En la mayoría de las clases universitarias, los estudiantes trabajan con libros, fotocopias o pantallas para apropiar el conocimiento de cada asignatura. Pero ¿qué pasa cuando el texto de estudio es una ciudad, cuando lo que se lee es el espacio que habitan los edificios y sus alturas? En esa pregunta podría enmarcarse Paisaje Urbano, el curso que en su momento creó el profesor Germán Montenegro Miranda y que lo inspiró a repensar, junto con sus estudiantes, la materialidad de las urbes.
Esta asignatura (2008-2016) cimentó las bases de lo que sería su línea de investigación en los años sucesivos: una lectura de la ciudad con la historia de la altura de los edificios como eje principal. Así, las formas que toman las urbes revelan las decisiones en planificación, sus impactos en el paisaje y en la vida de las personas, y cuestionan si, realmente, el progreso significa construir hacia arriba.
“Los edificios altos son mucho más notables que cualquier otra forma de ciudad existente; se vuelven elementos icónicos, autosegregados y referentes de seguridad”.
Germán Montenegro
Brotes de cemento y de desigualdad
En la capital, los edificios brotan altos como torres que concentran privilegios asociados al aislamiento. Estos “se vuelven por lo general lugares excluyentes, altamente vigilados, con un paisaje diferente a lo local y con una sensación de que pueden estar en cualquier metrópolis del mundo”, explica Montenegro, profesor de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la Pontificia Universidad Javeriana. A partir de una lectura de caminante por la capital colombiana, surge la curiosidad acerca del porqué de los edificios y su relación con el entorno, quiénes los habitan y quiénes los observan.
La investigación de Montenegro, basada en análisis históricos de revisión de archivos fotográficos y cartográficos, revela cómo la La verticalización de Bogotá redefine su paisaje y plantea retos sociales, económicos y urbanos. ¿Qué significa construir hacia lo alto en la ciudad? verticalización urbana está vinculada a decisiones económicas y tecnológicas que priorizan la rentabilidad por encima de la equidad.
Que exista un edificio alto hace necesario contemplar el impacto que tiene en el espacio y las necesidades tecnológicas que genera. Según Montenegro, los rascacielos requieren desde bombas de agua hasta tecnologías de ventilación y gestión de residuos. Esto encarece el acceso a los espacios y refuerza la noción de ‘privilegio de las alturas’, pues su construcción está ligada a operaciones económicas de gran escala, de las que pocos forman parte.
Por ejemplo, Bogotá se ha transformado debido a los rascacielos, que tienen más de treinta pisos, y a los edificios de altura media y baja, con veinte y doce pisos, respectivamente. Esto ha propiciado una reconfiguración constante del paisaje, de la forma de la ciudad y de la distribución de sus habitantes. Aunque sea fácil pensar que estos cambios son signo de progreso, también son un reflejo de profundas desigualdades. Más edificios altos no es sinónimo de mejores condiciones sociales.
Los límites de altura de esas edificaciones se han adaptado a los intereses de los dueños del suelo y de los promotores inmobiliarios, lo que consolida esa desigualdad urbana de la que habla Montenegro. Tal es el caso de barrios de estratos altos como Chicó, cuyas edificaciones han aumentado su límite de altura de tres a más de 15 pisos en las últimas décadas ―esto aumenta hasta 17 veces su valor―.
Dicha situación refleja cómo el estatus social impulsa la valorización a través de la norma urbanística. Mientras tanto, los barrios del sur y centro de la ciudad enfrentan estancamiento económico, debido, en gran medida, a la falta de aprovechamiento de incentivos normativos y a los alcances limitados de los programas estatales de renovación urbana, explica Juan G. Yunda, profesor javeriano y doctor en Planificación Regional y de Ciudades.
Esta verticalidad también se explica a través de una combinación de factores económicos, políticos y normativos. Según Yunda, hablar de edificios altos implica referirse a la planificación de la ciudad: aunque esta se piensa como el conjunto de herramientas para gestionar la densificación ―qué tanta gente puede vivir en una zona―, puede también profundizar desigualdades, al concentrar la inversión privada en ciertos sectores exclusivos de la ciudad.

Biografía de los edificios, caso de Bogotá
Para conocer la historia de los edificios, Montenegro desarrolla sus biografías. Esto incluye indagar por las ideas que generaron su diseño y los contextos económicos y sociales que rodearon su construcción. A partir de la revisión de revistas especializadas, anales de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, noticias y publicaciones de prensa sobre edificios icónicos, además de archivos fotográficos y planos antiguos, tanto públicos como privados, se realiza un análisis de estas construcciones que le dan forma a la ciudad.
