El Pacífico colombiano tiene su propia banda sonora. Para dormir al niño, entonan un arrullo. Para llorar la muerte, cantan un alabao. Y para conquistar y celebrar la vida, bailan un currulao. La música hace parte de su cotidianidad.
“A medida que va transcurriendo la vida, el canto va cambiando. Nos acompaña desde que estamos en el vientre de nuestras madres”, relata la cantadora y lideresa tumaqueña Tatiana Benítez, quien pertenece a la Red de Cantadoras del Pacífico Sur, un colectivo que busca preservar el patrimonio cultural de la región a través de la música tradicional.
Harold Tenorio, director de Plu con Pla —una de las agrupaciones musicales más emblemáticas del Pacífico— coincide. “La música nos sale de todos lados. Aprendemos de los maestros y de nuestros mayores. Escuchar sus voces en un arrullo o un chigualo inspira y creo que eso, de alguna manera, viene incorporado en nuestra mentalidad”, cuenta el músico y antropólogo.
Para él, las músicas de su territorio son las encargadas de cuidar el espíritu. Y no es algo nuevo, dice que viene de varios siglos atrás, cuando durante la esclavitud sus antepasados encontraron en ellas la forma de liberar frustraciones y toda clase de sentimientos. “Debió haber sido una herramienta espiritual muy poderosa y claramente una forma de resistir: de continuar en este planeta a pesar de la adversidad”, agrega.
Y aunque explica que años después sus músicas volvieron a ser rechazadas por los colonos y por los movimientos nacionalistas, hoy en día siguen conservando sus tradiciones. “Seguimos diciéndole a Colombia que estamos aquí, que hacemos parte de este país y que gracias a todos esos conocimientos podemos asegurar que somos una cultura y un grupo étnico distinto al resto de los colombianos, pero que merecemos respeto desde nuestra identidad diferenciada”, declara el músico.
La música como acto de resistencia
Esta es la voz de la resistencia. Estamos luchando con nuestra existencia (…) Esquivar la muerte es nuestra realidad. Es el precio que pagamos por tu comodidad.
Canción Vos sabes de Plu con Pla.
Para Leonor Convers, docente del Departamento de Música de la Pontificia Universidad Javeriana y coautora del libro Arrullos y currulaos, “en el Pacífico, el simple hecho de sobrevivir ya es un acto de resistencia. Han sido invisibilizados durante años y luego visibilizados por el conflicto. Todo lo que pasa en esos territorios es resistencia”.
A su vez, Manuel Enrique Sevilla, profesor de la Facultad de Creación y Hábitat de la Pontificia Universidad Javeriana, seccional Cali, considera que relacionar esta palabra “casi que exclusivamente” con el conflicto armado, puede ser una lectura “simplista”, pues hay un abanico de interpretaciones.
¿Y entre ellas está la que dice que las músicas del Pacífico son una forma de resistir? Convers no lo duda ni un segundo. Para ella, la respuesta es: “Por supuesto”.

“La manera en la que le han brindado una identidad específica a sus cantos y adoraciones, creando rituales particulares y manteniéndolos a pesar de las diversas formas de violencia que han vivido es una clarísima forma de resistir”, puntualiza.
Sevilla, por su parte, precisa tres dimensiones en las que, según él, se entiende la resistencia en las músicas del Pacífico.
La primera es que “no han cedido del todo ante algunos modelos de la industria musical”. La segunda es que se resisten a las miradas unidimensionales y comprenden que un músico no se dedica exclusivamente a la música, sino que puede ocupar otros roles que también nutran su actividad musical.

La tercera se relaciona con el conflicto armado. “Existe una mirada romántica de que simplemente un pueblo que se levanta con sus violines conmueve a todos los actores armados hasta que se van. No es así. A través de la música se han consolidado organizaciones y colectivos robustos que brindan espacios a los jóvenes para su propio desarrollo y que van íntimamente ligados, no solamente con el quehacer musical, sino con procesos de organización política o cultural”, indica Sevilla, quien está vinculado al festival Petronio Álvarez desde 2002.
El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez es un evento dedicado a exaltar el folclore de la región pacífica a través de la música, la gastronomía y otras prácticas culturales.
En la lucha por preservar la tradición
“Ya no podemos vivir en nuestro pite de tierra”, de fondo llora una marimba y canta una voz masculina: “Huímos a la libertad y nos trajeron la guerra. Yo no entiendo cuánto mal nosotros les hemos hecho, tal parece que a la vida ya perdimos el derecho”, dice la agrupación Plu con Pla en su canción No más velorio.
La cantadora Tatiana Benítez no entiende por qué la guerra llegó a su territorio. “No siempre se vivió así”, dice. Ahora, a causa del conflicto armado “tan desmedido y cruel” muchas de sus tradiciones se están perdiendo. “La violencia nos ha obligado a abandonar nuestros territorios y con ello se van también nuestros saberes”, apunta.
Entre el dolor y la impotencia por no saber qué más hacer, las sabedoras del territorio (las mayores) comenzaron a exigir que sus cantos siguieran sonando. “Se tenían que escuchar nuestras voces. Que supieran que aquí estábamos y que nuestros jóvenes siguieran aprendiendo de la música tradicional, de sus territorios, creencias y costumbres. Era una forma de resistir y de luchar por preservar todo eso que se estaba perdiendo”, agrega.

