Imagínese poder escuchar lo que ocurre bajo el océano: los cantos de las ballenas, el crujido que producen los camarones, el sonido que provocan los peces o cómo se oirá un rayo chocando contra el agua, la lluvia, el viento o un barco que surca las olas. A eso se dedican un grupo de científicas desde el 2018: a oír el mar del Golfo de Tribugá, en el departamento del Chocó, uno de los lugares más prístinos del mundo.
Pero ¿por qué es importante oír el océano? Para Andrea Luna, directora del Instituto Javeriano del Agua, estas investigaciones generan información fundamental para la conservación de ecosistemas como el del Golfo de Tribugá.
“Primero, aporta al conocimiento general de cómo se comunican los animales bajo el agua y cuáles son las dinámicas temporales y espaciales entre ellos. Segundo, permite medir el impacto de los seres humanos en el paisaje acústico para proponer medidas de gestión del ruido y evitar afectaciones en los ciclos biológicos naturales de los animales, como lo podría producir la construcción de un puerto”.
La ciencia de los sonidos: paisajes acuáticos

Investigar los paisajes acústicos en una zona específica es un proyecto relativamente nuevo en el universo científico. “Incluso a nivel mundial es un campo en desarrollo. En Colombia es innovador”, dice la investigadora javeriana Andrea Luna.
Analizarlos permite reconocer las interacciones dinámicas del ecosistema, como la detección de depredadores y presas, la protección de las crías y los efectos de la navegación. “Por la atenuación de la luz en el agua, la visión en los animales marinos no es tan importante, mientras que la audición sí lo es”, explica Natalia Botero, doctora en Comportamiento Animal de la Universidad del Sur de Misisipi y directora la Fundación Macuáticos Colombia.
El paisaje acústico está conformado por tres elementos: biofonía, que consiste en los sonidos naturales emitidos por animales; geofonía, o la resonancia de eventos abióticos como la lluvia o el viento; y la antropofonía, el ruido emitido por actividades humanas.
La identificación de estos sonidos ayuda a tener un registro de un antes y un después en los casos en donde hay intervenciones humanas importantes. “Generalmente se evalúan los efectos a través de predicciones, pero en este caso buscamos contribuir con la construcción de esta línea base sonora para que, en el caso de que se construya un puerto, por ejemplo, tengamos datos y herramientas para tomar mejores decisiones”, dice la profesora Luna.
En el 2020, luego de cuatro años en revisión, la Agencia Nacional de Infraestructura (ANI) decidió negar la licencia para construir un puerto en el Golfo de Tribugá. La Sociedad Portuaria Arquímedes pretendía realizar la construcción de un megaproyecto en el departamento del Chocó por un periodo de 20 años, lo que implicaría construir una carretera de más de 70 kilómetros a través de la Serranía del Baudó, además de 100 kilómetros en vías alternas, lo que impactaría directamente los ecosistemas de la zona, tanto terrestres como marítimos.
Mientras se tomaba la decisión de si construir o no el puerto, el grupo de científicas inició el monitoreo acústico pasivo en Tribugá para establecer la línea base de los sonidos que existen bajo el mar y el impacto de las actividades humanas en esta zona del Pacífico. Esto se hizo con la participación del Proyecto PHySIC Project” (que en inglés significa Ports, Humpbasck and Sound in Colombia, o Puertos, Ballenas Jorobadas y Sonido en Colombia), la Fundación Macuáticos Colombia, la Pontificia Universidad Javeriana y la Comisión Fulbright Colombia.
El proyecto acústico en Tribugá
Para escuchar bajo el agua un grupo de buzos se sumergió en el océano y ancló a 25 metros bajo el mar un hidrófono- un micrófono que se puede sumergir-. El dispositivo se programó para que grabara intervalos de diez minutos y después hiciera una pausa sin grabar de 20 minutos, así sucesivamente durante un mes y medio. Como se muestra en el siguiente video.
Ubicaron un hidrófono en el Morro Mico, al norte del Golfo de Tribugá, en 2018 y 2019; y otro en Nuquí, al sur, en 2019. En total obtuvieron 5.356 grabaciones en Morro Mico, lo que equivale aproximadamente a 893 horas; mientras que en Nuquí hicieron 1.804 grabaciones, o sea, alrededor de 300 horas.
Una de las investigadoras encargadas de procesar esa información fue María Paula Rey, ecóloga y estudiante de la Maestría en Uso y Conservación de la Biodiversidad de la Universidad Javeriana. “Subía cada archivo a un programa que se llama Raven Pro y allí me mostraba una imagen del sonido, un espectrograma. Yo veía manchas que debía identificar como sonidos de ballenas, camarones, peces, lluvia o lanchas”, explica.
