Esta Isla de la Fantasía no es la serie de televisión de los ochenta. Es un pedazo de tierra fértil ubicado a diez minutos en lancha de Leticia, la capital del departamento del Amazonas. La conforman cien casas palafíticas (sobre pilares) que, cuando llega el tiempo de agua alta, se alzan sobre el río como si este fuera pavimento. La “isla” es, en realidad, un asentamiento segregado de Colombia que no conoce de fronteras, pues a veces se paga en reales brasileros mientras se habla en español.
Sobre la cuenca del río Amazonas, que hidrata las selvas tropicales de ocho países suramericanos y aporta el 78% del oxígeno que respira el planeta, no solo se encuentra este sedimento leticiano que se convirtió en ciudad: existen, por ejemplo, Iquitos, en Perú, y Belém, en Brasil. Y fueron estas “ciudades-río” las que enamoraron a tres investigadoras belgas, miembros de la Plataforma Latitude, y las trajeron al nuevo y virgen continente a buscar a tres urbanistas (uno colombiano, uno peruano y uno brasilero) que, como ellas, quisieran integrarse en el pulmón de la tierra y conocer cómo viven los que se aventuran a residir allá, donde no han llegado ni rascacielos ni convertibles.
Las belgas, que conocían a profundidad las ciudades holandesas e italianas desarrolladas sobre el agua, temían, además, que en el Amazonas la segregación urbana hubiera infestado nuestras ciudades de delincuencia y subdesarrollo. Pero cuando Luz Mery Rodelo, la arquitecta de la Universidad Javeriana elegida para integrar el equipo, fue a conocer esa que llamaban Isla de la Fantasía, se topó de frente con una contradicción que sus colegas de la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidade Federal do Pará también encontraron.
Ese brazo de Leticia no era, como pensaban en el extranjero, una favela o una comuna más que atestaba el mundo. Sus habitantes, la mayoría de raza indígena, se movían en lanchas o balsas sobre ese, su amigo el río. Lavaban y se bañaban en él, y comían lo que él les daba. Su cultura estaba asentada en habilidades y saberes ancestrales que revelaban una “compleja relación con la naturaleza y el régimen hidrológico”, como bien lo explica el informe interdisciplinario financiado por la Fundación Carolina.
Convivir con el agua
“Cambio climático en las urbes de la cuenca amazónica: urbanismo flotante. La búsqueda de nuevas formas de convivencia con el agua”. Así se bautizó la investigación y con ella se dio inicio al proyecto a mediados de agosto de 2010. La aparente problemática de las áreas de crecimiento informales sobre los canales fluviales se “redujo” a un desafío en materia de servicios sociales e indefensión ecológica. Pero más que imposiciones o propuestas con fines políticos, lo que lograron los investigadores fue ver claros rasgos de flexibilidad y adaptabilidad de una población que combinaba lo mejor de lo rural y lo urbano. Es decir que, en primer lugar, comprendieron.
Técnicamente, los objetivos de la investigación, como se planteó en el proyecto, se centraron en “construir una plataforma de reflexión e intercambio de conocimiento sobre las ‘urbes’ flotantes”, pero también en “formular las características, las problemáticas y oportunidades comunes de los tres casos de estudio”, y “dar algunas recomendaciones sobre el diseño y la implementación de políticas […] y posibles soluciones legislativas y técnicas para la construcción de servicios públicos […]”.
Lograrlo no fue fácil. El equipo se guió por el método research by design, mejor llamado en el campo del diseño y la arquitectura investigación proyectual, en el que se exploran las “corrientes y tendencias actuales que dan forma al ambiente construido”, según se afirma en el marco teórico. De esta manera, se pudo desarrollar una “comprensión precisa de los desafíos que necesitan reflexión, innovación y especulación” en Iquitos, Belém y la Isla de la Fantasía.
Por tanto, el estudio se dividió en dos partes claras. En la primera, llamada “Situaciones”, se hizo un análisis descriptivo e interpretativo de las tres locaciones —“diferentes, pero de condición comparable”, dice el mencionado texto en su introducción—. La segunda parte, llamada “Escenarios”, surgió debido al espectro positivo que tuvo la investigación en Perú, donde se logró implementar en el cronograma de trabajo gubernamental tres puntos clave propuestos por los investigadores: un parque fluvial residencial, una ciudad mercado y un puente ecológico.
