Con el apoyo financiero inicial de la Unión Europea, y por iniciativa de la Cátedra Unesco de Dirección Universitaria de la Universidad Politécnica de Cataluña, se creó la Red Telescopi hace tres años, cuyo objetivo principal es observar, analizar y divulgar buenas prácticas en el direccionamiento estratégico de las universidades de Europa y América Latina, y así contribuir a fomentar la relevancia y la calidad de la educación superior. Sus miembros provienen de 18 países. En Colombia forman parte de Telescopi la Universidad del Norte (Barranquilla), la Universidad del Valle (Cali), la Universidad de los Andes y la Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá).
La idea que hay detrás de este proyecto es muy sencilla, pero no por eso menos importante: no conviene que las universidades se conviertan en instituciones meramente reactivas que respondan, por lo general en forma tardía, a los cambios que se produzcan en su entorno. Ellas pueden y deben ser dirigidas desde dentro a fin de generar intencionalmente las transformaciones y los resultados que se proponen.
El entorno es variable y los desafíos se multiplican a velocidades asombrosas. A la mera tarea educativa que les es propia a las universidades, se han ido sumando asuntos y responsabilidades de muy diversa índole.
Se espera de ellas que a la vez formen profesionales y científicos —que no es lo mismo—; que contribuyan a la solución de todo tipo de problemáticas sociales; que produzcan conocimiento pertinente para la sociedad; que aporten al avance de las ciencias; que asuman como suyos problemas ambientales y políticos, regionales y pedagógicos, tecnológicos y artísticos; que participen en el fomento de la diversidad cultural y la formación integral de las personas; que formen a los estudiantes, con perspectiva crítica y en competencias laborales; que estén al tanto de las nuevas tecnologías de información y comunicación, y que las utilicen de la mejor manera; que se vinculen con el sector público y empresarial, a fin de lograr traducir el conocimiento en cadenas de valor agregado que impulsen el desarrollo económico y social; que se internacionalicen mediante programas de doble titulación y convenios para la movilidad profesoral y estudiantil, pero que al tiempo promuevan el desarrollo regional; que sean inclusivas y solidarias, pero también punto de encuentro de élites académicas; que produzcan recursos económicos que hagan posible su crecimiento y desarrollo; que reduzcan la deserción estudiantil; que realicen consultorías y educación continua de alta calidad y pertinencia; que trabajen en redes de conocimiento; que sus bibliotecas y recursos puedan ser compartidos; que paguen bien a sus profesores; que no suban demasiado las matrículas; que sean innovadoras a la hora de crear nuevos programas, tanto de pregrado como de posgrado; que cuenten con adecuados y suficientes campos deportivos y lugares de esparcimiento; y que, en medio de todo ese cúmulo de tareas, no dejen de ser universidades.
En un contexto tal, es muy fácil que tanto las universidades públicas como las privadas vayan asumiendo, muchas veces de manera imperceptible, una dinámica de respuestas a desafíos que les vienen de fuera, como si con eso se pusieran al día. Con frecuencia descuidan la tarea de plantearse ellas mismas, desde su propio direccionamiento estratégico, los propósitos y las metas que formulan a partir de su identidad y misión.
Vale la pena visitar el sitio https://telescopi.upc.edu/. Allí es posible conocer un listado interesante de buenas prácticas en direccionamiento estratégico de universidades de Europa y América Latina. Bien sabemos que hacer muchas cosas no necesariamente implica hacerlas bien; y, mucho menos, hacer las imprescindibles. En este mundo en el que vivimos, tan agitado por los cambios tecnológicos y culturales, las universidades están llamadas a definir muy bien su identidad y su misión, a saber que no lo pueden hacer todo y a establecer aquello en lo que quieren agregarle verdadero valor a la sociedad.