En mayo de 2018, Colciencias —hoy Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias)— anunció los ganadores de la convocatoria Colombia Científica, en el componente Ecosistema Científico, un programa que entregaba más de 18 mil millones de pesos a los grupos seleccionados para investigar problemas de país y ofrecer soluciones viables. De las cuatro propuestas ganadoras, dos se quedaron bajo el liderazgo de la Pontificia Universidad Javeriana como entidad ‘ancla,’ la del foco estratégico de Bioeconomía, en la sede Bogotá, y la del foco en Alimentos, en la seccional Cali.
Las alianzas fueron: “Generación de alternativas terapéuticas para el cáncer, a partir de plantas, procesos de investigación y desarrollo traslacional, articulados en sistemas de valor sostenibles ambiental y económicamente (GAT)” que, en cabeza de la inmunóloga Susana Fiorentino, buscaba terapias alternativas para combatir el cáncer y sus comorbilidades con base en más de 20 especies nativas de plantas, como el anamú y el dividivi.
También estuvo el programa “Ómicas: optimización multiescala in-silico de cultivos agrícolas sostenibles (infraestructura y validación en arroz y caña de azúcar)”, el cual pretendía desarrollar estrategias avanzadas de mejoramiento de cultivos agrícolas desde la base molecular, validadas en arroz y caña de azúcar. El proyecto estuvo a cargo de Andrés Jaramillo Botero, ingeniero dedicado a la físico-química de nanoescala,
En estas asociaciones participaron instituciones de educación superior acreditadas y no acreditadas, empresas del sector productivo de diferentes regiones del país y centros de investigación internacionales, requisito de la convocatoria. Además, se comprometieron a generar artículos científicos; patentes; formación de estudiantes de doctorado, maestría y pregrado; y a fortalecer las universidades no acreditadas. El esfuerzo no fue en vano. Ambos programas superaron el 100 % de los productos y resultados esperados.
PESQUISA JAVERIANA habló con los dos líderes para hacer un balance de la gestión realizada y reflexionar en torno a pensar proyectos científicos de gran envergadura para dar respuestas robustas a las problemáticas sociales:
PESQUISA JAVERIANA (PJ): ¿Qué los motivó a presentarse a una convocatoria tan exigente como Colombia Científica?
Andrés Jaramillo (AJ): Comienzo por decir que los científicos tenemos un alma escondida de quijotes. La iniciativa ofrecía la posibilidad de contribuir a soluciones para dos desafíos universales que veníamos trabajando activamente: la seguridad alimentaria y la productividad sostenible del agro. Propusimos una estrategia para desarrollar variedades mejoradas que pudiesen ampliar su tolerancia a los estreses tanto bióticos como abióticos, optimizando rendimiento o productividad, y minimizando el impacto ambiental.
Nos presentamos como la Alianza Ómicas, un grupo de científicos de alto nivel con un modelo organizacional liviano y una estrategia de mejoramiento de variedades muy diferente a la tradicional.
Proponíamos un salto disruptivo que nos permitiese aprovechar las tecnologías que estaban apenas surgiendo, como la tecnología de edición genética, con todas las herramientas experimentales y computacionales para caracterizar las jerarquías ómicas de un organismo vivo, con el propósito de producir genomas mejorados, partiendo desde los modelos in silico [simulación por computadora] y traducidos a germoplasma por edición genética.
Susana Fiorentino (SF): Cuando presenté mi primer proyecto, en 2004, la idea era desarrollar medicamentos a partir de plantas que activaran la respuesta inmune y destruyeran tumores. Desde ese entonces el proyecto comprometía patentes y la creación de una empresa. Yo sabía que el conocimiento se podía volver empresa.
Luego vinieron proyectos de Minciencias alrededor de esta área, salió la posibilidad de regalías, que ya era dar un paso mayor en el escalamiento y llegar al estudio clínico de fase 1, con un medicamento fabricado en el país basado en un extracto. Realmente hoy son medicamentos polimoleculares complejos. Entonces la convocatoria conjugaba todo eso: el poder dar un paso aún más grande, pasar a estudios clínicos en los pacientes y crear la spin-off DreemBio, que ya venía incubándose desde hacía unos años.
PJ: ¿Cuáles serían los aprendizajes, una vez concluidos los proyectos?
SF: Lo primero que aprendí es que debía ser menos directiva y más conciliadora. Eso fue maravilloso porque yo, en el proyecto GAT, dejé ciertas libertades para la escogencia de los presupuestos, pero eso terminó siendo difícil de manejar. No tuve en cuenta la experiencia de cada uno de los investigadores. Ahora, en la presentación a nuevas convocatorias, cada investigador se empodera de su tema; construimos los grandes objetivos alrededor de las cadenas de valor en donde cada uno se va ubicando; creamos chats para conversar y discutir; y trabajamos por objetivo y por concepto.
