Reinaldo Urueta, próximamente comunicador social de la Pontificia Universidad Javeriana, recuerda con cierta nostalgia los días en que atravesaba El Salado, su pueblo natal, montado en el burrófono. Esta fue una propuesta de emisora ambulante que se inventó junto con el colectivo de comunicaciones Coco Salado. Con un grupo de amigos grababan las noticias locales más importantes y sobre el lomo de un burro montaban unos parlantes para reproducirlas por todo el pueblo.
Para ese entonces también hacían un periódico mural que pegaban en las cinco tiendas que tenía El Salado, en el departamento de Bolívar, con las ofertas de cursos y beneficios que ofrecían diferentes entidades. Desde esa época, Ureta tenía muy claro que quería dedicarse a la comunicación, pues se dio cuenta de la potencia que puede tener para contar historias.
La primera vez que salió de su pueblo fue para a la Universidad Javeriana a estudiar comunicación social. El choque cultural que sintió fue enorme. Claro, pasar de un pueblo tranquilo en los Montes de María entre Sucre y Bolívar a una ciudad enorme y caótica no fue sencillo.
“Mi condición de ser víctima del conflicto, de ser desplazado, de ser de escasos recursos pesó mucho al momento de llegar a estudiar a una universidad de élite”, relata. “Pero ver siete pisos de última tecnología que tiene el Centro Ático para los estudiantes me terminó de convencer”, agrega. Desde ese momento supo que quería hacer el énfasis audiovisual de la carrera de comunicación social.
Nunca perdió la conexión con su tierra y sabía que quería contar la historia de su familia, de su pueblo. Durante toda la carrera le estuvo dando vueltas y finalmente realizó, como trabajo de grado, un documental con el testimonio de sus padres, en el que cuenta la crueldad del conflicto armado. Esta pieza audiovisual será una de las ponencias que se presentarán el martes 13 de septiembre en el V Encuentro Javeriano de Arte y Creatividad.
La entrada es libre con inscripción previa en este enlace.
La historia de Colombia
La historia de Reinaldo es solo suya, pero bien podría ser la de muchos colombianos. Su familia ha estado inmersa en el conflicto armado desde hace muchos años. En 1997 sus padres sufrieron un primer desplazamiento a causa del asesinato de cinco campesinos y una desaparición.
Pero fue en el 2000 que la vida de los Urueta Restrepo cambió radicalmente. En ese momento vivían en El Salado, a unas tres horas de Cartagena. Allí, entre el 16 y el 19 de febrero se produjo uno de los capítulos más oscuros de la historia colombiana.
La capital tabacalera de Colombia fue tomada por cerca de 450 paramilitares, quienes durante tres días perpetraron toda clase de crímenes en contra de la población civil. 67 personas asesinadas, entre ellos dos tíos de Reinaldo; torturas, violencia sexual, robos y todo tipo de vejámenes a la población. Esta toma paramilitar se dio en complicidad con miembros de las fuerzas armadas.
Ante esta brutalidad, su familia, como todas las del pueblo, huyeron de la violencia armada que una vez más los expulsaba de su hogar. Durante dos años anduvieron por diferentes partes de la costa Caribe, pero fueron tan difíciles las condiciones y las situaciones a las que se enfrentaron en ese tiempo que era preferible volver a sus tierras, con todo lo que ello significaba.
En medio de la zozobra, algunas familias volvieron para darle vida de nuevo a un pueblo que durante meses estuvo en silencio. Ya no había cultivos, ni animales, muchas casas fueron atrapadas por la maleza, las fachadas estaban pálidas, incluso las carreteras se habían desdibujado. El Salado era un pueblo fantasma. Es que dos años de destierro se sienten de todas las formas posibles.
El conflicto seguía. Los enfrentamientos, los bombardeos, la angustia. Pero como el mismo Reinaldo menciona, la del Salado, es una historia de resiliencia. A pesar de perderlo todo, los salaeros trabajaron aún más fuerte para recuperar la tierra que siempre fue suya. Reconstruyeron la infraestructura de calles, de casas. Volvieron a sembrar, a criar el ganado, las gallinas, los perros. Poco a poco más familias volvieron al pueblo.
