Muere el último ejemplar de una especie y hasta ahí llegó su existencia en el planeta. Desaparece y solo queda en el recuerdo, en los últimos registros fotográficos, en pinturas, en colecciones biológicas o en museos de historia natural. Con la especie desaparecen también algunas de las funciones que cumplen en los ecosistemas. Pero cuando se les sigue la pista, se monitorean, se identifican las causas que conllevan la disminución en sus poblaciones y se inician acciones para conservarlas, la historia toma otro rumbo.
Un estudio que revisó las especies de aves y mamíferos reportadas en estado inminente de extinción encontró que los programas de conservación y las legislaciones que protegen la biodiversidad funcionan: entre 28 y 48 especies que estaban en el riesgo más crítico de desaparecer aún están vivas y se han ido recuperando, como el loro orejiamarillo colombiano, el charrán chino o la cigueñuela negra neozelandés, entre las aves, y de los mamíferos el hurón patinegro de Norteamérica, el lince ibérico o el conejo ribereño surafricano.
En el caso del loro colombiano, la especie no se extinguió “por una combinación de medidas de conservación en las tres cordilleras y el hallazgo de nuevas poblaciones en la cordillera oriental”, de acuerdo con el vicerrector de investigación de la Pontificia Universidad Javeriana y coautor del estudio, Luis Miguel Renjifo.
Para definir las especies a estudiar, los 46 autores del artículo científico, publicado en Conservation Letters, tomaron como base 1993, año en el que entró en vigor el Convenio sobre Diversidad Biológica, así como el 2010, cuando se define el Plan Estratégico para la Diversidad Biológica (más conocido como las 20 metas Aichi), cuya Meta 12 indica que para 2020, “se habrá evitado la extinción de especies en peligro identificadas y su estado de conservación se habrá mejorado y sostenido, especialmente para las especies en mayor declive”.
“La tasa de extinción habría sido entre tres y cuatro veces mayor para el período 1993 – 2020, y entre 12 y 26 veces mayor en el período 2010 – 2020”, si no se hubieran adoptado medidas para salvarlos, concluyen los investigadores.
La información de las listas rojas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que muestra el grado de amenaza de las especies, fue el primer insumo para incluir las especies candidatas. Luego fueron reduciendo la muestra a aquellas que contaban con menos de 250 individuos maduros en 1993, quedando 368 aves y 263 mamíferos.
De ellas identificaron las que tenían amenazas persistentes y alguna medida de conservación vigente, quedando 48 aves y 25 mamíferos. Con toda la información recopilada, y luego de consultar a más de 130 expertos sobre el estado de esas poblaciones y la posibilidad de que se hubieran extinguido de haberlas dejado sin medidas de conservación, quedaron de finalistas 39 especies de aves y 21 de mamíferos.
Entre las acciones para protegerlas los autores destacan el control de especies invasoras, programas de conservación en los zoológicos, la protección del ecosistema, legislación al respecto y la reintroducción de las especies a sus hábitats naturales.
El estudio podría incluso subestimar los efectos de la conservación, dice Renjifo, porque es posible que otras excluidas de la muestra también se pudieron haber extinguido en el período 1993 – 2020. “Lo que pasa es que no fueron analizadas porque se escogieron las especies que estaban en la mayor inminencia de extinción”, agrega.
La afectación a los ecosistemas por la agricultura y la acuicultura, las especies invasoras y la caza son las principales amenazas que sufren aves y mamíferos, es decir, todas ellas son actividades producidas por la actividad humana.
En Colombia, dice María Piedad Baptiste Espinosa, investigadora adjunta del programa de Ciencias de la Biodiversidad del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, “tenemos programas nacionales o estrategias de conservación, siempre guiados por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible”, para el oso andino, el manatí, el cóndor andino, y otros que agrupan varias especies como el de felinos de Colombia o el de mamíferos acuáticos, por mencionar algunos ejemplos.
Los resultados del estudio “evidencian y hacen tangible cómo contribuyen ciertas herramientas de conservación en aves y mamíferos, lo cual es valioso porque demuestra que han funcionado”, dice Baptiste.
En diálogo con Pesquisa Javeriana, Phil McGowan, investigador de la Universidad de Newcastle en Inglaterra y líder del estudio con su colega Rike Bolam, llamó la atención sobre la tasa de extinción natural que, dijo, es muy baja comparada con la forma como el planeta está perdiendo especies actualmente por culpa de la actividad humana: “se estima que la tasa es cien o mil veces mayor a la tasa natural”.
Las especies vivas interactúan entre ellas y proveen beneficios para la humanidad, coinciden los tres entrevistados, y mencionan como ejemplo la polinización y la dispersión de semillas. “Si la tasa de extinción sigue siendo mucho más alta que el nivel natural de extinción”, explicó McGowan, “corremos el riesgo de perder tantas especies que cumplen funciones críticas en nuestro planeta, pérdidas que se pueden sentir a nivel local, regional o potencialmente global, y pueden ser de forma lenta e incremental, en lugar de una sola gran llamada de alarma”.
El informe de la Quinta Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica de Naciones Unidas, presentado el pasado 15 de septiembre, destaca los resultados del estudio cuando menciona los avances realizados en la implementación de las 20 metas Aichi para la biodiversidad en el 2020 que, dicho sea de paso en su mayoría no se han cumplido.
“El estudio demuestra que trabajar por la conservación de esas especies evitó su extinción”, concluye Renjifo; “o sea, vale la pena hacerlo”.