Aprovechando el día del periodista (Febrero 9), vale la pena reflexionar, voltear la mirada de nuevo y analizar cómo dedicarse al periodismo científico sin deslumbrarse por todas las historias que cuentan los miembros de esta comunidad, ni dejarse llevar por la corriente de lo que está en la agenda mediática y debemos cubrir. Es como ponerse la escafandra del buzo o el traje protector con máscaras quirúrgicas y gafas de seguridad que portan quienes están atendiendo a los pacientes infectados con el recién llegado coronavirus.
Empezar a investigar una historia periodística requiere, como en la ciencia, iniciar la tarea identificando las preguntas más idóneas y las fuentes más confiables. Investigar, leer, conversar, entrevistar, tomar notas, volver sobre ellas una y otra vez, preguntar sin vacilaciones, contar con el tiempo suficiente para pensar, repensar, organizar ideas, y producir la información.
Vivimos tratando de superar los retos que todos los días nos pone la profesión en bandeja de plata: ¿Cuáles son las herramientas que podemos usar para garantizar que la fuente es confiable? Recuerden el caso del coreano Hwang Woo Suk, quien en 2005 les hizo creer primero a sus colegas a través de la revista Science, y luego al mundo, a través de los medios de comunicación, que había logrado clonar células madre embrionarias con fines terapéuticos y pasó de héroe a villano cuando los propios científicos probaron que había falseado los datos y sus procedimientos no habían sido rigurosos como lo exige la ciencia. El gobierno le financió sus investigaciones millonaria y prioritariamente, confiado de que su país reclamaría para la historia ese logro, pero todo se fue al traste cuando se le comprobó el fraude.
Para no ir tan lejos, en Colombia el inmunólogo Manuel Elkin Patarroyo publicó en la revista Nature (1988) un artículo en el que demostraba que una vacuna sintética protegía a los humanos contra la malaria cuando era infectado por el Plasmodium falciparum. También dicha publicación lo llevó a la fama, los medios masivos de comunicación nos encargamos de condecorarlo como un ídolo nacional con nuestros escritos, diferentes gobiernos sucesivos le financiaron sus investigaciones sin siquiera pasar por evaluaciones previas. Han pasado 30 años y pese a que ha continuado investigando y publicando en journals, aún no existe una vacuna que proteja a tantos afectados por esta enfermedad.
En ambos casos los periodistas hemos pecado de ingenuos, por falta de formación, de rigurosidad, de ética. Porque confiamos; y como dice el periodista argentino Daniel Santoro, “la actitud del periodista de investigación es dudar de todo… Si tu madre dice que te quiere, compruébalo”.
Hoy en día, medios que anuncian diariamente con titulares sobre el permanente aumento del número de víctimas mortales ‘por el coronavirus’ le han dado prioridad a la inmediatez, dejando a un lado la profundidad. Si nos dicen que Colombia es el primer país de América Latina en disponer de una prueba para detectar el coronavirus, como lo anunció la semana pasada el Ministerio de Salud y el Instituto Nacional de Salud, ¿Cómo lo logró? ¿Cómo pueden los centros de salud y/o la ciudadanía acceder a ella? ¿Cuál es el costo? ¿Qué hizo que el país fuera el primero en la región? ¿Cómo se logró tan rápidamente? La noticia, más que la manera como la presenta la fuente, va mucho más allá del anuncio. Y para el periodista, “no se debe sacrificar la exactitud por la rapidez, ni la verdad por el oportunismo”, dice el código de ética periodística griego. Si lo hacemos tenemos muchas posibilidades de equivocarnos, de repetir lo que nos dicen sin ir más allá del anuncio.
El mejor periodismo científico, como comer alcachofa, es el que va deshojando desde lo visible hasta el corazón, la nuez del asunto, donde está lo más apetitoso, la ‘carne’ de la historia. Y a medida que se va surtiendo el proceso, cada vez con más datos y mejor conocimiento sobre el tema, muy probablemente surgirán más preguntas por resolver, pero estaremos mejor parados con pies de plomo, más aún cuando nos enfrentamos a situaciones que generan un gran debate.
La escritura de los científicos en sus revistas especializadas y la de los periodistas que buscan llegar a un público no científico es muy diferente, pero tienen en común la búsqueda de la verdad. Por eso los procesos también se diferencian en muchos aspectos. La realidad es que los periodistas tenemos que aprender a leer los papers de los científicos, y ellos deben entender que siendo públicos diferentes, el estilo en periodismo es narrativo, y por tanto se permiten figuras literarias que hagan amena la lectura.
Lo que sí debe quedar claro tanto para científicos como para periodistas es que, como dice la científica y escritora Sherry Seethaler, “el intento de un científico por eludir la revisión de pares lanzando su propuesta directamente a los medios de comunicación es una grave señal de alerta de una posible falta de honestidad intelectual”. Ahí, hay que dudar con mayor razón. La escafandra nos ayuda.