Lisbeth Fog le ha dedicado diez años de su vida, su alma y su corazón a Pesquisa Javeriana, proyecto estratégico de la Pontificia Universidad Javeriana para comunicar el quehacer científico universitario y contribuir a la construcción de una sociedad basada en el conocimiento.
En este perfil, preparado por el equipo de Pesquisa Javeriana, queremos compartir con nuestros lectores lo que Lisbeth ha representado para nosotros, para quienes la conocen de cerca, y para el país; los aprendizajes que nos ha dejado su rigurosidad y su habilidad para hacer preguntas y emocionarse con las respuestas; así como la fuerza de su espíritu que ha logrado inspirar a quienes han sido sus alumnos en las aulas y en consejos de redacción, para hacer de la comunicación pública de la ciencia un proyecto de vida, una forma de resistencia para cambiar el país, un artículo a la vez.
Pionera del periodismo científico en Colombia
Por: Fernando Chaparro
En Colombia, el periodismo científico comenzó a surgir entre 1978 y 1981 como parte del seguimiento a los primeros Programas Nacionales de Ciencias Básicas, Ciencias Sociales, Ciencias y Tecnologías del Mar, Salud y Producción Agropecuaria, que se crearon en diversos campos del conocimiento con el apoyo de Colciencias.
Hasta ese momento la comunicación de la ciencia se había limitado a la comunicación entre científicos, pues se consideraba que era algo que les interesaba solamente a ellos.
Sin embargo, se consolidó un pequeño grupo de personas que comprendieron la necesidad de que cualquier ciudadano comprendiera que la ciencia estaba generando conocimiento de gran utilidad para la sociedad y para el desarrollo del país.
Esto llevó al surgimiento de la primera iniciativa de periodismo científico, que básicamente consistió en preparar videos muy cortos de televisión en los que, en dos a tres minutos se presentaba ejemplo de alguna investigación científica y la utilidad del conocimiento generado para solucionar problemas o mejorar las condiciones de vida en cada sector.
En la década de los 80, Lisbeth Fog lideró el siguiente paso: profesionalizar esta actividad y convertirla en una línea importante del periodismo. Lisbeth desarrolló esta actividad en colaboración con la Universidad del Valle, con la Universidad Tadeo Lozano y con el Centro Interamericano de Periodismo Educativo y Científico – CIMPEC de la Organización de Estados Americanos.
En 1992 y 1993, con la Misión sobre Educación, Ciencia y Desarrollo que lanzó el presidente Gaviria, este proceso de fortaleció, pues una de las principales recomendaciones que surgieron de esta Misión fue la necesidad de fortalecer “la apropiación social del conocimiento y de la ciencia” en la sociedad y en la cultura colombianas, como un paso indispensable para que Colombia pudiera integrarse a las “Sociedades del Conocimiento” que en ese momento estaban surgiendo.
De esta recomendación de dicha Misión surgieron dos grandes iniciativas. La primera fue la creación de Maloka como un Museo de Ciencia y Tecnología que pudiera fortalecer la comprensión de la importancia de la ciencia en la educación básica y media del país.
La segunda fue la consolidación del periodismo científico como una labor esencial para lograr la integración de la ciencia y la tecnología en la sociedad y la cultura de Colombia. Este proceso lo lideró Lisbeth Fog desde Colciencias en 1994 y 1995, años en los que trabajé con ella en un programa que desarrollamos como una línea estratégica de la Dirección de esta institución.
Entre el 2008 y el 2009 desarrollamos de nuevo una estrecha colaboración entre Colciencias y la Universidad del Rosario en el campo del periodismo científico, que sirvió de base para los programas de posgrado que creamos en esos años.
Gracias al compromiso que desarrolló con es el periodismo científico, y que se convirtió en su proyecto de vida, puedo asegurar que, ciertamente Lisbeth Fog es una de las personas que más ha contribuido a integrar la ciencia y la tecnología con la sociedad.
