Un equipo de biólogos y ecólogos camina por las calles del corregimiento de Berlín, al nororiente del departamento de Caldas. No es la primera vez que la ingeniera agroforestal Milena Camargo y el biólogo José Ignacio Barrera asumen el papel de inspectores medioambientales. Con libreta en mano y las botas negras de caucho bien puestas, recorren hectáreas enteras de las veredas Moscovita, Montebello, La Reforma y La Carolina, ubicadas en el municipio de Norcasia; los mismos lugares donde años atrás quebradas los abastecían con agua y ahora, con la implementación de obras hidráulicas, se han secado. De los árboles frutales y cultivos de zapote, yuca, fríjol y maíz que se sembraban en la zona queda muy poco, eso lo saben bien las comunidades afectadas con la construcción del Trasvase Manso en la Central Hidroeléctrica La Miel I.
Esta historia inició con la empresa HidroMiel S.A y el consorcio Miel I, integrado por varias constructoras, que hicieron el estudio de viabilidad del proyecto y su diseño. Sin embargo, en el año 2000 la generadora de energía Isagen se interesó en el potencial hídrico del oriente de Caldas con los afluentes de los ríos Guarinó, La Miel, Moro, Manso, Samaná Sur, Pensilvania y Tenerife. Para conseguirlo, inició la construcción de Pantágoras, un gran muro de contención de más de 180 metros de altura con la capacidad para almacenar 570 millones de metros cúbicos de agua. Actualmente es considerada como una de las presas más altas de Colombia y la quinta central eléctrica con mayor capacidad para producir energía en el país.
Actualmente, en Colombia existen alrededor de 43 hidroeléctricas en la cuenca del río Magdalena, de las cuales 33 están en operación. Sin embargo, las metas para la generación de electricidad a 2050 supera la implementación de 100 proyectos más.
En 2010 este ambicioso proyecto ya contaba con el Transvase Guarinó, una obra hidráulica ubicada en límites con el departamento del Tolima y con la capacidad de generar más de 308 GWh/año, cifra que se aproxima a la cantidad de energía necesaria como para encender más de 720.000 televisores LCD por un año durante las 24 horas del día.
Sin embargo, el verdadero problema para la región empezó el 24 de noviembre de 2006 cuando el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible le otorgó la licencia ambiental numero 2282 a Isagen para construir el Transvase Manso, con el cual redireccionaría el cauce del río Manso hacia el embalse Amaní para potenciar la capacidad de la hidroeléctrica. Según indica el documento, esta iniciativa buscaría “…optimizar el aprovechamiento de caudales del río Manso mediante obras de infraestructura de trasvase y operación de las mismas”.
La construcción, en los límites de los municipios de Samaná y Norcasia, inició operaciones en el 2013 pero trajo consigo delicados resultados: 18 quebradas secas, una parcialmente seca y tres con caudales disminuidos, afectando los recursos hídricos de veredas como Lagunilla, La Samaria y el corregimiento de Berlín y sus cultivos.
Además, para redireccionar las corrientes hídricas del río Manso al embalse fue necesario hacer un túnel de 4.015 metros de largo y 300 metros de profundidad, el cual contaminó los acuíferos —bolsas de agua subterránea— y ocasionó su filtramiento dentro de la estructura, cortando su cauce natural hacia aguas superficiales.
Según Daniela Rey, estudiante de Ecología de la Pontificia Universidad Javeriana, este tema es importante porque “uno de los grandes efectos que generó la construcción de la hidroeléctrica La Miel I fue el rompimiento de los acuíferos y la pérdida del agua subterránea, lo cual, con el tiempo, dejó sin agua algunas zonas y comunidades”.
Ante el hecho, a finales del 2011 la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales —ANLA— impuso una medida preventiva de suspensión a Isagen para el inicio de operaciones del Trasvase del Río Manso al Embalse de la Central Hidroeléctrica La Miel I, luego de que el Comité Veedor del proyecto enviara al Ministerio de Ambiente un documento con sus inquietudes sobre la construcción del Transvase y las afectaciones medioambientales ocasionadas con esta obra en la región. Según el texto:
“Ponemos en conocimiento la existencia de una falla al interior del túnel que aporta al menos 15 litros de agua por segundo, y hasta el momento los dueños de la obra (Isagen) lo manejan sin tener la más remota idea de cuál pudiera ser la solución”, indicó Conrado Rojas Ocampo en representación del Comité Veedor.
