Para el ojo no entrenado de un viajero, la vista que bordea el valle seco del río Magdalena y del Caribe, atravesando los departamentos de Tolima, Huila y Bolívar, no pasa de ser una interminable y cautivadora sucesión de plantas que abarcan todos los matices del verde. Árboles, arbustos, matorrales y rastrojos imponen su presencia en el paisaje, hasta el punto de hacerlo parecer monótono y casi inescrutable. Pero para los ojos de los investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, Augusto Repizo y Carlos Alfonso Devia (ingeniero agrónomo e ingeniero forestal respectivamente), ese mismo entorno es nada menos que la fuente de una riqueza invaluable dentro del ecosistema colombiano; para su mirada experta, dos árboles, en apariencia similares, pueden diferir tanto como una bicicleta de una motocicleta.
Y fueron precisamente estos medios de transporte los que muchas veces usaron los ingenieros en sus recorridos por senderos, carreteras y caminos de esta región, con el objetivo de emprender un reconocimiento de las especies, siempre con su equipo de trabajo a mano: una cámara fotográfica, mapas y diarios de campo donde se registraron las identificaciones, las características vegetativas y botánicas, y los usos de 31 familias de árboles y arbustos, y 56 especies (que constituyen un gran porcentaje de biodiversidad de este tramo de la geografía colombiana).
Los dos investigadores efectuaron excursiones científicas en la región durante siete años, catalogando las especies de plantas. La tarea comenzó con una exhaustiva búsqueda documental, que consolidó un estado del arte en el tema. Ambos profesores aprovecharon sus clases de la universidad y las salidas de campo con los estudiantes, para ir construyendo este compendio ecológico y estudiar a profundidad las especies y la bibliografía recopilada. Luego, los bosques y la región se convirtieron en las aulas-laboratorio ideales para avanzar en una labor investigativa meticulosa, en la cual se reconoció el saber sobre las aplicaciones y bondades que los pobladores (moradores, trabajadores y dueños de fincas) atesoran.
El resultado de sus esfuerzos quedó plasmado en un catálogo de campo ilustrado, Árboles y arbustos del valle seco del río Magdalena y de la región Caribe colombiana. Guía de campo, publicado por Editorial Pontificia Universidad Javeriana y la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique (Cardique). El catálogo fue socializado en el Tercer Congreso Internacional de Ecosistemas Secos en 2008, realizado en Santa Marta, y ahora es material vital en las aulas de la carrera de ecología y biología de la Javeriana y de otras universidades regionales.
El estudio ecológico constituye un trascendental avance en el conocimiento de los ecosistemas secos, por cuanto estas formaciones vegetales boscosas han permanecido relativamente desconocidas y porque se encuentran amenazadas. Según los expertos, lo anterior se explica, en gran medida, porque su fertilidad atrae los asentamientos humanos con fines de explotación de los suelos; de allí que estos ecosistemas tiendan a transformarse rápidamente. Además de estar sometidos a condiciones climáticas extremas (temperaturas promedio de 28 grados centígrados y escasas precipitaciones, entre 50 y 53 mm mensuales), los bosques secos se caracterizan por producir muchos insumos alimenticios: arroz, sorgo, algodón, maíz y soya, sólo por mencionar los más importantes.
Ecosistemas ignorados
Por otro lado, la importancia del estudio radica también en que sólo hasta hace pocos años estos hábitats merecieron la atención de biólogos, botánicos e ingenieros en Colombia. Las semillas que despertaron el interés por el estudio de los bosques secos tropicales fueron sembradas en el año de 1995 por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, del que hacía parte el profesor Repizo y otros científicos. Desde allí se realizó un gran inventario de estos ecosistemas en Colombia, en el que participaron varias instituciones universitarias nacionales. En estas primeras misiones, Repizo tuvo la fortuna de trabajar, aprender, intercambiar metodologías y compartir la misma pasión por los ecosistemas secos con quien considera hoy en día como uno de sus mentores: el profesor de la Universidad de Saint Louis, Alwyn Gentry, autor de una de las biblias ecológicas más importantes en el tema, que se concentra en la región noroeste de Suramérica (Ecuador, Perú y Colombia).
“Hasta hace pocos años, nadie hablaba de los bosques secos. Las selvas tropicales húmedas, como pulmón y resguardo verde de las especies animales, siempre despertaron un mayor interés en los estudios ambientales. Sin embargo, en los últimos 10 años hemos venido haciendo un esfuerzo por explorar los fragmentos de bosques secos y conocerlos desde el punto de vista ecológico y sus dinámicas fenológicas, es decir desde los procesos de florecimiento, fructificación y polinización que llevan a cabo las especies de este ecosistema, de la fauna (aves, insectos por ejemplo) que los rodea, de sus vecinos ecológicos y además desde los usos que le dan los habitantes de la región”, recalca el profesor Repizo. Al respecto, el investigador adelanta la investigación en la dinámica fenológica con base en dos hipótesis: primero, que, para florecer y fructificar, las especies dependen de las condiciones climáticas regionales y, segundo, que las especies realizan sus procesos fenológicos independientemente del clima, y que éstos responden más bien a un proceso evolutivo.
Sobre otros aspectos, los investigadores mencionan entre sus hallazgos que muchas de las maderas finas que hacían parte de la vegetación original de esta región fueron extraídas desde principios del siglo XX y que fueron destinadas a la fabricación de enchapes en grandes teatros y salas de reunión europeas. Otras fueron materia prima en la construcción de ferrocarriles. El estudio estima que el paisaje natural original ha sufrido transformaciones importantes desde 1940. Los usos de la mayoría de las especies siguen siendo maderables, artesanales y ornamentales, aunque también se combinan los usos medicinales (las hojas, las ramas y las cortezas de estos árboles se utilizan en emplastos para bajar fiebres, calmar dolores, diarreas o como antisépticos). Muchos de sus frutos son consumibles y en general la vegetación de los bosques secos (entre los que se encuentran la ceiba, el caracolí, el gualanday, el almendro, el tachuelo, el totumo, entre muchos otros árboles), hacen parte del imaginario cultural de la región.
Así, el trabajo de los científicos tiene otro objetivo: promover el uso racional de estas especies para evitar su desaparición, pues, según una de las cifras más preocupantes, de la totalidad de bosques secos con que contaba el país en los años 40, hoy sólo queda menos del uno por ciento. De igual manera, consideran vital iniciar más investigaciones sobre especies como el camajón y el tatamaco, de las cuales la información sigue siendo incipiente en lo que concierne a las preferencias de hábitats, distribución e incluso de usos.
La expedición será continuada en una segunda fase por el profesor Repizo, enfocándose específicamente en los ciclos ecológicos y usos de cinco especies: el iguá, el pinde, el cumulá, el gusanero y el guayacán-polvillo. La idea es hacer partícipes a los niños y jóvenes de las escuelas de algunos municipios tolimenses en el conocimiento y construcción de otro catálogo ilustrado de la región.
Para leer más…
+Repizo, Augusto y Devia, Carlos. (2008). Árboles y arbustos del valle seco del río Magdalena y de la región Caribe colombiana: su ecología y usos. Guía de campo. Editorial Pontificia Universidad Javeriana y Cardique. Bogotá.+Gentry, Alwyn. (1993). Field Guide to the Families and Genera of Woody Plants of Northwest South America. University of Chicago Press. Chicago.