Cinco islas pintan de turquesa y verde el paisaje marino del Pacífico Este Tropical (PET), un auténtico santuario de flora y fauna que abarca 2 000 000 de kilómetros cuadrados y que tiene uno de los mayores índices de especies nativas en el mundo, de acuerdo con el Corredor Marino del Pacífico Este Tropical (CMAR), una iniciativa regional de conservación y uso sostenible.
Se trata de las islas Galápagos (Ecuador), del Coco (Costa Rica), Malpelo y Gorgona (Colombia) y Coiba (Panamá), y aunque su belleza las convierte en escenarios paradisíacos, la pesca ilegal e indiscriminada podría generar consecuencias irreparables en sus territorios. Uno de los casos más desastrosos fue el que vivió Galápagos en 2017, cuando fue detenido un buque chino que cruzaba la reserva sin autorización.
En su interior encontraron 7639 tiburones (entre los que había 432 fetos) de doce especies diferentes, de las cuales, nueve están amenazadas. También hallaron 537 bolsas con aletas de tiburón y 2114 peces óseos (con esqueleto interno óseo), según reveló una investigación publicada en la revista científica Nature.
La historia no es muy distinta para Colombia.
Un informe publicado por la Procuraduría General de la Nación y la ONG MarViva, que se dedica a la protección de los océanos en el PET, muestra que entre 2012 y 2016 se registraron 254 sanciones en el océano Pacífico por actividades de pesca ilegal en áreas naturales protegidas.
Los Parques Nacionales más afectados fueron Malpelo con 152 registros, y Gorgona con 83.
De hecho, en 2016 —pocos meses antes de la publicación— 27 personas fueron capturadas en Gorgona con dos toneladas de atún, pargo rojo, jurel y otras 22 especies que habían sido sacadas del mar de forma ilegal, puesto que es un área protegida por la Unesco desde 1984, cuando fue declarada como patrimonio natural de la humanidad.
Asimismo, la Armada de Colombia ha interceptado pescas ilegales en varias embarcaciones extranjeras y ha reportado el aumento de buques pesqueros de origen ecuatoriano, chino y panameño en las inmediaciones de Malpelo.
Un posible salvavidas
Debido a esta problemática, Alejandro Preciado, un biólogo de 25 años de la Pontificia Universidad Javeriana, se dedicó durante casi dos años a desarrollar un modelo para estudiar las redes tróficas pelágicas del paisaje marino del PET. “Si no conocemos lo que tenemos en los océanos, ¿cómo los vamos a proteger?”, dice.
Con ‘redes tróficas’ se refiere a las representaciones gráficas que indican quién depreda a quién en el ecosistema. El concepto ‘pelágicas’ abarca únicamente a las especies que se mueven dentro del área oceánica comprendida entre cero hasta 200 metros de profundidad.
“La gran industria está centrada en algunas especies, como lo son los atunes y como lo pueden ser en algunos casos los tiburones.La pesca de estos generalmente se hace sin saber el efecto que tiene sobre las comunidades tróficas y lo que hay de ahí para arriba y de ahí para abajo en cuanto a peces y organismos”, explica este joven que actualmente cursa una maestría en Ciencias Biológicas en la Javeriana.
De esta manera, dice, el modelo que ha desarrollado ayuda a entender cómo podría afectarse el ecosistema con la captura desmedida de algunas especies.
“La idea es que los pescadores sepan que si capturan, hasta su extinción, organismos que interactúan con un número determinado de especies, probablemente acaben también con esas especies que dependían de estos y, por ende, afecten todo el sistema”, agrega.
Si se tuviera en cuenta esta red trófica, quizá se podría evitar una situación indeseada como la que vive la isla de Terranova en Canadá desde los años 70 a causa de la pesca incontrolada de bacalaos, pues durante varias décadas, en esas aguas canadienses abundaban estos peces, que eran la principal fuente de ingresos de la población. Sin embargo, debido a la sobreexplotación de la especie, a duras penas se encuentran algunos ejemplares en la actualidad.
Tiburones y rayas, dos especies vitales para las redes tróficas
El modelo trófico del Pacífico Este Tropical desarrollado por Preciado tuvo en cuenta 3563 especies con interacciones potenciales de al menos uno a uno, aunque advierte que este número podría ser mayor que el reportado.
En la gráfica de esta cadena alimentaria, cada nodo (o punto) representa muchas especies. Por ejemplo, uno de ellos equivale a los tiburones, que en el área de la PET tiene alrededor de 22 especies; mientras que el nodo de los peces productores de larvas pelágicas puede ser de 1150 especies aproximadamente.
Con esto se muestra que si los productores de larvas (o cualquier otro organismo) interactúan con cinco clases de tiburones y tres se extinguen, las configuraciones de la red se alterarían y cambiarían el comportamiento de los individuos.
“Conociendo estas redes se puede identificar qué individuos son claves y cuáles son de interés para la protección; así es posible establecer unos grupos concretos relacionados al número de interacciones que tienen”, explica Preciado y cuenta que en las inmediaciones de los Parques Nacionales de la PET se suelen pescar ilegalmente varias toneladas de individuos juveniles (en etapa de crecimiento). “Si se capturan todos los peces pequeños y medianos, en un futuro no vas a tener ninguno que se convierta en grande y va a haber un desabastecimiento de ese recurso”, complementa.
El biólogo identificó en la red trófica especies ‘comunes’ y ‘claves’. Del primer grupo hacen parte las anchoas, ya que se encuentran tanto en la plataforma continental, que es la superficie más próxima a la costa y que tiene una profundidad inferior a 200 metros, como en la oceánica, que comienza desde donde se acaba la plataforma continental. “El hecho de que compartan ambas zonas no significa que no necesiten protección”, explica.