Luego, una inspección hecha por profesionales de la ANLA, consignada en la Resolución 0300 de diciembre 29 de 2011, encontró que: “…una rana endémica del Magdalena Medio (Pristimantis viejas) y una salamandra (Bolitoglossa lozanoi), esta última listada como amenazada en la categoría Vulnerable […] podrían verse directamente amenazadas por la afectación del recurso hídrico, del cual dependen su reproducción y la supervivencia de sus poblaciones”.
Esta obra hidráulica, al igual que muchos otros proyectos son un claro ejemplo del impacto medioambiental, económico y social que ha ocasionado la incursión de la mano del hombre en el ecosistema, especialmente en los sistemas acuáticos. Vale la pena recordar el caso de Hidroituango, presa sobre el río Cauca, entre el municipio de Ituango y el corregimiento de Puerto Valdivia, en Antioquia, que alertó al país luego de que se presentaran fallas en su estructura con la obstrucción en la salida de agua de la casa de máquinas, poniendo en riesgo la vida de 113.000 personas; o El Quimbo, en el departamento del Huila, presa responsable de afectar las actividades económicas de los habitantes de la región tras haber inundado zonas altamente productivas.
Buenas prácticas de restauración ecológica
Volviendo al proyecto La Miel I, Isagen compró más de 460 hectáreas para desarrollar programas de restauración ecológica de los ecosistemas acuáticos y terrestres, resarciendo así sus acciones y comprometiéndose a implementar un plan de orientación psico-social a las comunidades vulneradas.
En 2015 buscó a la Escuela de Restauración Ecológica de la Javeriana, liderada por el docente José Ignacio Barrera Cataño, para diagnosticar cooperativamente el impacto ambiental que tuvo la implementación de la obra en la zona y crear un programa de restauración ecológica apropiado para la región.
Según Milena Camargo, coordinadora javeriana del proyecto, “nuestro objetivo consistió en evaluar cómo estaba el área afectada, revisar la vegetación y caracterizarla, diagnosticar el impacto en el suelo y, por último, conocer la conformación social de las comunidades”. De este surgieron el Plan de Restauración Ecológica Trasvase Rio Manso y el Plan de Conservación de la especie Gustavia romeroi, conocida como ‘chupo rosado’, iniciativas que, tal y como lo indica Héctor Javier Sandoval, representante de Isagen, “se espera replicar en una mayor magnitud en otras fincas afectadas, a sus propietarios y trabajadores”.
Hasta ahora los investigadores han implementado dos de tres etapas del proyecto: evaluar el impacto que dejó la construcción del transvase y desarrollar las estrategias de rehabilitación del ecosistema acuático y terrestre. Sin embargo, aunque este trabajo resulta ser un recurso para restablecer la conectividad del medio ambiente, el verdadero problema radica en las consecuencias irremediables que deja la construcción de hidroeléctricas.
De acuerdo con investigaciones hechas por Javier Maldonado, docente de la Facultad de Ciencias de la Javeriana, junto a académicos internacionales sobre el impacto de las hidroeléctricas en la cuenca Depresión Momposina, la construcción de estas obras altera el hábitat de los peces de agua dulce que habitan los afluentes dado que las presas obstruyen su movimiento natural; además dificultan el flujo de nutrientes provenientes de los sedimentos a los ríos y planicies de inundación, represados por los muros de contención, y, en casos como el de Norcasia, destruyen los acuíferos encargados de equilibrar el ecosistema, nutrir de agua los hábitats húmedos, como lagos y suelos, y abastecer a las comunidades.
Aunque las primeras leyes que avalan la producción de energía a partir de hidroeléctricas y la construcción de plantas para su tratamiento en Colombia son la Ley 113 de 1928 y la Ley 26 de 1938, el verdadero problema radica en las prácticas para la generación de energía y los estudios para la construcción de obras.
