Mucho se estudia en la facultad de Derecho el proceso penal y la presunción de inocencia, pero desde la cárcel la realidad es otra. Dilaciones injustificadas del litigio, aceptación de cargos a pesar de ser inocente y otras situaciones inconcebibles desde la teoría jurídica hacen parte del día a día de los sindicados.
Desde que ingresamos a la facultad teníamos un particular interés en el derecho penal, pero como no somos ajenas a la realidad, sabíamos que probablemente la teoría que estábamos estudiando era muy diferente de la práctica. Por eso decidimos buscar oportunidades para conocer cómo se manifiesta en la realidad el ius puniendi (el derecho a sancionar)del Estado. Así fue como nos cruzamos con el semillero de Derecho Penitenciario de la Pontificia Universidad Javeriana, un grupo que se interesa por las cárceles y la población carcelaria.
Encontramos estudiantes y egresados que estaban dispuestos a mostrarnos la realidad del derecho penal. Gracias a esto, el 30 de marzo tuvimos la oportunidad de asistir a la Cárcel Distrital en el marco de un proyecto que hemos venido trabajando junto con Pesquisa Javeriana y la colaboración de la Fundación Acción Interna, una organización que busca mejorar la calidad de vida de la población carcelaria generando oportunidades de reconciliación y resocialización.
Todo comenzó a las 7:00 de la mañana, cuando nos encontramos en las oficinas de Pesquisa Javeriana. Mientras organizábamos las cartillas del taller sobre acceso a la justicia que trabajaríamos con los privados de la libertad, contábamos lo emocionados que nos sentíamos.
Una vez llegamos a la cárcel nos pidieron nuestros documentos de identidad y nos marcaron con algo que parecía un sello, pero sin tinta, pues no dejaba una marca perceptible en la piel. Al pasar por los filtros de seguridad los trabajadores de seguridad usaron una luz ultravioleta en nuestro brazo que reflejó el sello en la muñeca.
Durante el recorrido vimos un gran pasillo que dividía distintos pabellones: el de solo mujeres, otro en donde se encontraban los sindicados de delitos sexuales y violencia intrafamiliar, otro por porte de armas y estupefacientes; se veía como una cárcel muy organizada, y es que la Distrital es muy diferente a otras, pues no hay hacinamiento (un dato relevante, pues actualmente en los más de 100 centros de reclusión que administra el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario – Inpec, el hacinamiento supera el 20 %).
Luego nos dirigimos al auditorio. Allí se encontraban aproximadamente 40 hombres y mujeres, todos con una sudadera de color naranja y blanco, acompañados de un solo guarda de seguridad. Nos saludaron de forma atenta y alegre, incluso hacían chistes y nos reíamos juntos.
Nuestro propósito era dar una charla de mecanismos jurídicos que les podrían ser útiles como personas privadas de la libertad. La mayoría de ellos ya conocían el derecho de petición, la estructura del proceso penal e incluso recursos (como la apelación), pero igual se encontraban dispuestos a aprender, no solo sobre lo que les podría eventualmente servir a ellos mismos, sino también a sus compañeros o familiares. Otros no sabían leer o no conocían siquiera si tenían defensor.
Cuando las personas empezaron a mostrar interés y a realizar preguntas, algunas muy difíciles, Norberto Hernández, director del semillero Penitenciario y conjuez de la Corte Suprema de Justicia, respondía y se generó una especie de confianza, pues ellos nos contaban sus situaciones y nosotros les decíamos qué podían hacer con base en el derecho.
Guiar a tantas personas con nuestro taller fue muy grato, debido a que de alguna u otra forma les lanzamos a todos un rayito de esperanza en donde se puede ver una salida más allá de las rejas.
La distancia entre la teoría y la práctica
Desde el primer semestre de Derecho memorizamos la presunción de inocencia: deberá entenderse que el sujeto que se juzga no cometió el hecho ilícito que se le imputa hasta que esto se desvirtúe a través de las formalidades propias de cada juicio; pero cuando fuimos a la cárcel vimos que tal vez no siempre es así, y que en la práctica podría presumirse que la persona es penalmente responsable, porque si no logra probar lo contrario, resultará condenada.
