América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo. Así lo determinó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, organización que define la igualdad desde el ejercicio de derechos, desarrollo de capacidades y autonomías, hasta las igualdades étnicas, raciales, territoriales y de género. Esta última ubica en el centro de vulnerabilidad a la mujer a nivel laboral, sanitario, en la economía y la participación política, entre otras.
Dentro de las desigualdades de género hay unas expresiones más acentuadas que otras, y esto se evidencia en los pocos análisis que registran, por ejemplo, las condiciones particulares de la mujer rural en Colombia. “Pese a que investigaciones nacionales e internacionales han planteado la relación entre las diferencias que enfrentan las mujeres rurales, no hay suficiente información”, asegura Laura Victoria Gómez, economista y magíster en Desarrollo Rural.
Con el trabajo de maestría “Relación entre las desigualdades de género y la economía del cuidado en entornos rurales en Colombia”, presentado en el marco del XVI Congreso La Investigación, elaborado a partir del Censo Nacional de Población y Vivienda 2018 y que contó con más de tres encuestas oficiales, Gómez identificó- desde una perspectiva centrada en los derechos- las relaciones entre dichas diferencias que perjudican a las mujeres rurales en Colombia.
La logística del cuidado
Piense en quién es el encargado o encargada de hacer las actividades necesarias para la supervivencia cotidiana. Comience por la visita al supermercado para que no falte ningún alimento en la casa, su preparación, la limpieza del hogar, el cuidado directo hacia los otros, los traslados a los centros educativos u otras instituciones; la supervisión del trabajo de cuidadoras remuneradas y demás.
Tal vez a su cabeza venga la imagen de una mujer, dado que estas actividades han sido asociadas comúnmente a lo femenino, y desde el cumplimiento al “mandato cultural”: una esposa, madre, ama de casa y cabeza del hogar.
Según fundamenta Gómez en su publicación, el trabajo de cuidados es la base para la prosperidad de las familias, la salud y el bienestar de la mano de obra, y “aunque estas labores no remuneradas que realizan las mujeres mayores de 15 años en todo el mundo ha sido invisibilizado, su importancia salta a la vista cuando según la Oxfam (confederación internacional conformada por organizaciones no gubernamentales que realizan labores humanitarias en 90 países) se estima que su valor económico asciende a al menos 10,8 billones de dólares anuales, una cifra que triplica el tamaño de la industria mundial de la tecnología”.

De esta manera, asegura la máster en Desarrollo Rural que “sin las labores de cuidado, tanto las que son remuneradas como las que no, la economía sería inviable. Sin embargo, este trabajo, que ha sido asignado social y culturalmente a las mujeres, no es reconocido sino subvalorado”.
Para Gómez, se necesita un cambio en las políticas públicas que mejore las condiciones y materialice la remuneración de este trabajo, ya que “por un lado, están las actividades del cuidado no remuneradas, realizadas principalmente por mujeres, y las que sí se remuneran cuentan con un menor reconocimiento social y económico”.
Pareciera que los avances obtenidos en relación con el empleo en el hogar (como la Ley 1788 de 2016 o ley de prima para los trabajadores y trabajadoras domésticas en Colombia; la Sentencia 185-16 del 2016, que establece que las empleadas domésticas son sujetos de especial protección; o el Decreto 289 de 2014, que estableció la vinculación laboral de las madres comunitarias), son insuficientes y se quedan cortos, más aún, si se trata del contexto rural. “Las políticas públicas en Colombia no abordan la ruralidad de manera contundente, mucho menos la situación particular de las mujeres rurales”, señala Laura Gómez.
Ruralidad: la mujer en desventaja
Un reporte elaborado por las Naciones Unidas en 2020 señala que, en promedio, las mujeres dedican el triple de tiempo que los hombres cada día al cuidado y trabajo doméstico no remunerado, y la situación se agrava en la ruralidad por falta de estufas, agua, saneamiento y transporte, al igual que la falta de enseñanza y asistencia a la primera infancia.
Por poner un ejemplo, a medida que se incrementa el nivel de ruralidad de las comunidades de Colombia, el acceso al agua potable (acueducto) es más reducido, explica Gómez que “en el caso de los municipios de zonas rurales dispersas, más del 75 % de los hogares rurales están sin acueducto”. En este contexto, las mujeres rurales enfrentan una posición de mayor desventaja.
A diferencia de las mujeres urbanas, ante la falta de acceso a energía eléctrica u otras fuentes energéticas para los hogares, en la ruralidad el mayor porcentaje de los hogares utiliza la leña, madera o carbón para cocinar, lo cual también incrementa la carga de cuidados.