En el segundo grupo se encuentran organismos como los tiburones y las rayas, de los cuales, al menos el 37 % (316 especies) se encuentra en peligro de extinción de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) —organismo que registra el estado de conservación de animales y plantas en el mundo—.
Además, una investigación publicada en National Geographic estima que estas poblaciones se han reducido en un 71 % alrededor del mundo a causa de la sobreexplotación pesquera.
La Fundación MarViva también explica que en muchos casos ni siquiera es que los quieran capturar, sino que entran en las redes por accidente a causa de la pesca de arrastre y luego los devuelven al mar heridos o muertos. Aunque es imposible obtener un valor exacto, de acuerdo con biólogos de la Universidad Dalhousie, en Halifax, cada año mueren 100 millones de tiburones.
¿Pero qué pasaría con las demás especies de la red trófica si los tiburones y las rayas dejaran de existir o su número se redujera drásticamente? “Estos grupos corresponden a depredadores y reguladores principales. Si uno los elimina lo que va a suceder es que los niveles intermedios, y de ahí para abajo, se van a desbalancear”, explica Alejandro Preciado.
Como estos organismos se comen generalmente a individuos más pequeños o de su mismo tamaño, si desaparecen no habrá quien controle a esas poblaciones del medio y serán ellas quienes sustituyan el rol de las rayas y de los tiburones, “pero como no van a tener quién se los coma, se incrementará su población y terminarán consumiendo el resto de los recursos de los que dispone”, puntualiza Preciado.
Fuera del tiburón martillo y sierra, el Grupo de Ciencias del Corredor Marino del Pacífico Este Tropical (CMAR) prioriza el monitoreo de especies para su conservación, como las tortugas marinas, el dorado y los picudos.
Hacer de la búsqueda de peces una tarea más sencilla
Más allá de lo mencionado, el conocimiento de las redes tróficas oceánicas permite que los gobiernos sepan qué especies requieren de una mayor protección para así tomar medidas, pero también ayuda a que los pescadores identifiquen más fácilmente zonas potenciales para la pesca sin perjudicar los ecosistemas.
¿Cómo? Preciado ha adelantado diferentes trabajos de campo en la Isla Gorgona en los que algunos pescadores le han comentado cuáles son las mejores zonas para ejercer su actividad económica. “Nos decían que dentro de los Parques Nacionales y evidentemente sí, ya que ahí hay muchos juveniles e individuos grandes que van a reproducirse. Pero afuera de esta área reservada también hay puntos estratégicos que ellos determinan que son buenos”.
En este sentido, el biólogo indica que la pesca está muy relacionada con las redes tróficas porque en las zonas geográficas donde hay mayor interacción y afloramiento de organismos como fitoplancton son también los lugares en los que se encuentran más especies de mejor y mayor tamaño.
Tener esta información ayudaría a incentivar una actividad más responsable en esta zona de alta pesca donde, según cifras del CMAR, tan solo en Colombia se extraen entre 260 000 y 820 000 toneladas al año que sustentan al menos a cinco millones de personas de forma directa (pesquería) e indirecta (turismo y recreación). Además, la PET produce 135 millones de dólares al año.
La pesca ilegal no es un problema a blanco y negro, tiene matices
Al escuchar la palabra ‘ilegal’ uno puede pensar que quienes ejercen estas actividades lo hacen sabiendo que omiten protocolos de sostenibilidad y restricciones. Y claro, muchas veces es así y lo ocurrido en Galápagos es solo uno de esos ejemplos de este negocio que mueve más de 23 000 millones de dólares anuales en el mundo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Sin embargo, la situación se complejiza en un país como Colombia donde tan solo en la costa Pacífica hay al menos 21 000 pescadores pequeños que podrían verse desplazados del oficio a raíz de esta problemática, de acuerdo con otro informe de MarViva. Esto lleva a que muchos pescadores, con el afán de subsistir, utilicen artes de pesca prohibidas para así capturar más peces. Algo beneficioso en el momento, pero que genera una sobreexplotación que podría afectar la obtención de estos recursos en un futuro cercano.
Además, en el informe realizado por esta organización, en conjunto con la Procuraduría General de la Nación, se concluye que muchos de los pescadores del Pacífico desconocen cuáles son las actividades consideradas como pesca ilegal.
“La comunidad de pescadores reconoce la pesca ilegal principalmente como aquella que se realiza con métodos, artes y/o equipos prohibidos, y en segundo lugar, como la que se efectúa en zonas prohibidas”, asegura la publicación y explica que “el resto de actividades que son consideradas ilegales de acuerdo a la normatividad colombiana vigente están siendo ignoradas y desconocidas por los directamente implicados”. Se refiere a la captura de especies prohibidas, en épocas o temporadas prohibidas y en zonas reglamentadas.
Esfuerzos importantes
Una vez publicado el modelo creado por Preciado estará disponible para que tanto los pescadores como las entidades ambientales y gubernamentales conozcan cuáles son las especies que requieren de protección inmediata y para que se puedan implementar proyectos de prevención.
Es importante tener en cuenta que las redes tróficas varían constantemente debido a fenómenos climáticos, biológicos —como la disponibilidad de alimento—, geográficos —a causa de la migración de las especies— o actividades humanas.
Pero fuera de iniciativas como la que el biólogo propone, deben sumarse políticas públicas efectivas que permitan la recuperación de los ecosistemas y ayuden a controlar la actividad pesquera, pues —por poner un ejemplo— tan solo por un kilo de camarón capturado es posible que hasta 30 kilos de otras especies sean atrapadas al mismo tiempo a causa de la pesca incidental, según la (FAO).