El pasado 05 de julio, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM) dio por finalizada la alerta nacional sobre el huracán BERYL. Para ese momento, BERYL ya era categoría 2 y acababa de tocar tierra en la península de Yucatán. Sus efectos no amenazarían más el territorio colombiano.
La mayor alerta se emitió el 02 de julio, cuando BERYL había alcanzado categoría 5 y se desplazaba en dirección oeste-noroeste en el mar Caribe, en áreas de cercanía de la península de La Guajira. El IDEAM decidió colocar en estado de ‘Alistamiento’ a la Alta Guajira y en ‘Aviso’ al resto del departamento, así como a los departamentos de Magdalena, Atlántico, Bolívar, y al archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
Por fortuna, BERYL no afectó directamente el territorio colombiano. Pero perfectamente pudo haberlo hecho, pues los ciclones tropicales son tormentas extremadamente complejas en los cuales cualquier cambio de alguna de sus variables podría significar eventos catastróficos.
Los huracanes son un tipo de ciclones tropicales que se clasifican, de menor a mayor fuerza, en: depresiones tropicales, tormentas tropicales y huracanes. Estos últimos se categorizan también por su fuerza (velocidad de vientos, marea y presión central), en una escala que va de 1 a 5, llamada Saffir-Simpson. Un mismo sistema tormentoso puede pasar de ser depresión tropical a huracán categoría 5 y volver a bajar.
Aunque Colombia no es un país que históricamente haya tenido que padecer directamente los estragos y fuerzas destructivas de los huracanes ―como sucede en las Antillas Mayores, el Golfo de México o la costa sureste de los Estados Unidos―, esto podría estar cambiando por cuenta del calentamiento del Océano Atlántico. Frente a un escenario de cambio climático y de variabilidad climática (Fenómeno del Niño), el país debería estar más preparado para empezar a enfrentarse a estos fenómenos.
Colombia de cara a los ciclones tropicales

“La costa colombiana se encuentra en una latitud baja con respecto a la trayectoria donde usualmente los huracanes se forman y transitan hacia el noroeste”, explica Juan Carlos Ortiz, doctor en oceanografía física y profesor titular del Departamento de Física y Geociencias de la Universidad del Norte en Barranquilla, quien se ha dedicado a estudiar la historia de las tormentas tropicales y los huracanes en la costa Caribe colombiana.
Esta es la razón principal por la que los impactos de los huracanes en Colombia son más colaterales que directos. “Hasta el momento, el máximo problema han sido las lluvias”, dice el investigador.
Estas afirmaciones aplican principalmente para la costa continental, aunque para el archipiélago de San Andrés y Providencia, la situación es diferente pues, además de las lluvias, se presentan afectaciones por el oleaje extremo y algunas veces fuertes vientos.
Sin embargo, en 2020, Colombia vivió los estragos del huracán IOTA, el cual se registra en la estadística como el primer huracán de categoría mayor (4) que ha afectado de gravedad el territorio nacional, específicamente en la isla de Providencia. El centro de IOTA pasó a unos 20km al noroeste de Providencia con vientos de casi 250 kilómetros por hora (km/h). El 98 % de la infraestructura de la isla se afectó considerablemente, cuatro personas murieron y más de cinco mil quedaron damnificadas.
“Antes de IOTA, el huracán JOAN, en 1988, era el que más había afectado el territorio colombiano, tanto continental como insular”, cuenta Ortiz. El 18 de octubre del 88, JOAN pasó a 64 km de Santa Marta, 79 km de Barranquilla y 116 km de Cartagena, soplando vientos de más de 120 km/h, ubicándose en categoría 1. La principal afectación, explica el oceanógrafo, fueron las fuertes lluvias.
Además de estos dos casos notables, el territorio insular y continental colombiano se ha visto colateralmente afectado por los ciclones tropicales HATTIE (1961, tormenta), ALMA (1970, depresión), IRENE (1971, tormenta), BRET (1993, tormenta), CESAR (1996, tormenta), KATRINA (1999, tormenta), BETA (2005, tormenta), MATTHEW (huracán, 2016) y ETA (huracán, 2020).
Según Ortiz, por el momento el análisis estadístico de la frecuencia de los huracanes no es concluyente para asegurar que el calentamiento oceánico esté generando cambios sistemáticos en la frecuencia o en la intensidad de estos fenómenos en la costa del Caribe colombiano. Esto se explica porque estos fenómenos, hasta ahora, han afectado con poca frecuencia el territorio nacional, por lo que la serie de tiempo es corta. “Los eventos son muy discretos, están muy dispersos, no hay suficiente información para concluir”, explica el profesor Ortiz.
