En medio de la pandemia por un virus, los microorganismos han tenido una gran popularidad. ¿Qué son y cómo se estudian? Estas son algunas de las preguntas que muchos expertos reciben. En medio de su repentina fama, han sido principalmente los microbiólogos quienes las han contestado. Pero la joven investigadora Francy Carolina Casallas aún se pregunta: “¿Qué es la microbiología? Y ¿Qué hace una microbióloga?”.
Se trata del área de las ciencias biológicas que permite entender muchos procesos de la vida. Gracias a un microbiólogo, es posible consumir yogurt, tomar una copa de vino o degustar una cerveza. Pero, como tiene infinidad de aplicaciones, la microbiología ofrece además la posibilidad de descontaminar aguas residuales. Para Casallas, esta profesión “te hace sentir alguien indispensable en la sociedad. Es chistoso, porque ser un microbiólogo es como ser un microorganismo: es invisible ante los otros, pero es indispensable. Nadie lo ve, nadie sabe que está ahí o nadie sabe lo que hace un microbiólogo, pero todo lo que hace es motor de muchas cosas que suceden en nuestra sociedad”.
Desde 2010, cuando entró a la Pontificia Universidad Javeriana a estudiar, tenía la misma pregunta, pero también todo el interés por estar dentro de algún laboratorio. “No solo se necesita esa curiosidad de investigar y querer estar en un laboratorio: se necesita mucha disciplina, reestructurar tu pensamiento de tal forma que te conviertes en una persona más metódica, detallista, meticulosa”, explica.
Por aquello de la disciplina, quizás, su paso por la Universidad le permitió alternar actividades entre los laboratorios y los salones donde practicaba artes escénicas. Perteneció a los grupos de danza contemporánea y de teatro, porque el arte también ha sido otro pilar importante en su vida.
Siendo estudiante contactó a un grupo de investigación de microbiología agrícola y ambiental de la Universidad de São Paulo (USP), en Brasil. Como ganó una beca ofrecida por el programa de Movilidad Estudiantil de la Pontificia Universidad Javeriana para cursar su último semestre fuera del país, en Brasil encontró una oportunidad de aprendizaje, no solo científico, sino artístico y personal. En la USP estudió bacterias promotoras del crecimiento de plantas, aprendió portugués y a bailar capoeira.
Su interés se centró en la microbiología ambiental, la rama que estudia los microorganismos y su relación con el medio ambiente, especialmente por los procesos de biorremediación. Su tesis de pregrado consistió en evaluar procesos de biodegradación del pesticida toxafeno a partir de sedimentos del río Bogotá, biosólidos y suelo contaminado, y detectar algunos microorganismos con potencial para descontaminar ambientes impactados con este compuesto. Entre 1950 y 1993, dice, se emplearon más de un millón de toneladas de toxafeno para controlar las plagas de diferentes cultivos de cereales, entre otros. En 2001, cuando fue clasificado como un contaminante orgánico persistente (COP), se restringió su uso. En la antigua bodega de Cenalgodón, ubicada en el departamento de Cesar, se tomó la decisión de enterrar el pesticida, porque aún no se tenían las herramientas para deshacerse de él, y unos años después se comprobó que contaminó los suelos. Para plantear los tratamientos de biodegradación del pesticida, Casallas utilizó un muestreo de microorganismos del río Bogotá, por su potencial metabólico para degradar este tipo de sustancias tóxicas.
Luego de su grado universitario, y gracias a su participación en el laboratorio de la Unidad de Saneamiento y Biotecnología Ambiental (USBA), se presentó como joven investigadora en un proyecto sobre biorremediación de ambientes contaminados con residuos provenientes del petróleo. Su propuesta estuvo enmarcada en la descontaminación de suelos producida por la extracción y refinación del combustible.
Después de un año, se postuló nuevamente a la convocatoria Jóvenes Investigadores e Innovadores por la Paz 2018, dirigido a proyectos que aportaran a la solución de problemáticas relacionadas con el posconflicto. Quedó seleccionada por una propuesta de biorremediación de suelos contaminados, específicamente por tetranitrato de pentaeritritol (PETN), una sustancia altamente explosiva. Para Casallas, “en lugares que han sido minados, a pesar de que haya la desactivación de artefactos explosivos, las partículas resultantes de la detonación pueden disolverse a lo largo del tiempo, dando lugar a una liberación lenta y constante de compuestos explosivos a las aguas subterráneas, superficiales, los ambientes marinos o el suelo subsuperficial durante un tiempo prolongado. Esta contaminación representa una amenaza para el ecosistema y la salud pública, dada su toxicidad y persistencia en el ambiente”. Por eso “estos procesos no son desactivar una mina y ya”, explica. “Si entendemos a los microorganismos podemos entender cómo hacerlos funcionales para nuestro beneficio”, finaliza.