El punk nació en Reino Unido a mediados de los años setenta para gritar todo lo que estaba mal en la sociedad. Desde entonces, no ha dejado de hacerlo a lo largo de cinco décadas. Este género empírico, sencillo, pero cargado de crítica social, fue el tema central del nuevo capítulo de Desde Ático, el video podcast del Centro Ático de la Pontificia Universidad Javeriana. Esta vez, Roberto Cuervo, profesor del departamento de Diseño, conversó con Minerva Campion, profesora del departamento de Ciencia Política.
Ambos se vincularon al punk de maneras distintas. Cuervo, por un lado, en los años ochenta, empezó a tocar el bajo en bandas de punk en garajes. Campion es politóloga y ha investigado las relaciones de poder que se entretejen en las escenas musicales. Ambos comparten la convicción de que el punk merece un lugar en la investigación académica.
El profesor Cuervo le preguntó a la profesora Campion “¿se puede ‘punquizar’ la universidad?”. La profesora respondió que no es algo sencillo, especialmente en una institución privada que, además, tiene vínculos religiosos. Sin embargo, aclara que una cosa es transformar la universidad en algo punk y otra muy distinta es estudiar el fenómeno desde sus espacios. “Sí se pueden hacer investigaciones sobre punk”, dijo.
El estigma de la calle
El punk carga con un peso que lo persigue desde sus orígenes. Roberto desde su propia experiencia, reconoció el estigma que existe hacia este género por ser percibido como callejero, agresivo o violento. Campion, mediante sus investigaciones, ha encontrado que efectivamente es un género musical subalternizado y mal visto. Frente a esto, la investigadora se ha enfrentado a una sobre-estigmatización, pues quienes hacen parte del circuito punk de la ciudad, tienen bastantes resistencias frente a la academia.
Por ejemplo, cuando ella organizó el primer encuentro de la Red de Estudios Punk en la universidad Javeriana en 2018, recibió críticas desde ambos lados del espectro. “La desconfianza es mutua: algunos académicos desdeñan el tema, algunos punks rechazan la academia”, relató durante la conversación.
Sin embargo, esto no quiere decir que la investigación sea ajena a este estilo musical. Ya existen plataformas como Punk Academics que realizan estudios académicos y que se han convertido en referentes. También muchos estudiantes hacen tesis de pregrado sobre el tema. “Aun con eso, la investigación en torno al punk por parte de investigadores e investigadoras establecidas ha sido bastante escasa en América Latina a comparación de otros lugares como Estados Unidos o el Reino Unido”, afirmó.
Las muchas caras del punk
Definir el punk resulta una tarea esquiva, casi que contradictoria, pues es un movimiento que le rehúye a las categorías hegemónicas. Dentro del mismo movimiento hay diferentes posturas que generan tensiones internas. “Para algunos el punk es anarquista, de izquierdas, antihomófobo, feminista, pero también hay otros que consideran que es beber en las calles y no preocuparse por nada”, aclaró Campion.
“Así, entonces, hay posturas del ‘no futuro’, y otras que quiere construir un mundo mejor y se involucra también en temas políticos sociales y comunitarios. Ambas coexisten, se rozan, a veces chocan”, agregó. De allí que resulte tan difícil intentar dar una definición o caracterización a este movimiento.
Violencia y territorio en Colombia
En Colombia, el punk adquirió tonos particulares. Se gestó en entornos marcados por la violencia, el conflicto armado y el narcotráfico. Una muestra de ello es la película Rodrigo D: No futuro, un largometraje de Víctor Gaviria en el que un grupo de jóvenes se debate entre dedicarse al crimen o montar una banda punk. “La película generó un debate que persiste: algunos critican que asocia el punk con los sicarios, otros argumentan que fue lo que los salvó de acabar en una vida así”, dijo el profesor Cuervo.
Justamente esa relación con el urbanismo y la ciudad está entre los temas de interés de Cuervo. Por ello preguntó a la profesora Campion por cómo se comporta este género en Bogotá. “El punk transformó la geografía musical de Bogotá. Antes, el rock estaba muy concentrado en la localidad de Chapinero. Pero el punk ayudó a que llegara a otras partes de la ciudad como Suba, Engativá o localidades del sur”, explicó la docente.
Por eso mismo, Campion propone abandonar el término “escena” porque genera una ilusión de homogeneidad en todos sus integrantes. En su lugar, habla de un “circuito” que implica movilidad y en donde participan personas diversas. “Este circuito tiene una territorialidad nómada que no obedece a divisiones administrativas, sino que conecta las localidades céntricas con las periferias”, dijo.
Es el caso de Punk al parque, una iniciativa que lleva conciertos de bandas locales por diferentes escenarios improvisados por toda la ciudad. Este festival nace en protesta con iniciativas institucionales en las que consideran que no han sido tenidas en cuenta. Busca también llegar a lugares como plazoletas, calles o parques que son considerados como espacios perdidos de la ciudad para democratizar su uso y cambiar ese estigma mediante la música.

