La pertinencia de la pertinencia
Juanito llega del colegio: “Mamá, papá, me pusieron una tarea: investigar las capitales de los países de África”. Enciclopedia en mano —o conectado a Internet— Juanito realiza y concluye con éxito su investigación. Este tipo de actividad investigativa, propia de la educación básica, es formativa y mal podría ser desconocida o poco apreciada. Fomenta una actitud imprescindible en cualquier proceso formativo: deseos de averiguar lo que no se conoce y adiestramiento en los medios y estrategias para conseguir ese conocimiento.
Pero una cosa es investigar lo que uno mismo dentro de sus propios e inevitables límites educativos todavía no conoce, y otra muy diferente investigar lo que prima facie nadie conoce, porque ese conocimiento aún no ha sido producido. Este último proceso —que algunos llaman producción de nuevos conocimientos, investigación de punta o ampliación de las fronteras del conocimiento— es el que hace avanzar las ciencias, las artes y las culturas. En nuestra opinión sólo este tipo de investigación es propio, aunque no exclusivo, de las universidades.
Lo anterior pone de presente algo aparentemente inocuo pero que, a la larga, resulta de gran importancia: el hecho de que el conocimiento humano es un bien que no cae del cielo, como el maná bíblico, sino que necesita ser producido por alguien, y ese alguien necesariamente se encuentra inmerso en algún contexto histórico, cultural y social. La paradoja resulta del reconocimiento histórico de que la muy venerable institución educativa llamada universitas magistrorum et scholarium (comunidad de los que enseñan y los que aprenden) no surgió, al menos en el mundo occidental, con una finalidad principalmente investigativa sino docente. Fue la necesidad de socializar los conocimientos superiores ya adquiridos la que dio origen a las primeras universidades en el mundo cristiano occidental: Bolonia, Oxford, París, Salamanca, Heidelberg…
Se pregunta uno entonces: ¿deben las universidades hacer investigación? La respuesta es necesariamente positiva, no tanto por razones de tipo histórico —de hecho hay muy buenas universidades que no se han destacado por su investigación— sino por razones de tipo epistemológico, es decir, que tienen que ver con el modo mismo como se produce el conocimiento.
Hay conocimientos, en efecto, que sólo se obtienen cuando uno mismo los ha producido. Y eso ocurre tanto a nivel individual como colectivo. Por eso la discusión en torno a la pertinencia de la investigación que se debe llevar a cabo en las universidades colombianas es, por encima de todo, pertinente. Como país, nos hace bien discutir qué tipo de investigación queremos realizar, pues en últimas eso nos remite a la pregunta por el tipo de país que queremos ser. Donde no existen prioridades, es muy probable que tampoco exista claridad sobre los objetivos y las metas por alcanzar. En ese sentido pensamos que si bien la aplicabilidad de una investigación no determina su pertinencia —y a pesar de que esta última no se agota en los criterios de productividad económica— la idea de una investigación verdaderamente pertinente sí nos desafía como sujetos que, a la vez que somos constructores de conocimiento, somos también ciudadanos de un país en construcción.