No había un día en que las noticias no hablaran de la muerte. Ese virus letal que siempre estaba cerca no se andaba con rodeos, así que el encierro fue necesario. En esos meses, apartada de muchos de sus seres queridos, el único consuelo para la escritora javeriana Adriana María Valera fue el patio de su casa: un lugar que, en medio de la angustia, le brindó calma y esperanza.
Un árbol de cerezas fue el que la cautivó. Siempre estuvo allí pero no se había percatado de su belleza hasta que llegó la pandemia de la covid-19. “Había tantas cerezas como estrellas en el cielo”, pensó en su momento. Luego, eso mismo lo plasmó en Cerezas, un cuento ilustrado por Carolina Gámez que en 2021 ganó el III Concurso de Literatura Infantil Épico, organizado por la editorial de la Fundación Círculo Abierto en su natal Barranquilla.

“Aunque en la costa norte de Colombia la conexión con el patio es vital, durante el confinamiento su importancia cobró más sentido. Cada mañana la imagen de esas bolitas rojas esparcidas por el suelo se repetía, pero siempre me sorprendía como si fuera la primera vez. Eso me devolvió la vitalidad que estaba perdiendo. Me permitió conectar con lo vital en medio de un contexto mundial que solo dejaba espacio para la tragedia”, asegura Valera.
Cerezas: para los más pequeños
Este poema ilustrado de 33 páginas es una exploración que —en palabras de la escritora— responde a sus propios temores, eso que asusta a su niña interior. “Por eso quería hablar sobre el miedo, porque es algo que nos acompaña de niños y que no nos suelta en la adultez; pero no es un sentimiento que tiene que ser derribado, por el contrario, podemos transitarlo en compañía y no en solitario”, agrega.
Cerezas narra la historia de Simón y Pepe, dos niños que llevan al lector por un recorrido lleno de inocencia, aventura y complicidad donde los miedos son solo una excusa para dejarse asombrar por los pequeños detalles.
“Cerezas es un homenaje a las amistades y a quienes siempre están dispuestos a tender una mano para ayudar”, Adriana Valera.
Esta clase de mensajes son los que le gusta transmitir con su escritura. Quiere que el primer acercamiento de los niños con la lectura no sea el acto mismo de seleccionar un libro y leerlo, sino que esas hojas sean una invitación para que aprendan a leer más allá de los formatos convencionales. “Es, en últimas, una invitación al asombro”, destaca.
Trabajo en equipo
El proceso creativo de Cerezas fue bastante particular, pues Adriana no trabajó de la mano de la ilustradora, como suele suceder.
“La editorial quiso que ambos procesos se hicieran de forma independiente para que cada uno tuviera su propia identidad”, explica Carolina Gámez, quien una vez recibió y leyó el texto, dice que se le activaron cientos de recuerdos de su infancia en su natal Barranquilla, pues aunque ahora vive en Argentina, asegura que muchos de sus mejores momentos los vivió en esta ciudad.

Eso lo reflejó en las páginas de Cerezas. En cada dibujo quiso resaltar la curiosidad y unión que caracterizó su forma de jugar en ‘la Arenosa’. De cierta forma, fue por ese motivo que decidió que las ilustraciones parecieran hechas a lápiz, como si fuera el cuaderno de trazos de Pepe y Simón.
“Si bien el estilo es propio, creo que siempre está bueno tener inspiración de otros lugares para elegir la aplicación del color. Para mí es importante ver un poco más allá para no caer en lo repetitivo, sino probar cosas nuevas”, relata Gámez.
De ahí que no quiso dibujar al “típico niño”, como ella dice. “Quería que hubiera un poco más de diversidad, no que fuera el mismo niño con ropita azul. De hecho, la muñeca y el osito son rosados y hay otros elementos con los que busqué que la imagen también sirviera para abrir la mente”.
Gámez agrega que en los seis meses que duró el desarrollo de las ilustraciones intentó que cada una de ellas tuviera algo que requiriera detenerse a analizar. “Lo primero que nos llega a la mente son imágenes, por eso creo que la ilustración es muy poderosa, porque aunque entra rápido y sin filtros, también puede ser una fuente de aprendizaje para los niños”.

Al igual que Valera, la ilustradora considera que la literatura infantil juega un papel muy importante en la educación. Por ello resalta el mensaje de Cerezas: a pesar de los obstáculos, al final siempre hay una gran recompensa.
La poeta aún se asombra al ver que en el patio de su casa hay tantas cerezas en el suelo como estrellas en el firmamento y, así como Pepe halló su recompensa cuando desafió la noche, ella encontró un premio más grande en las cosas simples: “primero fueron las cerezas, pero ahora es como si me hubieran quitado el velo que me impedía ver por ratos la belleza del paisaje”, concluye.
Sobre las autoras de cerezas
Adriana Valera es profesional en Estudios Literarios con énfasis en Antropología de la Pontificia Universidad Javeriana. Su primer acercamiento a este mundo creativo fue a través de las historias que su mamá inventaba para entretenerla cuando llegaba la hora de dormir. Eso y la revista infantil Dini (que circulaba con la Revista Diners) le dieron los insumos suficientes para que hiciera sus primeros pinitos como escritora en el periódico del colegio.
En la universidad se dio cuenta de que quería escribir para niños porque daba espacio para la exploración. “Siento que la literatura infantil deja muchas reflexiones y el tema de las ilustraciones combinadas con historias breves permite decir mucho con ‘poco’. Hay un universo de posibilidades”, dice sonriendo.
Carolina Gámez es diseñadora gráfica y tiene un interés especial por la ilustración. Es curiosa y le cuesta quedarse quieta. Lo que más le gusta es dibujar flores y frutas y explorar la naturaleza. Cerezas fue el primer cuento infantil que ilustró. Espera que no sea el último.