadón, del suelo se asoma un racimo de papas coloridas. “Es hermoso ver los arcoíris que nos brinda la tierra”, dice don Danilo Tibatá mientras desentierra las raíces de unas papas alargadas con cáscara rojiza. Saca una navaja de su bolsillo, corta una de ellas por la mitad y revela su interior blanco con líneas moradas.
“Entre más rara sea su forma, más apetecida es”, enfatiza describiendo la corneta, una de las nueve variedades de papas nativas que cultiva en su terreno. “Vienen de muchísimos años atrás y se les atribuyen propiedades curativas”, cuenta antes de mostrarnos también la mambera, la uva mora, la mortiña, la manzana roja, la abejona, la quincha, la andina y la alcarroza.
Todas con diversos tamaños y formas: las hay enormes, medianas y pequeñas; redondas, alargadas y amorfas. Su exterior presenta tonos cafés, amarillos y naranjas, mientras que, al cortarlas, revelan patrones de colores únicos en su interior, lo que genera un auténtico arcoíris.
Las manos manchadas de tierra de don Danilo dan cuenta de su arduo trabajo en el campo. Mientras mira las imponentes montañas que lo rodean, dice que no va a encontrar un mejor lugar que ese: Soracá, Boyacá.
Él es uno de los campesinos que han comenzado a redescubrir las bondades de las papas nativas, una diversidad de tubérculos que, aunque ancestrales, habían quedado relegados a la sombra de las variedades comerciales. Ahora, son rescatados no solo por su rareza, sino también por su valor nutricional y cultural.
Estos “se han ido perdiendo porque si la gente no los conoce, no los consume y si no se consumen, no se cultivan”, explica María del Pilar Márquez, profesora e investigadora del Departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana.
Ella lidera, desde 2020, un proyecto financiado por Fontagro que busca recuperar las variedades de papas nativas y otros tubérculos andinos que se han dejado cultivar con el paso del tiempo.
Junto a sus colegas de la Javeriana, los profesores Adriana Sanz y Wilson Terán, y coinvestigadores de la Corporación PBA ―una organización sin ánimo de lucro que impulsa procesos de innovación participativa―, trabaja con cinco asociaciones de papicultores en Soracá, Cómbita, Boyacá y Jenesano (Boyacá), y Carmen de Carupa (Cundinamarca), bajo tres componentes: fortalecimiento de organizaciones campesinas, caracterización genética de tubérculos andinos, y mejora en la obtención de semilla de alta calidad para su conservación y para el manejo agronómico del cultivo.
Uno de los principales resultados de innovación fue lograr que los productores se apropiaran de tecnologías para la obtención y producción in vitro de semillas de calidad, pues este paso por el laboratorio permite, entre otras ventajas, limpiarlas de enfermedades antes de entregarlas al resto de pequeños productores de las diferentes asociaciones, lo que garantiza la calidad en este eslabón de la cadena.
Este proceso es clave para que los agricultores generen las suyas en sus terrenos, ayudándoles a manejar mejor sus cultivos y, en consecuencia, a impactar en el aumento de la producción y su rentabilidad.
Este esfuerzo es parte de una iniciativa más amplia que incluye la colaboración con investigadores de la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) (Bolivia), que trabajan con los agricultores de Sacaba, municipio de ese país ubicado en el departamento de Cochabamba, para conservar y producir in vitro semillas de calidad y cultivar variedades locales. Con ello se refuerza el enfoque regional en la conservación de tubérculos andinos, así como la innovación tecnológica asociada a estos procesos.
En total, se han capacitado 1790 personas en ambos países, en áreas como propagación in vitro, manejo de bioinsumos, caracterización agromorfológica y conservación. En Colombia, se han introducido 11 variedades de papas nativas, de las cuales 5 han sido priorizadas por los agricultores para su multiplicación y siembra comercial. En Bolivia, por su parte, han trabajado con 55 variedades.
Semillas de tubérculos nativos de mejor calidad
Al igual que su tío Danilo, Adriana Tibatá creció entre los surcos de papa y hoy es la representante legal de una de las cooperativas de pequeños productores beneficiadas por el proyecto. “La mayoría en mi familia somos papicultores. Hemos atravesado las crisis, la aparición de nuevas plagas como la polilla guatemalteca y, ahora, el cambio climático”.
Agradece la llegada del proyecto a sus veredas: “La papa nativa es un mercado diferente, más especializado. Tiene una retribución costo-beneficio mejor que las variedades comerciales”, explica. A diferencia de estas últimas, que requieren entre 14 y 20 aplicaciones de agroquímicos, las nativas necesitan 8.
