Con más de 1.293 réplicas registradas y miles de reportes ciudadanos, el sismo en Paratebueno – Medina (Cundinamarca) ha reavivado preguntas sobre el riesgo sísmico en Colombia. Hablamos con Daniel Ruiz, doctor en Ingeniería, profesor de Ingeniería Civil de la Pontificia Universidad Javeriana, y experto en sismología, para analizar sus implicaciones.
Ruiz inicia la entrevista aclarando que aún existen límites en el conocimiento científico sobre los terremotos. Aunque los registros históricos permiten estimar la probabilidad de que ocurran nuevos eventos sísmicos, la predicción exacta sigue fuera del alcance tecnológico actual.
“Con la tecnología que tenemos hoy en día en el mundo, es imposible predecir los terremotos. Solamente podemos saber que en el pasado han ocurrido sismos y que, con total seguridad, van a volver a ocurrir. Pero es un tema estadístico y probabilístico, no de certeza, eso quiere decir que puede temblar mañana, en diez minutos, en un minuto”, aclara el profesor.
En Colombia, esta realidad se intensifica por la ubicación del país sobre el Cinturón de Fuego del Pacífico, una de las zonas más activas del planeta en cuanto a movimiento tectónico. La interacción entre las placas Sudamericana, Caribe y Nazca genera una alta frecuencia de sismos, muchos de ellos imperceptibles para la población, pero otros potencialmente peligrosos.
Un ejemplo recurrente es el Nido Sísmico de Bucaramanga, una zona donde tiembla todos los días. Allí se producen pequeños movimientos con magnitudes menores a cuatro grados. Aunque estas sacudidas no suelen representar un peligro real, su alta frecuencia genera inquietudes. Sin embargo, los especialistas insisten en que la ocurrencia de estos sismos menores no necesariamente anuncia uno mayor.
Cada evento responde a una liberación local de energía que no implica una cadena progresiva hacia terremotos de gran magnitud. “En Santander tiembla absolutamente todos los días y a toda hora, con terremotos de magnitudes que no superan los 4 o 5 grados. Eso no significa que vaya a ocurrir un sismo destructor como consecuencia de esos eventos pequeños”, comenta Ruiz.
Otro punto importante tiene que ver con el lenguaje. Términos como “temblor”, “sismo” y “terremoto” se usan indistintamente, aunque en ocasiones se cree que implican distintos niveles de gravedad. En realidad, todos hacen referencia al mismo fenómeno físico: la liberación súbita de energía en el interior de la tierra, que provoca vibraciones en la superficie. “Terremoto, sismo y temblor son exactamente lo mismo. Son denominaciones que se han dado históricamente, pero no es que un terremoto sea más grande que un sismo”, explica el profesor.
Ruiz también desmonta algunos mitos sobre los efectos de los sismos. Por ejemplo, la idea de que el suelo pueda abrirse y “tragarse” ciudades enteras, como se muestra en algunas películas de ciencia ficción. En realidad, si bien pueden aparecer grietas o rupturas en la superficie, el colapso masivo del terreno no es un escenario habitual en los eventos sísmicos reales. “No es que vaya a abrirse el terreno y desaparecer una ciudad, como hemos visto en las películas. Eso normalmente no sucede”, precisa.
¿Qué tan preparada está la infraestructura en Colombia para resistir un terremoto?
Uno de los factores más determinantes para medir el riesgo real de un sismo no es el movimiento de la tierra en sí, sino las condiciones de las edificaciones expuestas. En Colombia, existe desde hace décadas una normativa de diseño sismorresistente que establece los criterios mínimos para que una estructura soporte movimientos fuertes sin colapsar. Sin embargo, su aplicación no ha sido homogénea en todo el país.
En ciudades como Bogotá, una porción significativa de edificaciones, especialmente de tipo residencial, han sido construidas sin supervisión técnica formal. “Es posible que más del 50 % de las edificaciones no hayan pasado por un diseño estructural formal ni por curaduría”, señala Ruiz. Muchas de estas construcciones son resultado de procesos informales y autoconstrucción, lo cual representa un riesgo considerable en caso de un sismo de gran magnitud.
El profesor Ruiz enfatiza que un edificio sismorresistente no es un edificio que no sufra daños. De hecho, los ingenieros diseñan las estructuras para que se deformen y disipen energía durante un terremoto. Lo importante es que esa deformación no implique colapso y que se garantice, ante todo, la vida de sus ocupantes. “La palabra antisísmico no existe. Lo que existe es sismorresistencia. Eso significa que el edificio se puede mover, se puede deformar, incluso dañar, pero sin colapsar”, subraya. “Que aparezcan grietas no significa que el edificio haya fallado”, añade.
Además del diseño y los materiales, la ubicación y la calidad del suelo también juegan un papel clave. Una cimentación sobre un terreno inestable puede amplificar los efectos del sismo y provocar daños graves incluso en edificaciones bien diseñadas.
En cuanto a las zonas más seguras durante un sismo, Ruiz señala que, dentro de un edificio, los lugares reforzados estructuralmente —como las escaleras, los ascensores o los marcos de concreto— suelen ofrecer mayor protección. “Lo más seguro es ubicarse en zonas donde se esconden los elementos estructurales: las escaleras, los ascensores, las pantallas estructurales. Si no se puede llegar a estos lugares, lo mejor es ubicarse debajo de una puerta interior o de entrada”, recomienda.
¿Por qué no hay alerta temprana en Bogotá?
Una duda frecuente entre la ciudadanía es por qué Bogotá no cuenta con un sistema de alerta temprana ante terremotos, como el que existe en Ciudad de México y que permite que los ciudadanos reciban notificaciones en sus celulares o encender las alarmas minutos antes de que se sienta el temblor. La respuesta está en la geografía. En la capital mexicana, las fallas que generan los terremotos están a más de 400 kilómetros de la ciudad, lo que permite detectar el movimiento con antelación y enviar una alarma antes de que las ondas lleguen a superficie.
En Bogotá, las fallas que podrían generar un sismo significativo están mucho más cerca: a apenas 40 km. Esa distancia es tan corta que, cuando el sistema detecta el sismo, las ondas ya están llegando. “Solo daría entre tres y cinco segundos de aviso, y eso no alcanza para activar una alerta útil”, explica Ruiz. “Aunque la tecnología existe, no es aplicable con la misma utilidad en ciudades cercanas a sus fuentes sísmicas”.
En este contexto, la preparación y la educación se vuelven herramientas fundamentales. Conocer los riesgos, saber cómo actuar durante un sismo y mejorar la calidad de la construcción son medidas más efectivas que esperar por una alerta que, en este caso, no podrá llegar a tiempo.
En definitiva, los sismos seguirán ocurriendo. No se pueden evitar, pero sí se pueden mitigar sus consecuencias. Lo que está en nuestras manos no es el control de la tierra, sino el fortalecimiento de nuestras capacidades técnicas, sociales y ciudadanas para proteger la vida.