Dar a luz en Colombia no es fácil. Lo es menos en los territorios más apartados de las cabeceras municipales, donde hay que atravesar trochas, cruzar ríos y viajar por más de doce horas para encontrar un hospital de segundo o tercer nivel con atención obstétrica.
Las brechas muestran que no es lo mismo ser una mujer gestante en Bogotá, la capital de Colombia, que en Chocó o La Guajira, dos de los departamentos con mayores índices de mortalidad materna y que tienen las tasas más altas de pobreza y desigualdad en el acceso a los servicios de salud y educación, según el Dane.
En 2020, el Dane registró 135,3 muertes maternas por cada 100 000 nacidos vivos en La Guajira y 201,7 en el Chocó, más del doble del promedio nacional.
De acuerdo con el más reciente informe de esta institución, en 2021 el promedio de muertes maternas en Colombia fue de 66,7 por cada 100 000 nacidos. La entidad indica que la mayoría pudieron haberse evitado, lo que revela “una expresión de inequidad y desigualdad”.
Es en estos contextos donde la partería tradicional toma un rol fundamental. “La labor de la partera en las comunidades no se limita al parto, sino que acompaña el ciclo reproductivo. Por eso no se compara ni con un profesional de salud, ni con un promotor, ni con un auxiliar de enfermería. La partera ve un territorio de difícil acceso y entiende su lógica”, relata Ledy Manuela Mosquera, partera afrodescendiente y directora de la Red Interétnica de Parteras y Parteros del Departamento del Chocó (Asorediparchocó).
Sin embargo, “la biomedicina se ha constituido como ese único saber válido, científico y entre comillas verdadero, lo cual hace que los otros saberes sean invisibilizados y, sobre todo, muy castigados”, explica la antropóloga y profesora javeriana Liany Katerine Ariza, quien agrega que la invalidación de estos saberes ha sido tan frecuente que en muchos escenarios la partería ha dejado de transmitirse de generación en generación, como era tradición.
“Las parteras ya no quieren partear porque les da miedo. El problema es que en muchos territorios el sistema de atención biomédico no existe: no hay instituciones de salud, no hay personal, no hay infraestructura… Entonces, al desaparecer el principal recurso de las comunidades, que son estos saberes que han existido a lo largo de la historia, muchas mujeres quedarán solas con sus embarazos. Esa es una nueva forma de ejercer violencia hacia estas poblaciones. Es un atentado contra sus vidas”, enfatiza la investigadora.
Conversaciones entre saberes
“Un parto seguro puede ser tanto en una institución de salud como en la casa de las mujeres. Lo importante es que la persona que los atienda esté capacitada y logre identificar rápidamente aquellos embarazos que se podrían complicar”, explica Katerine Ariza.
Por eso, el intercambio de conocimiento entre la partería tradicional y la medicina occidental podría complementarse de tal manera que reduzcan la mortalidad materna. Ese fue el tema que investigaron científicos del Instituto de Salud Pública de la Pontificia Universidad Javeriana —entre ellos Ariza— quienes lideraron, durante casi tres años, un programa con enfoque intercultural en los departamentos de La Guajira, el Chocó y el Cesar que se propuso reconocer si los diversos sistemas de atención en salud (indígena, afrocolombiano y biomédico), se relacionaban.
Las mujeres sin educación y con educación primaria fueron las que más murieron en 2020 (253,3 y 106,4, respectivamente), en comparación con las que han accedido a educación superior (29,6)
Dane
La mortalidad materna es un evento que, en cierta medida, mide el desarrollo del sistema de salud de un país, según Jorge Martín Rodríguez, profesor del Instituto de Salud Pública y también investigador principal del programa. Dice que la falta de infraestructura y la respuesta institucional en muchos sectores “es muy pobre” y se complejiza con las barreras geográficas. “El Chocó es uno de esos ejemplos de departamentos históricamente abandonados por el Estado”, anota.