Otro aprendizaje, que fue un reto interesante, es que después de muchas conversaciones nació el Instituto de Biodiversidad, Bioeconomía e Innovación en Salud. El éxito de GAT nos permitió aplicar a otra convocatoria para tener más recursos, nos organizamos administrativamente, pero ya no desde el deseo personal, sino desde la necesidad de la institución de consolidar toda esa historia alrededor del desarrollo de los productos naturales en salud.
AJ: En nuestro caso, desde muy temprano, teníamos la idea de proyectar el esfuerzo para que fuera sostenible y empezamos con el diseño, la construcción y la consolidación del ahora Instituto de Investigación en Ciencias Ómicas, el iÓmicas (en la Javeriana Cali).
Concretamos un equipo muy productivo, comprometido con los resultados científicos y de gestión, desde los grupos institucionales hasta los de gobierno. Ese fue un logro significativo. Como científicos, asumimos la responsabilidad de sostener el esfuerzo investigativo para construir soluciones en contexto y en el tiempo, por medio de recursos nacionales e internacionales, públicos y privados.
Hoy, en el iÓmicas seguimos de la mano con varios de nuestros colaboradores e instituciones de la Alianza Ómicas, contribuyendo a resolver retos universales asociados con cambio climático, productividad sostenible del agro, seguridad alimentaria y salud. Todos involucran ecosistemas, especies y organismos, bajo la misma estrategia: desde abajo hacia arriba, partiendo de los bloques constructivos de la materia.
Estos esfuerzos han sido sumamente exitosos, algo que se corrobora no solo por la financiación extranjera, sino por los productos de conocimiento y tecnológicos derivados. Estamos, además, consolidando otras fuentes para financiar la investigación exploratoria en estos campos, incluyendo el licenciamiento de productos y la creación de spin-offs (como Nanosensum LLC en Estados Unidos y Nanosensum SAS en Colombia).
PJ: Doctor Jaramillo, ¿cree que el liderazgo asumido fue esencial para el éxito de los proyectos?
AJ: Yo no sé si es liderazgo o quijotada. Organizamos y lideramos propuestas que ―sabemos a priori― traerán consigo responsabilidades y compromisos incuantificables, que solo racionalizamos en el marco de la pasión por lo que hacemos. Son propuestas que se alimentan de las ideas, los aportes y el ejercicio de muchos (profesores, científicos, administrativos, directivos) y que solo se ejecutan en ese concurso y compromiso colectivo.
En el caso del equipo científico de la Alianza Ómicas, se cristaliza el programa por la credibilidad y confianza en el trabajo individual y colectivo de sus miembros, y se ratifica desde la confianza que deposita la gerencia institucional en dicho equipo. Son organismos vivos, de relacionamiento complejo, una especie de ‘matrimonio arreglado’, por la conveniencia de propósitos ulteriores en el bien común. La clave, creo yo, está en que compartimos pasiones que se convierten en relaciones estables, en función de los retos abordados y los resultados logrados.
PJ: La COP16, realizada en Cali, enfatiza en los acuerdos del Protocolo de Nagoya, que velan por la distribución justa y equitativa de los beneficios que se derivan de la utilización de recursos genéticos. ¿Cómo han trabajado ustedes con el conocimiento de comunidades rurales, indígenas y campesinas?
SF: Nosotros trabajamos directamente a partir del conocimiento tradicional. Ahora estamos programando unas salidas de campo enfocadas en el estudio de la etnofarmacología y en la identificación del conocimiento tradicional sobre algunas plantas regionales, porque ese es el método de farmacología inversa para descubrir medicamentos. La comunidad las conoce por diferentes razones y eso nos ahorra años de investigación. Lo que toca es afinar.
El anamú es una planta conocida desde hace muchos años para el tratamiento de cáncer en vacas y el dividivi, para el tratamiento de enfermedades respiratorias. DreemBio, que recibió la propiedad intelectual derivada de la investigación de las plantas, trabaja ahora con las comunidades para promover la siembra de las plantas medicinales, compra el material vegetal y desarrolla el producto final, y se ha comprometido con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible para llevar beneficios monetarios y no monetarios, fruto de la venta del producto final, a las comunidades que compartieron su conocimiento.
AJ: En nuestro caso venimos trabajando desde una aproximación diferente, muy orientada, porque tenemos hoy la capacidad de caracterizar organismos vivos desde la secuencia genética o las marcaciones epigenéticas hasta su transcripción, su expresión en proteínas, la producción de metabolitos, hasta el fenotipo. Uno de los trabajos que lideramos hoy busca confrontar la herencia cultural que traemos de familias sobre la actividad biológica de los alimentos.
