En tiempos de coronavirus los ojos están puestos en gran parte sobre la población longeva, pues tal como lo afirma el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, los mayores y las personas con enfermedades crónicas graves, como las de tipo cardiaco, pulmonar o renal, parecen ser más propensas a contraer el Covid-19. Por esta razón la mayoría de los países toman medidas que exigen a las personas mayores permanecer resguardadas en sus casas.
Esta población no ha sido atendida social e institucionalmente de la manera esperada. Así lo demuestra la investigación de la profesora javeriana Ángela María Jaramillo, ganadora al Premio a la Investigación sobre Familia 2019 por su trabajo: “Transformaciones de los arreglos residenciales en la vejez y sus determinantes. Exploración basada en los censos colombianos, 1973 y 2005”, que a través de un estudio social respondió este tipo de cuestionamientos: ¿Cómo está envejeciendo la población en Colombia? ¿Cuáles son los cambios que ha tenido la población de personas mayores? ¿Qué implicaciones tienen esos cambios? ¿Cuáles son los retos para el país?
Uno de los primeros argumentos de esta PhD en estudios sociales, es que “el Estado desconoce muchas de las demandas actuales de las personas mayores, quienes tienen necesidades diferentes a las que tenían en el pasado. Al no reconocer esto, las políticas públicas colombianas que los salvaguardan están quedando relegadas a una generación de ancianos con modos de vida muy diferentes, limitando así las posibilidades de crear condiciones adecuadas para vivir hoy una vejez autónoma y digna”.
Pero ¿cuál es la realidad en Colombia?
“Estamos en un momento en el que el histórico y progresivo descenso de la fecundidad en combinación con el aumento de la esperanza de vida ha generado el envejecimiento de la población”, explica la profesora, razón por la que cada vez hay más personas mayores de 60 años comparado con los menores de 15. Según censos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), la población mayor de 60 años del país aumentó, pasando de 3.721.943 personas que correspondían al 9% del total de la población en 2005 al 13,3% con casi 6 millones de personas en 2018.
Estos cambios en los modos de vida y en la concepción de idea de familia empiezan a dejar marcas en cómo viven las personas mayores, pues como explica Jaramillo, anteriormente las personas envejecían al lado de sus numerosas familias. “Lo que debemos comprender es que a diferencia de nuestros antepasados, los mayores actualmente viven de distintas maneras, unas solas, otras en pareja y otras con sus familiares. Esto representa un reto para la sociedad, el gobierno y las instituciones, por las distintas demandas que tienen cada uno de estos arreglos residenciales.
La investigación señala que en 1973 cerca del 70% de los ancianos del país vivía en hogares de cuatro o más personas, datos que han cambiado con el paso del tiempo. El último censo del DANE muestra que la cantidad de adultos mayores que vive en este tipo de hogares ha disminuido, pasando de 70,80% en 2005 a 56,6% en 2018, y, las residencias con 1 y 2 personas mayores de 60 años, desde los años setenta ha aumentado de forma acelerada, asegura la experta. Por ejemplo, cuando para 2005 solo el 29,4% de estas personas vivía solo o con una persona más, para el 2018 el porcentaje llegó al 43,4%. Es decir, “hay más ancianos que tienen menos posibilidades de ser apoyados por sus familias”, dice la profesora Jaramillo.
Por ejemplo, don Eliécer es un gachancipeño de 75 años que trabajó como carnicero buena parte de su vida. Sin embargo, desde que se divorció de su esposa, le llegaron los “achaques” y no se pudo emplear. Vive de la caridad en una “rancha” (como él describe su vivienda), con la única comodidad de una estufa eléctrica de dos fogones y un radio del tamaño de un teléfono celular. De cada 10 personas mayores, él representa a uno de los cuatro que vive en un hogar pequeño, sin hijos, sin nietos, hermanos u otros parientes.
Además, datos de esta investigación demuestran que ocho de cada diez ancianos carecen de una pensión que les permita asegurar un ingreso mensual para atender sus necesidades básicas. “El sostenimiento económico de estos hogares depende en su mayoría del trabajo de los ancianos (33,6%) y de las pensiones o jubilación (23,8%). La gran mayoría de los ancianos que trabajan se ven obligados a hacerlo bajo condiciones de informalidad y sin acceso a protección social, ni a pensión”, relata Jaramillo.
Ante esto la investigadora se pregunta, ¿estamos preparados para enfrentar un escenario en el que el envejecimiento continúa creciendo de forma acelerada y aún se asume que los ancianos están envejeciendo al lado de familias numerosas? Con más de cinco años de investigación su respuesta es: “no estamos preparados porque las acciones de política siguen orientadas por la idea de una familia, que en su extensión, composición y funcionamiento ha cambiado. El principal problema de esto se halla en que la solidaridad y apoyo que antes era brindado por la familia tradicional no ha sido compensado actualmente por las instituciones que deben velar por la protección de los derechos de las personas mayores y sus familias”.
Jaramillo agrega que comparando con los países europeos, una de las desventajas colombianas tiene que ver con que ellos han tenido un proceso de envejecimiento más lento pues tardaron más de un siglo para llegar a la población de ancianos que tienen hoy; esto les permitió pasar progresivamente de familias grandes o extensas a familias pequeñas y a hogares unipersonales. “Así, pudieron adaptarse y prepararse mejor social y políticamente para atender las demandas sociales de estas nuevas formas de organización en la vejez”, explica la investigadora. En el caso colombiano, “el lapso de tiempo para envejecer fue de unos 50 años, tiempo que no ha permitido que la sociedad se adapte al cambio demográfico”, añade.