“¿Qué se puede hacer para que estas mujeres sean mejor atendidas? ¿Cómo se garantiza que en caso de alguna anomalía haya una salida rápida del territorio? Muchas veces eso no depende de la comunidad. Depende de si hay o no gasolina, de si el río está alto o bajo, si es de día o de noche, si está lloviendo o no… Tenemos que ver cómo las instituciones entran a generar procesos sociales más equitativos que ayuden a reducir estas muertes maternas”, apunta Ariza.
A su vez, Rodríguez enfatiza que en Colombia no hay un mecanismo expedito como contrataciones con la Armada Nacional o la Fuerza Aérea Colombiana que permita sacar a esas mujeres del territorio en medio de una urgencia. “Si así fuera, las familias no tendrían que cargar todo el peso. En verdad son situaciones de inequidad y desigualdad muy estructurales”, dice.
En este sentido, Ariza cree que la medicina alopática tiene mucho que aprender de las comunidades afro e indígenas en cuanto a la forma de ver el embarazo como un asunto colectivo. “Cuando asumimos que el embarazo le ocurre a un grupo, todos debemos cuidarlo porque es la reproducción de la vida lo que está en juego”, indica.
¿Qué tan abiertos están al diálogo?
La investigación —a la que con el tiempo se sumaron las universidades de Los Andes, Popular del Cesar, de La Guajira, Tecnológica del Chocó y Profamilia— concluyó que las comunidades están cada vez más abiertas a aprender de la biomedicina e incorporan lo que consideran a su quehacer partero con el fin de mejorar. En cambio, las instituciones de salud, dice Ariza, “muestran resistencia a dialogar con esos otros saberes y a incorporarlos para mejorar la atención en salud materna”.
El panorama no es completamente desalentador. Rodríguez rescata el caso del Rosario Pumarejo de López, un hospital nivel dos de Valledupar en el que “ahora permiten que las gestantes vayan con su partera si así lo desean. Han hecho algunas adecuaciones de la infraestructura y aceptan entregarles la placenta a las gestantes”.
“Antes del año 2000 era prohibido que una partera tocara a una gestante, pero no se podía prohibir de lleno en el departamento del Chocó porque había zonas donde se consideraba negligencia no hacer nada para salvarla”
Ledy Mosquera
La partera Ledy Mosquera relata que ahora hay mucha articulación de las parteras con los hospitales. “El médico supervisa su labor y después le dice ‘lo hiciste bien’. La consejería y el apoyo que da la partera es fundamental para que el parto sea exitoso”.
Además, gracias a la gestión de Asorediparchocó y la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (ASOPARUPA), en 2022 se ratificó la sentencia T-128 que reconoce y exalta la partería como un saber ancestral y Patrimonio Cultural de la Nación.
“Muchos ven la partería como un tema de empoderamiento comunitario, pero como solo hasta ahora hay un peso jurídico que resalta la labor de estas mujeres y hombres, aún no se incluye en el sistema de salud ni se les reconoce un salario justo”, agrega Mosquera.
En la investigación identificaron algunos estudios a nivel internacional que usaron la estrategia de intercambio de conocimientos junto a las comunidades y han logrado disminuir entre un 15 y 35 % el riesgo de complicaciones y, sobre todo, de muerte. Claro que para esto, explican, es necesario tener en cuenta el contexto.
Las principales causas de muerte materna son la hemorragia posparto, las infecciones, el aborto inseguro, la eclampsia (convulsiones), el trabajo de parto obstruido y afectaciones indirectas como anemia, malaria y enfermedades cardiacas
Nour (2008), Obstetrics & Gynecology
En ese sentido, Ariza considera que es fundamental que exista una articulación intersectorial para que las instituciones médicas tengan la capacidad de atender igual de bien a una mujer indígena, mestiza, afro, de menos de 20 años o de más de 40 años. Los procesos de atención en salud, dice, deben reconocer las particularidades de cada una y entender y conocer las diferencias culturales.
Para Rodríguez, el diálogo entre ambos saberes es crecimiento, no competencia. Si no se juzgan las creencias y tradiciones de los demás, sino que se respetan y se tratan de comprender y acoger, el beneficio es para la humanidad, pues al fin y al cabo las beneficiadas serán las gestantes y sus hijos.