¿Quién define qué es el arte? Desde hace unas décadas, teóricos de diversas áreas han problematizado la concepción del arte como expresión y también como industria. Una de las primeras discusiones es por qué una obra, por sencilla que parezca, es considerada arte, expuesta en un museo y avaluada en miles de dólares, mientras que otras obras se les considera artesanías, con un precio marcadamente inferior.
Minerva Campion, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Javeriana, quiso aportar a este debate, pero aplicado a la música; desde hace algunos años viene investigando un género no muy conocido ni con buena fama (en determinados sectores): el punk.
Aun después de tanto trabajar, no puede definirlo. Y tal vez el punk se trata de eso, de no ser algo concreto, de no tener un molde, de no estar limitado, pero eso sí, desde siempre, de ser anti- sistema e ir a contracorriente.
Algunos dicen que el punk nace en Perú con Los Saicos, en la década de los sesenta. Aunque la mayoría diría que sus inicios concretos se dan en el Reino Unido y Estados Unidos, a mediados de los setenta. “Fue un movimiento cultural que surgió con los jóvenes de clases populares de ciudades industrializadas. En ese tiempo era mucho más marginal y muy mal visto”, explica Campion, investigadora principal de este proyecto y líder del semillero Punk.
Para esa década, la filosofía de vida era “hágalo usted mismo”, y en el caso de este género, se aplicaba a muchos elementos, desde la confección de la ropa, el pelo con crestas o pintado de colores, hasta la misma producción musical. Todo se hacía con autogestión. Como sus intérpretes nunca estuvieron interesados en lo comercial, no hacía falta saber teoría musical, ni siquiera ser hábil tocando un instrumento.
Lo importante en el punk es la letra, el contenido de crítica social, de contrapoder, de descontento. A diferencia de otros ritmos de esta época que creían que todo era ‘paz y amor’, el punk quería evidenciar lo que estaba mal en una sociedad desigual y violenta.
Música punk para narrar la opresión
“Una visión eurocéntrica nos ha enseñado lo que es el arte desde un cierto tipo de belleza. Pareciera que lo que se estudia en un conservatorio es bello, pero otras expresiones, como el punk, el reguetón o el rap, de origen más popular, aparte de que no son bellas, se les considera pobres desde su construcción musical”, sostiene la investigadora.
Por ello su interés es decolonizar y entender estos géneros musicales desde su contexto y no desde la mirada tradicional. “Una visión decolonial nos permite entender cómo estos sujetos, que están ubicados como el ‘no arte’, asumen posiciones políticas sobre su entorno y, a partir de eso, generan ciertos cambios con las letras que están escribiendo”, añade Campion.
Este proyecto de investigación-creación, en el que también participó Mateo Ortiz, del Observatorio Javeriano de Juventud, buscó profundizar en la forma como las bandas bogotanas narran las opresiones de raza, género y clase por medio del punk. Con una encuesta los investigadores evidenciaron que, de los 290 integrantes de 53 bandas, solo 2 se autorreconocían como pertenecientes a grupos étnicos.
En género y sexualidades no hegemónicas la brecha también es muy grande: el 33 % de las bandas no tenía ninguna mujer y el 83 % de los integrantes se declaraba he- terosexual. Es decir, que el punk bogotano es una escena mayoritariamente masculina y heterosexual. El grueso de los integrantes de estas agrupaciones es de estratos 2 y 3.
Con esta información, seleccionaron a tres bandas para participar en la creación del álbum Punk y decolonialidad: música para narrar opresiones. Realizaron talleres de creación musical con el apoyo del profesor Santiago Botero, del Departamento de Música de la Javeriana. También participaron en talleres de decolonialidad para profundizar en las opresiones que vivían en términos de género, raza y clase.
“Las bandas de hombres enfatizaron en problemáticas de clase y violencia policial, mientras que las conformadas por mujeres tenían un discurso de feminismo y contra la violencia de género”, relata Campion. El resultado de esta investigación fue un disco grabado en los estudios del Centro Ático de la Javeriana y un ‘toque’ , todo con el apoyo del profesor e ingeniero de sonido Juan David García.
“Hoy en día el punk no es un género tan popular como lo fue décadas atrás”, concluye la investigadora principal. Se ha convertido en una escena más de clase media, que se ubica principalmente en Chapinero y Teusaquillo, aunque hay otras zonas de Bogotá donde también se organizan conciertos en ferias.
En lo musical también se encuentran sorpresas. Es el caso de la inclusión de instrumentos locales, como las maracas, la zampoña, la gaita hembra y hasta un xilófono, lo cual demostró que no solamente se puede decolonizar el discurso, sino que la misma conformación tradicional de bajo, guitarra y batería se está adaptando al contexto colombiano.
Para la investigadora, la baja participación de mujeres sigue evidenciando una sociedad patriarcal en la que persisten muchos prejuicios y presiones familiares y culturales que impiden o dificultan su participación en estas bandas.
Campion, nacida en el País Vasco, lugar fundamental para el desarrollo del punk en español, es enfática en señalar que la escena bogotana tiene una amplia oferta de bandas, de festivales y conciertos: a pesar de ser un género que se mantiene en lo subterráneo, como lo dice el mítico grafiti, el punk no ha muerto.