Son tiempos de volver a la “normalidad” y a las rutinas, después de un periodo de pausa y descanso. Quizás, venimos de lugares diferentes a los cotidianos: climas cálidos o fríos, nuevos espacios, comidas y personas. Pero, además de los recuerdos, ¿qué nos traemos del viaje? Los riesgos de que, en el camino, nos hayamos expuesto a algún virus o enfermedad de manera inesperada, son altos.
¿Qué hacer? La tentación de buscar una solución rápida para sentirnos mejor y recurrir a medicamentos de manera intuitiva es común, pero cada decisión tomada sin orientación profesional compromete nuestra salud presente y futura, aumentando el riesgo de contribuir a la resistencia antimicrobiana (RAM).
Similar a la manera en que por reflejo esquivamos objetos que se acercan rápidamente para evitar el peligro, las bacterias han desarrollado estrategias para sobrevivir a los antibióticos, medicamentos utilizados para combatirlas. Y lo han logrado con la resistencia antimicrobiana o RAM (como se abrevia en la literatura en español), ese mecanismo que marca la diferencia entre la vida y la muerte, de la bacteria y de quien enfrenta la infección.
La RAM ocurre cuando las bacterias se exponen repetidamente a medicamentos antimicrobianos y estos dejan de ser efectivos para combatir la infección. De allí, la importancia de reconocer los diferentes tipos de medicamentos, recurrir al médico y evitar tomar esta decisión de uso de manera no informada.
Los “cinco correctos” para disminuir riesgos en el uso de medicamentos antimicrobianos
Cuando se usa un antibiótico de manera correcta se reduce la probabilidad de que esa bacteria se adapte. Para ello, es necesario entender la enfermedad, la manera en que funciona la vida de las bacterias y el cuadro de síntomas que tiene el paciente.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), explica Ángela Caro, profesora de la Facultad de Ciencias y directora de la carrera de Química Farmacéutica de la Pontificia Universidad Javeriana, el uso adecuado de antimicrobianos se basa en “los cinco correctos”, una serie de principios diseñados para garantizar el buen uso de estos medicamentos. En estos principios se incluye:
- Identificar correctamente el paciente que requiere el antimicrobiano.
- Seleccionar el fármaco más adecuado para combatir el microorganismo.
- Administrar la dosis exacta que garantice la efectividad del tratamiento.
- Emplear la vía de administración más apropiada según la situación.
- Iniciar y mantener el tratamiento el tiempo necesario para erradicar la infección.
Estos elementos son esenciales para garantizar un buen uso de los medicamentos y minimizar el riesgo de efectos adversos, contribuyendo no solo a la salud del paciente, sino al esfuerzo global de frenar la RAM y preservar la efectividad de los antimicrobianos por más tiempo.
Medicación, automedicación y (auto)prescripción
Como los cultivos microbiológicos que permiten un diagnóstico certero de una infección pueden tardar varios días, en muchos escenarios los médicos deben tomar decisiones basadas en la sintomatología observada y en un cálculo informado de probabilidades. La necesidad de actuar rápido al empezar un tratamiento puede llevar a usar antibióticos de amplio espectro. Aunque estos pueden ser efectivos a corto plazo, si no se ajustan correctamente una vez que se tiene más información, podrían contribuir al problema de la resistencia bacteriana.
Pero este ejercicio diagnóstico se complica en escenarios con poco personal médico, falta de especialistas en infectología o una disponibilidad reducida de medicamentos. Aquí las decisiones clínicas se ven comprometidas por las circunstancias y se incrementan las posibilidades de contribuir a la RAM.
El asunto es más complejo fuera del ámbito clínico, pues se cruza con fenómenos como la automedicación y la auto prescripción, acciones individuales relacionadas con el uso de medicamentos que tienen diferencias importantes:
En el escenario de la automedicación la persona decide tratar sus síntomas con medicamentos disponibles sin la intervención de un profesional. En este caso, la automedicación se basa en el uso de medicamentos de venta libre (analgésicos o antigripales) e incluye seguir instrucciones, respetar dosis y monitorear los síntomas para consultar con el servicio médico en caso de ser necesario.