De esta manera hallaron en la música una forma de comunicar sus dolores y frustraciones. “Hay muchas cosas que yo no puedo decirle de frente a un grupo armado porque corro un peligro inminente, pero al cantarles, ese mensaje les llega diferente. No es un diálogo seco y hostil sino uno que les recuerda que su corazón palpita igual que el de nosotros cuando escuchamos toda esta tradición”, continúa Benítez.
Además, para la cantadora, que hoy existan instrumentos como la marimba de chonta, conocida como ‘el piano de la selva’, ya es por sí solo un símbolo de resistencia. “La marimba se consideraba como algo profano por ser para el baile, pero ahora se mantiene en nuestra tradición y es uno de los referentes más grandes”.
“Yo tenía mi marimbita, yo tenía mi marimbita y el cura me la quitó, el cura manda en su iglesia, el cura manda en su iglesia y en mi marimbita yo”, canta Benítez recordando una canción que le enseñó la maestra Eva Pastora Riascos, del emblemático grupo Perlas del Pacífico.
Sobre esto, el profesor Sevilla aclara que aunque “fueron esclavizadas y terminaron siendo evangelizadas contra su voluntad, las comunidades contemporáneas son profundamente católicas y muchas de sus prácticas culturales van de la mano de la Iglesia Católica. Pensar en los arrullos, adoraciones y fiestas de la vírgen por fuera de este esquema no tiene sentido”.

La docente Leonor Convers agrega que los arrullos son, en esencia, “eventos religiosos donde se le rinde homenaje a un santo” y que no necesariamente la marimba hace parte del contexto, pues el elemento protagonista son las voces de las cantadoras. “Ya luego entra la marimba y le da paso al currulao, que es la fiesta”, aclara.
Espejos para el reencuentro con las raíces
Aprendí que para hallar la luz, hay que pasar por la oscuridad. Aprendí que para uno encontrarse tiene que buscar en la raíz, en la familia, en el pueblo, en la tierra, allí donde un día tú fuiste feliz.
Canción Te vengo a cantar del Grupo Bahía.
Harold Tenorio visitó Burkina Faso, en África, para reencontrarse con sus raíces, compartir las danzas del Pacífico y aprender de los ritmos de sus antepasados. Fue tanta la similitud cultural, que a pesar de los miles de kilómetros que lo separaban de su natal Tumaco y de no hablar francés ni ninguna de las otras lenguas dominadas por los locales, dice que pudo entenderse con ellos sin mayor dificultad.
“Nos reíamos de los chistes del otro sin necesidad de conocer el idioma porque de alguna manera existe una continuidad en nuestros tejidos sociales. Es bastante similar la forma de interactuar”, recuerda.
Ese reencuentro con la herencia que recorre sus venas le permitió reflexionar sobre su cultura. “Allá la música tiene un rol muy importante dentro de la sociedad. Se les reconoce como los guardianes de esa parte del conocimiento. Además, están más apegados a su tradición, mientras que la de nosotros de alguna manera se vio limitada debido a la trata de esclavos”, apunta el maestro.

