Ni en los sueños más apocalípticos de Alexander Fleming, después de descubrir la penicilina y dar con ello inicio a la era de los antibióticos, debió caber la posibilidad de que las bacterias tuvieran suficiente resistencia para marcar el fin de una era y quizá de nuestra especie. ¿Por qué? Sencillo, microorganismos como hongos, virus y bacterias están aprendiendo a “jugársela” a los medicamentos que usamos para combatir las infecciones que amenazan la salud humana y animal.
Similar a la manera en que por reflejo esquivamos objetos que se acercan rápidamente para evitar el peligro o creamos sistemas de cuidado cooperativo para mantener a salvo nuestra descendencia, las bacterias han desarrollado estrategias para sobrevivir a los antibióticos. Lo logran con la resistencia antimicrobiana o RAM (como se abrevia en la literatura en español), que no surge de un intento malicioso por causar daño, sino que es el resultado de un proceso evolutivo que permite a las bacterias adaptar su sensibilidad ante sustancias naturales o sintéticas que actúan contra ellas.
“Las bacterias han vivido millones de años antes que los seres humanos en este planeta y van a vivir millones de años después de que nosotros nos vayamos. Muy probablemente nos vamos a ir por ellas”.
Ángela Caro, profesora de la Facultad de Ciencias de la Javeriana.
Que estos microorganismos se cambien es una buena noticia para la vida en términos evolutivos, pero no lo es tanto para las personas. Nuestros cuerpos son el escenario donde ocurre este proceso y nuestra salud el precio que se paga por ello.
Al transformarse, las bacterias dejan de ser sensibles a los medicamentos y estos pierden efectividad, explica Ángela Caro, profesora de la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana. Similar a una actualización del teléfono móvil, cada versión permite hacer más actividades con diferentes aplicaciones. Por ejemplo, si un antibiótico funciona rompiendo la pared celular de la bacteria, al adaptarse o actualizarse, cambia la configuración genética de esa membrana y en la siguiente ocasión el antibiótico no logrará romperla.
Con este renovado escudo, las siguientes infecciones serán más difíciles de manejar y la resistencia jugará conociendo el historial de los medicamentos disponibles haciendo menos probable recuperar la salud de la persona.
La causa de la resistencia bacteriana
Todos estamos conectados, a nivel social, emocional y microbiológico. Compartimos tanto la vida en sociedad como las micro biodiversidades que habitan nuestros cuerpos, las estrategias para mantenernos a salvo y, también, las debilidades que subyacen a la resistencia antimicrobiana.

Pero no se trata solo de bacterias. El fenómeno de la resistencia incluye en su espectro a los virus, hongos y parásitos. Para preservar el equilibrio microbiano en nuestro cuerpo existen antivirales, antifúngicos y antiparasitarios, que junto a los antibióticos permiten retornar a esa armonía comprometida.
Es fundamental entender que en la mayor parte de la historia de la humanidad las bacterias han sido responsables de numerosas enfermedades que han impactado profundamente a la humanidad. Incluso en Colombia, entre 1913 y 1915 se registró un brote de “neumonía infecciosa” en regiones del Caribe colombiano que resultó en una alta mortalidad. Aunque no se pudo confirmar que fuera Peste Bubónica, la falta de medidas para el diagnóstico y tratamiento de pacientes tuvo un precio importante.
Algo similar sucedió en Panamá durante la construcción del canal (1904 -1914). Enfermedades infecciosas como la malaria y la fiebre amarilla cobraron la vida de miles de trabajadores, tanto panameños como extranjeros, especialmente durante la fase inicial bajo la administración francesa (1881-1903).
La llegada de la penicilina, y otros fármacos de este tipo, revolucionó la medicina y su noción de ofrecer además de tratamiento, curas efectivas. Solo han pasado 96 años desde el descubrimiento de Fleming y poco más de 80 desde que se comenzaron a utilizar antimicrobianos para el manejo de infecciones.
La Resistencia Antimicrobiana (RAM) ocurre cuando las bacterias se exponen repetidamente a medicamentos antimicrobianos y estos dejan de ser efectivos para combatir la infección.
Con este desarrollo, junto a mejoras en la higiene, nutrición, vacunación y otras medidas de salud pública, la tasa de mortalidad por infecciones microbianas cayó drásticamente en países como Estados Unidos, pasando de 800 muertes, aproximadamente, por cada 100.000 habitantes en 1900 a unas pocas decenas para la década de 1980, lo que extendió la esperanza de vida y abrió nuevas dimensiones para la exploración y el descubrimiento en médico.
Pero el uso inapropiado, y el abuso de estos fármacos en escenarios humanos y no humanos ha desencadenado una crisis. Cada hora los microorganismos se adaptan, los antimicrobianos disponibles son más escasos y el desarrollo de nuevos medicamentos no avanza al ritmo de la evolución bacteriana, dejando los sistemas de salud con opciones limitadas.
En todos los escenarios se combina la misma preocupación: ¿qué va a pasar cuando los antimicrobianos disponibles dejen de ser efectivos?, ¿cuáles van a ser las acciones que tomemos para retrasar la llegada de ese escenario?, ¿qué opciones tendremos cuando lleguemos a ese punto?
Esta preocupación no debería ser solamente de los profesionales de la salud, sino de toda la sociedad. Cada decisión que tomamos, desde evitar la automedicación irresponsable hasta el uso adecuado de medicamentos antimicrobianos, puede marcar la diferencia. La resistencia antimicrobiana no es un problema del futuro, es un desafío del presente que exige responsabilidad y compromiso de todos para proteger nuestra salud y la de nuevas generaciones.