Este artículo fue ganador del concurso Conviértete en divulgador científico, organizado por la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana y Pesquisa Javeriana, una iniciativa que busca invitar a los investigadores a compartir sus experiencias y acercar la ciencia a los colombianos.
El aumento anormal de la temperatura es tal vez uno de los principales síntomas de alarma sobre la presencia de alguna enfermedad en nuestro organismo. Ahora bien, si el organismo al que estamos tomando su temperatura fuera el planeta, no tendríamos la más mínima duda acerca de su delicado estado de salud.
Y es que dentro de los muchos padecimientos que La Tierra experimenta actualmente, existe una amenaza de especial importancia, debido a lo poco que sabemos acerca de sus efectos en el mediano y largo plazos. Me refiero con esto al cambio climático. Sin embargo, más importante aún es encontrar la cura para esta enfermedad, la cual puede hallarse en la regeneración de los bosques, especialmente en aquellos que se distribuyen en las franjas altas de los Andes entre los 2600 y 3200 metros de elevación.
En Colombia, dentro de los ecosistemas menos valorados —aunque al mismo tiempo más transformados históricamente— se encuentran los bosques altoandinos de la Sabana de Bogotá.

Pese a la inclemente destrucción de las zonas boscosas del altiplano cundiboyacense desde hace más de tres siglos, algunos fragmentos persisten y continúan albergando una exuberante biodiversidad, colmada no solo de varias especies singulares de fauna y flora silvestre —muchas de las cuales no existen en ninguna otra parte del mundo— sino también de importantes beneficios en la regulación climática que nos prestan especialmente a quienes somos habitantes de esta región.
Sin embargo, muy poco sabemos acerca de las dinámicas ecosistémicas y los flujos de carbono de estos bosques y su papel en la mitigación y adaptación al cambio climático.
Con el objetivo de mejorar nuestra comprensión de la ecología de los bosques altoandinos, desde el año 2013 se creó el proyecto Rastrojos, como resultado de alianzas entre investigadores de las universidades Javeriana y Rosario.

En este proyecto se estableció una red de parcelas permanentes en distintas localidades de la Sabana de Bogotá con el fin de proporcionar información novedosa y relevante sobre la distribución de la diversidad florística en el paisaje, así como del ciclo del carbono de los bosques que persisten alrededor de Bogotá.
Esto ha sido posible gracias a la colaboración de los propietarios, que nos han permitido el acceso a sus predios ubicados en los Cerros Orientales de la capital y en los municipios de Tabio, Guasca, Guatavita, San Francisco y Soacha. Durante estos ocho años hemos empezado a comprender la importancia funcional de los bosques en regeneración y sus implicaciones en la regulación y el secuestro de carbono mediante la cuantificación de sus compartimientos y el estudio de rasgos o atributos propios de las comunidades vegetales.
La regeneración natural, como heridas que sanan
De manera similar a las heridas en nuestra piel generadas luego de algún accidente que lacera su tejido natural, la regeneración de los bosques se puede entender bajo esta misma mirada: su cobertura empieza a regenerarse naturalmente.
Las cicatrices que se perpetúan en los bosques son, al igual que ocurre con la piel, marcas indelebles que evidencian un legado incidente sobre la trayectoria que siguen estos ecosistemas dependiendo de la magnitud del evento de perturbación. No obstante, ¿Qué tan importante puede ser este proceso de recuperación natural en la regulación climática? Y en particular, ¿cuál puede ser el papel potencial de los bosques altoandinos en la atenuación de este fenómeno?

A pesar de ser una cobertura dominante en el paisaje, los bosques que se forman luego de un evento de intervención antropogénica —también denominados bosques secundarios— han sido infravalorados y no se considera que tengan una importancia ecológica a diferencia de los bosques maduros que han sido conservados durante varias décadas o incluso siglos.
Lo cierto es que como resultado del acelerado proceso de transformación de la tierra durante las últimas siete décadas, la expansión de zonas agropecuarias con algún uso comercial ha generado un incremento de las áreas de bosque secundario y la región Andina no ha sido ajena a este fenómeno. De hecho, menos de un tercio de la cobertura de bosque original sobrevive en los Andes colombianos, región que representa el mayor músculo económico y que adicionalmente concentra la mayor población del país.
Ante este escenario es fundamental cambiar el paradigma hacia la importancia potencial de potreros abandonados que, con el paso del tiempo, empiezan a recuperarse y establecer coberturas vegetales, siendo así elementos trascendentales en la configuración del paisaje, al no solo constituir hábitat para una variedad de especies características de los bosques montañosos y conectar funcionalmente los fragmentos de bosque remanentes, sino también al ser claves en el secuestro de carbono.

