¿Cómo se define qué es vida? Nicola Zengiaro, filósofo de la Universidad de Turín y doctor en semiótica de la Universidad de Boloña lo ha estudiado desde un campo muy nuevo en la ciencia: la biosemiótica.
En el 16° Congreso Mundial de Semiótica, celebrado en septiembre de 2024, en Varsovia, Polonia conoció a Jorge Urueña, profesor de la Universidad Javeriana. Los conectó el vivo interés por el estudio de las cosmologías indígenas en relación con la semiótica y en particular, con la biosemiótica. Y, a inicios del 2025, Nicola visitó Colombia, el país natal de su pareja y se reencontró con el profesor Urueña.
Además de compartir tiempo con la familia, su viaje le permitió cimentar nuevos puentes que desde Europa acercaran la bio y la ecosemiótica a escenarios académicos, entre ellos, el semillero de investigación ‘Literacidades y Literatura’, de la Facultad de Educación de la Javeriana. Pesquisa Javeriana conversó con Zengiaro para conocer sobre su campo de estudio y sobre la metodología del taller denominado “Econarrativas: gramática del mundo natural” en el que participaron estudiantes y docentes del semillero dirigido por Jorge Urueña.
¿Qué es la biosemiótica?
Esta disciplina se ocupa fundamentalmente de investigar los procesos de significación en los sistemas vivos, desde la célula, como unidad mínima, hasta sistemas inmensos y complejos como, por ejemplo, la selva tropical. La biosemiótica ofrece ahora a las ciencias biológicas y semióticas una metodología realmente poderosa para comprender a los no humanos. Sin embargo, a mí me interesa su rama más amplia, la ecosemiótica, que es la interacción entre los organismos vivos y el contexto ecológico, integrando también entidades no vivas como las rocas, la evolución mineral y la vida sintética.
La biosemiótica es un campo de investigación fascinante que atraviesa varias diciplinas; yo formo parte de lo que he denominado ecosemiótica materialista, que se ocupa de mostrar cómo la materia tiene su propia expresión discursiva; es activa, no pasiva; no es inerte, ni inanimada. Originada en la década de 1960 gracias a Thomas Sebeok, la biosemiótica utiliza, por un lado, la teoría del Umwelt (el mundo subjetivo) del biólogo Jakob von Uexküll y, por otro, la del filósofo y matemático Charles Sanders Peirce.
El axioma de la biosemiótica es que «la vida y la semiosis son coextensivas» y mi campo de investigación se sitúa precisamente en el límite de lo que llamamos «vida». Aquí en Colombia estoy investigando las cosmologías indígenas y cómo estas desafían lo que solemos definir “vivo”; integrando su mirada ecológica y cultural, repensando el concepto de viviente a través de su relación con las piedras, montañas, ríos, etc.
Partiendo de la mirada biosemiótica, me interesa entender cómo la ciencia occidental tiende a hacer una clara distinción entre lo que es vivo y lo que no lo es, y sobre todo cómo se construye un discurso científico alrededor de esta separación. Esta distinción es fundamental para la biosemiótica, pero también para la bioética, la biología y la astrofísica. Cuando buscamos vida en otros planetas, ¿qué estamos buscando?
La definición más común es de la NASA, que en su página web distingue siete características universales de lo vivo. Sin embargo, hay un apartado que dice: “…por ejemplo, un fuego exhibe algunos de estos [siete] rasgos: consume energía (madera y oxígeno) y emite subproductos como CO₂ y calor, crece a medida que consume cada vez más combustible, y puede parecer que se reproduce al propagarse. Pero como no los exhibe todos, no consideramos que el fuego esté vivo…”. Entonces yo me pregunto, el fuego participa de lo que es la “vida”?
Justamente la deconstrucción de esta separación es lo que suelo traer a los talleres de Econarrativa, donde junto con los participantes propongo prácticas de distribución de eso que llamamos vida en los objetos inanimados.
¿En qué consiste la Econarrativa?
Es una metodología que he desarrollado a lo largo de muchos años. La idea de la semiótica cognitiva y de la psicología de Jerome Bruner es que nuestra forma de experimentar las cosas es poner cada experiencia en forma de narración. En este caso, las econarrativas intentan demostrar lo contrario. No es nuestra mente la que pone orden en el mundo caótico, sino que es el mundo natural el que se expresa a través de formas narrativas.
La Econarrativa se basa en la idea de que la propia naturaleza se expresa de modo narrativo, independientemente de la interpretación humana. No son solo los seres humanos quienes construyen historias sobre el mundo natural, sino que la propia naturaleza se desarrolla según tramas, secuencias y significados que pueden leerse de forma narrativa. La Econarrativa es, pues, una metodología para investigar la expresión de la naturaleza a través de la narrativa.
En Italia, en la Scuola Holden, una escuela para escritores, dicto un curso que se llama “Econarraciones: resonancia del espacio”. Está dirigido a la desarrollar la creatividad del discurso sobre elementos complejos, desde una roca, hasta, por ejemplo, el cambio climático.
Literatura, pedagogía, ecología, biología, geología… a varias profesiones les llamaría la atención la metodología del taller. Es como si a través de la ecosemiótica tejiera una red de disciplinas ¿lo ve así?
De hecho, es precisamente la idea de la web la que sustenta la metodología. Thomas Sebeok publicó una serie de libros sobre los primeros encuentros semióticos en el mundo y los llamó La Red Semiótica [The Semiotic Web]. La semiótica es una disciplina científicamente fructífera porque analiza del mismo modo el discurso científico, político, artístico, filosófico o literario, ya que todo hecho científico es una construcción narrativa.
