De las 70 lenguas que se hablan en Colombia, 65 son indígenas. Esto representa unos 600 000 colombianos cuya lengua materna no es el castellano. Estas, como todas las demás lenguas, no son solamente un instrumento que permite la comunicación, además, crean vínculos, articulan las relaciones sociales, heredan las prácticas culturales y tradiciones y estructuran el pensamiento de las comunidades.
La lengua crea, aconseja, acompaña, transforma, sana…
Organización Nacional Indígena de Colombia – Onic
Por ello, hablar de la desaparición de lenguas indígenas no es un tema menor. “Murieron pueblos enteros y con ellos murieron sus sistemas lingüísticos; otras lenguas dejaron de hablarse por prohibición explícita de la Corona Española y, muchas otras, se extinguieron por asimilación cultural. Sin embargo, no desaparecieron todas después de más de 500 años de mestizaje”, afirma el Instituto Caro y Cuervo en su portal especializado en este tipo de lenguas.
Lenguas indígenas. Más allá de un asunto lingüístico
Para Minerva Campion, profesora del Departamento de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Javeriana, esta pérdida tiene que ver con dos factores: por un lado, la imposición del español y el portugués durante el periodo colonial; y por el otro, a partir de los años 80, la llegada de la globalización trajo contenidos culturales de consumo masivo en estas mismas lenguas.
“Cada vez menos jóvenes saben hablar sus propias lenguas, y una lengua que no se habla, es una lengua que se pierde”, sostiene la académica. En su opinión, perder una lengua materna no es solamente un asunto lingüístico. Se trata de poner en riesgo sus formas de entender el mundo, la vida, las tradiciones y conocimientos acumulados y transmitidos durante generaciones.
Es el caso de mhuysqhubun, lengua nativa del pueblo muisca, que habitaba en épocas pasadas los territorios de la actual Bogotá. Esta lengua fue declarada extinta oficialmente en el siglo XVIII. Pero todavía sobreviven nombres y personajes como Timiza, Bosa, Usaquén, Suba, Bochica, Bachué, Soacha, Fusa, Zipaquirá o Tunja en el hablar cotidiano de los habitantes del altiplano cundiboyacense.
“Es en estas épocas, cuando despierta lo que se creía muerto: la historia y memoria ancestral. La memoria guardada en los territorios se niega a desaparecer, inquieta a sus habitantes y descendientes, y la memoria lingüística pide a gritos su revitalización”, afirma un comunicado de la Onic.
La profesora Campion comenta que existe “la Ley 1381 de 2010, que busca el fortalecimiento y la preservación de las lenguas indígenas. También está el plan decenal que se adoptó el año pasado, para intentar la recuperación lingüística de estas lenguas mediante el fomento de la interculturalidad, la educación propia”, pero también hace un llamado a las autoridades para que las medidas que se han tomado hasta ahora impidan que las lenguas nativas se sigan perdiendo.
Advierte además que se trata de pueblos a los que históricamente se les han vulnerado sus derechos y por lo tanto, requieren acciones especiales para evitar que sigan siendo victimizados y que puedan preservar su cultura. “Cualquier política al respecto necesita una perspectiva no paternalista y que no trate de asimilar a los pueblos indígenas, sino que les permitan una educación propia, en sus propios términos”, aclara.