Cosa distinta a lo que sucede con los datos de, por ejemplo, la costa sur de los Estados Unidos, en donde el análisis de los datos históricos sí muestra una correlación entre la intensidad de los huracanes y el calentamiento del Atlántico y del Mar Caribe.
Lo anterior no quiere decir que no haya señales que indiquen que lo que está sucediendo a nivel global con los huracanes ―aumento en su intensidad y variaciones en su frecuencia en razón de la temperatura oceánica―, pueda empezar a impactar de manera regional al país.
“El huracán ETA también afectó al archipiélago de San Andrés en el mismo mes de noviembre que IOTA, jamás habíamos tenido dos huracanes de categoría mayor en el mismo mes en esa zona del Caribe Colombiano”, señala Ortiz. A esto podría sumarse que para este año BERYL rompió récord al alcanzar categoría 5 el 02 de julio, la fecha más temprana registrada hasta ahora para la formación de un huracán de esta categoría en el Atlántico, algo que normalmente ocurre en septiembre.
“Todo esto puede ser indicio de que las proyecciones sean ciertas”, concluye el investigador.
Un fenómeno de naturaleza extremadamente compleja
“En la época del año en la que el océano Atlántico está más caliente, los vientos alisios, que van de este a oeste, arrastran por el trópico grandes masas de aire húmedo que se forman por evaporación en las costas de África”, comienza a explicar Hugo Rico, meteorólogo de la Universidad Nacional, quien trabajó como investigador durante 10 años (2007-2017) en el Instituto Geofísico de la Facultad de Ingeniería de la Pontificia Universidad Javeriana.
Mientras van desplazándose hacia el oeste, estas masas de humedad crecen porque se van alimentando del aire húmedo que van encontrando en su camino. Luego, por la fuerza de Coriolis ―un efecto de aceleración producido en los cuerpos en movimiento en el marco de un sistema de referencia en rotación, como la Tierra―, empiezan a rotar en el sentido de las manecillas del reloj.
“Por el eje vertical suben las masas de aire caliente y como arriba todo está a menor temperatura, se condensan y llueve. Como al tiempo todo está rotando en el eje horizontal, gracias a la fuerza de Coriolis, se forman los sistemas de tormenta, ciclones tropicales y huracanes”, continúa Rico, quien además es fundador del Centro de Investigación Aplicada en Hidrometeorología (CIAHM).
La clave aquí es entender que el vapor de agua producido por el océano es la fuente que alimenta estos sistemas. A medida que los ciclones tropicales se van cruzando con estas masas de humedad, crecen y aumentan su energía, fuerza, velocidad de vientos, etc. Usualmente, dada la rotación del planeta y la dirección de los vientos alisios, esto ocurre hacia el noroeste del Mar Caribe y el Golfo de México, afectando principalmente a las islas y a las costas este de Centroamérica y sur de Estados Unidos, y no a la costa norte Suramericana.
La formación de estos fenómenos es extremadamente compleja, pues dependen de diversas variables que pueden modificar su tamaño, intensidad de vientos, dirección y velocidad de desplazamiento. Asimismo sus efectos y estragos sobre las poblaciones pueden transformarse drásticamente por un cambio en cualquiera de sus variables.
Calentamiento oceánico, huracanes y las posibles afectaciones sobre las costas colombianas
En un comunicado publicado el pasado 23 de mayo, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés), aseguró, con un 85 % de probabilidad, que la temporada de huracanes 2024 en el Atlántico estará por encima de lo normal. Los investigadores de la NOAA pronostican la ocurrencia de 17 a 25 ciclones tropicales, de los cuales entre 8 y 13 serán huracanes.
Una de las causas más señaladas de esto son las altas temperaturas récord que viene registrando el Atlántico desde hace años, producto del cambio climático.
Ya en 2020, el profesor Juan Diego Giraldo Osorio, doctor en gestión de recursos hídricos y profesor del Departamento de Ingeniería Civil de la Pontificia Universidad Javeriana, habló con Pesquisa a propósito de IOTA, advertía que: “los huracanes se alimentan de aguas cálidas de los océanos, entonces si las aguas de los océanos se calientan, porque el planeta se está calentando debido al cambio climático, lo normal es esperar que estos fenómenos se afecten”.
Aunque hasta hoy los efectos del cambio climático no se están reflejando estadísticamente en las afectaciones de los huracanes sobre las costas colombianas, no es improbable que estos fenómenos empiecen a afectar al país con mayor frecuencia e intensidad.
IOTA ya le mostró a Colombia la capacidad de destrucción de los huracanes. Desafortunadamente, los tres investigadores coinciden en que el país sigue sin estar preparado para un evento de gran magnitud.