Cuando nosotros tenemos un paper científico que cuenta que hemos descubierto una proteína o la resolución a un problema, ese descubrimiento pasa por una cadena infinita de procesos significantes. Por ejemplo, la política educativa de la institución donde está el investigador, el comité científico que aprueba o rechaza el estudio, la financiación de los instrumentos de investigación… Toda esa cadena de puntos va construyendo una narración acerca de un hecho que siempre puede ser cambiado o falsificado y que, según la semiótica, es una negociación del significado.
Eso significa que no hay un hecho último o definitivo sobre una cosa del mundo y que todo está basado en la discursivización del mundo. La Econarrativa pretende entonces demostrar que esta narratividad se extiende a las relaciones en el mundo no humano, donde los fenómenos se expresan siguiendo dinámicas complejas y estratificadas.
En la Universidad de Boloña, en Italia, usted hace parte de un proyecto sobre plásticos y herencia cultural ¿qué hacen allí?
Mientras terminaba el doctorado, junto con mi supervisor escribimos un proyecto que se llama “CULT-UP: Upcycling and Cultural Heritage” en el que investigamos cómo el plástico tiene un impacto en la cultura y en los ecosistemas. Pero no se trata del impacto que el plástico causa en sí, sino nuestro proceso de discursivización del material.
Allí yo me ocupo de la parte de la ecosemiótica, es decir, de cómo el material plástico modifica los sistemas perceptivos de los animales. En un par de artículos que publiqué tomé un caso de estudio sobre cómo los materiales microplásticos modifican nuestra percepción del sabor y la forma de reproducirse. Hoy encontramos microplásticos por todas partes, en la ropa, en los alimentos, en el aire. Esto no sólo nos cambia como organismos, sino que determina y condiciona nuestra evolución (o extinción), sobre todo cuando circula por la sangre, se encuentra en los fetos, pasa al cerebro.
La cuestión más científica y semiótica es que hoy en día el microplástico y el nanoplástico no es detectable por nuestra tecnología. Hablamos de que el mar está lleno de microplástico, pero no sabemos cuánto, no sabemos en qué cantidad. No tenemos los instrumentos para detectarlo, porque se va mezclando con la materia orgánica e inorgánica, las plantas, animales, el aire, está en todas partes.
Elizabeth Povinelli, una filósofa muy interesante, nos llama morphumans: ‘humanos que están biológicamente hibridados con el plástico’.
La sociedad y la naturaleza no pueden ser entendidas separadamente (…) la ecosemiótica engancha la mirada del organismo en el medio ambiente y en la sociedad.
Nicola Zengiaro
¿Y la ecosemiótica? ¿qué es?
Es una rama nueva, que nace en 1998 cuando Winfried Nöth, semiólogo y filósofo alemán, que ahora está en Brasil, y Kalevi Kull, profesor en la Universidad de Tartu, Estonia, colega y amigo, súper estrella de la biosemiótica, escriben dos artículos sobre la ecosemiótica.
El campo de la ecosemiótica integra la semiótica cultural y la biosemiótica, como afirma el colega Timo Maran, también de la escuela de Tartu, con quién me formé durante un visiting en Estonia. Al principio, la semiótica cultural estudiaba lo que pasa en la cultura humana, como el sistema de la moda, la publicidad y las interacciones sociales. La biosemiótica estudiaba la interacción entre el organismo y el ambiente, es decir los sistemas comunicativos animales en la naturaleza.
En los años 2000 ha habido un giro ontológico que nos ha llevado a repensar la sociedad y la naturaleza como partes de un sistema que no pueden ser entendidas separadamente. Entonces la ecosemiótica engancha la mirada del organismo en el medio ambiente y en la sociedad. Hoy, este entrelazamiento se refleja perfectamente en el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y las sociedades. Hay un hermoso artículo del semiólogo Martin Krampen de 2001 titulado «No plant no breath».
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De niño ¿tenía algún sueño o algo que lo inspirara?
¿Yo? [entre risas] No, la verdad es que siempre fui muy malo en la escuela. En el penúltimo año del bachillerato dejé la escuela. Me fui a trabajar a Barcelona, a ser camarero y después, gracias a eventos de la suerte, cuando tenía 17 o 18 años por varias cuestiones de la vida, muy azarosas, me inscribí a filosofía en Turín. Estudié con el filósofo Maurizio Ferraris y me fue súper bien. Digamos que el instituto fue estrecho para mí, pero luego me reinventé, haciendo del estudio mi trabajo.
Imagínate, un joven que nunca había estudiado filosofía, escuchando clase sobre Kant, sobre cómo nosotros entendemos el mundo y cómo lo interpretamos. O sea, me explotó la cabeza y empecé a leer de todo, porque, yo dije “¿cómo yo viví sin esto?” y entonces desde ahí empecé y no terminé. Y ahora trabajo con la biosemiótica en todo el mundo dando conferencias y organizando talleres, creando proyectos que relacionan el cambio climático con nuestra interpretación de los no humanos.
Más tarde que temprano, Nicola Zengiaro estará de vuelta en Colombia. Por ahora, se alista para asistir al siguiente Congreso Mundial de Semiótica que se celebrará en el año 2027 en las instalaciones del Instituto Departamental de Bellas Artes, en la ciudad de Cali, Valle del Cauca.