Hallazgos en las regiones
La investigación incluyó el estudio de los censos DANE de 1973 y 2005, entrevistas a profesionales que participaron en el diseño e implementación de la Política Nacional de Envejecimiento y Vejez, así como a académicos expertos en esta área. Con el apoyo estadístico, Jaramillo logró la reconstrucción histórica de las condiciones geográficas, socio-demográficas y económicas en las que nacieron las personas del estudio y encontró una gran concentración viviendo solas o en pareja en Bogotá y en el departamento de Boyacá.
En la capital, especialmente, esto se debe al descenso de la fecundidad y la cantidad de divorcios. “En casos de separación, los hombres son los que pasan a vivir solos, ya que hay mayor probabilidad de que las mujeres permanezcan con sus hijos y sus nietos”, complementa Jaramillo.
En Boyacá, la explicación está dada por el despoblamiento de la región. Por un lado, ante los problemas históricos que ha padecido el campo colombiano los habitantes han migrado y, por otro, cada vez hay menos jóvenes en la ruralidad porque no encuentran las oportunidades esperadas. Por eso, los mayores son quienes quedan en esos territorios, ya que están arraigados a sus tierras, cultivos, casas y animales; y a esto se suma la gran dificultad de que allí no cuentan con la infraestructura de salud, transporte y redes de apoyo adecuadas para suplir sus necesidades. “Es por esto que en los países más envejecidos del mundo como España, Italia o Japón, las poblaciones con más años se encuentran en su gran mayoría en las ciudades debido a la oferta e infraestructura de servicios sociales y de salud, entre otros”, afirma.
En otras regiones del país como la Costa Caribe la configuración es diferente porque allí las personas mayores tienden a ser acogidos por su familia y la fecundidad no ha descendido como en la región andina.
Solidaridad, la propuesta para apoyar a los viejos
Según datos que maneja el Ministerio de Salud, se estima que el número de personas mayores de 60 años en el mundo aumentará de 900 a 2.000 millones entre 2015 y 2050. Por esa razón, atender las necesidades de la población longeva debe ser una prioridad para los gobiernos. Con este escenario, Jaramillo propone la solidaridad como base principal para cuidar, proteger y garantizar los derechos de esos ciudadanos.
“Hay que valorar a los ancianos por lo que fueron y lo que son hoy como personas que contribuyen a la construcción de la sociedad. Ellos pueden tener actividades relacionadas con el cuidado de nietos o personas con problemas de salud; la preparación de alimentos y oficios del hogar; los aportes académicos y científicos para el avance social, apoyos económicos y emocionales que ofrecen a sus familiares”, recomienda la socióloga.
En la actualidad, muchos coinciden en que lo que sucede, ante la creciente propagación de la COVID-19, es un llamado a la acción para atender con más responsabilidad la salud física y mental de las personas. “En el caso de los mayores, se necesitan sistemas de salud con mejores servicios de atención domiciliaria y así responder a las adversidades de manera rápida y oportuna, especialmente con las personas mayores de 80 años que son el 15,8% de los que viven solos. Además, hay que fortalecer las redes de apoyo”, manifiesta.
Reflexión para el contexto actual
Es de vital importancia entender la diferencia entre vivir solo y sentirse solo, dice la experta. “El primero puede ser una buena experiencia si se tienen las condiciones sociales, económicas y de apoyo necesarias, lo que depende del desarrollo de la sociedad en la que se encuentre la persona. El segundo revela un sentimiento asociado al aislamiento social que puede aumentar los riesgos de morbi-mortalidad de los ancianos”, explica Jaramillo. Por esto su recomendación es el fortalecimiento de las redes de apoyo y en el caso de hogares donde hay varias generaciones promover respuestas de equidad, convivencia y solidaridad intergeneracional.
En este momento de dificultad por la enfermedad del Covid-19 hay que estar más pendientes del apoyo que se puede ofrecer a todas las personas, y en particular a las personas mayores. Este apoyo, dice Jaramillo, puede ser de muchas formas, por ejemplo, práctico y emocional. Aquí algunos ejemplos:
- En lo práctico, como vecinos, podríamos apoyar las necesidades relacionadas con el abastecimiento, las comunicaciones, el paseo de las mascotas o cualquier evento que requiera una respuesta inmediata. También crear redes de apoyo para responder a las necesidades que surgen en una situación en la que los amigos o familiares que viven lejos no pueden apoyar.
- En lo emocional, por ejemplo, es importante que nos expresemos a partir del reconocimiento del otro como iguales, independientemente de la generación. Esto lo podemos hacer utilizando un lenguaje que no reproduzca los estereotipos que históricamente, por la edad, sea discriminatorio. Ejemplo: diminutivos como “viejito” o “viejita”.
- Reflexionar acerca de lo común entre las generaciones en la cotidianidad, ya que es en esas actividades compartidas que se fortalecen los lazos de apoyo, aún más cuando los diálogos se dan entre generaciones con aprendizajes analógicos y digitales.
- Estas relaciones de apoyo pueden convertirse en nuevas amistades, fundamentales para resolver las adversidades y para establecer vínculos sociales orientados a que ellos no dejen de sentirse parte del colectivo.
Para conocer los detalles de la investigación espere próximamente el libro: Transformaciones de los arreglos residenciales en la vejez, y sus determinantes. Exploración basada en los Censos Colombianos, 1973 y 2005”.
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