La memoria histórica es más que la actividad de evocar hechos violentos, puede ser una acción que movilice esos recuerdos hacia la construcción de identidades y referentes culturales y colectivos que cohesionan en el presente y orientan hacia posibilidades de un futuro transformador. Con este concepto fundamental, investigadores de la Pontificia Universidad Javeriana, seccional Cali, estudiaron la representación y los usos del pasado en dos lugares de memoria en el Valle del Cauca que podrían parecer aparentemente opuestos: uno a cargo del Estado y otro, desde una organización de víctimas.
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, la memoria es un vehículo para el esclarecimiento de los hechos violentos, pero al mismo tiempo, permite la dignificación de las víctimas y la construcción de una paz sostenible en los territorios. El conflicto armado que ha vivido el país durante más de 50 años ha atravesado la vida de al menos, 10 millones colombianos, según el Registro Único de Víctimas. Por ello, la importancia de estrategias que no solo recuerden lo que pasó, sino que sea un espacio para la participación de las comunidades.
“En Colombia hay una disputa profunda porque vivimos un conflicto prolongado, de muchas victimizaciones, infracciones al Derecho Internacional Humanitario y mucha violencia que ha querido ser negada”, explica Liza Fernanda López, profesora del Departamento de Ciencia Jurídica y Política de la Universidad Javeriana seccional Cali sobre la investigación. “Por ello la memoria histórica se convierte en un dispositivo de denuncia que apela a la justicia social y al reconocimiento social del daño y la agencia de las organizaciones de víctimas”, agrega.
¿Para qué hacer memoria histórica?
Para López, los hechos del conflicto armado han sido tantos, tan graves y han impactado de tal forma la vida de tantas personas, que es muy difícil lograr su judicialización, es decir, que cada victimario sea condenado por los hechos que pudo haber cometido. Por ello la memoria histórica como dispositivo extrajudicial, pretende no solo preguntarse por todo lo que pasó y cómo lo vivieron las comunidades, sino comprender qué implica ese pasado, develar la verdad de lo sucedido y proyectar desde el ejercicio ciudadano vínculos diferentes en clave de futuro y reconciliación.
En el mismo sentido, Freddy Guerrero, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Javeriana Cali, sostiene que la memoria hace parte de los procesos de reparación para las víctimas. “Para las personas implica una suerte de justicia y reconocimiento simbólico. No la justicia formal e institucional, sino la posibilidad de narrar acerca de lo justo o lo injusto de un pasado de violencia que se hace visible en lo público a través de la denuncia sobre los hechos y los actores victimizantes”, explica.
La investigación de Guerrero y López se centró en dos formas de representar y gestionar la memoria histórica. Una perspectiva “desde abajo”: aquella que es iniciativa de las comunidades afectadas, de familiares o sobrevivientes de la guerra. Y otra “desde arriba”, cuando es orientada por las instituciones y el Estado.
La memoria “desde abajo” de las víctimas de Trujillo
Trujillo es un pequeño municipio cafetero al noroccidente del Valle del Cauca. Desde finales de la década de los 80 y hasta medados de los 90, sus pobladores de la zona urbana y rural sufrieron la violencia del narcotráfico y grupos paramilitares, en complicidad con agentes estatales. Se estima que 345 víctimas fueron asesinadas, torturadas y desaparecidas, según el Centro Nacional de Memoria Histórica.
Desde 1996 la comunidad de Trujillo formó la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (AFAVIT), a través de la cual han denunciado y buscado justicia durante tres décadas. Asimismo, levantaron el Parque Monumento Ubicado en la parte alta del municipio, el espacio integra un mausoleo, un parque-mirador y un lugar de encuentro para peregrinaciones y celebraciones religiosas. Todo fue diseñado y construido desde la agencia de la Asociación, en homenaje a sus familiares.

“En su momento ni nosotros ni las autoridades pudimos hacer investigación porque el conflicto estaba muy duro por toda la zona. Eso desbarató las familias. Muchas personas no tenían capacidad de hablar, solo lágrimas para llorar”, relata Esaú Betancourt, uno de los líderes de AFAVIT en entrevista con Pesquisa Javeriana. Lejos de desistir, encontraron en la Asociación la fuerza para levantar un lugar de encuentro, expresión y de construcción de memoria histórica. “Cada quien sufre el duelo diferente, y aunque es muy complejo, hemos aprendido a vivirlo en medio de la lucha”, añade Betancourt.
El profesor Guerrero explica que, en este caso, la memoria histórica no se ha tratado solo de la construcción física del lugar, que tiene esculturas, áreas de siembra, un sendero y un auditorio, sino de lo que ocurre allí, pues constantemente se realizan actividades en las que se reúne la comunidad. Todos estos procesos surgen por iniciativa de la Asociación de familiares quienes se han encargado de mantener un escenario museográfico que recuerda los horrores del conflicto, pero que sigue convocando a defensores de derechos humanos, estudiantes, profesores y otras organizaciones de víctimas que encuentran resonancia con el Parque Monumento.