¿Qué escucharon en Tribugá?
Los sonidos más recurrentes fueron camarones y peces, los cantos de las ballenas, la lluvia, el viento, lanchas y pequeñas embarcaciones.
Aparte de los cantos de ballenas jorobadas y el crujido de los camarones, se identificaron cuatro tipos de sonidos de peces, entre estos el pez loro. Esto fue posible gracias a la existencia de un banco de sonidos, o enciclopedia, con el que compararon lo registrado en Tribugá. “Se corroboraron los datos con la presencia de la especie en la zona, sin necesidad de verla, solo con las grabaciones”, comenta Rey.
Una científica experta en contaminación auditiva
No es muy común encontrar a un experto en temas sonoros, fuera del plano del estudio y producción musical, así que resulta aún más difícil hallar quien sepa de sonidos marinos; sin embargo, esto fue clave para este proyecto.
Kerri Seger, doctora en Oceanografía Biológica de la Universidad de California en San Diego e investigadora de la organización Applied Ocean Sciences con afiliaciones en la Universidad New Hampshire y la Universidad Javeriana, lleva varios años estudiando cómo los animales pueden procesar, adaptar y transformar sus actividades cuando hay ruidos producidos por humanos y cómo se pueden generar herramientas para cambiar nuestros comportamientos e infraestructuras para conservar ecosistemas con el menor ruido posible.
El trabajo de Seger fue pieza fundamental en la planeación inicial, financiación y posterior desarrollo de este proyecto. En Colombia y en el marco de su instancia de investigación con la Comisión Fulbright Colombia y la Universidad Javeriana se encargó de capacitar a varias estudiantes que pertenecían al semillero de Investigación Aquasistemas.
Actualmente se encuentra en su casa en Seattle, Estados Unidos, con sus dos gatos, Meme y Pip, que adoptó en Colombia y se encargan de recordarle el inmenso mar chocoano. Seger añora regresar en algún momento al Golfo de Tribugá para seguir aprendiendo español y continuar investigando los paisajes acústicos y los animales marinos de la región.

Para Seger, en diálogo con Pesquisa Javeriana, el impacto más significativo del ruido en el océano es el estrés en los animales. Sin embargo, dependiendo de la intensidad del sonido pueden tener cambios permanentes en la escucha o pérdidas temporales de la audición. Esto ocurre cuando hay grandes construcciones bajo el mar.
Aunque existen legislaciones en algunos países que exigen el uso de protección sonora, hay peces que quedan en el perímetro que no está protegido y mueren por las hemorragias internas que produce la presión del sonido.
En los casos en los que pierden temporalmente la audición, dice Seger, es posible que los animales que utilizan la ecolocación -un sistema de orientación por sonido que utilizan algunas especies de animales por medio del eco- para buscar comida, migrar o aparearse no lo puedan hacer. Por ejemplo, “las crías de las ballenas no podrán escuchar a su madre si esta les intenta advertir que hay un predador”.
Esto puede desencadenar cambios en la conducta: transformación en las rutas migratorias o mudanzas en las zonas de caza.
“El ruido también tiene responsabilidad en los encallamientos, especialmente los sonares de los submarinos, una técnica empleada para navegar que propaga sonidos. Un militar retirado realizó un ejercicio en donde analizaba simultáneamente encallamientos de mamíferos marinos y la ejecución de sonares de submarinos y los resultados coincidían”, explica la investigadora estadounidense.
Uno de los lugares más prístinos del mundo

En el Golfo de Tribugá coexisten al menos 35.000 especies de plantas, 390 de aves, 970 de reptiles y 125 de mamíferos. Sus bosques ayudan a regular el clima del planeta y a mitigar el cambio climático. Además, contiene uno de los manglares mejor conservados del país y hace parte del corredor migratorio de las ballenas jorobadas, las tortugas marinas y los tiburones martillo.
En 2019 Tribugá se convirtió en un ‘Hope Spot’ o Punto de esperanza, que es una designación que otorga la Organización Internacional Mission Blue por la importancia de sus ecosistemas. Al mismo tiempo está en el Chocó, un ‘Hotspot’ o Punto Caliente: un lugar donde hay gran diversidad de especies. Así por lo menos lo denominó hace décadas el biólogo estadounidense Edward O. Wilson.
Este golfo también hace parte de los 25 ‘hotspots’ más importantes del mundo, junto a Madagascar y la región floral de Cape Town, en África; las islas de Melanesia del este, los Himalayas, Sri Lanka y el suroeste de Australia; los Andes tropicales, en Suramérica, entre otros.
