Es inconcebible pensar en una sociedad sin ciencia en pleno siglo XXI. Y, lastimosamente, tuvimos que vivir una pandemia de las dimensiones del SARS-CoV-2 para encontrarle sentido concreto a esta afirmación. El afán por comprender de dónde surgió el nuevo coronavirus, cómo tratar la COVID-19 y hallar la vacuna nos tiene en una maratón científica alrededor del mundo para enfrentar este periodo histórico que deja varias lecciones, incluso para la ciencia.
La vivencia de una pandemia nos ha recordado enfáticamente el papel esencial que tiene el nuevo conocimiento en la toma de decisiones de manera asertiva, tanto en las cotidianidades individuales como en las apuestas de nuestros dirigentes. Los gobernantes, en todo el planeta, están poniendo a diario en la balanza las apuestas por garantizar la salud pública y menguar los impactos negativos en otros escenarios, como el político, social o económico, sin que ello implique poner en riesgo las vidas de los ciudadanos.
Ahora más que nunca el conocimiento obtiene un valor incalculable en nuestra sociedad. Es indispensable contar con datos observados, sustentados, contrastados y validados (el método científico en su esencia) para orientar las acciones y dejar de lado la suposición como recurso decisorio, tal como ocurre actualmente en algunos países con desenlaces mortales. La ciencia y la política pública deben conformar una llave para impactar no solo el presente, sino para dirigir el futuro.
Por ejemplo, se hace necesario reaccionar no solamente frente a la COVID-19, sino buscar alternativas de prevención de las pandemias, porque seguro vendrán otras más. Debemos asumir una mirada más integradora de los orígenes de este deterioro de la salud pública mundial. Lo anterior implica atender los escenarios de salubridad, pero también los de relacionamiento con el medio ambiente, como resalta el reporte “Escaping the ‘Era of Pandemics’”, de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES, por su sigla en inglés): “El riesgo de pandemias puede disminuir significativamente si se reducen las actividades humanas que impulsan la pérdida de biodiversidad, mediante una mayor conservación de las áreas protegidas y medidas que reduzcan la explotación insostenible de las regiones de alta biodiversidad”.
Además de apostarle a la prevención, hay otras lecciones que plantea la pandemia a las instituciones que promueven la generación de nuevo conocimiento y a los investigadores mismos. Sin duda, esta coyuntura exigió flexibilización en los tiempos de respuesta de la investigación. Sin embargo, estos no deben comprometer procesos de verificación y validación de los hallazgos: podemos exponer la salud y la vida de muchas personas. Por ello, fue fundamental la pronta reacción del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias) para financiar soluciones relacionadas con la COVID-19, así como el estímulo para trabajar en red. Así tomara unos meses más de los deseados, poco a poco las universidades y centros de investigación han adelantado estudios para comprender la enfermedad en nuestro país y han desarrollado tecnologías para enfrentarla, como CovidCheck, que presentamos en esta revista.
Es evidente, pues, en esta época, la importancia del conocimiento científico. En la medida en que conozcamos a profundidad los ecosistemas y los comportamientos de las especies, podremos enriquecer la toma de decisiones para la protección de nuestro planeta y el bienestar de la sociedad. En estos escenarios, la ciencia pura es fundamental para proyectar soluciones a largo plazo, lo que no fue posible con la COVID-19 por la escasez de tiempo. Así, la investigación básica es imprescindible y hoy la pandemia nos vuelve alertar sobre ello.
Investigaciones de 1990 sobre los coronavirus en los murciélagos concluyeron que estas especies no mueren necesariamente por tener alguno de los SARS y que si conociéramos bien la genética de estos virus podríamos reaccionar de una mejor forma a ellos. El conocimiento profundo de la física cuántica nos ha permitido aplicar sus hallazgos al perfeccionamiento de los teléfonos celulares, por solo presentar un caso de su uso. Ambos tipos de investigaciones eran considerados ‘esotéricos’, alejados de la realidad social y sin implicaciones prácticas. Hoy en día son fundamentales para comprender la COVID-19 y para los avances tecnológicos de uso diario.
La realidad actual nos invita a no bajar la guardia en la promoción, estímulo y financiación de la generación de nuevo conocimiento en todas las áreas. Debemos creer e impulsar esa investigación pura, y también la aplicada, para generar innovaciones y emprendimientos que planteen soluciones para beneficiar no solamente los escenarios de discusión académica, sino los de desarrollo social, tecnológico y ambiental en el país.
Todo momento histórico deja sus enseñanzas. Espero que el que vivimos ahora nos transforme positivamente en cuanto sociedad y nos deje algunos cambios para conservar nuestro entorno, cuidarnos como especie y preservar el planeta. De la ‘gripe española’ se aprendió, por ejemplo, desde la arquitectura, a aumentar el tamaño de las ventanas para ventilar mejor los espacios. ¿Qué lecciones tomaremos de la actual pandemia? ¿Seguiremos siendo los mismos?
* Vicerrector de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana.