Esta nota titulada Cruzar el desarraigo: cómo comprender la migración forzada, fue publicada originalmente en la edición 58 de Pesquisa Javeriana.
¿Cómo hacer que la migración forzada no sea tan solo un lugar noticioso? ¿Acaso la academia debe generar impactos positivos en la vida del migrante, además de producir conocimiento, y con ello, tal vez, empatía con el que sufre?
Las fronteras
Los territorios de frontera entre países no son espacios divisibles, no son líneas limítrofes; son el centro: el centro de una política de Estado y de unas maneras de tratar al otro: la alteridad.

Por lo menos así lo entienden los profesores Wooldy Edson Louidor y Andrés Cubillos, quienes lideran, desde sus distintas áreas de estudio, investigaciones sobre migración y población migrante venezolana y haitiana. Los dos han planteado una representación contrahegemónica de la frontera, pensándola como un lugar de inclusión, relación, cooperación y ‘salvavidas’, donde se deben eliminar los estados de excepción y garantizar los derechos humanos de todos ―sin importar la nacionalidad o cualquier otra categoría―
“Nosotros no hacemos investigación solos: quien es experto en migración es el migrante”, Andrés Cubillos
Norte de Santander (Venezuela-Colombia)
Colombia y Venezuela comparten 2210 kilómetros de frontera. En esa línea irregular hay cerca de 250 trochas que atraviesan un país y otro. Durante cientos de años estos territorios han compartido espacios de intercambio, donde se han franqueado los límites impuestos por cada nación. Un ejemplo son el Vichada y el Guainía, y el nomadismo de los pueblos indígenas que han cruzado la frontera entre los dos países, entre ríos. Otro ejemplo es Cúcuta y su paso hacia Ureña, en el estado de Táchira. Allí, durante décadas, se han construido relaciones comerciales, familiares y culturales. Tanto unos como otros cruzan e intercambian y vuelven… o no.

La frontera de Cúcuta con Táchira es la frontera más viva de América”, señala Louidor, del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana: “Este ha sido un lugar histórico de encuentro y mezclas de familias”. Por esa razón, durante años, Venezuela ha recibido a miles de migrantes colombianos que huyen de la violencia del país y por esa razón, también, pero en los años recientes, Colombia ha recibido a miles de migrantes venezolanos que huyen de la situación de su país. En ese sentido, hablar de migración entre los dos países es hablar de un fenómeno de larga duración ―la frontera como lugar de cobijo y escape―.
Necoclí (Panamá-Colombia)
En los últimos años, Necoclí, Turbo y Acandí han concentrado el paso migratorio desde Colombia hacia Panamá. Los migrantes atraviesan el Tapón del Darién, una zona selvática de 575.000 hectáreas que une a los dos países. El bloque selvático de esta frontera ha mantenido, en términos de flujo migratorio masivo, las distancias entre un país y otro. Lo anterior genera, uno, un acceso más limitado ―y peligroso― para los migrantes que quieren cruzar y, dos, unos estados de excepción, como dice el filósofo italiano Giorgio Agamben, en los que el Estado no actúa o actúa a medias, o en los que deja operar a otros actores.
“La investigación ha identificado que es necesario que el Estado contemple esta migración forzada como un fenómeno social, sobre todo humano”, Wooldy Edson Louidor
Entre 2010 y 2016 cruzaron el Tapón del Darién ―o intentaron cruzar― cerca de 95.000 haitianos, cubanos y africanos, y solo en los diez primeros meses de 2021 esa cifra se igualó, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Estas personas no tienen, en su mayoría, alguna relación con Colombia o Panamá, ni siquiera con su lengua, para el caso de haitianos y africanos. Llegaron hasta el norte de Colombia para prepararse a un camino de selva que dura de seis a diez días. La intención es seguir caminando hasta llegar a Estados Unidos.
¿Cómo comprender estos fenómenos migratorios para, así, enfrentarlos de una manera eficaz, salvaguardando siempre los derechos de los migrantes?

Escuchar
Entre 2016 y 2021 un grupo de investigación del Instituto de Salud Pública de la Pontificia Universidad Javeriana, liderado por el profesor Andrés Cubillos, doctor en Estudios Internacionales e Interculturales, indagó sobre la salud mental de los migrantes venezolanos en la frontera de Cúcuta. Los investigadores reunieron información sobre las expectativas y experiencias relacionadas con el viaje, sobre las relaciones sociales y familiares, sus reacciones emocionales, físicas y cognitivas, y sobre el impacto de la pandemia. Lo hicieron escuchando a más de 400 personas, incluyendo migrantes venezolanos, servidores públicos y expertos sobre migración.
“Nosotros no hacemos investigación solos: quien es experto en migración es el migrante”, dice Cubillos. Así, pues, se generó una base para comprender cómo la migración forzada afecta la psyche de quienes la viven.

El equipo encontró que el 50,6 % de los migrantes venezolanos encuestados sufre depresión, ansiedad o consume sustancias psicoactivas desde que ocurrió el hecho forzado de su migración; el 54 % no ha accedido a ningún servicio de salud (mental o física); el 97 % dice no conocer ningún programa de salud que lo beneficie; y el 79 % afirma que no necesita de ningún servicio de salud mental.
“Relacionar la salud mental con la migración es algo que poco se ha hecho, y esto es un tema importante porque en la medida en que la salud mental esté bien la integración de los migrantes será mejor.
El aumento de la violencia intrafamiliar o de género entre las familias migrantes puede estar relacionado con la salud mental, por la presión, la ansiedad y el estrés que genera llegar a un nuevo lugar de manera forzada: por la falta de trabajo, de comida, por los caminos largos en carretera, en trochas, cruzando peligros y abusos e incertidumbres… Nosotros encontramos que las afectaciones a la salud mental de los migrantes venezolanos en la frontera de Cúcuta han sido un proceso determinado no solo por la llegada a un país ajeno, sino, también, por las mismas circunstancias que provocaron dejar el país propio”, afirma el investigador.
Y concluye: “La migración como hecho forzado tiene afectaciones en cada momento: en el origen, el tránsito y el arribo”.

La migración forzada es un continuum de violencia
Los migrantes haitianos y venezolanos que ahora están caminando por Colombia, junto con sus familias, lo están haciendo por una situación forzada (no programada): para protegerse de la violencia de cada uno de sus países. Por eso se mueven en conjunto. Por eso, en medio del desespero, deciden atravesar Colombia, otro país violento.
Entre agosto de 2017 y julio de 2018 varios investigadores, liderados por el especialista en migración Wooldy Louidor, hicieron un diagnóstico de la desprotección de los derechos humanos en la frontera colombo-venezolana por medio de la identificación y análisis de las dificultades existenciales que enfrentan los retornados colombianos, los migrantes venezolanos y sus hijos menores en riesgo de apatridia. El resultado final fue el libro Por una frontera garante de derechos humanos, desarrollado entre el Instituto Pensar y el Servicio Jesuita a Refugiados.
“Nuestra intención era evidenciar y comprender las causas profundas de la desprotección de los derechos de estos migrantes en la frontera del Norte de Santander”, dice Louidor.
“La migración como hecho forzado tiene afectaciones en cada momento: en el origen, el tránsito y el arribo”, Andrés Cubillos
La investigación demuestra cómo la pobreza en la frontera, la presencia institucional débil, la dependencia económica a actividades ilícitas (contrabando y cadena de narcotráfico) y el intercambio de divisas ―fenómenos que se desarrollaban antes de esta migración― se han sumado a nuevos elementos que han surgido o ahondado a raíz de la migración venezolana: desaparición forzada transfronteriza, violencia sexual y desarraigo.
“Esta nueva migración no provocó la desprotección en la frontera” ―porque esta, desde hace muchos años, ha estado desprotegida―. “Sin embargo, estas vulnerabilidades se han visto profundizadas con la llegada masiva de migrantes”, escriben los investigadores en su libro.