En Colombia, el 85 % de la papa que consumimos proviene de pequeños agricultores, y solo entre el 3 % y el 5 % de los productores usan semillas certificadas. Por ello, los investigadores capacitan a los campesinos en el manejo de un laboratorio para la producción in vitro de semilla de calidad, así como en el uso de bioinsumos y técnicas para integrar cultivos como ají y aromáticas, con el fin de fortalecer el suelo y reducir el uso de químicos.
“Estas papitas soportan mucho más las plagas”, dice Danilo y agrega, en broma, que “las plagas no tienen un paladar tan exquisito”. También destaca que este tipo de tubérculos, además de ser más fuerte, tiene mejor salida en mercados especializados.
A través de las estrategias implementadas en el proyecto, se logró un aumento del 30 % en la productividad, lo que significa que se cosecha una mayor cantidad de papas utilizando menos insumos. Además, los costos de producción disminuyeron hasta en un 49 %.
La profesora Adriana Sáenz subraya que “estas papas son ricas en nutrientes y antioxidantes” y que tienen gran potencial para innovaciones gastronómicas, biotecnológicas y en la conservación de la biodiversidad.
Un avance reciente del proyecto es la secuenciación y ensamblaje del genoma de otro tubérculo andino: el cubio. “Es un logro inédito a nivel mundial que no solo va a ayudar a su conservación a través de una mejor caracterización genética, sino que va a facilitar estudios futuros orientados a la mejora del cultivo y a la caracterización de su potencial nutricional, entre otros impactos”, explica el investigador Wilson Terán.
Las papas cultivadas por la familia Tibatá ya han pintado de colores las mesas de comensales en varios restaurantes del país. Uno de sus principales clientes es el chef barranquillero Omar Revollo, quien vio en estos tubérculos la oportunidad para crear ingeniosas recetas: “Soy asesor gastronómico y tan pronto los otros chefs ven la gama de colores de estas papas y prueban los sabores tan intensos, se enamoran”. Con ellas, Revollo hace platos como el cabello de ángel, que es una montaña de tiritas de papas amarillas y moradas. Pero también las sirve como puré, chips, enrolladas e, incluso, en forma de hongos.
Otro de los componentes del proyecto es eliminar los intermediarios que inflan los precios y obstaculizan el acceso al mercado. “Quizá las papas nativas no se han dado a conocer por el valor tan excesivo con el que llegan a las ciudades. Ahora prefiero que me compren directamente e incluso que vengan hasta aquí para poderles decir: ‘Mire, de aquí les estoy sacando la papita’”, relata Danilo.
Lo que comemos es biodiversidad
La papa ha salvado a la humanidad de varias hambrunas, pero hoy se debe enfrentar un reto aún mayor: conservar su diversidad genética. “Al rechazar alimentos porque no nos gusta el color o porque son ‘menos perfectos’, estamos estrechando la variabilidad genética que necesitamos para contrarrestar el cambio climático, las plagas y las enfermedades”, advierte Márquez. También destaca que nuevas enfermedades amenazan los cultivos. “Cuidar las semillas no debería ser tarea de unas pocas instituciones, sino de todos”.
Para el investigador Wilson Terán, la mejor forma de conservar las semillas no es tanto almacenarlas, sino usarlas: “cuando los campesinos siembran, consumen y venden estas papas es cuando realmente las preservamos”.
El objetivo es que las papas nativas pasen a formar parte de la canasta familiar y que más personas conozcan este valioso tesoro de nuestra biodiversidad. Y así ha sido. Gracias al trabajo conjunto de la Javeriana con agricultores y aliados, se estableció un sistema territorial de innovación que ha fortalecido a las organizaciones de productores vinculadas. Este enfoque ha mejorado sus prácticas agrícolas y su conexión con los consumidores, lo que facilita la comercialización de productos y demuestra los beneficios de usar semillas de calidad.
Con la esperanza de que las papas nativas y otros tubérculos andinos se conviertan en un alimento habitual en nuestras mesas, el esfuerzo conjunto de productores e investigadores nos recuerda que el verdadero valor de estas semillas va más allá de lo que vemos: es un legado cultural y natural de nuestra biodiversidad que merece ser celebrado y protegido.
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN: Mejora del rendimiento de la papa y otros tubérculos andinos – Root to Food
INVESTIGADORES PRINCIPALES: María del Pilar Márquez – Adriana Sáenz – Wilson Terán
CO – INVESTIGADORES: Esmeralda Villalobos, Santiago Perry, Antonio Camargo, Verónica Perry (de la Corporación PBA) Jorge Rojas, Esther Rojas ( de la Universidad Mayor de San Simón