“Si un día se me empiezan a olvidar las cosas, si un día siendo más viejo dejo de cantar, cuando pasan los años nadie sale ileso, si un día se me olvidan tus besos, dame tu paciencia para recordar”.
Así comienza “Más de 75”, la canción con la que un grupo de cinco personas mayores se volvió viral en 2024, tras compartir un video en el que la interpretaban, parados en un carretera y junto a una camioneta varada que no pudo llevarlos a tiempo a su destino original.
El canto de este quinteto colombiano es un clamor a la memoria, a combatir la soledad y al reconocimiento de su presencia, en la dinámica de las familias y de la sociedad. Y justamente pone el foco en el problema: los adultos mayores no deberían ser notados solo cuando las redes los alumbran. A pesar de que la población mundial está envejeciendo y, para 2030 se prevé que las personas mayores de 60 años superen en número (1400 millones) a los niños menores de 10 años (1350 millones), es poco el tiempo que se dedica al envejecimiento y a la etapa final de la vida en la cultura, el arte, la economía y la investigación.
En Colombia, según estadísticas del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en 2020 el porcentaje de mayores de 60 años era 13,9% del total de la población, y se proyecta que en 2030 sea de 25,9%. Así mismo, esta entidad estimó en 2021 que el 29,2% residían en hogares de dos personas, el 21,9% en hogares de tres individuos y el 14,2% vivían solas.
Para la profesora javeriana Claudia Camargo, enfermera y magíster en epidemiología, es fundamental incluir el envejecimiento en la discusión académica. Desde su trayectoria en el cuidado de esta población, y con un enfoque particular en la soledad no deseada —una experiencia subjetiva que trasciende la ausencia física de compañía—, la investigadora busca visibilizar este fenómeno como un problema de salud pública, pues la soledad puede derivar en afectaciones importantes de salud física y mental. Su objetivo es promover intervenciones que mejoren el bienestar físico, emocional y social en este grupo etario.
Interesarse en la soledad
Pensar la soledad como objeto de estudio y cruzarlo con la perspectiva de la enfermería nace a partir de los hallazgos de la encuesta Salud, Bienestar y Envejecimiento (SABE) Colombia, cuya última versión fue realizada en 2015. Sus resultados mostraron una alta prevalencia de trastornos mentales como ansiedad y depresión en personas mayores, los cuales, a juicio de Camargo, podrían estar muy asociados a la soledad.
A partir de esa suposición, ella y el médico y docente Diego Chavarro, de la Facultad de Medicina, construyeron un proyecto de investigación que indagó la percepción y el sentimiento de soledad de 215 adultos mayores en Bogotá vinculados a los llamados centros día, espacios de estadía diurna que ofrece la Secretaría de Integración Social del Distrito para individuos de esta franja etaria en situación de vulnerabilidad. Usaron la Escala de Evaluación de la Soledad (ESTE) para medir cuatro tipos de soledad: la familiar, la conyugal, la social y la existencial o crisis de adaptación.
El trabajo comenzó en 2020 de manera presencial, pero la pandemia por Covid-19 conminó al cierre temporal de estos centros y obligó a recopilar la información telefónicamente a cada uno de los participantes. Estas llamadas sirvieron también para acompañar, escuchar y dar apoyo a estos adultos mayores, quienes reportaron que durante varios meses no eran contactados por personas distintas a sus familiares.
Además de recopilar datos, las llamadas telefónicas, originalmente pensadas para durar 20 minutos, ofrecieron una escucha con propósito. Por eso, señala Camargo, “se iba más del tiempo establecido porque la persona nos contaba cómo se sentía en la pandemia”. Estas conversaciones revelaron también un fenómeno que la investigadora denomina Síndrome del mueble, es decir, la sensación de invisibilidad dentro del hogar. “‘Estoy acompañado, pero me siento solo’ era una de las frases más recurrentes que escuchábamos, una gran diferencia entre aislamiento social y sentimientos de soledad”, precisa ella. Esta situación evidenció la necesidad de contar con redes de apoyo más allá del núcleo familiar y reforzó el argumento de considerar la soledad como un determinante de salud.

