A finales del 2016, el acuerdo de paz firmado entre el gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Farc, cerró un conflicto de más de cinco décadas. Su texto afirmaba buscar el reconocimiento y protección del pluralismo de la sociedad colombiana para construir una paz territorial desde las regiones.
“Se adoptarán medidas afirmativas en favor de grupos discriminados o marginados, teniendo en cuenta el enfoque territorial, diferencial y de género”, dice el documento firmado en el teatro Colón de Bogotá.
Pero, ¿por qué incluir un enfoque de género? Cifras de la Comisión de la Verdad evidencian que delitos como homicidio, secuestro y desaparición, se presentaron en altísimo porcentaje, sobre hombres. Si bien los crímenes apuntan al sexo masculino, las mujeres fueron quienes tuvieron que cargar con esas ausencias, sostener las familias y comunidades y afrontar los rigores de la guerra.
El mismo informe final de la comisión demuestra que más de la mitad de las víctimas de desplazamiento forzado, fueron mujeres. Por ello la necesidad de que las políticas públicas derivadas del acuerdo, apunten de manera diferenciada a las mujeres.
“La guerra nos ha traído más precariedad económica, pobreza, desolación, desarraigo en nuestras costumbres, destrucción de nuestro tejido social”.
Emilse Jiménez, lideresa del Cauca y miembro del Colectivo de Mujeres trascendiendo por la paz
Las promesas del acuerdo de paz dependen de la implementación de las más de 300 páginas de acuerdos y protocolos concertados con la extinta guerrilla. Desde entonces diversas instituciones del Estado tenían a cargo presupuestar y planificar la forma de hacer reales las aspiraciones del acuerdo.
Una de las apuestas era priorizar las regiones del país que fueron más afectadas durante el conflicto. Para ello se formularon los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial – PDET, mediante los que se pretende impulsar el desarrollo económico, social y ambiental. La construcción e implementación de los PDET debía hacerse durante los siguientes siete años y con una amplia participación de las comunidades de los 170 municipios elegidos.
Construir la paz territorial con las mujeres del Norte del Cauca
Uno de los territorios priorizados en los PDET fue el Norte del Cauca, que incluye los municipios de Buenos Aires, Suarez, Santander de Quilichao, entre otros . Una investigación de la Pontificia Universidad Javeriana, buscaba explorar cómo ha sido la participación de las mujeres afrodescendientes en este proceso.
El balance no es muy positivo. María Fernanda Sañudo, investigadora del Instituto Pensar, señaló a Pesquisa Javeriana que las organizaciones de mujeres de la región se han ido desencantado de las promesas Pdet.
“Lo primero que manifiestan es que a varias de ellas no las convocaron como líderes de organizaciones de mujeres, sino como presidentes de juntas de acción comunal o representantes de los consejos comunitarios. Incluso, no fueron convocadas a varios espacios en los que se discutieron temas importantes. Eso hizo que sus voces, muchas veces, no fueran escuchadas”, dijo.
Para la investigadora esto parte de una errónea incorporación del enfoque de género. “Yo creo que con el acuerdo de paz se incrementó la oferta de política pública para las mujeres rurales. Sin embargo, parece olvidarse la diversidad de lo que supone la categoría “mujeres rurales”. Mujeres campesinas, indígenas, afrodescendientes, raizales y palenqueras, todas ellas tienen sus propias demandas y problemáticas, por ejemplo frente al acceso a la tierra y al territorio, que en muchas ocasiones no fueron tenidas en cuenta.
Por ello afirma que no se han sentido reconocidas como sujetas de primera línea en la construcción de este PDET y como protagonistas de la construcción de la paz territorial en la política pública, tal como se establece en los Acuerdos.
Emilse Jiménez es docente y defensora de derechos humanos en el norte de Cauca. Desde sus 20 años es líder social y defensora del territorio. Hoy con 54 años es crítica del proceso de construcción de PDET en la región. “Las acciones que se han priorizado no han sido acciones que nacen de las mujeres. Las necesidades fueron priorizadas principalmente desde un un escenario pensado de los hombres para los hombres”, sostuvo.
Pone como ejemplo el punto 1 del acuerdo: la Reforma Rural Integral. “En las comunidades rurales, indígenas o Afro a las que nosotros pertenecemos, la tenencia de la tierra está más enfocada en los hombres. Nosotras no somos dueñas de este territorio oficialmente”, argumentó.
Por ello resalta la importancia de amplificar los esfuerzos para que exista verdadera igualdad en el acceso a este derecho. “El reclamo y lo que se evidencia es que las mujeres afrodescendientes del Cauca siguen estando rezagadas frente al acceso al fondo de tierras o los procesos de titulación de tierras”, dijo la investigadora Sañudo. “El acuerdo establece un catastro multipropósito, las mujeres deberían tener prioridad allí también”, agregó.
La reforma rural integral plantea ocho pilares o ejes temáticos y alrededor de los cuales se concentrarán los procesos de planeación participativa. La investigadora cuenta que a las mujeres que fueron convocadas para la discusión, las incluyeron en los pilares de vivienda y alimentación, pero fueron excluidas de los pilares de propiedad y uso del suelo y del de infraestructura y adecuación de tierras. Si bien considera que todos son importantes, los dos últimos son más estructurales para garantizar la permanencia de ellas en el territorio.