Esto cobra aún más importancia si tenemos en cuenta que más de la mitad de los bosques tropicales del planeta son secundarios, y que la mayor captura de carbono por parte de los árboles se da en las primeras etapas de desarrollo. Empero, la información que tenemos a este respecto en la Sabana de Bogotá, aunque suene increíble, es prácticamente inexistente.
Con el objetivo de contribuir a llenar estos vacíos de información, en el marco del proyecto Rastrojos, hemos encontrado que, con el avance de la sucesión —es decir, el reemplazo de especies en el tiempo—, además de un incremento en la biomasa hay cambios en algunas características de las comunidades vegetales, pues en bosques secundarios algunos rasgos como la densidad de madera promedio en la comunidad tiende a aumentar, mientras que en bosques maduros dicho atributo tiende a reducirse. Otra serie de rasgos y atributos vegetativos (foliares) y reproductivos (semillas) se están analizando para complementar estos análisis.
Cambio climático y el papel de los suelos
Recientemente algunos investigadores han propuesto a los bosques altoandinos como ecosistemas potencialmente estratégicos para el secuestro de carbono, dado que muchos de los bosques tropicales maduros de zonas bajas, como los bosques húmedos de la Amazonía, están llegando al límite de captación de carbono. No obstante, uno de los componentes posiblemente más ignorados sobre las funciones que cumplen estos bosques en el ciclo de carbono es, indiscutiblemente, el suelo y todos sus elementos asociados.
En gran medida nuestro enfoque hacia la comprensión del papel que juegan las coberturas boscosas es análogo a la punta de un Iceberg; se ha centrado en lo que vemos sobre la superficie, pero ha soslayado todo el componente subterráneo que sustenta el sistema. Por ejemplo, las raíces que constituyen el suelo ha sido un aspecto ampliamente desconocido, el cual es necesario indagar con mayor profundidad.
Dentro de los resultados que hemos encontrado en nuestra red de parcelas, hay una extraordinaria variabilidad en la producción de raíces finas del suelo en tan solo unos pocos metros de distancia. Las raíces finas —aquellas raíces menores a 2 mm de diámetro— además de ser componentes esenciales en la obtención de nutrientes y agua para las plantas pueden acumular enormes cantidades de biomasa subterránea, convirtiéndose así en uno de los reservorios de carbono más importantes de los bosques altoandinos.
Según nuestros hallazgos, su producción se explica parcialmente por elementos asociados a la fertilidad del suelo (como la concentración de aluminio y el flujo de nitrógeno), y la diversidad de plantas que favorecen la generación de raíces.
Hemos encontrado también que los bosques secundarios almacenan en promedio el 60 % de la producción de raíces finas que presentan los bosques maduros, una cifra nada despreciable si se tiene en cuenta la extensión de este tipo de coberturas boscosas.
Descomposición de hojarasca, la clave para entender el ciclo del carbono
De todos los estudios realizados sobre el ciclo del carbono en ecosistemas tropicales de alta montaña, solo el 25 % ha investigado flujos como la respiración de suelos, la caída y descomposición de hojarasca.
Precisamente es a través de la caída de hojas, por un lado, que se conforma gran parte de los suelos a través de la hojarasca acumulada que enriquece el sustrato con diferentes nutrientes —muchos de ellos limitantes como el nitrógeno o el fósforo— mientras que, por otro lado, esa hojarasca es una fuente notable de carbono que al descomponerse libera gases a la atmósfera que pueden incrementar el efecto del cambio climático.
Conocer cuánto tiempo tarda en descomponerse la hojarasca en ecosistemas que tienen una gran cantidad de carbono almacenado en el suelo como lo son los bosques altoandinos, es fundamental para determinar su función en la captura y flujo de carbono.
Y este es precisamente otro de los enfoques que se están estudiando en el proyecto Rastrojos, en donde se está realizando un experimento que pretende determinar la descomposición de hojarasca, a través de la instalación de 2856 bolsas de descomposición de 15 especies de plantas nativas de estos ecosistemas.
Con base en los resultados del experimento, ya en curso, se espera entender de forma integral las dinámicas de uno de los principales flujos de carbono de los bosques altoandinos.
La responsabilidad que tenemos actualmente sobre el cambio climático es totalmente decisiva para el futuro de la humanidad. Tal como lo mencionó en alguna ocasión el naturalista británico David Attenborough: “No hay duda de que el cambio climático está ocurriendo; el único punto discutible es qué papel los seres humanos están teniendo sobre él”. Por esto, frenar la deforestación y acelerar la regeneración natural de potreros abandonados puede ser una estrategia sustancial para contrarrestar este fenómeno global.
Es necesario continuar sumando esfuerzos de investigación que nos permitan diagnosticar mejor esta enfermedad que está sufriendo el planeta. Solo así podremos encontrar la cura que reestablezca la integridad de la Tierra. Al igual que ocurre con un paciente enfermo, la clave de la mitigación y adaptación al cambio climático puede estar en su recuperación natural, la cual podemos acelerar mediante el uso del conocimiento científico.
Título de la investigación: Estudio de dinámicas socio-ecológicas ante escenarios de cambio climático en bosques secundarios peri-urbanos Altoandinos.
Investigadores principales: Juan Manuel Posada y Natalia Norden.
Coinvestigadores: Ana Belén Hurtado, Carolina Álvarez, y Dennis Castillo-Figueroa.
Pontificia Universidad Javeriana, Universidad del Rosario, Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, y Fundación Cedrela.
Periodo de la investigación: 2013- actual.