Lastimosamente en Colombia, cuando la arquitecta Rodelo viajó a la Isla y se adentró en sus costumbres y deficiencias, se encontró con que, técnicamente, este sedimento no aparece en la cartografía oficial y no funciona como un barrio legal. Esto se debe en principio a que sus habitantes construyeron sus casas sin la supervisión de alguna autoridad y a que poco se conoce de las capacidades de los isleños para adaptarse a la región, que es aún considerada como una zona de alto riesgo, inundable y no edificable. Por ello, el Gobierno planea reubicar a sus pobladores, pero la falta de recursos de la región no les permite ni siquiera empezar algunas obras de mejora. Lo curioso es que esta zona está catalogada en el Plan Básico de Ordenamiento Territorial de Leticia como “turismo de alto impacto”.
Lo cierto es que sí, el agua es un problema ante nuestros ojos. Fenómenos como La Niña han arrasado con medio país al nororiente y han dejado millones de damnificados por el invierno. “Pero lo primero que los isleños quieren dejar en claro es que para ellos el problema no es el río, o el clima, sino la contaminación. En su criterio el agua es vida, es movimiento”, explica la arquitecta.
Pero la filosofía mitad indígena, mitad colona va más allá de las palabras bonitas. Su relación con la naturaleza les permite, mediante la observación, por ejemplo, planear la altura a la que deben construir sus casas, pues los árboles tienen una marca natural que muestra hasta dónde sube el río entre marzo y agosto, cuando es “temporada alta”. Y cuando el agua desciende, debajo de sus casas-palafitas construyen pequeños corrales donde cultivan frutas y hortalizas. Cuando el Amazonas los abraza, pescan. Cuando no, crían gallinas. Y así sobreviven, tomando lo mejor del campo.
La ambigüedad amazónica
Sin embargo, cuando Rodelo pudo entrar a una de las cien casas de la Isla de la Fantasía, se encontró con que para el ribereño común hay necesidades urbanas tan comunes como el televisor, aunque pueden prescindir de otras, como el refrigerador, pues todo es tan fresco que se cultiva o se compra de las tiendas flotantes a diario.
Pero más curioso aún le pareció a la investigadora ver conectada no una antena parabólica, sino un decodificador de señal por cable. Los amazónicos sintonizan La Isla de la Fantasía en la Isla de la Fantasía. Y tal vez este rasgo atípico lo compartan con los holandeses, quienes tienen modestas casas palafíticas hechas en materiales mucho más resistentes que la madera. Pero de ahí en adelante, los diferencian casi ocho mil kilómetros de distancia y años de desarrollo biotecnológico.
En primer lugar, en esta región de los Países Bajos hay un sistema de derechos de propiedad sobre el agua que genera incentivos para el uso y aprovechamiento de este recurso. Además, los holandeses han desarrollado con la ingeniería hidráulica la tecnología necesaria para afrontar una temporada de inundación, y tienen garantizada la cobertura de su salud y educación. Además, sus gobiernos han invertido tiempo, estudios y recursos en la “concepción espacial urbana de sus ciudades”, afirma Rodelo.
Si estas coincidencias existieran en la selva amazónica, los niños vecinos de Leticia cursarían más allá de la primaria, y no tendrían que cruzar a la orilla desarrollada para ser atendidos de urgencia cada vez que se enfermen, como efectivamente ocurre cada día.
Sin embargo, la gran conclusión a la que llegaron los investigadores de la Plataforma Latitude y de las tres universidades latinoamericanas es que se necesita legitimar la edificabilidad en estas regiones. No es suficiente ir a llevar un mercado (como en ocasiones lo hacen algunos entes administrativos) o ir a “turistear” para apoyar su territorio. Vendrán muchos fenómenos climáticos que se sobrepondrán a las capacidades y conocimientos indígenas, y sus hogares pueden estar en riesgo de destrucción. En casos como este la tecnología debe complementar, sin desestimar, lo que un pueblo sabio es capaz de hacer. “Soluciones innovadoras son necesarias en cuanto al tratamiento jurídico de los derechos de propiedad privada sobre el agua”, reflexionan los miembros de este estudio.
Y lo importante es captar en las ciudades que lo informal no es necesariamente vulnerable. Sin embargo, estos asentamientos pueden alimentarse de ciencias como el urbanismo para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. “El ser humano es capaz de adaptarse y convivir con la diversidad. Y las ciudades, sin las personas, solo son un objeto. Nosotros somos quienes humanizamos el planeta”, concluye la arquitecta javeriana. Y esa simbiosis existe, con claridad, a orillas del Amazonas.