Por ejemplo, analizamos molecularmente la semilla, la pulpa y la corteza del chontaduro, que en la región Pacífica se vende con propiedades afrodisiacas casi mágicas. Encontramos metabolitos que han sido identificados con función biológica afrodisíaca indirecta, como vasorrelajación del cuerpo cavernoso, incremento de testorena en suero, aumento de libido, entre otras.
Lo curioso es que estos metabolitos no están en la pulpa, que es lo que consume la gente, sino en la semilla y la piel, que nadie consume. Nuestra intención, de momento, es estimular las bioeconomías de escala regional derivadas del material biológico disponible en el país, apalancados en la evidencia científica.
PJ: Doctora Fiorentino, siguiendo con la COP16, uno de los retos destacados es la distribución de los beneficios de la información genética. ¿Son la genética, la genómica y todo lo relacionado con los genes el futuro de la ciencia?
SF: No creo que solo la genética, pero sí creo que la llegada de las ómicas, la bioinformática y la inteligencia artificial harán que podamos analizar rápidamente sistemas complejos. En nuestro caso, se trata de las plantas y su complejidad metabólica, proteica y genética, con la interacción que tienen con los organismos vivos.
En GAT comenzamos a montar toda una plataforma que se llama “Oh my GAT”, en donde guardamos toda la información metabólica, química y agronómica de las plantas. Tenemos las tres caras: cómo es la planta, cómo actúa sobre las células, y los estudios clínicos, es decir, cómo cambia el metabolismo del paciente tratado con la planta. Con esta plataforma y los algoritmos que estamos comenzando a construir podremos, en el mediano plazo, predecir el uso de las plantas en el control de algunas alteraciones que producen el cáncer.
PJ: En la eventualidad de una convocatoria similar, ¿cuáles serían los consejos para quien convoca y para quienes se presentan?
SF: A mí me parece que el proyecto de fortalecimiento de universidades no acreditadas, de formación de estudiantes y de vinculación de universidades internacionales fue una falacia. Destinaron la mitad del préstamo de ecosistemas científicos a formar gente, pero no lo hicieron en las mismas áreas en las cuales se iban a crear los programas de Colombia Científica.
Esa plata debió haber llegado a los ecosistemas y ser ellos quienes manejaran esas becas para poder, después, fortalecerse ellos mismos. Además, deberían dar los recursos en dólares a una cuenta en Estados Unidos que pudiera ser manejada por la institución. Nosotros no pudimos comprar varios de los equipos porque las empresas extranjeras exigían que se pagara por anticipado y no firmaban pólizas.
Yo sí pienso que Colombia jamás podrá llegar a hacer investigación de punta, a menos que exista una clara política de país en cuanto al acceso e importación de equipos y reactivos para la investigación y la formación de personal técnico competente para el mantenimiento de equipos de alta tecnología.
Sin embargo, estos esfuerzos ayudan a que no nos quedemos tan rezagados y ponen en evidencia las falencias. Somos realmente un ecosistema de prekínder, entre otras razones porque la ciencia no ha podido generar un verdadero cambio económico ni impulsar la creación de empresas de base tecnológica de forma contundente.
AJ: Yo coincido con Susana en que hay unas dificultades propias de país para hacer ciencia de primer nivel. Esto lo contrasto a diario porque tengo la fortuna de tener un pie acá y otro en Estados Unidos, donde si yo pido un reactivo en la mañana lo tengo en la tarde, donde los procesos administrativos y financieros de apoyo a la investigación están bien estructurados y consolidados, y la inversión en ciencia se reconoce como una necesidad para el progreso socioeconómico.
Sin embargo, no estoy de acuerdo con que no podamos hacer ciencia de primer nivel, ciencia que aporte soluciones a los diferentes retos que tenemos como humanidad, dentro y fuera de Colombia. Nos dedicamos a eso y la estamos haciendo, prueba de ello son los resultados, los productos, los recursos, la visibilidad y las colaboraciones internacionales que mantenemos. Lo que es evidente para mí es que hacer ciencia en Colombia implica sobrecostos en tiempo, esfuerzo y dinero (que no es la forma más eficiente o eficaz).
La gran preocupación es que no hemos tenido históricamente una estrategia clara de país frente a la investigación científica. Todo comienza por una decisión de alto nivel que no se ha dado y dudo que se dé en el corto plazo, por las afugias que tenemos como sociedad.
Esa proyección futura puede ser desmotivante, pero les confieso que soy optimista por naturaleza y si no fuera así creo que no tendría éxito como científico, porque en esta profesión el fracaso es mucho más frecuente que el éxito, o como profesor, pues nos compete contagiar el amor por el saber a nuestros estudiantes y preparar a quienes serán los científicos del futuro. Reconozco las limitaciones del entorno, pero soy optimista frente a nuestras capacidades para trascender desde la investigación traslacional de alto impacto mundial y local.