Sea en una oscura quebrada en la selva amazónica, una laguna plateada que refleja la neblina paramuna o en el desagüe estancado de alguna casa campestre del paisaje colombiano, el ruido de las aguas viene siempre acompañado por un coro de ranas y sapos que inundan el paisaje sonoro con sus croares irregulares.
Estos, junto a las salamandras y las cecilias ―animales sin patas que viven bajo tierra―, suman casi 800 especies de anfibios, las cuales convierten a Colombia en el segundo país más biodiverso en estos animales, solo por detrás de Brasil. Sin embargo, el número de estas especies amenazadas es mayor que en cualquier otro grupo a nivel mundial, y un 37 % de las halladas en nuestro país se encuentra en alguna categoría de riesgo.
A pesar de esto, el entendimiento que tenemos de nuestros anfibios va poco más allá de conocer su existencia, y en el marco de la COP 16, en la que Colombia es anfitriona y presenta su Plan de Acción Nacional de Biodiversidad, es crucial saber qué vacíos tenemos en el conocimiento de este grupo, para así crear estrategias efectivas que permitan conservarlo.
Claudia Camacho, Liliana Saboyá y Nicolás Urbina, investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana, aceptaron el reto, y junto al Semillero de Ecología y Conservación de Anfibios y Reptiles (Secar), revisaron más de 2000 artículos científicos con el propósito de identificar qué se sabe y qué no sobre los anfibios colombianos.
Rodeados por anfibios que no conocemos
La mayor parte del conocimiento sobre nuestros anfibios se enfoca en tres aspectos principales: qué especies hay, dónde se encuentran y, en menor medida, cómo viven y su comportamiento. “El tema con mayor cantidad de artículos publicados, un 10 %, son listados taxonómicos y descripción de especies nuevas. También hay algo de historia natural, porque el que trabaja con una especie suele dar datos sobre comportamiento o hábitat, pero estos son más que todo anecdóticos, no son mediciones rigurosas. Y, además, la mayoría da el sitio donde se trabajó, con lo que se puede sacar la ubicación geográfica”, explica Urbina.
Si bien esto es útil para crear inventarios y es el primer paso para conocer a los anfibios, la información no es suficiente para evaluar su estado de conservación, qué los afecta, sus roles en los ecosistemas, entre muchos otros datos cruciales.
“Entre lo que menos se sabe está la etnobiología y los estudios sociales, por ejemplo, en todo el tema de percepciones, actitudes y preferencias de las comunidades alrededor de los anfibios. Por otro lado, hay muy pocos estudios poblacionales, o sobre las toxinas que producen, sus enfermedades, fisiología o sus interacciones con otras especies”, añade.
Esto significa que, aunque sepamos que existen y tengamos un par de fotos en algún catálogo, no tenemos la información suficiente para determinar qué está pasando con sus poblaciones a nivel nacional y, sin este conocimiento, es imposible tomar decisiones que las favorezcan. Según Urbina, “si no sabemos la distribución geográfica de estas especies, ¿cómo vamos a hacer estudios de impacto ambiental? […] ni siquiera sabemos si la especie está o no en un sitio, o si la estamos afectando realmente”.
Proteger a los anfibios no es únicamente una cuestión de preservar su belleza para las generaciones futuras, también desempeñan un papel fundamental en la naturaleza, pues controlan las poblaciones de insectos, sirven como alimento para animales más grandes y son indicadores de la salud de los ecosistemas, ya que sus pieles sensibles y absorbentes son altamente vulnerables a los contaminantes. Si en algún sitio se dejan de escuchar las ranas, es porque algo anda muy mal.
No obstante, encontrar los vacíos de conocimiento en un área de la ciencia no es nada fácil. Urbina, Saboyá, Camacho y el semillero Secar tuvieron que examinar casi 2200 estudios, publicados desde mediados del siglo XVIII hasta la actualidad, ubicándolos en una base de datos y clasificándolos en distintas categorías, dependiendo del tema que investigaran.
Urbina describe: “cada miembro del semillero evaluó como 170 documentos, y no era solo leer el título, también los métodos, el material suplementario, los resultados, o sea, cosas muy detalladas […]. Después se llenaba la base de datos con el autor, su género, la institución, departamento, municipio, grupo biótico, tema de investigación […]. Mejor dicho, mil cosas”.
Los retos de investigar la biodiversidad colombiana
Estos vacíos de información no vienen de una falta de voluntad. En Colombia, los que asumen el reto de explorar la biodiversidad deben sortear unos obstáculos significativos, como la dificultad de acceder a las especies que se encuentran en sitios remotos. “Llegar a hacer investigación en áreas prístinas genera un alto costo para los investigadores y dificultades logísticas. Siempre se ha abordado alrededor de centros poblados, donde haya vías fluviales o pistas de aterrizaje que permitan la llegada de los científicos”, señala Camacho.
Esto, sumado a la falta de financiación adecuada y a los problemas de orden público que afectan las zonas rurales del país, ha dejado vacíos importantes en sus zonas más biodiversas. “La mayoría de los anfibios son nocturnos. Eso hace que tú tengas que salir a trabajar en las noches con una linterna, algo que puede ser muy peligroso en ciertas regiones”, complementa Urbina.
Otro reto está en poner la información a disposición del público y, especialmente, de las comunidades que residen en los focos de biodiversidad. Aunque ya existen plataformas de acceso libre, como los BioModelos del Instituto Humboldt, para visualizar las distribuciones de algunas especies de anfibios, los investigadores resaltan que se deben escalar los esfuerzos de divulgación, para así lograr que la ciudadanía se apropie de la información.
“Creemos que la conservación es no tocar y no mirar, pero a veces la respuesta está más en el trabajo con las comunidades locales y la educación ambiental. Todo esto facilitaría el monitoreo y la relación con las poblaciones que hay en cualquiera de las regiones del país”, sostiene Camacho.
No puede haber conservación sin conocimiento. Para que las orillas de nuestras aguas mantengan la exuberante diversidad de estos resbalosos seres, se debe contar con información de calidad, sistematizada y de libre acceso. “Es importante tener estas bases muy sólidas, para que desde allí se puedan abordar estrategias de conservación dentro de la política pública y […] se le pueda llevar un mensaje mucho más claro y ejemplificado a los tomadores de decisiones”, concluye.