Lisbeth Fog, una periodista científica improbable
Por: Pablo Correa
Repasando la vida de Lisbeth Fog surge una pregunta estadística: ¿Cuál era la probabilidad de que una mujer, madre cabeza de familia con dos hijos pequeños, en los inicios de 1990, en un país que invierte chichiguas en ciencia, se convirtiera en periodista científica? Yo creería que la misma de teclear al azar letras y letras y que al final coincidiera exactamente con Cien años de soledad.
Pero para fortuna del país ese evento probabilístico tan cercano a cero felizmente ocurrió y Lisbeth Fog, sin modelos profesionales cercanos por seguir, sin ayuda, sin quien le dijera “por aquí es el camino”, un día se convirtió en periodista científica. Para ser más precisos: en la mamá del periodismo científico colombiano. Como por generación espontánea.
Después de algunos años ejerciendo el periodismo, Lisbeth logró ir a la Universidad de Boston para completar una maestría en periodismo científico; otro hecho poco probable teniendo en cuenta las escasas oportunidades de la época y porque además a nadie se le ocurría matricularse en un oficio desconocido en todos los medios de comunicación del país.
Pero esto no es lo único que hace improbable a Lisbeth. La mayoría de periodistas científicos eligen caminos populares, temas “sexys”, por ejemplo, escribir y hablar de dinosaurios, de descubrimientos astronómicos o de las últimas tecnologías fabricadas en lejanos laboratorios tan hipnotizantes como hielos de gitanos en Macondo.
Sin embargo, Lisbeth siempre entendió que la ciencia valiosa es la ciencia que necesita tu propio país, la que hacen los científicos locales contra todo pronóstico.
Por esto, a lo largo de su carrera escribió sobre enfermedades tropicales, los problemas de financiación de la ciencia, las torpezas politiqueras que no dejan despegar la ciencia, en fin, sobre todos los temas que los demás desprecian.
Se interesó por científicos marginados que estudian geología o química, por volcanes enanos, por los científicos centenarios que ya nadie invita a nada porque les pasó el cuarto de hora, pero que ella todavía quiere escuchar, por las mujeres científicas antes de que se hablara de la brecha de género en ciencia.
Con el paso de los años Lisbeth se siguió haciendo aún más improbable. A la vanidad, el pecado favorito entre el periodismo, le dio la espalda. En lugar de buscar que los reflectores se posaran sobre ella, se dedicó a educar a otros, a leer a otros, a apoyar al que pedía ayuda, a orientar, a fundar la Asociación de Periodismo Científico de Colombia, a soñar con una maestría de periodismo científico, a escribir cartas de recomendación.
Además, en un país lleno de trampas, de atajos, Lisbeth siempre se convirtió en una voz capaz de marcar con claridad las líneas éticas de la cancha.
Le escuché a un amigo decir que “en tiempos de barbarie la fe en la razón es una forma muy pura y bella de rebeldía”. Eso ha sido Lisbeth: una muy pura y bella forma de rebeldía periodística.
Cuando un científico se encuentra con una periodista científica excepcional
Por: Carlos Alberto Rivera Rondón
Debo reconocer que hace mucho tiempo esquivaba a periodistas que me preguntaban sobre mis investigaciones. Hace seis años Lisbeth Fog me pidió un espacio para que le contara sobre un trabajo que hice con diatomeas en Tanzania.
Realmente fue sorprendente. Ella estaba más emocionada y feliz con la historia de lo que yo estuve cuando fui a África. Lisbeth entendió la investigación mucho mejor que la mayoría de mis colegas. El resultado fue inesperado para mí, luego entendí que era habitual en lo que ella hacía.
El artículo que ella escribió, además de salir publicado en Pesquisa Javeriana, también salió en la versión impresa de un diario de tiraje nacional. Después me enteré de que el texto lo habían usado algunos profesores de colegio y escuela en sus aulas.
Esta entrevista cambió mi percepción sobre la forma de comunicar ciencia y empecé a escribir. Con sus correcciones comprendí lo que la hace excepcional: la precisión y claridad son innegociables, pero, sobre todo, los escritos siguen un método afín al método científico.
