Samuel* iba como de costumbre a su colegio, con su uniforme pulcro y sus cuadernos en orden, pero esta vez el entusiasmo no era el mismo, notó Gloria*, su abuela. Él se quedó en la entrada de la institución y se despidió con una sonrisa, lo que a ella le dio tranquilidad.
En la tarde, el pequeño de 8 años, le dijo conmovido: “No quiero volver más al colegio”. En principio la respuesta al porqué fue simple, “porque no”. Más tarde y tras la insistencia de su abuela, con actitud temerosa y aminorada comentó de forma concisa: “Es porque me dicen gordo y me pegan”. Al parecer no había sido una ni dos veces, “por ahí apenas pasa la cuenta”, dice doña Gloria.
El padre, la madre o cuidador a cargo podrían pensar que estas situaciones son conflictos naturales de la infancia, “cosas de niños”. Pero, ¿cómo saber si se trata o no de bullying?, ¿cuál es el límite y los signos de alarma?
Para Claudia Botero, doctora en Psicología e investigadora javeriana, el bullying es un ataque físico, verbal y/o psicológico que ocurre de forma sistemática o reiterativa contra una o varias personas, generando alto impacto en las víctimas. No está ligado a la defensa personal ni a la supervivencia, “más bien, aparece cuando hay un deseo de superioridad y se ejecuta bajo un disfrute personal”.
No obstante, el concepto se ha empleado de forma indiscriminada para referirse a cosas que no necesariamente son matoneo, como lo asegura Carolina Morales, profesora e investigadora de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana.
Por ejemplo, “imagine que a su hijo o hija le dicen en algún momento ‘eres tonto(a) porque no sabes pintar’, tenemos claro que puede llegar a ser un ataque que no está bien, pero hace parte de esos conflictos de la infancia que los niños deben aprender a manejar”, ejemplifica y reflexiona que no todas las conductas de los niños, niñas y adolescentes que tengan un tinte negativo se pueden calificar como bullying.
¿Qué pasa cuando una persona es víctima de bullying?
Lorena* guardó silencio por 6 años acerca de lo sucedido, pero su mamá le encontró unos cortes en las muñecas que inmediatamente llamaron la atención. Hoy, a sus 15 años recuerda con dolor ese momento en el que dos compañeras la presionaban para que les hiciera las tareas, “si no lo hacía me escondían las cosas, me pegaban o me amenazaban con la idea de que yo no iba a tener amigos”. Las cosas han cambiado, pero siguen estudiando juntas. “Ya no hablo con ellas, pero me miran feo y alejan a todos de mí”. En el último año Lorena se ha autolesionado tres veces de la misma manera.
“Me cuesta dormir, no me gusta salir de la casa ni participar en clase, siento que si digo algo, se van a burlar”, cuenta Lorena y complementa: “Las veces que me he hecho eso (cortarse) es porque ya no aguanto más, es algo que no sé cómo explicar, exploto y lo hago”.
“Cuando un niño o niña es atacada, el cerebro lo interpreta como una amenaza en la que la vida corre peligro. Es ahí cuando se activan aquellas estructuras cerebrales que nos permiten sobrevivir y nos protegen (la amígdala, el hipotálamo), que van a mandar una serie de señales a nuestro cuerpo para ponernos en modo de defensa”, explica la profesora javeriana Adriana Martínez, psicóloga y magíster en rehabilitación neuropsicológica y estimulación cognitiva.
Cuando esto sucede, explica Martínez que el cuerpo de la víctima experimenta muchos cambios; libera grandes cantidades de adrenalina para poder enfrentarse a la situación de riesgo, y también cortisol, que es la hormona del estrés; el corazón late más rápido, los pulmones reciben más aire y de ahí la hiperventilación.
“Todo ese gasto de energía necesita ser compensado con la activación de otros sistemas, entonces el sistema digestivo se afecta y empieza a funcionar mal, así como el inmunológico; hay una constante tensión muscular porque el cuerpo está preparado para escapar y huir, también hay dificultades para dormir porque ese cortisol está diciendo ‘pilas, hay una amenaza, manténgase despierto’”, comenta Martínez.
Así que las afectaciones no solo son a nivel emocional, añade la neuropsicóloga. “Un niño pequeño puede que ni siquiera tenga desarrollada la capacidad para expresar emociones, sin embargo, todas estas manifestaciones físicas sí van a aparecer y hay que atenderlas”.
Las psicólogas coinciden en que la intimidación, matoneo o bullying es producto de numerosas situaciones y contextos en los que no solo hay que ayudar a la víctima y empoderarlo(a), sino que también es necesario poner los ojos en quien ejecuta la violencia o que tiene características potenciales para hacerlo (el bully); así como también a los observadores.
En la mente del bully: ¿Quién es ese niño o niña que hace matoneo?
Muchos de los intimidadores vienen de familias o colegios en donde hacer daño a otra persona, así sea a modo de chiste, es aceptado y legitimado, cuenta la profesora Botero.
“Los mismos papás celebran que hagan chistes ‘montadores’ y degradantes, hay permisividad y se les permite hacer a los hijos lo que quieren. Además, generalmente provienen de ambientes en los que hay diferencias sociales y por eso se sienten en la capacidad de atacar al más vulnerable”, explica la investigadora javeriana.
De aquí que la discriminación sea uno de los motores del matoneo. “La incapacidad para convivir con el otro y respetar la diferencia empieza desde lo que los niños aprenden en sus contextos y el lenguaje que usan quienes los rodean. Si alguna vez me referí al que tiene menos recursos como ‘pobre, incompetente o ladrón’, de forma muy errada, cuando mi hijo o hija vea a alguien que reúna una mínima característica se va a sentir con el poder de hacerle daño por su condición”, dice la javeriana Morales.
