Entre 1347 y 1353, el mundo vivió la pandemia más grave de su historia. La peste negra cobró la vida de más de 75 millones de personas, lo que, se estima, sería la mitad de la población europea de la época. Más recientemente, en la pandemia de la COVID-19, las medidas de protección y los tratamientos conseguidos en menos de un año redujeron la cifra de decesos a menos de 15 millones en todo el planeta, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Sin embargo, para Julián Bohórquez, egresado del Doctorado en Filosofía e investigador del grupo de investigación Problemas de Filosofía, de la Pontificia Universidad Javeriana, hay un factor en común en estos dos sucesos: la humanidad tuvo que enfrentarse a la enfermedad y a la muerte.
“Las grandes epidemias siempre se han acompañado de una reflexión profunda sobre cómo entendemos la muerte e incluso sobre lo que podríamos llamar el sentido de la vida. Siempre sacuden nuestras creencias más íntimas”, afirma Bohórquez. Añade que millones de personas mueren anualmente por malaria, enfermedades tropicales o desnutrición.
Pero eso no alerta a la mayoría de los seres humanos, porque se trata de contextos lejanos a la cotidianidad. Cuando tiene lugar una pandemia, parece haber una democratización de la muerte: ya no solo es una cuestión de edad, de regiones o de nivel de ingresos. Como una inmensa mayoría se infectará con la enfermedad, cualquier persona podría morir. Desde la filosofía, el investigador aporta algunos elementos para encarar esta situación.
¿Cómo enfrentar la muerte?
Para Bohórquez, hay que reconciliarse con la muerte, desde la misma comprensión de que esta es parte natural del ciclo de la vida. “Hay que hablar de ello, recuperar la muerte en el imaginario cultural como un suceso que necesariamente nos va a ocurrir a todos. A los extraños, a los cercanos y a nosotros mismos”, dice.
En su investigación ilustra qué sucedió con el arte medieval durante y luego de la peste negra. Aparecieron, en esa época, los Ars moriendi, dos textos en latín sobre cómo “morir bien”, de acuerdo con los preceptos cristianos de aquel momento. En ellos aparecían dibujos de esqueletos bailando con la gente, llevándola a la muerte.
Estaban desde el obispo y el príncipe hasta los campesinos más pobres. Durante ese periodo, los murales, las pinturas y las esculturas se llenaron de calaveras y, explica el investigador, esta fue la manera de hacer cercana la experiencia a las personas.
A partir del siglo XX, dice el estudio, se popularizaron formas de arte en que los médicos luchan con la muerte y alejan a la gente de ella, como si la medicina pudiera vencerla.
Las pandemias parecen traer consigo una democratización de la muerte: sin importar regiones, nivel socioeconómico o edades, todos los humanos son vulnerables.
“Hoy no tenemos representaciones populares de la muerte y, como tenemos gran cantidad de maneras para curar muchas enfermedades, algunos piensan que la muerte es una enfermedad más que se puede evitar”, sostiene el filósofo.
Incluso, socialmente, se hace todo lo posible para mantener la muerte lejos de la cotidianidad de las personas. “Ocultamos los cadáveres, muchos enfermos mueren en unidades de cuidado intensivo, lejos de la mirada del público. Cuando una persona fallece, lo primero que se hace es ocultar el cadáver dentro de un féretro, además de maquillarlo para que parezca un individuo vivo. Tal vez todo esto nos impide tener una conciencia completa de la vida”, añade.
No se trata de exponer los restos y que el arte se llene de imágenes de muerte, como él mismo señala, sino de mantener presente la muerte como una experiencia obligatoria, a la que todos llegarán en algún momento.
Reconciliarse con las enfermedades es reconciliarse con el planeta. En la misma línea de entender que la muerte es parte de la vida, Bohórquez postula que es necesario comprender que el ser humano es solo una parte de la naturaleza.
“La filosofía de la ciencia moderna se fundamenta en que la naturaleza es una fuente de recursos que está a disposición del ser humano, para explotarla indiscriminadamente, para arrancarle sus secretos. Es una relación vertical en la que no se tiene ningún cuidado”, explica el investigador.
Desde esa perspectiva, el ser humano está por fuera y puede destruirla, sin verse afectado, para recibir un beneficio. Por eso se asume que, en algunos casos, la naturaleza es el enemigo. Por ejemplo, la ‘guerra contra los microbios’ busca eliminarlos y, para ello, se parte de un lenguaje bélico y armamentista.
Aclara el investigador que, por supuesto, es necesario buscar estrategias para evitar enfermedades, pero que, con ese fin, se podrían usar metáforas que apunten a que el ser humano es simbionte, es decir, que está en constante relación con otros organismos, y poner en el imaginario de las personas
la idea de que deben ser una especie menos invasiva y que, entre más ecosistemas perturben, pueden ser las mayores damnificadas, como ya se demostró en ambas pandemias de origen animal.
“La tala, la minería y otras actividades extractivas conducen a la migración masiva de animales silvestres que llevan consigo virus que pueden infectar al hombre. La caza, manipulación y consumo de estos animales, […] sumados al aumento acelerado de la población […] en un mundo globalizado, permiten explicar el aumento vertiginoso de las enfermedades zoonóticas desde la segunda mitad del siglo XX”, dice la investigación.
Y finaliza haciendo un llamado para cambiar cuanto antes la relación instrumental que se ha establecido con el planeta, en la que, de acuerdo con la concepción contemporánea, solo existen dos tipos de seres: los que representan una fuente potencial de recursos y los que son una amenaza.
Para leer más:
TÍTULO DE LA INVESTIGACIÓN:
Actitudes culturales ante la enfermedad y la muerte: perspectivas desde la pandemia global
INVESTIGADOR PRINCIPAL:
Julián Bohórquez Carvajal
Grupo de investigación Problemas de Filosofía
Departamento de Filosofía
Facultad de Filosofía
Pontificia Universidad Javeriana
PERIODO DE LA INVESTIGACIÓN: 2021