Además, por más complejo que sea el problema del que se escribe, siempre hay que proponer algo, ser positivos es parte de lo que nos mueve como científicos y ese mensaje lo debemos transmitir. Tuve mucha suerte de que mi primer acercamiento serio con un periodista en ciencias fuese con Lisbeth. Fue como un enamoramiento a primera vista por el periodismo y la divulgación científica, una emoción y forma de pensar que crece en mí con el tiempo.
Comunicar es amar la ciencia
Por: Jacobo Patiño Giraldo
Para los científicos, las más intrincadas maravillas del universo se van haciendo cotidianas con el tiempo. En el afán de la precisión y la rigurosidad se pierden los rayos del sol que se cuelan entre el dosel, los vitrales caleidoscópicos del tejido vegetal bajo el microscopio, la emoción de escuchar una ballena cantar por primera vez o el escozor de unas piernas repletas de picaduras.
Olvidamos que tenemos acceso a un conocimiento privilegiado y hermoso, que guardamos nuestras respuestas con recelo y apatía, que desaparecemos cuando el mundo nos necesita.
Lisbeth Fog no sólo me enseñó a convertir la ciencia en historias. Cambió mi mente de tal forma que la danza de los escarabajos y sus conversaciones ocultas dejaron de verse ordinarias y volvieron a mí como pequeños milagros.
A través de su guía, recordé lo que me enamoró de la naturaleza en primer lugar y pude empezar a comunicar mi emoción como lo habían hecho los grandes divulgadores que seguía cuando era pequeño.
Ahora entiendo que, si bien hacer ciencia es como tomar una foto de lo que sucede, divulgarla es tener un cálido recuerdo, nítido, pero lleno de colores, aromas, anécdotas y sentimientos, tal como los que nos deja a todos los que tuvimos la suerte de aprender junto a ella.
Lisbeth, la curiosa perpetua
Por: Claudia M. Mejía R.
Sí, Lisbeth Fog es un referente del periodismo científico en Colombia (América Latina y otras latitudes más). Es una maestra, no solo de comunicadores sino de científicos y científicas que han querido explorar en el lenguaje nuevas posibilidades para sus investigaciones. Es madre, hermana, editora, periodista, una nueva habitante del campo y muchas facetas más. Pero yo me quedo con esta, impregnada en su ADN y que luego de años y años sigue intacta, es curiosa.
Vive con la necesidad por encontrar explicaciones sobre lo que ocurre a su alrededor. De allí que narrar las ciencias le fluya tan naturalmente. ¿Cómo no serlo cuando el asombro es tu motivación, cuando escuchas con plena atención y escarbas hasta encontrar respuestas?
Justo fue eso lo que nos transmitió durante los 10 años que trabajamos juntas en los consejos de redacción, en las revisiones de textos con comentarios y preguntas al margen para indagar con mayor profundidad, en esas conversaciones sin punto final sobre la vida, el oficio y lo que tanto soñamos: mover nuevos corazones, principalmente de niños y niñas, para que desde la curiosidad por el saber busquen respuestas y transformen sus vidas. Ese propósito nos dejó conectadas por siempre y nos sigue abriendo caminos para labrar.
Lisbeth, la de las mil historias
Por: Ximena Montaño
Oírla a ella es como deleitarse de las historias de un libro bien contado, no solo por sus relatos que envuelven con cada palabra, es también el uso del tono preciso, las pausas justas, la sonrisa poco pretenciosa y a lugar. Su narrativa no es solo la ciencia que domina con maestría, sino la riqueza de sus propias experiencias.
Desde la filigrana más dulce con sus ventas de brownies, su disfraz de campesina… gringa… como la de la Familia Ingalls; su Lava, su padre, sus inicios; sus aciertos y desaciertos convertidos en aprendizajes; su llegada al periodismo científico, el amor al campo después de ser tan citadina… la vida.