Un día en Tribugá
Natalia Botero regresó de Estados Unidos hace unos meses y desde el 11 de agosto está en el Golfo de Tribugá continuando sus investigaciones científicas sobre mamíferos marinos y cetáceos.
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Destacada: La Fundación Macúaticos Colombia realiza pesquisas sobre comportamiento y distribución de especies y apoya actividades de desarrollo sostenible junto a organizaciones públicas y privadas.
Botero dice que su día a día transcurre en medio de contrastes. Cuando está en tierra ve una selva espesa y verde, se sienta a esperar el arribo de los pescadores y observa a los niños jugar fútbol y a las mujeres cocinar. Cuando recorre el mar recoge muestras de tejido de ballenas mediante biopsia remotas, toma fotografías, analiza datos y procesa información.
El día casi siempre arranca a las 6:30 de la mañana con los cacareos de los gallos y el olor a tinto recién hecho. A las 7:30 el capitán, el marinero y el grupo de científicos deben estar arreglados, vestidos y ultimando detalles del equipo. Empacan las cámaras, los formatos estandarizados, los viales (frascos) para las muestras, los almuerzos del día y se aseguran de que todo esté dentro de bolsas secas. La idea es estar a las 8:00 de la mañana mar adentro.
Botero aprendió que en el mar lo más importante es estar cómoda, pues hay días en los que pueden durar hasta siete, ocho o nueve horas en la lancha. En ocasiones la embarcación en la que van no tiene carpa, ni techo: si llueve o la marea está agitada, se mojan, y si hace sol, “nos aguantamos”.
Por eso prefiere usar siempre lo mismo: una camisa de manga larga, un pantalón de secado rápido y chanclas de “correíta”. Lo fundamental: una gorra, bloqueador, gafas polarizadas y chaleco salvavidas. Así se viste una científica que recorre el mar del Pacífico sur colombiano, como en esta foto en la que está junto a Juliana Castrillón, bióloga de la Universidad Javeriana y doctora de la Universidad de Griffith, Australia.
Luego de salir es cuando empieza el trabajo. Hacen una búsqueda libre georeferenciando la distribución espacial de todos los avistamientos realizados. Identifican diferentes especies a través de foto identificación -pues las colas de las ballenas son únicas para cada individuo-. Al mismo tiempo toman muestras de tejidos por medio de biopsias remotas para hacer estudios de genética, estructura poblacional y fisiología, como la extracción y cuantificación de hormonas del tejido graso, una investigación que está desarrollando Botero con el apoyo de la Comisión Fulbright Colombia y colaboradores del Laboratorio de Telemetría Biológica y Ecológica Comportamental de la Universidad de California Santa Cruz.
También hacen el monitoreo de la acústica para los dos proyectos actuales: uno sobre el canto de ballenas y el otro es la continuación de paisajes acústicos. El monitoreo consiste en revisar que los hidrófonos sigan en el lugar donde los instalaron y asegurarse de que estén grabando.
Este grupo de científicos solo se sumerge al momento de instalar los hidrófonos y no es usual que naden con las ballenas. Normalmente realizan todo su trabajo desde la embarcación, todo bajo un estricto protocolo de trabajo.
La contaminación auditiva en el Golfo de Tribugá
Nuquí fue el lugar donde encontraron mayor porcentaje de sonidos de lanchas (16 %). Sin embargo, es una buena noticia en comparación con otros parques marinos del Caribe, en donde el menor porcentaje de ruido de embarcaciones estaba entre el 20 % y 30%.
Si bien en el Golfo de Tribugá no ocurren perturbaciones de gran magnitud, María Paula Rey afirma que sí encontraron procesos de enmascaramiento, lo que significa que el ruido de una lancha cubre el canto de una ballena y no permite que otros individuos se escuchen. “Si existiera otra actividad generada por humanos este efecto sería acumulativo y la situación podría tornarse compleja”, explica.
La doctora Botero espera, en un futuro cercano, poder relacionar los niveles de ruido con los niveles de cortisol, que es la hormona del estrés, presentes en las muestras de grasa que toma de las ballenas jorobadas para así contribuir a la conservación de los paisajes acústicos.
“Realizar investigaciones acústicas en el mundo es un ingrediente importante de la realidad. El ruido no es el único problema, el clima cambia y hay exceso de basura. Todos debemos encontrar la mejor receta para vivir en el mundo con los animales. Por eso, yo me pregunto, ¿por qué necesitábamos construir un puerto en un lugar como el Golfo de Tribugá?”, finaliza Kerri Seger.