Este artículo se escribió originalmente el 10 de junio de 2022. Hoy, en el Día Mundial de la enfermedad de Chagas, recordamos la historia de Concepción Puerto Bula, una investigadora que ha dedicado su vida a estudiar esta afección parasitaria.
El principio de esta vida científica es un protozoo. Un parásito que en buena parte de su ciclo de vida parece un caballito de mar sin tantos accesorios tiernos: con una cola delgada, con una suerte de tela que aletea desde el pecho hasta la cabeza y dos círculos – uno en la barriga, otro en la cabeza–. El Trypanosoma cruzi es una línea gruesa que se retuerce en la sangre de los humanos después de que un insecto pica la piel y lo introduce. Y allí se hospeda, crece y se multiplica. Esas son su forma y su vida desde hace miles de años. Así vivió en la sangre de los animales, así pasó a la nuestra desde que vivimos en zonas tropicales. Así lo vio y analizó el doctor Carlos Chagas, en 1909, cuando descubrió que causaba una enfermedad infecciosa que afectaba a cientos de personas de zonas rurales de Brasil. Así lo vio también la científica Concepción
Puerta, en los años noventa.
“En el microscopio se veían muy inquietos, moviéndose a su libre albedrío, y me parecían divinos”, dice, cuando recuerda sus primeros acercamientos al estudio del parásito que causa la enfermedad de Chagas. “Eran seres fascinantes”.
La fascinación. Ese fue el principio de los estudios científicos de esta doctora en Ciencia Biológicas, especialista en parasitología molecular y una de las personas que más sabe sobre el chagas en Colombia y en el mundo. Pero antes de que eso pasara hubo otro principio.
La casa
Sus papás fueron químicos farmacéuticos. Santiago Rafael era profesor de la Universidad de Cartagena y Concepción del Carmen fue la primera mujer, junto con su compañera Yolanda Luján Gómez, que se graduó de Química Farmacéutica en esa institución, en 1958.
Santiago Rafael tenía un laboratorio clínico. Allí se sentaba con su bata, las gafas en la mitad de la nariz y ―serio, muy serio― montaba pruebas: perfil lipídico, glucosa, creatinina, nitrógeno ureico… Y Concepción, la hija, lo veía. Por las mañanas, de vez en vez, lo acompañaba. Por las noches lo esperaba y luego se sentaban a estudiar química. Ella atendía, se quedaba dormida, él la despertaba. Juntos se fascinaban con las fórmulas, pero, la verdad, lo que más le gustaba a la hija era el laboratorio: el microscopio, la centrífuga, las pipetas y, sobre todo, los líquidos (cómo se transformaban cuando uno se juntaba con otro).
El laboratorio
Concepción estudió Bacteriología en la Pontificia Universidad Javeriana. Le gustaba estar en el laboratorio y allí fue descubriendo varios encantos: la importancia de las pruebas clínicas para la salud, el razonamiento para plantear las preguntas, la habilidad manual para tratar los objetos y hacer experimentos, la disciplina de los informes, ver todo el proceso: desde la pregunta hasta el resultado. Es decir, “tener el método científico en la cabeza”, explica: “Yo nunca pensé en ser científica, pero la cosa se me fue cruzando por el camino”.
La escuela
En tercer semestre de pregrado estaba en Cartagena y sus papás le dijeron que faltara a los primeros tres días de clase para estar con ellos un fin de semana más. Cuando volvió, el profesor de Inmunología ya había hecho exámenes y conformado grupos para hacer trabajos. Concepción estuvo varios días detrás de Julio Latorre, el profesor: que por favor le diera una oportunidad para estar a la par de sus compañeros. Y fue tanta la insistencia que Latorre notó su entusiasmo: empezaron a conversar sobre la respuesta inmune y sobre cómo se defiende el cuerpo frente a los parásitos, bacterias y virus.
El profesor Latorre era muy amigo de Manuel Elkin Patarroyo, quien a finales de los años ochenta era director del Instituto de Inmunología del Hospital San Juan de Dios, en Bogotá. Latorre le recomendó a Concepción hacer su práctica extramural allí. Y así lo hizo: desarrolló su trabajo de grado, luego hizo el rural y, al final, trabajó como profesional de química. Durante cinco años estuvo en el laboratorio estudiando la respuesta inmune de enfermedades como la malaria y, también, estudiando las proteínas de los microorganismos causantes de la lepra y la tuberculosis.
Para ese entonces, Patarroyo tenía los mejores equipos de todo el país y contaba con financiadores de todo el mundo; además, el espacio estaba lleno de arte, y, como si esto fuera poco, con premios Nobel de Física y Química que iban y venían a charlas y conferencias. El Jefe, como aún le dice Concepción a Patarroyo, les abrió universos a varios científicos jóvenes; así lo hizo con Concepción, pues, palabras más, palabras menos, la impulsó a ser científica.
