Autoridades de Medellín declararon el segundo episodio de mala calidad del aire a partir del 29 de septiembre y hasta mediados de octubre. Es un evento periódico, sucede dos veces al año y pone en peligro la salud de sus ciudadanos.
La capital antioqueña sufre más que otras ciudades por la alta densidad de la población, las montañas que la rodean y no permiten la circulación del aire, las industrias instaladas en diferentes zonas de la ciudad y la alta concentración de automóviles y motocicletas, entre ellos camiones de más de 20 años que recorren sus calles.
Estas fuentes emiten partículas contaminantes, algunas de ellas muy pequeñas, que afectan principalmente los sistemas respiratorio y circulatorio: es un material particulado muy fino –de menos de 2.5 microgramos—conocido como PM2.5.
Si bien Medellín y Bogotá, las dos ciudades colombianas con más problemas en su calidad del aire, cuentan con sistemas de monitoreo gubernamentales que en principio permitirían tomar acciones, un grupo de profesores-investigadores de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Pontificia Universidad Javeriana realizó un proyecto de investigación que buscó analizar el papel que juegan los colectivos ciudadanos en la solución del problema.
“Uno sabe que las capas de nieve de los nevados están bajando, lo que afecta, aunque no directamente; pero cuando la contaminación del aire afecta la salud de los niños, de los ancianos, de la ciudadanía en general y se manifiesta con síntomas complicados, el problema es más evidente”, dijo a Pesquisa Javeriana Juan Carlos Valencia, profesor asociado e investigador principal de Activismo por los aires: Comunicación, colectivos ciudadanos y monitoreo participativo de la calidad del aire.
El grupo, que presentó su trabajo en el pasado Congreso La Investigación, el primero realizado de forma virtual por la Javeriana, analizó cuatro colectivos de ciencia ciudadana: la Fundación Convida de Medellín, la Mesa Técnica Ciudadana y Académica por la Calidad del Aire de Bogotá, MeCAB, Redspira de la ciudad de Mexicali al norte de México, y la Central California Environmental Justice Network, CCEJN, en Bakersfield, California, la ciudad más contaminada de los Estados Unidos por estar en una zona de campos petrolíferos, según relata Valencia.
Lo primero que encontraron es que son iniciativas ciudadanas compuestas por profesionales de diferentes disciplinas que no solamente producen herramientas para medir la contaminación del aire, sino que tratan de incidir de una u otra manera en las políticas públicas o en la entrega de información a la mayor cantidad de personas. Pero no todos cuentan con comunicadores que apoyen esta labor.
Sin embargo, han tenido logros contundentes. Por ejemplo Convida, en Medellín, un colectivo interdisciplinario de alrededor de 50 personas, hizo un estudio “tomando fotografías de los humos que salían de alrededor de 3.500 autos. Usando una metodología diseñada por ellos, revisaron el nivel de grises que salía en las fotografías, con lo cual podían medir el nivel de contaminación”, explicó la profesora y coinvestigadora Mónica Salazar. “Con base en los resultados obtenidos pudieron hacer presión a Ecopetrol para que refinara mejor el combustible y lo lograron”.
(Datos de E. Posada, M. Gómez, J. Almanza, “Análisis comparativo y modelación de las situaciones de calidad del aire en una muestra de ciudades del mundo. comparación con el caso de Medellín,” Revista Politécnica, vol. 13, no. 25, pp. 9-29, 2017.).
Redspira, de México, se ha concentrado en monitorear visualmente con cámaras de alta definición la contaminación para luego comunicarla, de tal manera que todos los ciudadanos tengan información para tomar decisiones. También organizan actividades con la población infantil.
La MeCAB se enfoca en el uso de redes sociales y algunas campañas, con lo cual ha incidido en leyes sobre regulación de diesel y en licitaciones de transporte público para mejorar la calidad del aire.
Por su parte, la CCEJN produce videos que envía a los medios pero también, en su rol ciudadano, dialoga con la industria. “Es tal vez el único colectivo de los cuatro que analizamos que está enfrentándose directamente contra el gran adversario. Los otros son más discretos”, contó Valencia.
Los investigadores concluyen que todos los colectivos son diferentes y operan en red con otros aliados e instituciones relacionadas. Algunos tienen mejores relaciones con los medios de comunicación, otros con las empresas y otros con las entidades gubernamentales. Pero lo que sí es inobjetable es que todos entienden que “la comunicación es un proceso clave y definitivo en el logro de sus propósitos”, de acuerdo con Salazar.
Valencia, por su parte, está convencido de que por la magnitud del problema de la calidad del aire que, según la Organización Mundial de la Salud, OMS, afecta a 4.500 millones de personas en el planeta, los esfuerzos por concientizar a la ciudadanía y que sea ella la que lidere la presión, permitirá “que haya transformaciones más macro, sobre todo no tanto en las legislaciones sino en los grandes esfuerzos corporativos extractivistas”.
“Estas iniciativas de ciencia ciudadana en las que la comunicación juega un papel clave, son realmente potentes, porque llevan a cabo acciones que tienen impactos significativos y visibles en un tema tan grave como la contaminación del aire”, concluyó Salazar.
A 25 de septiembre de 2021, y basada en un estudio sistemático de evidencia acumulada, la OMS redujo el nivel de material particulado de menos de 2,5 microgramos por cada metro cúbico de aire ambiental (PM2.5 μg/mᵌ) a 5 μg/mᵌ por concentración media anual.