Al mismo tiempo y sin saberlo, dos jóvenes investigadoras, una bióloga, de Bogotá, y una ingeniera electrónica, de Cali, trabajan con las ciencias ómicas para aportar conocimiento en dos áreas: la medicina y la agricultura. Estas ciencias permiten estudiar moléculas encargadas de gestionar el funcionamiento de organismos vivos, en escala de genes, proteínas y metabolitos, para mejorar, por ejemplo, el entendimiento de algunas enfermedades y los factores que influyen en el crecimiento de las plantas.
Tábata Barbosa e Isabella López se dedican a trazar nuevos caminos científicos. Barbosa investiga enfermedades neuronales, como el alzhéimer, y genéticas, como el cáncer, y López trabaja con el diseño de dispositivos a nanoescala que son útiles para el estudio de los factores asociados al estrés en los cultivos por el cambio climático, como altas y bajas temperaturas.
Y de niñas… ¿qué querían ser cuando fueran grandes?
La respuesta fue rápida y sin pensarlo dos veces: científicas. Barbosa creció en medio de enciclopedias infantiles con ilustraciones y experimentos que aún recuerda con mucho cariño; López, entre libros como Yo Robot de Isaac Asimov, películas como Harry Potter y caricaturas de Marvel y DC Comics.
Una es amante del reino animal, las plantas, la medicina y la naturaleza, en una familia de administradores y abogados, y la otra es una apasionada por la ciencia ficción y la nanotecnología, en una familia de ingenieros. Aunque se desempeñan en áreas del conocimiento distintas, tienen gustos en común, como el escritor y divulgador científico Michio Kaku, el alemán como tercera lengua y el amor por la ciencia.

Y ya de grandes…
En la Universidad, un destacado recorrido académico cobró protagonismo en la vida de ambas jóvenes investigadoras. López hizo parte del cuadro de honor por su excelencia académica durante sus dos primeros semestres y organizó varios cursos para el manejo de aplicaciones de ingeniería orientados a sus compañeros de pregrado. En séptimo semestre recibió la Beca Jóvenes Ingenieros, que ofrecían la Javeriana Cali, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD, por su sigla en alemán), para realizar un viaje de un año a Alemania. Allí cursó estudios en nanotecnología y realizó sus prácticas monito – reando obleas ―placas o láminas de material semiconductor que permiten desarrollar circuitos integrados― en Texas Instruments, una compañía líder en nanotecnología.
Cuando regresó a Colombia, López se contactó con el profesor Andrés Jaramillo Botero para construir lo que sería su proyecto de grado, al que le dedicó tres años de investigación. Su objetivo era crear un nanosensor para la detección de amilosa ―un polisacárido presente en el almidón― por medio de simulaciones computacionales. El almidón es un compuesto (metabolito) que permite monitorear el metabolismo de una planta y su proceso de crecimiento, pues está encargado de almacenar las reservas energéticas.
“Si una planta está bajo estrés, por el cambio climático, es posible reconocerlo antes que presente cambios físicos con la medición de metabolitos como el almidón, gracias a la nanotecnología. Hacemos pruebas por medio de química y electrónica computacional. Una vez comprobamos que funciona, podríamos ir a la fija con la fabricación de un sensor. Esto es importante porque permite detectar variaciones en tiempo real y tomar decisiones tempranas y rápidas para hacer los cultivos resistentes a esos factores. Además, podemos reducir costos porque evitamos la prueba y error experimentalmente”, explica la ingeniera.

Barbosa, por su parte, ingresó en sexto semestre al semillero de Bioquímica Computacional y Experimental. En su tesis de pregrado buscó moléculas presentes en la placenta que podrían regular y detectar de manera temprana el cáncer. Según ella, la reproducción de células tiene en ambos procesos desarrollos similares. La diferencia es que dentro de un embrión existe una regulación milimétrica, y esas moléculas podrían ser beneficiosas para tratar la enfermedad.
Con el tiempo decidió trabajar en el área de biología computacional, que consiste en el uso de algoritmos, bases de datos, ordenadores y estadísticas para analizar grandes cantidades de información biológica.
Dice que puede pasar días completos escribiendo, modificando y observando códigos. Esto lo hace en el laboratorio del semillero o en su casa, lo único que necesita es un computador y poder conectarse a los servidores que le permiten controlar grandes flujos de información. El lenguaje de programación que utiliza se llama R, y cuenta con cuatro paneles negros en donde digita y modifica códigos.
El proyecto que realizó como joven investigadora e innovadora del Minciencias involucró dos partes y a otros científicos. Su objetivo era evaluar células neuronales ‘enfermas’ por palmitato ―un ácido graso saturado presente en el cuerpo―, para después observar los cambios que la tibolona ―un medicamento para la menopausia― producía en esas células y si ocurría o no un proceso de neurodegeneración. Los datos los tomaron del laboratorio de Bioquímica Experimental de la Facultad de Ciencias de la Javeriana, con el apoyo del Hospital Universitario San Ignacio, y después observaron qué parte del metabolismo cambiaba en los perfiles de los pacientes. Encontraron que podría ayudar en la generación de nuevos vasos sanguíneos.
“La información que se produce a partir de los códigos ahorra dinero y tiempo, porque les dice a las personas ‘dónde poner el ojo’ y evita realizar experimentos que la biología computacional puede predecir que no funcionan”, explica Barbosa.
A través de la investigación en ciencias ómicas, estas jóvenes investigadoras aportan soluciones a problemas de insuficiencia alimentaria por el cambio climático y enfermedades como el cáncer y el alzhéimer, a través de diagnósticos tempranos y con información valiosa para los laboratorios.