No solo cuenta historias, las vive y las comparte con una pasión contagiosa. Cada detalle se desgrana con una meticulosidad que -en voz- refleja su atención, su escucha, el estar en el presente muy presente. Es una fortuna poder escucharle la vida a quien ha sabido detenerse a leerla con ojos perspicaces y ávidos de descubrimiento, incluso las anécdotas que, para cualquier persona, podrían estar rodeadas de comentarios trágicos, en sus manos se convierten en grandes narraciones de aprendizaje. Independiente y resistente, Lisbeth se niega a quedarse quieta o quejarse.
Así es como, en el hospital, mientras por situaciones externas a la ciencia y el periodismo, con sus -seguramente- preguntas atinadas, aprendía que “entre la rótula y la piel de la rodilla hay un saco de líquido que se llama bursa, y ese saquito, pequeño e inocente, es el culpable de mi cojera y de un dolor muy fuerte en ciertos movimientos”.
O, el sutil recuento que hacía de las personas que transitaban por los pasillos del hospital con zapatos deportivos. En este simple acto, extraía una afirmación clara y comprobada: ahora son más las personas, incluso mujeres, que optan por la comodidad de los tenis al caminar por el hospital. En este análisis aparentemente trivial, Lisbeth demuestra su aguda observación y la habilidad para extraer conclusiones interesantes incluso de los detalles más cotidianos.
Tal finura es la misma que hace eco en su periodismo pulcro, nutrido de calidad y detalle. Por su parte, Lisbeth, en sus investigaciones, demuestra ser juiciosa y meticulosa, sin titubear al imponer barreras con firmeza cuando la situación lo requiere, especialmente en el ámbito laboral. Esta dualidad de carácter establece una distinción nítida entre su profesionalismo y su profunda sensibilidad, algunas veces revestida de rudeza; dos fuerzas complementarias que impulsan cada uno de sus trabajos.
Lisbeth, la del corazón gigante
Por: María Camila Botero Castro
Hay muchos adjetivos para describir a Lisbeth: inteligente, curiosa, valiente, fuerte, humilde, sensible, hermosa… pero lo que más me sorprende y agrada de ella es su generosidad y su forma tan genuina de preocuparse por el otro.
Recuerdo que el 14 de marzo de 2023, cuando 21 mineros murieron por la explosión de seis minas de carbón en Sutatausa (Cundinamarca), Lisbeth estaba destrozada. Yo no entendía por qué le había afectado de manera tan personal, pues, aunque vive cerca, ninguno de sus conocidos estuvo involucrado.
Pero es justo eso lo que la hace tan especial. Se puso en los zapatos de las familias que quedaron huérfanas esa noche y organizó una colecta de ropa y enseres para luego hacer una venta de garaje y recaudar fondos para las familias de los mineros. Movió cielo y tierra para convocar la mayor cantidad de personas y que así más se vieran beneficiadas.
Y aun sabiendo que el mayor esfuerzo había sido de su parte (aunque contó con algunas ayudas), al final envió un mensaje de agradecimiento donde, como siempre, se quitó del papel protagónico para reconocer a las demás personas que lo hicieron posible.
En esa carta escribió algo que desde ese momento atesoro en mi memoria: “cuando hay metas, cuando todos remamos para el mismo lado, no importa si es en transatlántico o en canoa, cuando compartimos los sueños, los logros son palpables y los aprendizajes insuperables”.
Eso la caracteriza. Es una gran lidereza porque primero es un gran ser humano con un corazón gigante. Sabe reconocer las capacidades de su equipo y es capaz de ver a través de cada persona para decirle justo lo que necesita oír. Cuando mira a alguien, lo mira de verdad. Observa y escucha como nadie.
Solo queda por decir que quienes hemos tenido la oportunidad de cruzarnos con ella somos unos afortunados, pues cada minuto a su lado enseña e inspira. Después de conocer a Lisbeth Fog, ya no se es la misma persona.
Lisbeth Fog, mi amiga
Por: Juana Salamanca
Enero de 1975. Primer día de clase del primer semestre en la Facultad de Comunicación Social de la Tadeo. Entre un grupo variopinto de 200 o más alumnos me encontré con ella. Difícilmente hubiera podido intuir que la vida nos tenía reservado un periplo profesional cuyos hitos se han cruzado tantas veces a lo largo de estos casi 50 años.
