Entre los siglos V y VI antes de Cristo la ciudad de Atenas (Grecia) vio nacer al teatro, un espacio donde se celebraban rituales en honor a Dionisio, dios de la fertilidad y del vino. Sin embargo, con el paso de los años fue evolucionando hasta establecerse en cada rincón del mundo y convertirse en lo que conocemos ahora.
¿Pero cómo llegó a Colombia? En el marco del Festival Iberoamericano de Teatro (que se celebra del 1 al 17 de abril en Bogotá) y con el ánimo de hacer un recuento sobre la historia de estas artes escénicas en el país, Pesquisa Javeriana reunión cinco investigaciones que abarcan temas que van desde la creación del primer teatro en Bogotá hasta su rol como transformador de la realidad social y política de una nación.

Cuando el teatro bogotano abrió su telón a lo público
El 15 de febrero de 1890 se inauguró en Bogotá el Teatro Municipal. En medio de ovaciones y aplausos el público capitalino recibió la obra que abrió el telón por primera vez en la historia de la ciudad: El trovador, un drama romántico situado en la Zaragoza de la Edad Media. Dos años después, en 1892, el turno fue para el Teatro Colón.
Con estos dos escenarios artísticos la capital colombiana inició una serie de transformaciones en el movimiento teatral, algo que interesó tanto a la profesora del Departamento de Sociología de la Pontificia Universidad Javeriana Alexandra Martínez que, en el marco del grupo de investigación Conocimiento, Cultura y Sociedad, publicó un documento titulado La representación teatral como práctica cultural: el Teatro Colón y el Teatro Municipal en Bogotá, 1890-1910.
“Su apertura se dio en medio de una sociedad con una vida religiosa activa donde también existían grupos opositores, como liberales o conservadores moderados, que ejercían tensiones frente al régimen regenerador. Se trata de un proyecto centralizador y modernizador del Estado en el marco de la Regeneración”, explica la investigadora.
Martínez comenta que desde la segunda mitad del siglo XIX las expresiones teatrales únicamente respondían a intereses particulares y se presentaban en espacios privados que regulaban qué y a quiénes se mostraban las obras. Sin embargo, a comienzos del siglo XX el teatro pasó de tener lugar en galleras viejas, patios de colegios o fiestas privadas de la élite para instaurarse en lugares regulados por el Estado.
En este contexto, la institucionalización de esta actividad artística generó un cambio significativo en la práctica teatral y, de acuerdo con la docente, permitió que se configurara una ciudad moderna, burguesa e ilustrada.
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La tras–escena del teatro moderno en Colombia
¿Qué fue lo que ocurrió entre 1950 y 1960 para que el teatro colombiano pasara del costumbrismo a convertirse en un referente regional? Una investigación realizada por la socióloga e historiadora Janneth Aldana, líder del grupo de investigación Conocimiento, Cultura y Sociedad, de la Pontificia Universidad Javeriana, escudriñó tres décadas de publicaciones en los periódicos El Espectador, El Tiempo y El Siglo —además de documentos del archivo del Teatro Colón entre 1930 y 1950— para encontrar la respuesta.
Pero antes de hablar de eso es importante describir cómo era el teatro en Colombia entre 1900 y 1950. Aldana asegura que los dramas abordaban temas folclóricos, costumbristas y problemas cotidianos, “como la tragedia familiar por el embarazo de una joven que aún no contraía matrimonio o la preocupación por el ‘naciente feminismo’, que llevaba a las mujeres a querer expresar sus ideas o salir solas a la calle”.
No obstante, poco tiempo después el teatro colombiano dio un salto sin precedentes para ubicarse en la vanguardia internacional. Así, apareció el llamado Nuevo Teatro, que consolidó el teatro moderno en el país.
Con este se crearon varios grupos de teatro independiente que comenzaron a ver el arte como una herramienta poderosa de transformación de la realidad social y política.
Uno de los hallazgos que le permitió a Aldana comprender este salto fue el intercambio de ideas que hubo entre los intelectuales colombianos y sus colegas extranjeros, pues de esta forma experimentaron en directo cómo se hacía el teatro moderno en países como Francia, Alemania y Estados Unidos.
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Migración, cuerpo y escena
¿Cómo convertir una experiencia traumática en una catártica? ¿Cómo transformar un proceso tan doloroso como la migración en una pieza de arte que brinde espacio para la sanación? Para Catalina del Castillo —investigadora y profesora de Artes Escénicas de la Pontificia Universidad Javeriana— la respuesta está en el teatro.
Así nació Hermana república, una obra creada por la docente en colaboración con mujeres artistas de diferentes nacionalidades que han experimentado la migración. ¿El objetivo? Explorar desde el cuerpo las impresiones físicas, emocionales y mentales desencadenadas por esta crisis.