Entonces, “las mujeres rurales no solo realizan actividades domésticas no remuneradas como barrer, limpiar la casa, cuidar a los niños y las niñas y cocinar, sino que también se les suma la recolección de agua, de leña y demás suministros para ejecutar sus labores”, dice la experta javeriana.
Asimismo, en la investigación realizada por Gómez, queda documentado que son ellas quienes dedican más horas en conjunto a este tipo de labores, superando a las mujeres urbanas y a los hombres en general.
“En Colombia, la participación en actividades de cuidado no comprendido en el sistema de cuentas nacionales es de 92,5 % para las mujeres en centros poblados y rural disperso, dedicando 7 horas 52 minutos diarias a estas labores, respecto a las de las cabeceras que ocupan 7 horas 4 minutos; y los hombres en los centros poblados y rural disperso, quienes invierten 3 horas 6 minutos. Es decir que las mujeres rurales dedican más del doble del tiempo invertido por los hombres en este mismo ámbito”.
Otras desigualdades que enfrenta la mujer rural
En cuanto a la educación, la principal razón de deserción escolar está relacionada con el cuidado. Además, el estudio de Gómez demuestra que el porcentaje de las mujeres que se dedica a las actividades domésticas no remuneradas se incrementa a medida que hay mayor número de hijos, realidad que prevalece más en zonas rurales.
En la ruralidad, al tener una tasa de natalidad más alta por familia y que la mayor parte de los niños permanecen con sus padres, se incrementa la carga de cuidados para las mujeres, hecho que, como destaca la investigadora, se relaciona directamente con la barrera para acceder a un trabajo formal y tener una pensión, ya que cuando se dedican a estas labores, históricamente feminizadas, se refuerzan aún más los obstáculos socioeconómicos.
Por demás, está la limitada posibilidad que tienen de participar en la toma de decisiones de su región al no pertenecer a cuerpos estatales como el Congreso, el cual, para el periodo 2018-2022 se encuentra compuesto por 279 curules, de las cuales, solo 55 son ocupadas por mujeres, sin que necesariamente representen la ruralidad.
¿Qué pasa con el acceso a la salud para la mujer rural?
“Vemos que cuando realizamos el estudio (2020), un porcentaje alto de la población rural estaba enferma y no tuvo atención médica. Esto no solamente afecta al doliente o a quien padece la situación, sino también a sus cuidadoras, que tienen que realizar un mayor esfuerzo en la labor de cuidado”, expone Gómez.
Esta brecha en el acceso a salud la sustentan a profundidad otras investigaciones como el “Análisis de desigualdades e inequidades en la mortalidad materna en el departamento del Chocó, Colombia”, presentado en el mismo Congreso La Investigación y desarrollado por un equipo del Instituto de Salud Pública de la Pontificia Universidad Javeriana, en el que se pone de manifiesto uno de los tantos ejemplos que en términos sanitarios afecta a las mujeres rurales: la mortalidad materna y neonatal.
Estas causas, según Jorge Martín Rodríguez, médico con formación en epidemiología, salud pública y uno de los investigadores, son evitables, pues están asociadas a demoras en la decisión de buscar la atención, encontrarla y dar con un servicio de salud que las atienda de forma oportuna y con calidad.
Este hecho, según el especialista, responde a deficiencias y desigualdades estructurales y a los determinantes sociales de la salud: ausencia de hospitales de nivel tres o de alta complejidad, insuficiente infraestructura, dotación y talento humano en los servicios de baja y mediana complejidad, entre otros.
Así también, la desigualdad para la mujer rural pasa por tener que transitar largas distancias para acceder a un óptimo servicio de salud; ser atendidas por las parteras de la zona, quienes además son las salvadoras y asistentes esenciales de la mujer en áreas en las que no hay presencia estatal; o morir en el intento de lograr la obtención de su servicio, que es su derecho.
Poner fin a la pobreza y reconocer el trabajo doméstico no remunerado
En suma, “es necesario establecer estrategias para disminuir las desigualdades en el cuidado para las mujeres rurales con una aproximación multidimensional y con la garantía de derechos que permita su participación real”, dice Laura Gómez.
Para esto, comunica la investigadora, es importante la generación prioritaria de políticas públicas que, por un lado, pongan fin a la pobreza haciendo énfasis en la ruralidad, “pues, aunque la población rural representa el 31 % de la población colombiana, el número de personas en situación de pobreza extrema en zonas rurales es casi el mismo de los contextos urbanos”.
La experta finaliza resaltando el reto de poner fin a todas las formas de discriminación contra las mujeres y niñas, como lo proponen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), reconociendo y valorando los cuidados y el trabajo doméstico no remunerado mediante servicios públicos, infraestructuras y políticas de protección social, y promoviendo la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país.