Así como Harold Tenorio se conectó más con su esencia gracias a ese viaje, el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que se realiza hasta el 15 de agosto, también busca que el encuentro sirva para socializar saberes.
Frente al tema, el profesor Manuel Sevilla, citando al ingeniero Luis Alberto Sevillano —quien conoce el festival desde sus inicios—, destaca que se ha convertido en un espejo en el que las comunidades afropacíficas se pueden reflejar para “valorar de manera significativa aquello que siempre ha estado en su casa”, pero que quizá no habían notado. “La reflexión sobre la identidad no se hace en solitario”, añade.
Petronio, un festival para seguir resistiendo
El señor Justino García fue un hombre muy popular, con su marimba en la mano puso a temblar el litoral. Como tocaba, como se oía, como repicaba esa marimba.
Canción La memoria de Justino en concierto de Grupo Socavón de Timbiquí en el Festival Petronio Álvarez, donde se unieron cuatro generaciones de la familia de la cantora y líder cultural Nidia Góngora.
Para homenajear la cultura y las músicas del Pacífico, desde 1997 se celebra en Cali un festival muy particular. Uno donde no hay cabida para la cerveza, el whisky o el aguardiente porque la exclusividad la tienen el viche, el arrechón y el tumbacatre. Se trata del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez.
El viche, el arrechón y el tumbacatre son bebidas fermentadas tradicionales del pacífico colombiano que se hacen a partir de la caña de azúcar. En septiembre de 2021 fueron reconocidas como patrimonio colectivo de las comunidades afrocolombianas.

En este escenario, cada agosto miles de pañuelos blancos se alzan entre la multitud al ritmo de los cununos, las marimbas, los violines caucanos y las voces de las cantoras y cantores que cautivan a los oyentes.
Se trata de un espacio para disfrutar de la herencia africana expresada en la danza, el canto, la interpretación de instrumentos, la gastronomía y la moda. En pocas palabras, es una exaltación de la enorme diversidad cultural del litoral Pacífico.
“A mí me gusta decir que este evento fortalece la mística de la música del Pacífico y eso tiene que ver con una forma de relacionamiento especial que invita al goce colectivo”, explica Manuel Sevilla.
Sevilla ha estado involucrado durante muchos años con la agenda cultural del Petronio y asegura que la esencia está en promover temáticas donde se le dé visibilidad a la voz de los sabedores para dignificar la cultura, la música, la tradición y el ecosistema cultural del Pacífico.
“La diferencia es enorme. Ahora son más comunes los términos como viche, marimba, currulao y cununo, que antes no estaban en el panorama. Además, ya no es extraño para la gente que le hables de Tumaco, Buenaventura, Guapi, Timbiquí y Barbacoas porque ya lo pueden ubicar geográficamente, por lo menos en su cabeza”, indica Sevilla.
Los ritmos del Pacífico como herramienta sanadora
Ya me están llamando con una marimba. Me voy de esta tierra para mi país. También con un bombo, cununo y guasá. Me voy de esta tierra para mi país. Me voy a mi Guapi, mi tierrita hermosa. Me voy de esta tierra para mi país.
Canción Mi país de la agrupación Semblanzas del Río Guapi.
La cantadora Tatiana Benítez dice que cuando escucha una marimba, por lejos que esté, se le eriza la piel. Y que cuando empiezan a sonar los bombos y los cununos es como si el ritmo se le metiera al corazón. “Parece como si imitaran los latidos y se conectaran con la respiración. Siento que algo se mueve dentro de mí”, comenta.
Un día alguien le dijo que los arrullos y los alabaos nunca ganarían un Grammy. Que esa era música para escucharse en la casa. “Yo decía cómo puede ser posible que alguien del mismo territorio piense eso —relata—. Con las músicas de marimba, la chirimía y los violines caucanos hemos llegado lejos. Todo un pueblo está representado a través de esas músicas y a través de esos instrumentos. Esa es la resistencia”.

Lo mismo piensa Harold Tenorio. “Nuestros antepasados encontraron una salida en la música. A pesar de las terribles condiciones que soportaron a causa de la esclavitud y de los múltiples rechazos a sus tradiciones, tuvieron el valor de traer sus cantos y recrear y construir aquí esos espacios e instrumentos que les rememoraban su pasado. Eso me parece un acto de resistencia muy fuerte y saber que hoy en día conservamos esas músicas para mí tiene un valor incalculable”, agrega.
Por eso Benítez no cree que la música sea algo menor. Para ella, el cambio está ahí. “Nuestras canciones son una forma de decir ‘aquí estamos, esta es nuestra tradición’. No somos solamente ladrones y bandidos. Somos un pueblo que lucha y que quiere seguir sosteniendo sus valores y sus tradiciones, porque eso es lo que somos, eso es lo que está dentro de nosotros”.
Así como la música le permitió sanar las heridas que el conflicto armado le dejó al arrebatarle parte de su familia, busca seguir, junto a su comunidad, nutriendo la raíz que la violencia ha arrancando durante años. “No sé si las canciones puedan cambiar el mundo, pero por lo menos sanan almas”, concluye.