Cuando sucede de manera irresponsable, no se cumplen los parámetros mencionados ni se consideran los riesgos asociados al consumo de medicamentos y su interacción con condiciones subyacentes. Por ejemplo, usar un antigripal sin supervisión médica si se vive con hipertensión puede desencadenar complicaciones de salud graves como un aumento peligroso de la presión arterial.

Por su parte, la auto prescripción ocurre cuando la persona usa medicamentos que requieren formula médica sin consultar a un profesional o toma medicamentos de un tratamiento anterior para tratar un síntoma similar al experimentado previamente, y repetir, por ejemplo, la ronda de antibióticos por una infección urinaria que regresa.
“Es imposible hacer automedicación con antibióticos; lo que ocurre es auto prescripción, un uso indebido de antimicrobianos que favorece la resistencia bacteriana”.
Ángela Caro, presidente de la Sociedad Internacional de Farmacovigilancia y directora de la Carrera de Química Farmacéutica de la Javeriana.
Finalmente, la prescripción por un tercero no autorizado ocurre cuando se solicita a alguien que no está legalmente autorizado para prescribir medicamentos, como un conocido, un familiar o un empleado de una droguería, recomendaciones sobre un antibiótico u otro medicamento basándose en la descripción de los síntomas de la persona.
Aunque la automedicación puede ser una herramienta útil, el camino de la auto prescripción o el seguimiento de instrucciones dadas por terceros no autorizados representa un riesgo importante para la salud individual y la salud pública, especialmente en el escenario de desarrollo de la resistencia antimicrobiana. “En Colombia, solo médicos, odontólogos y veterinarios están autorizados para prescribir medicamentos. Cualquier otra práctica es ilegal y peligrosa”. Afirma Caro
Una muy necesaria educación sanitaria
Uno de los pilares de la salud pública es la alfabetización sanitaria. Poder entender elementos de manejo y límites de uso de ciertos medicamentos y reconocer la propia condición de salud permite tomar decisiones coherentes con el proceso de autocuidado.
En Colombia, explica la profesora Ángela Caro, la falta de alfabetización sanitaria es grave: “la gente no sabe de enfermedades, medicamentos ni en qué momento acudir al médico”, lo que causa un gran impacto en el sistema de salud. Si tuviéramos la capacidad de identificar síntomas, comprender su gravedad y tomar decisiones sobre la propia salud, podríamos hablar de una alfabetización sanitaria efectiva.
De igual forma, la falta de farmacéuticos en muchas farmacias en Colombia limita la educación sanitaria, dejando decisiones importantes en manos de personas sin capacitación adecuada.
En otros países, los farmacéuticos son profesionales con formación universitaria y certificaciones específicas que orientan a los pacientes sobre el uso adecuado de medicamentos y contribuyen a prevenir problemas como la resistencia antimicrobiana. ‘En muy pocos países del mundo ocurre esto, y uno de ellos es Colombia’, enfatiza la investigadora: la presencia del farmacéutico en farmacias comunitarias no es obligatoria, lo que representa un vacío en el sistema de salud y en la orientación al paciente.
Diferencias entre farmacéutico, farmaceuta y droguista
Farmacéutico | Profesional universitario con competencia en el manejo de medicamentos y asesoramiento en salud. |
Farmaceuta | Término informal usado en algunos contextos para referirse a farmacéuticos empíricos o no titulados. |
Droguista | Persona que trabaja en una droguería, entregando medicamentos, pero sin formación profesional ni autorización para brindar asesoría en salud. |
En Colombia, la gestión de la enfermedad a menudo se basa en prácticas diferentes: el uso de remedios caseros o la confianza en recomendaciones de terceros suelen reemplazar la consulta con un profesional de la salud. Esto lleva al uso de medicamentos sin una comprensión clara de sus consecuencias.
Cada vez que usamos un antimicrobiano de forma incorrecta, participamos en una ruleta rusa colectiva. La bala que gira no es otra cosa que una cepa de bacterias cada vez más resistente, que encuentra un entorno ideal para propagarse sin barreras. Aunque logremos aliviar temporalmente un síntoma, como una gripe, estamos poniendo en peligro la salud colectiva –y la propia– a largo plazo al fomentar la resistencia antimicrobiana. La responsabilidad está en nuestras manos: decisiones informadas hoy pueden marcar la diferencia en el futuro.