Después de 30 años investigando la enfermedad de Chagas, hoy la doctora Puerta “está en el mundo de las ideas”, se distrae coloreando mandalas y pasa mucho tiempo con su familia.
La vida
En 1991 viajó a Granada, España, a doctorarse en Ciencias Biológicas con énfasis en Parasitología Molecular. Su tutor era Manuel Carlos López, un bioquímico que investiga enfermedades tropicales como el mal de Chagas, producido por el protozoo Trypanosoma cruzi.
Sí, allí Concepción se fascinó con la estructura del microorganismo. Durante su estancia hizo investigaciones para profundizar en los mecanismos genéticos que lo caracterizan.
Pasó horas y horas en el laboratorio ―a veces sola, a veces con su hija, Carolina, de cuatro meses de nacida, a veces junto con sus colegas―. Hizo la tesis en tres años ―un año menos del tiempo normal― para volver a Colombia y estar junto a su familia. Es una científica “desde el fondo de su tuétano”, como la describe Adriana Cuéllar, actual directora del Departamento de Microbiología de la Javeriana. Por eso su vida se ha desarrollado en el laboratorio. Pero también está su familia.
Su oficina tiene, además del computador, los libros y los diplomas de grado, así como retratos de su mamá, de sus hijos ―Carolina y Daniel―, de su esposo, de su hermana y de todos compartiendo en Cartagena.
“A veces ―sobre todo al principio― me preguntaba cuánto podía pesar mi familia en el desarrollo de mi carrera como científica”, dice. “A mí me importaba la investigación, pero no quería dejar todo por ella: por eso al terminar el doctorado renuncié al posdoctorado o a seguir trabajando en Europa”.
La lucha
La enfermedad de Chagas aún no tiene cura. Según la Organización Mundial de la Salud hay cerca de ocho millones de personas infectadas, sobre todo en América, donde mueren 12.000 personas al año a causa de ella. La infección genera alteraciones cardíacas, digestivas o neurológicas. Es una enfermedad incapacitante y esto influye en la seguridad personal, las relaciones en familia y la generación de ingresos. El mal de Chagas es considerado como una enfermedad de la pobreza, porque afecta, sobre todo, a las personas de bajos recursos: a quienes viven en estructuras construidas en barro, en adobe o paja; a quienes no pueden acceder a sus derechos de atención en salud.
“En España yo veía el parásito en el laboratorio, pero nunca ―nunca― vi un enfermo. Cuando volví a Colombia me enfrenté a ese drama”.
Desde hace unos 30 años sus trabajos se enfocan en estudiar el parásito ―sus mecanismos genéticos― y, a partir de ahí, generar conocimiento para combatir la enfermedad. Concepción, junto con otros científicos, ha creado pruebas que detectan el microorganismo; también ha hecho estudios sobre la incidencia de la enfermedad en mujeres en edad reproductiva y en gestación; desarrolló una metodología que identifica nuevas moléculas del parásito para diseñar medicamentos; y ha estudiado la respuesta inmune y cómo, por ejemplo, a medida que avanza la enfermedad hay una clase particular de células que agota su capacidad de defensa.
Llegó a Colombia a mediados de los noventa y empezó a trabajar como profesora en la Javeriana, donde montó y fundó, en un espacio pequeño, con un escritorio de madera y un par de equipos, el Laboratorio de Parasitología Molecular, en 1999. Allí ha generado sus trabajos junto con estudiantes y colegas. “Ella fue la líder innata del grupo de investigación, que nació y creció con su trabajo”, dice Cuéllar, su colega, mientras Claudia Cuervo, profesora del Departamento de Microbiología e integrante del grupo de investigación fundado por Concepción, asegura: “Todo lo que yo aprendí en el laboratorio se lo debo a Conchita; ella me enseñó a montar experimentos, a ser ordenada, rigurosa, disciplinada, crítica… Mejor dicho, ella me enseñó a producir conocimiento, y eso es lo que ahora yo les transmito a mis estudiantes”.
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Concepción fue decana de la Facultad de Ciencias entre 2014 y 2021. Mientras ejercía trabajos administrativos siguió liderando sus proyectos de investigación y fue tutora de seis estudiantes de doctorado y maestría. “Casi me despeluco”, confiesa. Pero esa es otra historia ―y no hay mucho espacio―.
En 2022 la profesora Concepción Puerta ―Conchita― volvió a la Universidad luego de medio año sabático. Ahora tiene tres clases en el departamento y sigue publicando artículos. En su oficina también hay inciensos, velas, aceites, un rosario, una Virgen y un Jesucristo crucificado.
—¿Y vas a volver al laboratorio?
—No, yo ya dejé las pipetas y los tubos de ensayo. Ahora estoy en el mundo de las ideas…
Y desde ahí seguiré aportándoles a los estudiantes y a los colegas.