Estas biografías muestran, por ejemplo, cómo Bogotá adoptó estilos arquitectónicos internacionales. Evidencia de ello es el edificio del Banco de Bogotá o Sede Judicial Hernando Morales Molina, la típica ‘caja de cristal’ sobre plataforma, ubicada en la carrera 10 con calle 14, que evoca el estilo neoyorkino. Estas instalaciones, adaptadas a lo local, dieron paso a una arquitectura híbrida, con la combinación paulatina de materiales como el hormigón y el ladrillo, que respondieron también a las diversas condiciones culturales y económicas de la ciudad.
Hecho el edificio, hecha la norma
Montenegro encontró que, en la capital colombiana, las normas urbanas suelen generarse luego de que los edificios han sido construidos. “Las edificaciones altas surgen principalmente de iniciativas privadas y las normas llegan después para regular lo que ya está construido”, explica el experto en paisaje urbano. Esto genera problemas, como la pérdida de paisajes patrimoniales, especialmente en áreas históricas, como la Estación de la Sabana.
Yunda refuerza este punto al señalar que las deficiencias de la planeación urbana han llevado al desplazamiento desordenado de los centros de negocios, principales áreas generadoras de empleo. Esto no solo limita la planificación urbana integral, también lleva a que los grupos de bajos ingresos tengan que realizar desplazamientos más largos para acceder a oportunidades económicas.
Allí se evidencia, según los expertos, una planificación guiada por el mercado y la segregación histórica, que concentran inversión en zonas de estratos altos, perpetúan desigualdades espaciales y desplazan a los más vulnerables a la periferia o a la vivienda informal.
Las investigaciones de Montenegro y Yunda ponen un espejo frente a Bogotá y permiten ver la ciudad en otros momentos de su historia, revindican su experiencia arquitectónica y reflexionan sobre la manera en la que la distribución de la ciudad también define a las sociedades, sus identidades y sus culturas.
También hay segregación vertical

La verticalización de las ciudades no solo transforma el paisaje, también separa a sus habitantes. La segregación vertical hace que los residentes de edificios altos tengan una relación apenas visual con el entorno urbano. “Desde el carro al sótano y luego al ascensor, la vida en estos edificios se desconecta completamente de la ciudad”, comenta Montenegro.
A esto se le suman los cambios en la densidad poblacional: en zonas como Chicó, explica Yunda, esta ha disminuido un 39 %, debido al desplazamiento de usos residenciales por usos comerciales, entretenimiento, oficinas y hoteles. Aunque parezca contraintuitivo, la infraestructura de gran altura no siempre aumenta la población, especialmente en estratos altos, donde el uso puede ser comercial y el enfoque del mercado está más orientado hacia la exclusividad, con espacios amplios para pocas personas.
Por su parte, en los estratos bajos el potencial de revitalización urbana está limitado por normativas restrictivas y falta de inversión. Ambos investigadores coinciden en que una densificación efectiva requiere no solo de más altura, sino también de una planificación urbana equitativa y una infraestructura que soporte esta verticalización, garantizando redes de transporte, servicios y espacio públicos.
Pensar ciudades que crecen hacia arriba no es intrínsecamente negativo. Sin embargo, deben planificarse con cuidado para equilibrar la rentabilidad con el bienestar colectivo, indica el profesor Montenegro. Así mismo, Yunda subraya la importancia de formar profesionales que entiendan las dinámicas sociales y económicas locales, que superen modelos de planificación importados que no responden a las realidades de las ciudades latinoamericanas y que ayuden con su trabajo a caminar hacia la justicia espacial.
Para leer más:
Montenegro Miranda, G. (2018). Edificación de gran altura y paisaje metropolitano: reedificación versus reurbanización en Bogotá. Revista Bitácora Urbano Territorial, 28(2), 73-83. https://www.redalyc.org/journal/748/74855211010/html/
Montenegro Miranda, G. (2024). La dimensión vertical de la metrópolis: surgimiento y evolución de los edificios altos en Bogotá, 1920-2017. Pontificia Universidad Javeriana.
Yunda, J. G. y Cuervo Ballesteros, N. (2020). Valor del suelo y vivienda, contención al crecimiento urbano y densificación en Bogotá 1969-2012. Revista INVI, 35(99), 177-201. https://revistainvi.uchile.cl/index.php/INVI/article/view/63271
Título de la investigación:
Echar para arriba: rascacielos, paisaje y urbanismo vertical en Bogotá
Investigadores:
Germán Montenegro Miranda
Juan Guillermo Yunda Lozano
Grupo de investigación Patrimonio + Hábitat + Territorio
Grupo de investigación Calidad y habitabilidad de la vivienda
Departamento de Arquitectura
Facultad de Arquitectura y Diseño
Periodo de investigación: 2019-2020