Los autores identificaron y caracterizaron cerca de 20 vacíos de protección, entre ellos: falta de categorización de los migrantes por parte de los gobiernos (si son refugiados, migrantes o asilados); falta de peso jurídico de los decretos; ausencia de reconocimiento oficial y diplomático de la crisis humanitaria; falta de articulación entre las autoridades locales y centrales; y falta de directrices para solucionar casos o problemas de documentación, cupos y homologación en educación. Y lo anterior se suma a “acciones que no son claramente identificables en la realidad cotidiana que se percibe y se representa en la frontera”: explotación laboral, reclutamiento forzado, separación familiar, lenguaje despectivo y hacinamiento.
“La investigación ha identificado que es necesario que el Estado contemple esta migración forzada como un fenómeno social, sobre todo humano. Un fenómeno que requiere de procesos de atención que supere condiciones de asistencia inicial y trascienda a la identificación e implementación de medios que definan procesos más amplios y garantistas en términos de protección, prevención, acogida, integración local y concreción de proyectos de vida”, concluyen los autores del libro.
Sentir el dolor
La migración es natural al ser humano. Sin embargo, hoy en día los procesos migratorios son más complejos. Hay migraciones por desastres medioambientales, por falta de acceso a servicios, por guerras entre clanes o grupos de ejércitos ―legales o ilegales―. Hay migraciones paulatinas (de país en país). Hay migraciones familiares, en grupo, entre muchos. Y hay Estados ―tanto ‘expulsores’ como receptores― que vulneran los derechos de estas personas a través de las murallas, los estados de excepción y los operativos de la frontera, que vigilan, controlan y castigan.
“Haití es un ejemplo de cómo se desprecia a un pueblo y a todos los migrantes forzados de ese país”, Wooldy Edson Louidor
El Tapón del Darién y la migración de la población haitiana son un ejemplo. Después del terremoto de 2010 y del asesinato del presidente Jovenel Moïse, el fenómeno de migración no ha parado.
Y ya son miles de haitianos los que, desde entonces, han llegado, principalmente, para partir hacia Brasil y Chile. Y son miles los que, desde ahora, han cruzado por el Tapón del Darién y toda Centroamérica para llegar a Estados Unidos: un recorrido lleno de violencias y barreras naturales, culturales y de gobierno.

“Haití es un ejemplo de cómo se desprecia a un pueblo y a todos los migrantes forzados de ese país”, dice el profesor Louidor, quien también ha estudiado la migración haitiana a lo largo de la historia: “Una de las características de la migración haitiana es su invisibilidad: durante diez años estas personas han estado cruzando el continente y no nos damos cuenta; solo lo hacemos cuando se quedan en algún país porque no pueden pasar… como sucede ahora en la frontera entre Colombia y Panamá. Es duro decirlo, pero creo que hay un problema de racismo institucional”.
Y es allí, en esa frontera, donde continúa el drama, donde hay condiciones de extrema vulnerabilidad: violencia sexual contra las mujeres, falta de acceso a servicios de salud y reproducción, una seguridad social manejada por grupos de narcotráfico. Hambre. Muerte.
“Los debates no deben centrarse en repetir o no repetir, sino en tratar de comprender qué está pasando… Y por supuesto esto se va a repetir, y es importante que se repita, pero es más importante aún entender las razones estructurales y, a partir de ahí, narrar los detalles: los testimonios, los contextos cotidianos, el silencio…”, dice Louidor. Y concluye: “Me parece que si uno tiene en cuenta el desarraigo como sensación fundante es menos probable que se llegue a una conclusión formal, institucional o mecánica. El desarraigo nos da una clave existencial, llena de dolores y esperanzas, e incomprensiones e inquietudes. Ahí y solo ahí, a lo mejor, logramos transmitir la violencia de la migración forzada”.
Las investigaciones lideradas por los profesores Cubillos y Louidor, a lo mejor, son un acercamiento a esa realidad estructural: vivida, sentida y narrada desde la experiencia de quien la vive.
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN:
La salud mental de la población migrante de venezolanos que llegan a Cúcuta, Colombia y a Central Florida, Estados Unidos de América: aportes para lineamientos de política pública
INVESTIGADORES:
Andrés Cubillos Novella, Angélica María Vargas Monroy, Tracy Wharton
Instituto de Salud Pública
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Salud y Ciencias
Universidad Central de Florida
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2016-2021
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN:
Por una frontera garante de derechos humanos: colombianos y venezolanos y niños en riesgo de apatridia en el Norte de Santander (2015-2018)
INVESTIGADORES: Wooldy Edson Louidor, Óscar Javier Calderón Barragán, Alejandra Castellanos Bretón, Silvia Carolina Leal Guerrero, Paola Julieth Sierra Abril Instituto de Estudios Sociales y Culturales (Pensar) Pontificia Universidad Javeriana Servicio Jesuita a Refugiados (Colombia)
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2017-2018