Las calles se llenaron de color, la música empezó a sonar y aun con el dolor de la muerte por dentro y la zozobra de las armas que seguían sonando, llenaron de vida el pueblo en el que tenían sus raíces.
Colombia en una familia en el Salado
El resurgir de El Salado se debe completamente a la tenacidad de sus habitantes. Don Nestor, Samuel, Don Humberto o Rafael, el padre de Reinaldo y otras ochenta personas tuvieron la firme convicción de rehabitar el pueblo tras dos años de ausencia forzada. Se organizaron para trabajar en la reconstrucción mientras otros buscaban donaciones de herramientas, materiales, alimentos y ropa.
Fueron años difíciles y de mucha incertidumbre sobre qué podría pasar cuando decidieran volver. Pero fue tanta la insistencia de los salaeros que retornaron, que hicieron poner los ojos del mundo allí.
Organizaciones e instituciones nacionales y extranjeras llegaron a apoyar el proceso varios años después. Ofrecieron instalaciones, servicios, dotaciones y capacitación con lo que se creó Coco Salado, el periódico mural y en el burrófono, casi una década después de la barbarie. Con esta experiencia, Reinaldo entendió que con la comunicación podría ayudar a su gente.
Muy pronto se dio cuenta de que hay muchas historias sobre El Salado. Medios de comunicación, ONG, entidades estatales han dejado registros de la infamia que allí sucedió. ¿Cómo enfrentar el reto de hacer algo diferente?
“Eso implica mirar para adentro, tener una visión objetiva de lo que se va a decir. Analizar cómo se cuenta todo un conflicto y una situación bastante compleja”, dice Reinaldo. Finalmente decidió hacer un relato íntimo, desde los más cercanos, desde su propia familia.
“Estos trabajos son bastante complejos. La memoria siempre está en construcción; no hay una mirada única, todas las personas tienen una manera diferente de contar las cosas porque la vivieron de manera diferente”, explica. Y justamente, la versión de sus padres no había sido contada antes.
Los relatos de doña María Isabel Retrepo y de don Rafael Enrique Urueta fueron la fuente principal de este relato, que difiere de las otras por muchos detalles, pero tal vez la historia misma del conflicto colombiano puede ser contada por medio del testimonio de la familia de Reinaldo.
En este reto, en la Facultad de Comunicación se encontró a la profesora Laura Cecilia Cala, quien fue la guía para explorar diversas formas —académicas y artísticas— para crear su ópera prima: Colombia en una familia: historias de resiliencia frente al horror.
Reinaldo tiene claro que este ejercicio funciona como un relato de memoria histórica pero también fue testigo de cómo para algunas de las personas que participaron, contar sus testimonios les permitió descargar muchas emociones que tenían guardadas.
“Algunos nunca habían hablado de estos hechos y eso lo valoro mucho. El ejercicio de la comunicación tiene que ser muy humano. Muchas veces lo que buscamos es la chiva, la inmediatez de la noticia”, sostiene. “Encontrar ese equilibrio entre lo que hay que contar, pero respetar la dignidad de las personas fue uno de los retos más importantes”, añade.
Este próximo profesional en comunicación sabe que hay muchas historias por contar y ha recorrido varias zonas del país en esta labor. Espera que su formación apoye a documentar los relatos para que nunca olvide la crueldad que vivieron las regiones, pero aún más, para entender el valor de las luchas por enfrentar el olvido y la enorme resiliencia de las comunidades por renacer en contextos tan difíciles.
Reinaldo Ureta invita a ver su documental porque “es el rostro de una familia que no es diferente a muchas a nivel nacional. Son relatos impactantes contados de una manera diferente”. Es una historia que retrata las luchas de resistencia que dan muchas poblaciones y que a pesar de las inclemencias del conflicto armado, superan el horror. “Invito a verlo porque es un documental sobre mi pueblo y sobre mi familia”.