Conocimos la historia de un sindicado que afirmaba llevar más de 6 meses en la cárcel por porte de estupefacientes y concierto para delinquir – se le acusa de hacer parte de una banda criminal que opera cerca de su lugar de residencia. Él decía que sí estaba comercializando “perico”, pero que no hizo contacto con bandas criminales.
Después, comentó el sindicado, como no tenía ninguna forma de probar que no hacía parte de estas bandas, su defensor le aconsejó aceptar cargos y así obtener una rebaja del 50 % de la pena.
Si en un examen de Derecho figura un caso como este, nuestra respuesta sería que es inconstitucional y que siempre, ante cualquier duda, primará la presunción de inocencia. Pero ¿qué le contesto al sindicado directamente si, a pesar de ser una situación inconstitucional, le está pasando a él?, siendo estudiante de Derecho, ¿cómo le respondo a alguien a quien la administración de justicia parece haberle fallado?
En otra de las intervenciones una mujer mencionaba que a los hombres sí les ofrecían trabajar mientras que a las mujeres no. Ella no conocía cuál era el fundamento de esta medida, pero sí reconocía que debían cambiarla pronto, pues para acceder a determinados beneficios -como el permiso de las 72 horas- se requiere que la persona haya trabajado o enseñado, y como a las mujeres no les permiten trabajar, no les queda otra opción que enseñar.
Pero ¿qué sucede si la mujer no cuenta con conocimientos para enseñarles a otros privados de la libertad o si simplemente la mujer prefiere trabajar en otro tema? ¿Se le privará de estos instrumentos si es así? No tenemos respuesta a estas preguntas, pero en todo caso, desde el punto de vista jurídico, esta medida podría resultar lesiva para las mujeres y nos sorprende cómo en pleno 2022 perdura la idea de que quien trabaja es el hombre.
Una realidad difícil de aceptar
Mientras se desarrollaba el resto del taller escuchamos una conversación del principal encargado de programas educativos en la cárcel, Norberto Noyola, antropólogo de la Universidad Nacional y quien trabaja por la resocialización de quienes se encontraban allí.
Él mencionaba que la mayoría de los que se encuentran privados de la libertad se muestran receptivos a los talleres que se ofrecen y algunos pueden llegar a una efectiva resocialización alejándose del mundo del crimen. Pero otros, decía el antropólogo, se encuentran tan inmersos en usar el delito como forma de vida, que ningún esfuerzo logrará su reintegración.
Quedamos atónitas, pues al menos teóricamente el Estado nunca se puede rendir con la reinserción de un condenado y todos tienen esta posibilidad.
Al final de la charla les ofrecimos un sencillo refrigerio — galletas de avena, jugo de caja y una chocolatina– algo que nosotros podríamos comer de forma ordinaria en nuestro día a día y que ellos recibieron con tanta alegría que parecía que quisieran llorar. Entendimos que hasta una chocolatina también puede ser un privilegio en su situación.
Antes de irnos tuvimos la oportunidad de entrar a uno de los pabellones de hombres. Todo era tal y como lo muestran en las películas: una cancha pavimentada en la que los reclusos son formados y alrededor hay un edificio de al menos cinco pisos con unas pequeñas celdas numeradas, todo en colores sobrios y oscuros. No cuentan con acceso directo a la luz solar -porque la cancha se encuentra cubierta-, tampoco tienen paso a zonas verdes ni vista al mundo exterior.
Nos comentaron los vigilantes que los reclusos no pueden hacer uso de celulares, computadores o internet, pero que cuentan con un “monedero” -un teléfono fijo que sirve si se le consigna una moneda.
Para concluir, muchas veces se estigmatiza a las personas que se encuentran tras las rejas, juzgándolos sin saber sus contextos y todas las razones que hay detrás de un delito. Cuando hicimos este taller nos dimos cuenta de que detrás de cada persona que se equivocó hay una historia, y que, a pesar del error, muchos de ellos quieren cambiar, saliendo adelante y aprendiendo de talleres como el que realizamos para darles herramientas con las que puedan defender sus derechos, pues a algunos se les están vulnerando.