Así que pueden volverse matoneadores por falta de límites, es decir, “tienen todas sus necesidades satisfechas, resalta la permisividad, incluso son sobreprotegidos y además gobiernan a sus familias. Se vuelven como emperadores que llegan al colegio y sienten que tienen toda la posibilidad de hacer lo que quieran con el resto”, complementa Carolina Morales.
Hay otros padres que, por el contrario, no aplauden o premian por ninguna circunstancia, pero a través de sus comportamientos manifiestan a sus hijos e hijas que la forma de obtener cosas en la vida, como el respeto o la autoridad, es a través de medios violentos o el maltrato hacia otros.
“Si mis padres han logrado las cosas ‘pisoteando a los demás’, es lo que yo voy a aprender por observación y a replicarlo para conseguir lo que deseo”, es lo que inconscientemente pasa por la cabeza de quienes se vuelven intimidadores, señala Botero.
Los hogares negligentes, en donde los niños son ignorados y poco atendidos, también son un escenario para crear a esos futuros bullies o matoneadores. Estos comportamientos generan atención, dice Botero. “Si veo que cuando una persona hace esto, sobresale, o alguna vez grité a alguien y eso me dio popularidad, esta se vuelve la forma de obtener el reconocimiento que hasta ahora no he tenido en casa”.
Entonces, estos chicos que hacen bullying también han sido producto del contexto en el que han crecido, “más cuando a nivel sociocultural hemos estado atravesados por la idea de la ley del más fuerte en la que como nadie hace nada es mejor la justicia por la propia mano, asimismo, el que pegue más duro es el que va a ser exitoso en la vida. Discursos que hacen mucho daño”, dice la investigadora Carolina Morales.
Sobre reconocer el origen de esta actitud matoneadora, la profesora javeriana Adriana Martínez es clara: “Hay que tener cuidado porque con el niño que abusa es mucho más difícil establecer detonantes específicos. Así como puede tratarse de un niño o niña a la que han maltratado, también puede ser alguien que no logra afrontar; que tiene fallas en estructuras cerebrales asociadas a la empatía, a ponerse en el lugar del otro; o puede ser algo más grave a nivel de trastorno, con alteraciones estructurales diferentes”.
Samuel habló con miedo, Lorena calló por años y Drayke no aguantó y se quitó la vida
El pasado 10 de febrero Drayke Hardman se quitó la vida en Estados Unidos tras padecer acoso escolar, según relatan sus padres. “Estaba peleando una batalla de la que ni yo podía salvarlo”, anota su madre en una publicación después de lo sucedido y continúa. “Es real, es silencioso y no hay absolutamente nada que puedas hacer como padre para quitar este profundo dolor que tenía (…) ¿Cómo un niño de 12 años que fue amado ferozmente por todos piensa que la vida es tan difícil que necesita alejarse de ella?
Permanecer en silencio es una forma de evitar el conflicto, pero quien es atacado no necesariamente lo hace por miedo, explica Botero, sino, por ejemplo, por no llevar problemas a casa porque ‘si hablo tal vez me va peor’, ‘para qué lo cuento si no me van a creer’.
Entre tanto, el bully lo sigue haciendo porque se nutre del poder y de la admiración de los otros. Al respecto, enfatiza Botero en que “es importante que los padres también se pregunten acerca de qué es lo que les han enseñado a sus hijos y si son observadores de este tipo de conductas qué deben hacer. El rechazo social ante estas situaciones suele ser muy efectivo”.
Bandera roja para saber si mi hijo recibe bullying o si es un bully
Las expertas coinciden en que detener el bullying es una responsabilidad de todos, que ningún acto de violencia es justificable (física, verbal, o psicológica), y que el rol, tanto de las familias como de los colegios y educadores es de vital importancia para formar escuelas, hogares y niños libres de violencia.
Estas son algunas alertas y recomendaciones de las profesionales Botero, Morales y Martínez:
Cambios en el sueño. Si se despiertan mucho en la noche o no pueden conciliar el sueño. Recuerde que ante la amenaza el cerebro está en modo alerta.
1. Atienda los cambios en el rendimiento académico, pérdida de atención y dificultades para memorizar.
2. Hable con ellos acerca de las cosas que suceden en el colegio. “Si notamos que nuestros hijos no están hablando mucho, empecemos hablándoles de nuestras experiencias”, recomienda la psicóloga Carolina Botero. “No pretendamos que nos hablen de la noche a la mañana cuando nunca hemos abierto un espacio de diálogo”, complementa Morales.
3. ¿Nota que los niños están mintiendo? Las mentiras en las víctimas muchas veces aparecen no solo por el encubrimiento a quienes hacen el daño, sino también por lo que están sintiendo; por eso es importante evaluar la razón que lleva a los niños, niñas y jóvenes a adolescentes a negar las cosas o a no decir la verdad.
4. Además de entender al niño en su sufrimiento, lo más importante es finalizar la situación de violencia hablando con el colegio y centrarse en su bienestar.
5. Para detener la formación de intimidadores, pregúntese qué modelo de padre, madre o cuidador es usted: ¿hago comentarios hacia personas que tienen mayores vulnerabilidades?, ¿legitimo la discriminación a través del lenguaje?, ¿golpeo o maltrata para conseguir objetivos?
6. El bully también puede estar sufriendo y hay que ayudarlo, pero no por eso se puede desconocer que está actuando de manera indebida. La investigadora Botero indica que esta persona merece una sanción formativa y un acto de resarcimiento, por ejemplo, hacer algo por la persona a quien causó daño, o por el colegio, reconocer que se equivocó, un acto simbólico como entregar una carta de perdón y hacer un compromiso de no repetición.
*Nombres cambiados por protección y solicitud de las fuentes