Érase una vez una Bogotá de los años cuarenta. Nacía en el centro colonial y se extinguía en la calle 80; iba desde los cerros de la carrera 7ª hasta una incipiente carrera 30, puntos entre los que había aún grandes extensiones de lotes vacíos. Más allá, eso sí, todo era sabana. Verde. Adentro, rodaba un tranvía del que colgaban hombres vestidos como lo haría el tanguero Gardel —de sombrero de ala y sastre fino—, quienes tomaban en las tardes chocolate santafereño con almojábana recién horneada.
Esa fue la Bogotá que vino a conocer el arquitecto franco-suizo Charles-Édouard Jeanneret-Gris (Le Corbusier), cuando la pisó por primera vez, en 1947. Y uno de los planos que él elaboró de la ciudad que imaginaba fue el que inspiró a la docente de la Universidad Javeriana Doris Tarchópulos para contar una historia oculta en su tesis doctoral, “Las huellas del Plan para Bogotá de Le Corbusier, Sert y Wiener”, desarrollada en el Departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Cataluña, con el patrocinio de una beca de investigación que otorgó el propio Departamento y el apoyo de la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del Banco de la República.
Fotografías, recortes de prensa, correspondencia, planos traídos de Harvard y París conforman esta pesquisa que reivindica el trabajo hecho por tres técnicos europeos, de sin igual valor. Mediante esta investigación se reconstruyó un evento histórico y se buscaron los vestigios dejados por un plan urbanístico formulado entre 1949 y 1953, en dos etapas. La primera consistió en un Plan Director o Plan Piloto, como se lo denominó en Bogotá, realizado por Le Corbusier como la guía para reglamentar el crecimiento de la ciudad y la base para elaborar el Plan Regulador. La segunda parte fue la confección del Plan Regulador, a cargo de los arquitectos Josep Lluís Sert, catalán, y Paul Lester Wiener, alemán, a través de la Town Planning Associates (TPA), con la asesoría de Le Corbusier.
Este último era, además de arquitecto, teórico y diseñador, un respetado pintor de vanguardia, rebelde ante la academia y de lentes redondos sobre una nariz aguileña, que llegó a Colombia por invitación de Eduardo Zuleta Ángel, ministro colombiano ante la Organización de Naciones Unidas. En aquella época tomaba forma la idea de reconstruir la dulce provincia que aún era la capital y empezar a situarla como un punto moderno estratégico del continente, a pesar de las tensiones políticas del momento. Por eso, el hombre que había elaborado planes para varias ciudades europeas fue elegido por el Gobierno para esa transición histórica.
Más allá del desarrollo que había logrado ordenar el urbanista Karl Brunner, desde finales de los años treinta, Bogotá empezaba a parecer obsoleta en el panorama de los jóvenes arquitectos de la Universidad Nacional, y debía evolucionar para adaptarse a las nuevas exigencias del capitalismo: más zonas residenciales, más vías de acceso, una zona industrial, y puntos culturales y de educación.
El Movimiento Moderno en la arquitectura estaba en furor, y Le Corbusier era uno de sus padres. Sus seguidores creían que la forma debía estar ligada al concepto de función: la ciudad tendría que ser útil a sus ciudadanos. Por eso, la Bogotá que imaginó se soportó en un diseño complejo de sistemas que dependían uno del otro para hacer eficiente su funcionamiento.
Los otros dos colegas europeos expertos en la materia, Sert y Wiener, ya habían hecho planes urbanísticos para Tumaco, Cali y Medellín, y su experiencia en Nueva York los llevó a hacerse cargo de “definir los sistemas de utilización de las zonas en las que se dividió la ciudad, el régimen de alturas y normas para la edificación, las densidades de población, los perfiles, estacionamientos, iluminaciones y arborizaciones de las vías y la planeación de los servicios públicos”, como lo asegura Tarchópulos en su tesis, la primera producción intelectual notable hasta ahora, pues no existía, ni local ni internacionalmente, un proyecto que indagara sobre el propio plan, su proceso y su trascendencia.
París, Nueva York, Bogotá
Desde 1949 hasta 1953, los tres expertos planearon una ciudad guiada por las bases del urbanismo moderno, pero que nunca pudieron ver construida con sus propios ojos. Desde el comienzo, los arquitectos formaron un triángulo de trabajo disciplinado y fluido: París era el taller del franco-suizo; Nueva York, el centro de trabajo de los directores de la TPA; y Bogotá, el núcleo de la Oficina del Plan Regulador, la cual fue presidida por el primer decano de la Facultad de Arquitectura javeriana, Carlos Arbeláez Camacho, quien se encargaría de los asuntos locales.
En 49 planos, Le Corbusier dibujó una ciudad conectada regionalmente, que estuviera guiada por su famosa teoría de las 7 Vs (siete vías): una forma para estructurar la malla vial de la ciudad que va de la calle más general a la más particular y sencilla. “Proyectó la conservación de los cerros como espacio paisajístico unido a los parques lineales de los ríos y quebradas, una zona industrial, la calle 26 que llegaría hasta el aeropuerto, las zonas residenciales del norte y el occidente, y un centro cívico que reuniría los ministerios y las ramas del poder público más significativas”, explica la docente.