Esto significa que el problema no es tomar el agua sino saber de dónde se toma y cómo. Según Barrera, “las hidroeléctricas deben buscar el menor daño posible, pues siempre existirá un riesgo para el ecosistema, sea con energía hidráulica, eólica o solar”. Por ejemplo, añade, “a lo largo de la historia se han construido cientos de embalses donde ha habido ciudades. Los romanos traían el agua de las partes más altas de sus tierras a las más bajas, mediante canales, y así su preocupación no era tomarla, sino saber de dónde y cómo hacerlo correctamente”.
El negocio de la energía en Colombia
“Colombia goza de tener muchas líneas eléctricas, en diferentes voltajes, para llevar la energía a cualquier lugar del país”, dice Sandoval; sin embargo, esta información se queda corta respecto a la magnitud de energía que se produce en el país.
De acuerdo con XM, empresa adherida a ISA, grupo empresarial multilatino que trabaja en la compra, venta, transferencia y gestión de energía eléctrica, las fuentes para su producción en Colombia no sólo corresponden a la hidráulica, sino también a la solar, la eólica, combustibles fósiles y la biomasa.
La producción de energía durante mayo de 2018 en Colombia fue de 186,5 GWh/día, según XM, de la cual un 85,68% se originó de combustibles renovables (84,97% fue hidráulica, 0,64% de biomasa, 0,05% de eólica, y 0,02% de solar), mientras que el 14,32% restante correspondió a combustibles fósiles no renovables como el carbón, el petróleo o el gas natural.
En ese sentido, los aportes energéticos no solo corresponden a los 23 embalses que tiene Colombia, ubicados en las regiones Caribe, Antioquia, Centro, Oriente y Valle, con capacidad hidráulica para producir energía de más de 10.944 MW, sino que también se debe a fuentes eólicas como Celsia Solar Yumbo, la primera granja de energía solar del país con la capacidad de generar 18,42 MW, o fuentes térmicas de biogás como el Relleno Sanitario Doña Juana, que produce alrededor de 1,70 MW.
De las 140 hidroeléctricas que están actualmente en funcionamiento, construcción o proyección en el país, sólo 27 cuentan con una licencia ambiental otorgada por la ANLA; las demás son licenciadas por las corporaciones autónomas regionales, según esta institución.
¿Por qué empresas como Isagen, dueña de cinco centrales hidroeléctricas en Colombia, con una capacidad total instalada en ellas de 2.212 megavatios, se interesa en potenciar su operación?
Esto se debe a que Colombia cuenta con ricos corredores hídricos y una ubicación geográfica privilegiada que garantiza continuas precipitaciones en el territorio, que elevan los niveles de los ríos y llevan la capacidad de almacenamiento de los embalses hasta el tope. Por ello, las centrales hidroeléctricas deben vertir mayor cantidad de agua a través de tuberías para empujar las turbinas al interior de la presa, que a su vez hacen girar un generador, el cual convierte la energía del movimiento en electricidad a partir de imanes y circuitos; así, a mayor cantidad de agua, mayor producción de energía para transportar y comercializar, aunque se pierda de vista el impacto medioambiental que trae consigo.
Hoy el país exporta energía a dos líneas en Ecuador (Tulcan – Panamericana y Jamondino Pomasqui) y tres en Venezuela (Cuestecitas – Cuatricentenario 1, Corozo – San Mateo y Cadafe – Zulia 1).
A pesar de que la Hidroeléctrica Central La Miel I cuenta con más de 570 millones de metros cúbicos capaces de producir hasta 390 MW, a la fecha el municipio de Norcasia registra alrededor de 123 suspensiones del servicio de energía prestado por CHEC Grupo EPM, un balance desproporcionado considerando que es una de las presas que más energía produce en el país a pesar de las consecuencias medioambientales y sociales que dejó la implementación del Transvase Manso en la región.
Por ahora, la Escuela de Restauración Ecológica visita mes a mes las mismas veredas que recorrió en principio para evaluar estrategias como la siembra de plantas nativas, la limpieza de las bocatomas del corregimiento de Berlín y la concientización social sobre el cuidado que requiere el ecosistema, con el fin de rehabilitar los nacimientos de agua y el servicio hídrico a las comunidades.
1 comentario
Hola soy Ingeniera y me gustaría saber si hay un informe final sobre este tema “Hidroeléctricas, ¿energía amigable con el medio ambiente?”