Ante tal panorama, la Asociación de Mujeres Afrodescendientes de Yolombó – Asomuafroyo, el Colectivo de Mujeres Trascendiendo por la Paz, la Asociación de Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca – ASOM y el Instituto Pensar de la Universidad Javeriana, produjeron el documento Recomendaciones para la construcción de paz territorial desde la voces de las mujeres afrodescendientes. Este lo entregaron a los encargados de la Agencia de Renovación del Territorio para garantizar la plena participación de las mujeres en la construcción de los PDET.
Estas recomendaciones, en la actualidad están orientando los procesos de trabajo de la Mesa de incidencia política de las Mujeres Afrodescendientes del Norte del Cauca, espacio que emerge como resultado de la investigación colaborativa entre el Instituto Pensar y las organizaciones mencionadas.
Paz territorial: más allá del fin del conflicto armado, es vivir sabroso
La hoy vicepresidenta de Colombia Francia Márquez posicionó la expresión “Vivir sabroso” como una de las apuestas políticas de su gobierno. Márques, años atrás, fue una de las líderes de la Asociación de Mujeres Afrodescendientes de Yolombó – Asomuafroyo. Esta organización, como otras del norte del Cauca, han realizado diversas acciones en defensa del territorio como eje de su proyecto de vida comunitario.
La expresión, que algunos sectores políticos han malinterpretado como la búsqueda de subsidios o ayudas económicas, es una apuesta desde las comunidades afrodescendientes del Cauca por construir la paz territorial desde las complejidades, saberes y experiencias de las comunidades que allí viven desde hace siglos.
“Vivir sabroso es vivir en el territorio sin miedo. Es recuperar lo que teníamos antes, mantener vivas nuestras costumbres, nuestra riqueza cultural, nuestra ancestralidad”, afirmó la profesora Emilse Jiménez.
“Es volver al río sin minería para comadrear y cantar, cultivar en nuestras huertas, tomarnos un tinto afuera de nuestras casas sin preocuparnos por los grupos armados, hacer panela en los trapiches, volver a la práctica del mazamorreo en la que íbamos al río a encontrarnos con la naturaleza, reunirnos al rededor de la hoguera hasta muy tarde para compartir cuentos con nuestras familias. Todo eso es lo que entendemos como vivir sabroso y es a lo que le apostamos”, puntualizó.
Para la investigadora Sañudo, las mujeres de estas organizaciones tienen unas visiones del territorio muy importantes y sobre las cuales se paran para hablar de paz. “Para ellas la paz territorial es poner en el centro el cuidado de la vida. Eso incluye el cuidado del medio ambiente, de las vidas humanas, pensar una propiedad colectiva del territorio. Más allá del acaparamiento y la riqueza, buscan el bienestar de la población, verdaderos ejercicios democráticos”, relató.
Por eso insisten en que la paz va mucho más allá de la dejación de las armas por parte de las FARC. Es pensar y construir desde la territorialidad comunitaria. También buscar que se acabe la minería ilegal, los cultivos de uso ilícito, el extractivismo, que se respeten y valoren las costumbres y culturas ancestrales. En cierta forma es luchar contra las formas de violencia estructural que los han afectado durante décadas.
Esta visión de construcción de paz desde los territorios y que tiene en cuenta todo el contexto cultural no es compatible con las actuales formas de crear política pública que tiene el Estado, según Sañudo. “Con el proceso de los PDET se demostró que el Estado sigue sin escuchar a las comunidades. Está repitiendo lo que siempre ha hecho: ubicar a unos usuarios del Estado, pedirles que hagan una serie de un listado de cosas que necesitan y poner a tecnócratas a pensar e implementar las soluciones”, manifestó.
Por ello la necesidad de crear puentes entre los distintos tipos de conocimiento, de desarrollar metodologías de diálogo y discusión que reconozca e incluya las demandas y exigencias de las comunidades.
“Hay que buscar otras formas de crear política pública. Pensar el bienestar local, las gobernanzas locales más allá de si son étnicas, campesinas o urbanas. Partir de todos esos aprendizajes históricos de gente que ha ido construyendo el territorio”, expresó la académica.
Por ello propone construir la paz “desde abajo” con unos sujetos situados, es decir, no aplican criterios nacionales, sino que las entidades del Estado deben reconocer las particularidades de cada comunidad para pensar la paz territorial y la implementación del acuerdo de paz.
Y es que las mujeres afrodescendientes del Cauca quieren seguir viviendo en sus territorios. A pesar de que la situación de orden público sigue siendo muy compleja, que tienen que mantener condiciones de seguridad muy estrictas porque varias de ellas están amenazadas, se rehúsan a abandonar sus tierras.
“¿Qué es lo que hoy nos tiene tan apegados al territorio? Seguimos lo que nos dejaron nuestros ancestros, que fue los valores por la tierra, esa relación con nuestro medio ambiente, con nuestras costumbres, con nuestro diario vivir. Eso es lo que no nos permite desarraigarnos”, afirmó la profesora Jiménez.
Para las mujeres del Cauca la paz territorial no pasa por grandes obras de infraestructura, ni por subsidios. Lo importante es que el Estado les garantice las condiciones para quitarse la angustia y el temor. “Nosotros somos ricos porque tenemos nuestros recursos naturales propios. No queremos que nos den todo. Queremos que nos dejen y nos ayuden a vivir en paz en nuestros territorios. Por eso queremos que nos reconozcan como agentes dinamizadores y apostadores de la paz”, finalizó Jiménez con una sonrisa.