El Plan Piloto incluía entonces un modelo regional, otro metropolitano y otro de ciudad; también un plan vial jerarquizado, la zonificación y los sectores y tipos de vivienda. Todo esto estaba acompañado de un informe escrito, el cual fue encontrado por Tarchópulos en el archivo de Josep Lluís Sert en la Universidad de Harvard, porque en Colombia no parece haber registro de dichos papeles, de acuerdo con el estudio de la investigadora. “Es como si se hubiera negado este trabajo, que no era perfecto, pero sin duda era lo más avanzado para la época”, afirma con la convicción que le dio el haber encontrado valiosos documentos de respaldo en la Colección Sert de la Universidad de Harvard, la Fundación Le Corbusier, el archivo de Carlos Arbeláez Camacho en la Universidad Javeriana y el Concejo de Bogotá.
Los materiales fruto de los hallazgos durante el proceso de investigación le permitieron además responder las preguntas que se hacía con curiosidad al inicio del trabajo: ¿cuál era el significado histórico del plan?, ¿cómo fue su proceso de elaboración?, ¿existían o no huellas de él en la Bogotá actual?, y, si existían, ¿a qué se debió que así fuera?
Pues bien, como construido sobre tierra inestable, las grietas del proyecto de los arquitectos empezaron a aparecer: que la dictadura naciente planeaba otras obras, que la ola migratoria por la violencia rural de los años cincuenta empezó a desbordar las proyecciones demográficas, que la crisis mundial y la decadencia del Movimiento Urbano, que no había tanto dinero. Fue una larga hilera de hechos desafortunados que dejaron el Plan Piloto y el Plan Regulador como una maniobra “inadecuada al contexto social y cultural”, concluye Tarchópulos.
Así que se formuló, en los sesenta, un nuevo Plan Piloto Distrital, en el que se retomaron algunas teorías e instrumentos corbusianos, pero se dejó en papel lo que habían planeado los tres arquitectos con ahínco y precisión. Sin embargo, como se concluye en la investigación, es posible distinguir piezas claves de la ciudad que estuvieron tocadas por su trabajo. Ejemplo de ello se da en espacios como las zonas ecológicas que impulsó el Plan de Ordenamiento Territorial de 2000, la jerarquía vial, el trazado de la carrera 30 y los cerros orientales bien conservados. Eso es en el plano. En el mundo moral e intelectual, las ideas de Le Corbusier tocaron a las nuevas generaciones de arquitectos de universidades como la Nacional, los Andes y la Javeriana.
Pero solo esas huellas en particular generarían hoy curiosidad en el franco-suizo. El trazado capitalino quizás lo defraudaría. Y le entristecería saber que algunos estudiantes contemporáneos afirman que él era “un loco que quería tumbar media Bogotá”.
Lo que logran investigaciones como la de Tarchópulos es aportar conocimiento, revisitar y dar nueva dimensión a la historia. Como bien lo explica la autora, con esta tesis doctoral fue posible “poner en relación el material existente en los archivos de los autores del Plan, reconstruir el trabajo realizado, precisar la evolución de las ideas, la toma de decisiones, el proceso de dibujo del Plan, los cálculos, la solución a los problemas técnicos y políticos, y situar su dimensión histórica, tanto en la práctica urbanística de sus autores como en la cultura de planeamiento de la ciudad de Bogotá”. Y, sin duda, haber encontrado el documento final original del Plan Piloto en la Colección Sert y confrontarlo con los dibujos y borradores del Plan que reposan en el archivo de la Fundación Le Corbusier.
Ahora, la ciudad que imaginó el franco-suizo en decenas de planos se conoce mejor, al igual que las cartas que se cruzaba con sus colegas Sert y Wiener, o sus fotos, sonriente, en los periódicos, con la ciudad de fondo. La historia —y pesquisas como la de Tarchópulos— contribuyen a demostrar que hubo un plan que dejó cientos de huellas silenciosas.
Para leer más…
<style=”color: #999999;”>+ Tarchópulos, D. (2006). “Las huellas del plan para Bogotá de Le Corbusier, Sert y Wiener”. Scripta Nova, X (218). Universidad de Barcelona. Disponible en: https://www.ub.edu/geocrit/sn/sn-218-86.htm. Recuperado en 16/10/2011.
2 comentarios
Hola ¿cómo están? mi nombre es Liliana Reyes, soy periodista de la Universidad Javeriana y estoy haciendo una crónica para el canal web Directo Bogotá acerca de Le Corbusier. Me encantaría hacerle una entrevista a alguno de ustedes que me pueda ayudar con este tema y brindarme cierta información, que pueda grabarlos el día viernes 5 de septiembre mientras les hacemos la entrevista.
Quedo atenta a su urgente respuesta, gracias por la atención.
Cordial saludo,
Liliana Reyes Neira
Excelente blog!
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