El hazlo tú mismo y las nuevas estéticas del punk
Para Cuervo, el corazón del punk está en la filosofía del hazlo tú mismo, una apuesta del punk desde sus inicios, en el que la autogestión es la que permite la libertad del movimiento. Un ícono de esta apuesta es el gancho nodriza. Un pequeño gancho que se creó para ajustar los pañales de tela, pero que el punk convirtió en una apuesta estética y conceptual.
“No solo es un objeto de diseño perfecto, porque no ha cambiado en más de un siglo, sino que permite que cada quien fabrique su ropa con retazos de telas. Es un acto de rebeldía que hace que el diseño sea democrático, accesible, radical en su simplicidad”, afirmó.
En ese mismo sentido, Campion explicó que la estética punk está siendo repensada, especialmente por las mujeres. En diferentes espacios las participantes argumentan que el punk se puede repensar y no tiene que limitarse a la ropa negra, los ganchos, los taches y la cresta. “Uno de los discos de la banda Valdavia tiene unos gatitos de colores morado y rosado. Además, su título es Quiero que esto sea hermoso“, argumenta para dar cuenta de los cambios del punk contemporáneo.
Pero las transformaciones no se quedan en lo estético. La investigadora, de origen vasco, contó que, en una de sus investigaciones en Bilbao, capital del País Vasco, las mujeres que gestionan el lugar decidieron que ya no permitían que se hicieran pogos en el espacio. “Lo hacen para que personas con movilidad reducida, niños y mujeres pudieran disfrutar de la parte de delante del escenario. Es el movimiento Riot Girl llevado a sus consecuencias lógicas: las chicas al frente”, contó.
Señaló que estas iniciativas surgen en respuesta a la división del trabajo en la escena donde la mayor parte de los que están en el escenario son hombres y las que están en las ferias, por ejemplo, suelen ser chicas. Los roles de género se replican incluso en espacios que se proclaman alternativos. Esto, para la investigadora, demuestra que el punk no es estático y no se queda con lo que fue décadas atrás. Por el contrario, es un movimiento que se repiensa desde lo político, lo musical y lo estético.
La magia perdida del casete
Al cerrar la conversación, Cuervo recordó cómo en los años ochenta, cuando la música circulaba de casete en casete. “Había una banda peruana llamada Narcosis. Nosotros hicimos un cover de su canción Sucio Policía y casi me meten a la cárcel”, relató entre risas. Su reflexión fue que el casete significó una democratización de la música y también de la contracultura.
La profesora Campion contrastó esa época con la presente, dominada por las tecnologías digitales. “Las plataformas digitales de música han facilitado el acceso, pero también han hecho que se pierda un poco la magia. Las listas de reproducción mezclan canciones sueltas en lugar de álbumes completos, produciendo lo que algunos académicos europeos llaman una ‘decadencia del gusto popular’ de los jóvenes”, afirmó.
El diálogo finalizó con la reflexión que el punk persiste en una tensión permanente: entre la calle y la academia, entre la violencia y la construcción comunitaria, entre la estética tradicional y las nuevas propuestas feministas, entre el cassette y el streaming. “El punk no ha muerto”, como dice el viejo grafiti. Pero definitivamente ya no es (si alguna vez lo fue) una sola cosa.
Vea aquí el capítulo completo de Desde Ático.

 
		
 
									 
					 

 