“Nuestra investigación tiene un resultado artístico, pero también uno terapéutico y humano para las mismas artistas que estamos participando en el proceso”, indicó del Castillo a Pesquisa Javeriana en el 2018.
En ese sentido, con la obra no pretenden hacer un juicio sobre la migración o explicar de qué trata este fenómeno. Por el contrario, quieren que a través del arte se refleje la vivencia emocional y corporal de lo que ha sido este éxodo desde una experiencia íntima “que busca conectarse con la experiencia colectiva”, como explica la investigadora.
Por eso el movimiento es el actor principal de esta propuesta escénica que mezcla técnicas de la danza contemporánea, el clown y la acrobacia circense. Allí se desdibujan por un momento los rostros preocupados y afligidos para darle paso al humor sin necesidad de pronunciar una palabra. “Lo que hicimos fue jugar con el arquetipo para quitarle peso dramático, victimización y dolor”, concluye.
De esta manera la obra muestra que a pesar de que la migración es naturalmente angustiosa, también permite que los universos se expandan y que las culturas se enriquezcan.
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De investigar a explorar un nuevo mundo: Planeta Rojo, la nueva obra javeriana del clown
En la década de los años 70, siendo un joven profesor en Harvard, Carl Sagan logró un importante cambio en la ciencia planetaria. Años después descubrió valiosos datos sobre Marte y participó en dos misiones Voyager para explorar Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Así se consolidó como uno de los astrónomos y científicos más destacados de los Estados Unidos.
Con el fin de resaltar la labor de este cosmólogo, astrofísico y divulgador científico llegó Planeta Rojo, una obra de teatro que cuenta la historia de Clown Sagan, un aventurero espacial que invita al espectador a explorar un nuevo planeta a partir de un recorrido por diferentes campos de la naturaleza, la ciencia y la tecnología.
Ese fue el resultado de la investigación La comicidad y el lenguaje del Soma, realizada por Catalina del Castillo y Jorge Mario Escobar, profesores del Departamento de Artes Escénicas de la Pontificia Universidad Javeriana que quisieron apostarle al arte de una forma diferente.
Clown Sagan no es una persona corriente. No solo usa cascos apropiados para realizar su hazaña por el espacio, sino que utiliza una nariz de payaso.
¿La razón? Generar una discusión entre las experiencias y creaciones de la somática, campo que estudia el movimiento corporal desde la sensación física interna, y el clown, una técnica del teatro que del Castillo define como la “voz interior de la experiencia viva en primera persona”.
De acuerdo con la investigadora, el personaje usa una nariz roja: “para revelar una dimensión muy profunda de cada persona y desde ahí entrar en un estado de juego y creación con el público”.
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El teatro encuentra en la pandemia un ´laboratorio de oportunidades’
Cuando en 2020 la pandemia golpeó a Colombia y se declaró el aislamiento obligatorio, las formas tradicionales de hacer teatro se vieron amenazadas. Sin embargo, para el director y dramaturgo Víctor Quesada el teatro como arte nunca se detuvo en el país.
“Los artistas creamos confinados, escribimos en ocasiones aislados o en cuarentenas, a veces necesitamos ello. Nosotros estamos acostumbrados a vivir circunstancias agrestes y a veces agónicas en nuestro medio. El telón no nos lo puede cerrar nadie, nosotros siempre lo abrimos y lo cerramos desde que haya público. Eso es lo importante y lo que hay que hacer ahora: generarnos públicos desde otras formas”, le dijo a Pesquisa Javeriana el año en que comenzó la pandemia.
Y sí. De cierta forma las pestes y los virus siempre han guardado cercanía con el arte, la literatura y el teatro. Troya cayó por una falsa peste; Romeo y Julieta murieron trágicamente por una carta que nunca llegó en una ciudad en cuarentena; incluso algunas obras de Francisco de Goya, García Márquez y el famoso retrato de Edvard Munch tienen que ver con ello.
Por lo mismo, Quesada procuró sacarle provecho a la situación desde el punto de vista creativo, generando contenidos novedosos y descubriendo nuevas formas de hacer arte. “Lo importante es que las artes son vitales en la medida en que reflejan algo de lo que nos pasa como sociedad”, dijo este dramaturgo, que estudió Ciencias Políticas en la Universidad Javeriana y que ganó el Premio Bienal a la Creación Artística Javeriana de 2018.
La situación desencadenada por la pandemia obligó a que las salas cerraran sus puertas hasta marzo de 2021. Sin embargo, los artistas no se detuvieron. Por el contrario, encontraron la manera de producir contenido desde sus hogares para llegarle a un público más diverso. De esta forma se plantearon nuevos juegos, relaciones e interacciones que posibilitaron otros acercamientos a nivel académico que seguramente seguirán vigentes incluso cuando acabe la pandemia.