Al poco tiempo yo ya conocía su casa y ella la mía, en las tardes de estudio tratando de digerir El Capital de Marx, o la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure, o Tótem y Tabú de Freud (esos eran los textos de entonces, en un ambiente de agitación política difícilmente comparable al de hoy).
Establecimos entonces una relación empática que nunca ha requerido igualdad de criterios, que no ha necesitado el contacto permanente; vidas que han dado muchas vueltas pero que siempre desembocan en el interés genuino por la otra, en lo profesional y en lo personal.
Desde el momento en que Lisbeth se enroló como redactora del noticiero Telediario me recomendó ante su jefe. Apenas completábamos la segunda década de nuestras vidas y las revistas de farándula titulaban “Los jeans a la televisión”; por entonces el periodista – humorista Klim se ocupaba a menudo de nosotras en sus columnas. A ella la llamaba Lilibeth, y así le digo hasta el día de hoy.
De esta manera, cada una se convirtió en “agencia de empleo” de la otra. Me enorgullece haber sido quien “encarretó” a Lisbeth con los temas de divulgación de la ciencia, en los años 80, cuando la propuse como redactora del Cimpec, un servicio de la Organización de Estados Americanos, para la divulgación de textos científicos en medios de comunicación. Fue entonces cuando mi amiga encontró su nicho, entendiendo el papel de la ciencia en el desarrollo de los países.
Junto con unos sardinos expertos en tecnología, hicimos un programa sobre ciencia en radio nacional; divulgamos una serie de investigaciones sobre la Amazonía producidas por el instituto Sinchi; algo similar hicimos para los programas de Biología, Física y Matemáticas de la Universidad de los Andes, y tantos otros proyectos como Pesquisa Javeriana, al cual fui invitada por mi amiga.
Trabajo, disciplina, honestidad, transparencia que revelan sus ojazos azules, herencia de sus ancestros daneses e ingleses. Y sigue siendo rigurosa, responsable y trabajadora hasta el día de hoy, cuando la sexta década de nuestras vidas se acerca a su fin.
Para mí siempre ha sido un ejemplo aunque nunca se ha dado cuenta por su proverbial sencillez. Me he sentido ufana de los premios que ha ganado, y de la manera como se desenvuelve siendo autoridad de periodismo científico en eventos académicos en Colombia y el exterior.
Hemos visto crecer a nuestros hijos, que a su vez son amigos; hemos despedido a cuántos seres queridos, hemos paleado dificultades económicas e incertidumbre en el porvenir, y hemos seguido el acontecer, azaroso por cierto, de este país al que amamos con locura.
Profesora Lisbeth Fog, una historia y una escuela de periodismo científico
Por: Juliana Mancera y Karen Corredor
Uno de los nombres que más se escuchan en Colombia cuando hablamos de especializarse en contar la ciencia es Lisbeth Fog. Tal vez uno de los mejores aciertos de la maestría en Periodismo Científico de la PUJ fue abrir el posgrado con ella.
Maestría en periodismo científico
En primer semestre, no tomó mucho tiempo para que Lisbeth nos empezara a empapar de su amor por el periodismo científico y su interés por la política científica del país. Tanto en las pantallas de la virtualidad, como en el salón o en los pasillos después de clase, nunca sobraron ni estuvieron de más las experiencias que nos contó y que han forjado su camino.
Experiencias personales y profesionales que para las ‘primíparas’ en periodismo, y también para la gente con más experiencia, son una guía de qué hacer, y definitivamente, qué no hacer. Reflexionar sobre lo que haría Lisbeth si estuviera en cierta situación se fue convirtiendo en un hábito permanente.
El reencuentro con Lisbeth en segundo semestre es igualmente emocionante. Tras casi 6 meses de aprendizajes, práctica y error y de ‘soltar la mano’, la exigencia aumenta y la conversación se hace más directa, más crítica, más centrada en descubrir lo que teníamos que contar.