Dentro de los resultados de la investigación javeriana, la forma de soledad más frecuente fue la conyugal. Muchos de los participantes eran viudos y con redes de apoyo escasas, por lo que retomar una dinámica de pareja con otra persona les resulta complejo, aun cuando, conforme se manifestaba frecuentemente en las llamadas, añoran tener ese tipo de vínculo desde un punto de vista afectivo más que sexual.
Aunque la soledad familiar reportada fue baja, este resultado merece un análisis más profundo. Si bien las personas entrevistadas valoran la presencia familiar, entienden que eso por sí solo no implica disponibilidad de interacción. Adicionalmente, las soledades social y existencial alcanzaron niveles medios, reflejando el impacto del contexto social y económico en la manera en que las personas mayores perciben y experimentan la soledad. El acceso a espacios como los centros día, que ya están nuevamente en funcionamiento, se destacó como una herramienta esencial para mitigar estos sentimientos, subrayando su importancia en el bienestar emocional de esta población.
A solas sin querer
El problema con la soledad no es que exista, sino que se perciba como algo impuesto por las circunstancias y no por decisión personal. Cuando se vive de esa manera, ésta se convierte en un factor de estrés que puede agravar enfermedades crónicas como la hipertensión y la diabetes, o generar otras alteraciones de salud debido, en parte, al aumento de los niveles de cortisol en el cuerpo.
No en vano, a finales de 2023 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la soledad como un problema de salud pública, y anunció la creación de una comisión para estudiar el impacto de la conexión social. “Las altas tasas de aislamiento social y soledad en todo el mundo tienen graves consecuencias para la salud y el bienestar. Las personas que no tienen suficientes relaciones sociales estables corren un mayor riesgo de sufrir accidentes cerebrovasculares, ansiedad, demencia, depresión, suicidio, etc.”, explicó Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de este organismo multilateral.
El proyecto javeriano evidenció la necesidad de fortalecer redes de apoyo, ampliar los programas para personas mayores y abordar la soledad como un problema de salud de la población mayor en Colombia y en el mundo. Reconocerla como tal es esencial para diseñar estrategias de tamizaje oportuno e intervenciones que promuevan el envejecimiento saludable y generen mayor conciencia sobre su impacto en la calidad de vida.

Una sociedad envejecida
Si bien el mundo atraviesa por una transformación demográfica importante, en Colombia la población mayor crece tres veces más rápido que hace tres décadas y eso conmina a repensar la manera de incentivar y cuidar el bienestar de la sociedad. De ahí que la OMS declarara el periodo 2021-2030 como la Década del Envejecimiento Saludable. El objetivo de esta iniciativa es promover acciones concretas para mejorar la vida de los adultos de la tercera edad, empezando por cambiar la percepción del envejecimiento, crear espacios físicos y sociales que apoyen sus necesidades, fortalecer el sistema de salud y transformar, a largo plazo, el funcionamiento de los ecosistemas del cuidado.
El estudio realizado es esta universidad resalta la importancia de un abordaje interdisciplinario de atención a este grupo poblacional y hace evidente la necesidad de comprender el envejecimiento saludable desde la juventud y la adultez inicial. Esto implica que “debemos tener una capacidad funcional más unas capacidades intrínsecas desde edades tempranas, pues todas nuestras acciones deben ir encaminadas a comprender cómo nos queremos ver en la vejez”, subraya Camargo. “Desde la concepción, desde la formación celular, estamos envejeciendo todos los días”, recalca.
Envejecer bien comienza fomentando desde la infancia hábitos y prácticas que permitan un envejecimiento funcional, saludable y activo. Esto implica no solo mejorar la calidad de vida en la vejez, sino también transformar la percepción social de este proceso natural e incentivar una cultura del envejecimiento.
Quizá sea el momento de pensar la adultez mayor no como una etapa de clausura personal, sino como una oportunidad para enriquecer la esfera individual y colectiva. En este contexto, la economía plateada, llamada así en alusión a las canas, cobra relevancia al enfocarse en la creación de bienes, servicios y programas para satisfacer las necesidades de las personas mayores, promoviendo su salud, bienestar e independencia; acoger las innovaciones tecnológicas inculcando una alfabetización digital dirigida a este grupo poblacional también es fundamental. Movilizarnos hacia esta economía de la longevidad representa un paso importante para valorar las etapas finales de la vida de manera más inclusiva, ofreciendo a todos la posibilidad de envejecer mejor.