Habitar no es simplemente ocupar un espacio. Es coexistir con condiciones físicas, sociales y biológicas que moldean la vida cotidiana. Hay factores, menos visibles, pero igual de determinantes, que influyen en nuestra salud diaria, ejemplo de ello, patógenos fúngicos, es decir, hongos. Fueron estos, precisamente, los que estuvieron en el foco de una investigación javeriana publicada en la revista Astrágalo que analizó el papel de los microorganismos en una vivienda ubicada en una de las zonas más vulnerables de Bogotá.
El estudio propone una lectura del hábitat desde lo microscópico: los hongos que proliferan en espacios deteriorados —donde hay humedad, mala ventilación y poca luz— y que afectan directamente la salud respiratoria de quienes los habitan. La conclusión es contundente: muchas viviendas en situación de informalidad no solo son precarias en su estructura, sino que funcionan como ecosistemas patógenos que enferman a sus habitantes sin que esto se vea ni se mida fácilmente.
La casa como ecosistema
¿Qué significa habitar? ¿Quiénes habitan un espacio? Estas preguntas llevaron al equipo de investigadores a mirar más allá de los planos, los muros y los techos. En Arabia, un barrio de la localidad de Ciudad Bolívar, encontraron una vivienda que, según los diagnósticos de los investigadores del Proyecto Vivienda Popular, estaba entre las más deterioradas del sector. Según el Plan de Ordenamiento Territorial (POT) este barrio se define como “zona de desarrollo”, es decir, que se está transformando o está destinado a transformarse en el futuro.
El trabajo fue impulsado desde la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Pontificia Universidad Javeriana por el profesor Alejandro Serrano Sierra, en colaboración con el profesor Luis David Gómez, del Departamento de Microbiología, y la estudiante de Arquitectura Luna Valentina Rey. “Los aspectos que más destacaron fueron, en primer lugar, vincular arquitectura con microbiología, algo que comúnmente no se piensa. Además, el trabajo activo de una estudiante a lo largo de todo el proceso investigativo”, afirma Serrano.
Y es que, como enfatiza el equipo, la Arquitectura ha sido ciega a estas otras “formas de vida”. En las intervenciones urbanas tradicionales se privilegia lo estructural — que la casa no se caiga — sobre lo habitacional — que la casa no enferme —. “En la Caja de Vivienda Popular, donde trabajé antes, el énfasis siempre fue que la casa resista un sismo. Pero nunca nos preguntamos si esa misma casa podía enfermar a su gente”, reflexiona el arquitecto Serrano.
Cuando los hongos hablan
Las muestras recogidas en esta vivienda fueron sembradas en cajas de Petri, los recipientes redondos de laboratorio donde se cultivan microorganismos, utilizando medios especiales como el Agar Papa Dextrosa y el Agar Rosa de Bengala, que favorecen el crecimiento fúngico. Tras su incubación, se identificaron hongos de los géneros Trichoderma, Mucor, Penicillium y Rhizopus. Los anteriores son microorganismos filamentosos, es decir, con estructuras en forma de hilos ramificados, y algunos están asociados con enfermedades respiratorias graves, especialmente en niños, adultos mayores y personas con sistemas inmunológicos debilitados.

- Aunque tradicionalmente Trichoderma spp. ha sido útil en agricultura, algunas especies como Trichoderma longibrachiatum han emergido como patógenos capaces de causar infecciones pulmonares y peritonitis en pacientes inmunocomprometidos.
- Por su parte, Mucor spp. es conocido por causar mucormicosis, una infección fúngica agresiva que afecta a personas con sistemas inmunológicos debilitados, como diabéticos, y que puede manifestarse en forma pulmonar o rino-orbito-cerebral, con evolución rápida y alta letalidad.
- Penicillium spp., famoso por su uso en la producción de antibióticos, también puede representar un problema de salud cuando prolifera en interiores húmedos, provocando reacciones alérgicas y exacerbaciones asmáticas.
- Finalmente, Rhizopus spp., también asociado a la mucormicosis, puede invadir pulmones, senos paranasales y el sistema nervioso central, con capacidad de destruir tejido al invadir vasos sanguíneos, generando cuadros clínicos de alta mortalidad si no se tratan a tiempo.
“Lo interesante no fue descubrir qué hongos crecían, eso ya se sabe. Lo importante fue descubrir cómo esos hongos afectan directamente la vivienda y, con ello, la salud de las personas que la habitan”, explica Serrano. La literatura consultada y la evidencia disponible en entornos como el analizado confirma que, estos microorganismos no solo deterioran materiales, sino que influyen directamente en la calidad del aire y pueden agravar o detonar afecciones como el asma, las sibilancias o las infecciones pulmonares.
Estos hallazgos plantean una pregunta clave: ¿cómo puede la Arquitectura responder ante la presencia de organismos microscópicos que afectan la salud? El equipo propuso un anteproyecto de intervención para mitigar la proliferación de estos hongos. Las medidas incluyen mejorar la ventilación cruzada, incorporar tragaluces o aberturas cenitales, ampliar ductos verticales y resignificar los patios, no como espacios residuales, sino como piezas activas del diseño que aseguran luz y ventilación.
Estas estrategias son viables y de bajo costo. Pero su aplicación enfrenta obstáculos: la vulnerabilidad socioeconómica del sector y el incumplimiento de la normativa al construir,. “Hay normas de ventilación, pero se prioriza construir una habitación extra sobre un patio funcional”, afirma Serrano. En zonas como Arabia, la progresividad de la vivienda —la posibilidad de ampliarla sin planificación técnica— puede convertir mejoras espontáneas en riesgos silenciosos para la salud.
Habitabilidad: más allá de lo visible
El concepto de habitabilidad, tradicionalmente técnico y limitado a áreas, servicios y estructuras se amplía en esta investigación hacia una visión biosemiótica: leer los signos del hábitat, incluyendo los organismos no humanos que conviven con nosotros. “La vivienda no se trata solo de muros. Es un ecosistema donde habitan humanos y no humanos. Si no entendemos eso, no entendemos nada”, concluye Serrano. Este enfoque, que involucró activamente a los estudiantes en la toma de muestras y el contacto con las comunidades, es también una llamada de atención a los arquitectos, como afirma el profesor: “La formación profesional necesita salir y vincularse con la realidad tangible del hábitat vulnerable”.

El estudio no pretende ofrecer soluciones definitivas, pero sí abre un campo fecundo: el de una arquitectura contaminada, en el mejor sentido, por la microbiología; sensible al contexto, atenta a lo microscópico y capaz de proponer soluciones desde la interdependencia. También señala caminos institucionales: con el nuevo Plan de Ordenamiento Territorial (POT) de Bogotá, se habilita el reconocimiento formal de viviendas preexistentes siempre que cumplan normas estructurales.
En Bogotá hay cientos de miles de viviendas en condiciones informales y precarias. En palabras de Serrano, “muchas están enfermas o enferman a quienes las habitan”. Esto representa una oportunidad para que arquitectos, el sector constructor y el Estado, trabajen en el mejoramiento progresivo de la habitabilidad, más allá del simple cumplimiento normativo, entendiendo que se trata de problemáticas complejas y multidimensionales, que atraviesan la Arquitectura, la Salud Pública y las condiciones socioeconómicas de las personas.