Durante casi 30 años el liderazgo de AFAVIT en torno al Parque Monumento, configura un entramado de actores de distinta índole —comunitarios, civiles, institucionales y transnacionales— que articulan significados individuales y narrativos en torno a una memoria colectiva. Este espacio se convierte en un territorio de memoria donde convergen intereses, recursos, silencios, consensos y tensiones, que inciden en la permanencia y resignificación de ciertos hitos conmemorativos, afirma la investigación.

Memoria “desde arriba”: el caso de la Casa de las Memorias de Cali
Por otro lado, la institucionalidad del Estado también puede propiciar el espacio y la reflexión. Es lo que llaman los investigadores la memoria “desde arriba”. Para esta investigación analizaron el caso de la Casa de las Memorias del Conflicto y la Reconciliación en Cali.
Creada en el 2019 como una propuesta de la Alcaldía de Cali, la Casa de las Memorias es un espacio y un ejercicio de reparación simbólica. “Inicialmente se había pensado para las víctimas de la ciudad, pero con el tiempo hemos extendido a recibir proyectos de Chocó, Cauca y Nariño”, explica Cinty Losada, coordinadora de la Casa, adscrita a la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana de Cali. “Aunque la casa fue planeada por la Alcaldía, desde el inicio hemos tenido un proceso de concertación y construcción conjunta con organizaciones de la sociedad civil, comunidades y personas víctimas del conflicto armado”, aclara.
Y es que para el Estado hacer memoria es un deber consagrado en la Ley de Víctimas (Ley 1448 de 2011). Esta compromete a las autoridades nacionales y territoriales para que promuevan procesos de construcción de memoria histórica. Para ello deben destinar presupuestos, planes y estrategias que incluyan las distintas voces que quieran participar.
Aunque la profesora López reconoce que las autoridades han desarrollado políticas, planes y programas de memoria, precisa que tiene sus matices. Hablando de la Casa de las Memorias explica que, “aunque en algunas fases se convocó a distintos actores, organizaciones de víctimas y universidades regionales, también su proceso de diseño e implementación respondió a las dinámicas burocráticas y tiempos del Estado local”, señala la académica, “la memoria ‘desde arriba’ cuenta con la fragilidad de que las políticas públicas dependen de una voluntad y el financiamiento que le otorgan los funcionarios y autoridades de turno”.
Desde otra perspectiva, Losada manifiesta que, si bien la Casa de las Memorias es una apuesta institucional, su estrategia es congregar diversidad de voces y posturas. “La Casa termina siendo un lugar para evidenciar lo que hacen las organizaciones sociales. Articulamos y trabajamos en conjunto, pero no generamos recursos económicos que financien los relatos”, apunta.
Todos los entrevistados por Pequisa Javeriana concuerdan en la importancia de los lugares de memoria, ya sean propiciados por las comunidades o por las instituciones, permiten mantener los relatos, la denuncia y abrir espacios de diálogo y reconciliación.
Los retos de la memoria histórica
Para el profesor Guerrero el reto más importante es que la memoria histórica no se convierta en paisaje, sino que invite al dialogo, o discusión, pero que los lugares de memoria no pasen desapercibidos. “Uno de los problemas que enfrenta este tipo de museos es la rutinización de sus contenidos y representaciones, pues se corre el riesgo de limitar su apropiación social en contextos de indiferencia y desinterés”.
En el mismo sentido, la profesora López señala “Debemos buscar la forma de traer a las nuevas generaciones a esos espacios, que los apropien. Existen narrativas que desde lo cultural y lo artístico genera una empatía y sensibilidad particular centralizando la voz de las víctimas y reconociendo los prejuicios, estigmas y exclusiones estructurales que hicieron posible la afectación.
Guerrero reconoce que toda construcción de memoria no es absoluta, pero justamente de eso se trata: de que cada comunidad o víctima pueda expresarse desde su subjetividad y ampliar los relatos que ya se conocen sobre el conflicto armado. El mismo Centro Nacional de Memoria Histórica sostiene que el recordar “es selectivo”, toda memoria conlleva a narrativas particulares y otras generalizables, pero siempre abiertas a correlatos desde las huellas que dejó la violencia en cada contexto.
“Detrás de cada cifra de desaparecido, secuestrado o asesinado, hay un rostro, una historia y una familia. Escuchar su relato permite solidarizarnos con su dolor y dimensionar la violencia que hemos vivido. Solo mediante la solidaridad podemos darle dignidad a las víctimas y a sus historias”, señala Cinty Losada al tiempo que invita a visitar la Casa de las Memorias de Cali.
Para los investigadores javerianos, los lugares de memoria se constituyen en escenarios privilegiados para la apropiación de experiencias democratizadoras, que, a través de procesos formativos y pedagógicos, cuestionan y transforman las estructuras sociales y estatales, superando el silencio y el duelo como únicos marcos de comprensión del pasado.