Su buen trato, sus consejos y correcciones y la fuerza que transmite en cada encuentro no cambiaron y no cambiarán. “¡Busquen la ciencia en todo!” “¡Sean críticas!” “¡Pierdan la pena, pregunten!”. Y sí que seguiremos preguntando, es una promesa.
Lisbeth enseña en las acciones, en crear, en leer y en escribir. En su gruesa carpeta de borradores de notas y trabajos de clase, siempre había algo especialmente pensado para cada uno de sus estudiantes. Un recorte de periódico, un artículo científico, un fascículo, un folleto o simplemente un nombre apuntado en una hoja pequeña que recibimos como el tesoro más grande porque eran las fuentes de Lisbeth.
Siempre generosa, no solo con su conocimiento y consejos, sino también compartiendo sus horas de clase con expertos de la red de colaboración que ha construido durante su trayectoria. Nos enseñó a dar, siempre dar, porque en esa generosidad se construyen las bases fuertes de los procesos que perduran.
El acto de escribir, tan poderoso y delicado a la vez, también nos significó un aprendizaje importante. Los textos transformados y comentados nos hicieron cambiar el orden no solo de los párrafos sino de la manera de pensar, de situarse frente al tema y de asumirlo desde la perspectiva del periodista científico.
Gracias a Lisbeth entendimos que el periodismo científico es un ejercicio riguroso que involucra los retos de entender la ciencia y los procesos que le subyacen para poder contarla, también entendimos que es un ejercicio de empatía, de pensar en quien nos lee y en buscar en nuestra creatividad, nuestra imaginación y en nuestras propias experiencias la mejor manera de contarlo.
Lisbeth nos cambió la forma de pensar y con eso la vida; uno no puede seguir siendo la misma persona luego de ver las cosas desde su perspectiva y de hacer crecer la curiosidad de manera exponencial con cada encuentro.
Los almuerzos de trabajo, que más bien fueron mentorías de altísimo nivel, estuvieron construidos a partir de preguntas casuales, atención y escucha activa que nos hacían sentir importantes, escuchadas y motivadas a seguir construyendo este camino.
Pesquisa Javeriana
A nosotras nos inspiró y nos inspira. Tuvimos el regalo de seguir aprendiendo de y con ella en Pesquisa Javeriana, ya no sólo como la ‘profe’ sino también como jefa, editora, periodista, compañera y lo más lindo, como amiga.
El periodismo nos adoptó a través de los brazos de Lisbeth, nos dejó saber que nuestras miradas, nuestras expectativas e incluso nuestras incomodidades tenían un lugar y que teníamos una voz.
Nos abrió las puertas de un equipo de trabajo precioso lleno de personas valiosísimas que esperamos tener en nuestro radar por mucho tiempo. Nos enseñó de las miradas diferentes a la propia, nos corrigió cuando fue necesario y contestó con paciencia, respeto y también con curiosidad a nuestras preguntas y dudas más fundamentales y más banales.
Nos dio la posibilidad de soñarnos la ciencia protagonizando la vida de las personas, de tener ideas y creer en ellas, y con eso imaginarnos una perspectiva diferente de realidad y de país.
En un mundo donde cada vez se confía menos en la ciencia, donde cada vez es más difícil dedicar recursos monetarios, atencionales y sociales a la producción de conocimiento como herramienta para movilizar el avance de la sociedad, las voces como las de Lisbeth tienen puentes, conectan personas y dan esperanza.
Querida Lisbeth,
Gracias por mostrarnos una perspectiva donde la rigurosidad y la atención al detalle de la ciencia se puede poner al servicio de la comunicación, conectando a las personas con historias. No solo te enfocaste en los avances científicos y en responder a preguntas sobre el universo, también nos enseñaste a hacer que la ciencia se convierta en algo merecedor de ser compartido con todos. Por ello, gracias; nuestras palabras seguirán fluyendo, esperando que se sumen y se expandan como las tuyas.
“Ya eres toda una periodista”, que emoción y que privilegio escucharte decir esas palabras, no hay diploma o logro que se equipare a saberse reconocida por tu mayor referente.
Gracias.