El campesinado colombiano enfrenta una grave crisis económica, social y política en la que están involucrados muchos factores: las violencias asociadas al conflicto armado y la implementación de medidas neolibreales a partir de los años 90.
Rastrear cómo ocurrió este proceso fue el objetivo de la antropóloga María Fernanda Sañudo Pazos y de la politóloga y joven investigadora Danna Carolina Aguilar Gómez, del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana. Por más de tres años, el equipo de trabajo visitó dos municipios: Yacuanquer (Nariño), cerca del volcán Galeras, y en cuyos suelos se solía sembrar trigo, y Trujillo (Valle del Cauca), de tradición cafetera.
Al inicio del trabajo de campo el principal reto fue construir lazos de confianza con los pobladores. Luego de compartir tiempo y diálogos, empezaron a surgir las historias propias, las de los vecinos y las de los antepasados. Historias de despojo y de resistencias. Estas narraciones fueron el punto de partida para “evidenciar la integralidad de las violaciones de derechos humanos en contextos rurales”, explica Sañudo. “En el andar del proyecto empezamos a identificar las diferentes y complejas expresiones de los despojos en estas comunidades”.
El despojo ocurre cuando una persona es privada de sus medios de subsistencia ―por ejemplo, la tierra― para que otros los aprovechen en su beneficio económico. Y tanto en Yacuanquer como en Trujillo ocurrieron procesos de despojo, aunque de diferente índole.
Reconstruir es escuchar
Para descubrir lo que pasó en ambos municipios, tanto investigadoras como comunidades se involucraron en un diálogo de saberes que apuntó a comprender y visibilizar los efectos de la guerra y de las políticas neoliberales en la vida campesina. Así, emergieron las diferentes formas en que las comunidades han sido despojadas de sus tierras, de su trabajo, de sus conocimientos, de sus formas de vida y de la capacidad para generar su propia subsistencia.
Justamente estas narraciones ―alrededor de 100― fueron el insumo para escribir una serie de relatos que también hacen parte de la investigación y que logran, en una mezcla de literatura y realidad, vivenciar cómo ocurrieron estos procesos.
“En los relatos se conjugan las violencias directas (vinculadas al conflicto armado) con las violencias simbólicas (las intervenciones estatales), revelándonos cómo estas han operado en la precarización de las condiciones de vida de las comunidades, en la privación parcial o total del acceso a los recursos del territorio y en la recomposición de sus prácticas y de sus saberes productivos”, comenta Sañudo. “Las voces también llaman la atención sobre cómo quienes tuvieron que abandonar su territorio perdieron las condiciones para subsistir”.
FRAGMENTOS DE RELATOS DE DESPOJOS Y RESISTENCIAS
Trujillo: Nos cayó la roya
“¡Ay mijo! Como aquí resolvían todo quitándole la tierra a más de uno. Aprenda una cosa: los bancos nunca pierden. Como muchos traíamos la finca de garantía, nos tocó entregarla. En el remate de los bancos aprovecharon Cartón de Colombia y los narcos. Compraron barato los unos y lavaron plata los otros. Se nos juntaron todos los males en Trujillo”.
Los despojos
Desde la segunda mitad del siglo pasado, afirman las investigadoras, el Estado desarrolló una infraestructura institucional que fortaleció la producción de cereales en el país: creó granjas experimentales en las que se desarrollaban semillas que luego eran transferidas a los campesinos.
“Al principio no era viable que los pequeños productores recibieran las semillas porque no tenían tierra. Pero en los años 60 se llevó a cabo un proceso de parcelación y los hacendados le vendieron tierras al Incora; después, estas fueron entregadas a los campesinos. Así, pudieron acceder a créditos, a la transferencia de tecnología, y se consolidó la producción triguera en Yacuanquer”, explica Sañudo.
Sin embargo, este panorama cambió cuando se implementaron las políticas neoliberales y la apertura económica: “Se modificó la banda cambiaria, se quitaron los aranceles, se empezaron a importar cereales y se acabaron las condiciones que protegían la pequeña producción. Para los campesinos se volvió costosísimo producir trigo y, como consecuencia, no tenían cómo competir con el que venía subsidiado desde países como Estados Unidos”, agrega.
En Yacuanquer, el despojo se vivió sin recurrir a la violencia. El empobrecimiento que vivieron los campesinos los condujo a perder sus tierras porque fueron rematadas a bajo costo por los bancos. Algunos las conservaron, pero como cultivar el trigo ya no era viable para subsistir, debieron emigrar a ciudades como Pasto para trabajar en la construcción, la vigilancia o el servicio doméstico. Quienes siguieron viviendo en Yacuanquer debieron cambiar su actividad económica.
Entre tanto, en Trujillo muchos de los campesinos pasaron a ser trabajadores de Smurfit Cartón de Colombia, empresa que, a su vez, había aprovechado el bajo costo de las tierras rematadas por los bancos para comprarlas, sostienen las investigadoras.
“Los campesinos se empezaron a proletarizar. En este caso, el despojo se observa en la pérdida de la capacidad para generar su propia subsistencia a través de la producción agrícola. El debilitamiento de la protección estatal que ocurrió con la implementación de las políticas neoliberales contribuyó al despojo”, dice Sañudo.
En Trujillo, además, estas políticas coincidieron con la violencia ejercida por grupos armados ilegales, como las guerrillas y los paramilitares, y también influyó la caída de precios del café que ocurrió a finales de la década de los años ochenta.
Las historias de resistencia
Más allá de estas circunstancias que han asfixiado al campesinado colombiano, las comunidades están implementando estrategias de empoderamiento y resistencia. Y pese a que la investigación ya finalizó, el equipo se encuentra apoyando algunas iniciativas en las dos poblaciones.
Una de las estrategias es la recuperación de semillas tradicionales y no tradicionales, pues para los campesinos la soberanía alimentaria consiste en que ellos ―y no el Estado― son quienes deciden qué sembrar. En este caso, han optado por semillas no transgénicas, que no hayan sido producidas por grandes empresas y con las que no haya que usar pesticidas o abonos artificiales.
“Este tipo de proyectos son muy valiosos porque, en el caso de la recuperación de una semilla, se recupera no solamente la información genética sino toda la tradición que está alrededor, la memoria, el conocimiento. Y esa memoria configura el territorio”, concluye la investigadora, quien, además, recalca la importancia de seguir trabajando conjuntamente con las comunidades una vez acaba formalmente la investigación, pues los lazos de confianza tejidos conllevan compromisos más allá de lo estrictamente académico.
FRAGMENTOS DE RELATOS DE DESPOJOS Y RESISTENCIASYacuanquer: Somos semilla
“Con la tierra vinieron los préstamos y lo que llamaban paquetes, que traían semilla mejorada. […] el Idema nos garantizaba la compra de todo el trigo. Sobre todo cuando se decía que el trigo de Yacuanquer era bueno para la panadería […]. Pero sin darnos cuenta, los suelos se iban dañando por tanto químico y no podíamos sacarles lo que queríamos. Empezamos a necesitar cada vez más fertilizantes, pero se encarecieron. Y lo que daba la cosecha se nos iba todo en abonos. A final de cuentas, nos quedamos con los suelos dañados”.
Para leer más:
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN: Economía campesina: despojos y resistencias
INVESTIGADORA PRINCIPAL: María Fernanda Sañudo Pazos
COINVESTIGADORA: Danna Carolina Aguilar Gómez
Instituto Pensar
Centro Pastoral San Francisco Javier
Con el acompañamiento del Proyecto Integración Academia y Sociedad
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2015-2018