El conocimiento de vanguardia es vital para enfrentar los grandes desafíos de la sociedad contemporánea, pero olvidamos que solo adquiere pleno sentido cuando se orienta al encuentro y al servicio del bien común. A lo largo de su pontificado, el papa Francisco dirigió un conjunto de invitaciones profundas a la comunidad científica, proponiendo una visión ética y humanista del saber que debe perdurar como legado.
Así mismo, subrayó la necesidad de que el mundo académico asuma un compromiso activo frente a los desafíos de estos tiempos complejos. Esta idea fue expresada en la encíclica Laudato si’ de la siguiente manera: “Los científicos pueden contribuir a resolver los graves problemas de la humanidad, especialmente los relacionados con los más pobres y con el deterioro del ambiente”. Su mensaje fue una propuesta de sentido: poner el conocimiento, con toda su potencia transformadora, al servicio de la vida, la dignidad humana, la justicia y el cuidado de la casa común.
En esa invitación, las universidades, como espacios de generación de conocimiento, tienen una responsabilidad singular. “Por su naturaleza, están llamadas a ser laboratorios de diálogo y de encuentro”, afirmó el papa Francisco. Desde sus capacidades investigativas y su vínculo con el entorno, estos centros educativos cuentan con la posibilidad de aportar evidencia científica y académica que contribuya a transformar las condiciones de vida, a abrir caminos de equidad y a crear posibilidades de futuro compartido.
También advirtió que la ciencia no puede limitarse a describir el mundo ni a acumular diagnósticos: “No basta hacer análisis, descripciones de la realidad; es necesario generar espacios de verdadera investigación, debates que generen alternativas para los problemas de hoy”.
En este llamado plantea la urgencia de una ciencia con vocación transformadora, capaz de involucrarse activamente en la búsqueda de soluciones; implica superar la lógica de la fragmentación disciplinar, y abrirse a enfoques ínter y transdisciplinarios que reconozcan la complejidad de los desafíos del presente. Una verdadera interdisciplinariedad amplía la mirada, enriquece la comprensión de los problemas y permite construir respuestas más integrales e integradoras.
Esta visión requiere modificar nuestras dinámicas de colaboración. Los grandes desafíos sociales, ambientales y tecnológicos que experimentamos como comunidad global desbordan las fronteras institucionales, disciplinarias y nacionales. En Fratelli tutti, nos enseñó que enfrentarlos requiere una acción global que rechace toda forma de exclusión y que promueva una auténtica cultura del encuentro.
Frente a la “cultura de los muros”, el papa Francisco propuso una ciencia que derribe barreras, cultive la cooperación y fortalezca redes abiertas de intercambio. Construir estas redes no solo fortalece la calidad de la ciencia, sino que alimenta algo aún más necesario en el mundo actual: la esperanza, esa que “abre nuevos horizontes, haciéndonos capaces de soñar lo que ni siquiera es imaginable”, recordó el sumo pontífice.
En un tiempo marcado por la incertidumbre, la ciencia conserva la capacidad de sostener la esperanza colectiva, ofrecer respuestas transformadoras e imaginar futuros más justos y sostenibles. En esta perspectiva, las universidades están llamadas a convertirse en verdaderos laboratorios de esperanza: espacios donde la investigación se conecte con la realidad, la innovación responda a las necesidades de la sociedad y el conocimiento se construya en diálogo con otros saberes.
Que sea esa esperanza la que nos inspire a responder al llamado del papa Francisco, mediante una ciencia que escuche, que esté abierta al encuentro y que sirva al bien común. En un país como el nuestro, atravesado por grandes desafíos, esta invitación exige la articulación decidida de universidades, comunidades y de los sectores público y privado, para que el conocimiento y la evidencia contribuyan, con oportunidad y pertinencia, a la construcción https://bit.ly/3ZyLtzRde una sociedad más justa, sostenible y fraterna.
