No puedes contener la emoción. Después de meses viajando en la oscuridad, finalmente sientes el sacudón del cohete tocando el suelo. A medida que se abren las compuertas de la cápsula y las mangas de tu traje espacial se inflan con oxígeno, ves cómo un sol tenue corta a través del aire gélido. Miras hacia abajo, y al fondo de un cráter, una ciudadela de burbujas parece efervescer de la arena roja. Casas, laboratorios, invernaderos y todo lo necesario para la vida está resguardado en esferas color crema. Es tu nuevo hogar, la primera colonia humana en Marte.
Alcanzar el planeta rojo ha sido un sueño que ha acompañado a nuestra especie durante décadas. Tanto en la realidad como en la ficción, la propuesta de vivir en Marte ha tomado cientos de formas distintas. Con tantas agencias espaciales y empresas privadas empezando a poner esfuerzos en visitar el planeta vecino más pronto que tarde, la cuestión de cómo mantener la vida a más de doscientos millones de kilómetros de la Tierra se hace cada vez más urgente.
El arquitecto javeriano Miguel Ángel Correa diseñó una de estas propuestas, con el objetivo de, no sólo permitir la vida de los humanos en Marte, sino de crear un sistema autosostenible que pueda albergar a todo tipo de especies terrestres, junto con los servicios esenciales que nos proveen.
Los retos de vivir en Marte

Decir que Marte es hostil para la vida es poco. Debido a su distancia al sol y su escasa atmósfera, las temperaturas en este planeta son heladas. La más alta que alcanza se registra en el ecuador, al mediodía, y es apenas de veinte grados centígrados; pero en la mayor parte de su superficie, desciende muy por debajo de los cero grados. Incluso, sus noches pueden llegar hasta los -155 °C, 66 grados por debajo de la temperatura más fría registrada en la Tierra.
Por otro lado, el planeta rojo no tiene un campo magnético global. Una de las razones por las cuales la vida pudo surgir en la Tierra es porque su núcleo contiene metales líquidos capaces de generar un campo que la protege de la radiación solar. Si un ser humano intentara broncearse en el sol marciano, se quemaría gravemente y tendría una alta posibilidad de desarrollar cánceres por el daño que le causarían los rayos ultravioletas a sus células.
Sumado a esto, la atmósfera de Marte está casi completamente compuesta de dióxido de carbono, no de oxígeno y nitrógeno, como en la Tierra, lo que dificulta aún más la supervivencia de cualquier forma de vida. No obstante, se sabe que Marte alguna vez tuvo agua en su superficie, y es muy probable que esta aún fluya en el subsuelo.
Todas estas condiciones, más la distancia y las limitaciones tecnológicas, hacen que visitar y establecerse en el planeta rojo sea uno de los retos más grandes que enfrenta la humanidad, pero no ha evitado que incontables expertos de múltiples disciplinas se unan para planear desde ya nuestra llegada.
Una propuesta para los futuros marcianos

Correa, bajo la tutoría de Iliana Hernández, doctora en ciencias del arte y profesora del Departamento de Estética de la Pontificia Universidad Javeriana, diseñó un proyecto arquitectónico para un asentamiento humano en Marte como su trabajo de grado, utilizando el conocimiento disponible sobre el planeta y las tecnologías que se están desarrollando actualmente para llegar a ocuparlo algún día.
“Mi propuesta es una biósfera marciana, es decir, una esfera cargada de vida. Son como unas pompas de jabón inflables que albergan no sólo al ser humano, sino a otras especies que puedan tener las condiciones necesarias para sobrevivir en Marte”, explica Correa.
La apuesta es, entonces, crear una especie de ciudad conformada por edificios en forma de burbujas, que contengan desde viviendas y oficinas, hasta laboratorios y hábitats naturales. Todo para prolongar y facilitar las misiones a Marte, maximizando el bienestar de los astronautas que lo habiten.
La arquitectura inflable para la exploración astronómica no es algo nuevo. Diseños de estaciones espaciales y hábitats lunares han existido desde las épocas de la carrera espacial, y la Estación Espacial Internacional cuenta con un módulo inflable desde 2016. Pese a lo que parezca a primera vista, estas construcciones pueden ser extremadamente resistentes, y su tamaño reducido cuando están desinfladas hace que sean mucho más fáciles de cargar en un cohete.
Además, Correa propone aprovechar los desarrollos futuros en las tecnologías de inteligencia artificial e impresión 3D, de manera que la biósfera se “construya sola” años antes de que lleguen las primeras personas a habitarla. “Prácticamente el 80 % del hábitat que planteo se construiría con materiales extraídos de Marte, para evitar los costos económicos y físicos[…] Algunos referentes de firmas de arquitectura prestigiosas que están trabajando en arquitectura en Marte le están apostando a utilizar estas tecnologías y construir mediante robots”, cuenta.
Pero no es tan sencillo como llegar a cualquier parte del planeta a construir. Considerar la ubicación y la geografía del sitio de la obra es igual de importante que estar preparados para lidiar con las condiciones inhóspitas. “Para ubicar bien el proyecto se requiere que sea en el ecuador, donde es más cálido, y no en montañas, sino en zonas bajas, tanto para que el calor aumente como para facilitar la extracción del agua subterránea que va a sostener todo”, continúa.
Para esto, Correa propone un sitio específico: Orcus Patera, una depresión ubicada en el ecuador que podría albergar trazas de la poca energía geotérmica que emite el planeta. “Aquí se han producido temblores de enfriamiento de la corteza, como lo comprobó la misión InSight de la NASA. Esta energía del suelo, junto con la solar, la nuclear y demás se pueden aprovechar para nutrir a toda la comunidad”, plantea.
Posterior a la construcción, desde la Tierra llegarían distintas especies de plantas, animales, hongos y microorganismos que proveerían comida, oxígeno, abono y otros servicios ecosistémicos para sostener la vida dentro de las burbujas autónomamente, sin depender de viajes largos y costosos de reabastecimiento.
Desde Bogotá hasta Marte

Miguel Ángel Correa en el Congreso Internacional de Astronáutica en Bakú, Azerbaiyán.
Después de terminar su trabajo, Correa tuvo la oportunidad de presentarlo ante la Comisión Colombiana del Espacio en diciembre de 2022 y, al año siguiente, participó del Congreso Internacional de Astronáutica en Bakú, Azerbaiyán. “Este es el objetivo del proyecto, que no quede sólo como una tesis de grado en la Javeriana, sino que tenga un futuro que se le pueda explotar”, expresa.
Correa espera que su proyecto le abra las puertas para continuar estudiando arquitectura del espacio y cumplir su sueño de trabajar en algo que acabe llegando al planeta rojo. “Mi objetivo siempre ha sido trabajar como arquitecto para la NASA, y creo que con esto lo puedo lograr”, dice, con confianza.
Su tutora, la profesora Iliana Hernández, hace eco del sentimiento, y opina que desarrollar este proyecto puede abrirle todo tipo de puertas a Correa. “Él tiene que realizar el proceso de primero estudiar una maestría, luego un doctorado y buscar vincularse a un laboratorio de investigación. La trayectoria es larga, pero Miguel tiene un entusiasmo y una continuidad en su trabajo realmente admirable”, afirma.
Poco a poco, la humanidad se acerca a emprender el viaje más extraordinario de su historia, y los sueños marcianos de arena roja y cielos pálidos están más vivos que nunca. Por eso, apoyar a aquellos que se atreven a soñar es fundamental para que algún día podamos encontrar un poco de Colombia entre las estrellas.